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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

«Abba» «Papá nuestro»

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Alfredo Infante sj*

Jesús de Nazaret vivió una relación íntima y cercana con su padre del cielo (Mt 6, 7-15), puso su confianza en él, la vida en sus manos. Esta relación orante y cercana de Jesús con Papa Dios generó ronchas entre las autoridades religiosas de su época. Les resultaba escandalosa, una blasfemia.

Aunque el pueblo judío en su experiencia fundacional había vivenciado una relación cercana con Dios, en el judaísmo tardío del tiempo de Jesús, la santidad y el poder de Dios generaba tal temor que nadie se atrevía a tener una relación personal con Dios, cercana y libre. Se necesitaba, pues, del templo, de sacrificios y de los sacerdotes para relacionarse con Dios.

Tal era la distancia y el temor que Dios no se podía nombrar. La misma estructura del templo era una radiografía de esta relación temerosa y distante con Dios. La religión judía, en tiempos de Jesús, fue confinando a Dios al templo, y en el templo, a un recinto donde sólo los sumos sacerdotes podían entrar. La religión se fue endureciendo, vaciándose de la fe.

La fe es relación de confianza, y eso es lo que Jesús nos revela en su trato con papa Dios. Jesús ora en la vida, en todo tiempo y lugar; en los momentos de decisiones importantes como la elección de los discípulos; la muerte del Bautista; en el huerto de los olivos ante la inminente pasión y muerte; en los momentos de sanar, perdonar, liberar, multiplicar el pan; en todo lugar, en la montaña, en el lago, en el camino, en la sinagoga, en el templo; los evangelio nos muestran a Jesús en una comunicación y comunión de vida permanente con su padre Dios; muere orando por sus enemigos y entregadose confiadamente en las manos de Dios, pese al sentimiento de abandono.

“Hay un contraste grande entre la relación de confianza y cercanía de Jesús con Dios y la relación distante y temerosa del judaísmo del tiempo de Jesús; por eso, la relación de Jesús con Dios les resultaba escandalosa”.

Jesús, en su relación, fue mostrándonos a Dios como Abba, que más que padre significa «Papaíto». Por eso, a sus discípulos nos enseña a rezar como hijos con la consciencia de que alimentemos el horizonte de la fraternidad, que no digamos «Dios mío» sino «Papa nuestro». “Es una relación de hijo y hermano” que implica un compromiso en nuestra relación con los demás.

Decir «Padre nuestro» es decidir aprender a vivir como hermano con todo lo que implica en el ámbito religioso, social, político, económico; tal como lo hizo Jesús en su tiempo, por la complejidad de nuestra época nos toca discernir que implica hoy tomarnos en serio el proyecto de ser hermano.

Este camino no es fácil, está lleno de tentaciones: la tentación de vivir al servicio de nuestro propio interés; de excluir a otros; de sacar provecho de la situación por encima de los demás; de usar, abusar y manipular a los demás; la indiferencia ante el dolor ajeno etc. Jesús, quien fue tentado y no cedió ante la tentación, conociendo las dinámicas del mal y la vulnerabilidad del corazón humano nos recomienda que pidamos «no nos dejes caer en tentación». No bastan nuestras propias fuerzas, necesitamos el auxilio. Nos ilumina la conciencia para que no seamos cómplices del mal que atenta contra la dignidad humana y el bien común «líbranos del mal». Para ello, necesitamos constantemente sanar nuestro corazón, con la gracia del perdón, de los resentimientos, odios y sed de venganza.

No es fácil Perdonar, perdonar 70 veces siete, es decir, siempre, pero es el camino de la sanación y liberación. Sabiendo que el perdón es un largo camino, más si hemos sido heridos en lo más hondo de nuestro corazón, pero es el único camino de liberación y sanación para reestablecer la confianza y seguir apostando por proyecto de la fraternidad.

Venezuela es un país cada vez más herido, roto, resentido, un país donde pareciera imposible restablecer la confianza; hoy Jesús nos invita a trabajar por la fraternidad en nuestro país, a no ceder a la tentación de que todo está perdido, que el mal y el sufrimiento no tienen la última palabra, que, en él, Hijo de Dios Padre, recuperemos la conciencia de la dignidad de ser hermanos y nos esforcemos a vencer el mal a fuerza de bien.                                

Oremos: Señor, danos la gracia de no caer en la tentación de la desesperanza; danos tu auxilio para seguir apostando a reestablecer y recuperar la fraternidad en nuestro país. Líbranos y protégenos del mal.          

*Sagrado corazón de Jesús en vos confió*

Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.

Caracas-Venezuela.

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