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Yo soy el pan de vida

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 Alfredo Infante sj

Hoy la iglesia católica celebra la fiesta del cuerpo y sangre de Cristo. En el Deuteronomio Moisés se dirige a su pueblo y le invita a hacer una mirada de fe de su propia historia. Recordar etimológicamente significa volver al corazón. “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos 40 años por el desierto”. El desierto es lugar de tentación y purificación. En el desierto ante la necesidad, el hambre, la sed y las estrecheces surgieron muchas tentaciones que ponían en tela de juicio la ley de Moisés y la presencia de Dios, de hecho, muchos desistieron del camino de la liberación, y en este contexto, Moisés invita a su pueblo a ver los signos de Dios en medio del desierto de modo que el pueblo no entregue su dignidad y liberación a cambio de saciar su hambre, por eso insiste Moisés. No solo de pan vive el hombre. La base material es necesaria, pero no basta, de allí ese “no solo”. No nos limitamos a la satisfacción material sino como seres humanos estamos llamado a trascender, ir más allá, salir de nuestros lugares habituales y no dejarnos condicionar por la necesidad y los apetitos, aunque legítimos. No somos del tamaño de nuestras necesidades. Ir más allá implica escuchar a Dios, y eso es vivir de fe, concluye Moisés ” sino de toda palabra que nace de Dios”. Es esa apertura a la voz de Dios la que nos abre la conciencia y nos lleva a ver la realidad, Dios actúa, y en medio de la dureza del desierto podemos discernir su paso, algo nuevo se va gestando, no todo está perdido, aunque el poder del mundo pareciera vencer la palabra de Dios que es vida y viene dando signo. Quien, podría imaginar antes de marzo, por ejemplo, que la Fiscal denunciaría la mentira del poder y evidenciaría sus estratagemas, este signo de conversión y dignidad es “mana en medio del desierto”. Dios actúa y actúa en la historia a través de signos. La solidaridad de nuestro pueblo ante el hambre. En la parroquia San Alberto Hurtado fruto de la solidaridad hemos venido dando un almuerzo diario a alrededor de 1100 niños en cuatro centros. Es la mana de la solidaridad. El movimiento cívico que se ha ido desatando en defensa de la constitución y en contra de la dictadura es un mana en el desierto. Pero el verdadero signo del amor de Dios es su hijo Jesucristo que hoy nos dice: “Yo soy el pan de vida bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre”. Una gran verdad. Si contemplamos la vida de Jesús, lo que hacía y decía, descubrimos el paso de Dios en medio de nosotros, su misericordia, su perdón, su clemencia, su palabra viva y reconciliadora, su cercanía con los que sufren, los pobres, y su servicio y amor desinteresado por la fraternidad que los poderes de este mundo no soportaron y por eso lo persiguieron, apresaron, torturaron y asesinaron. El padre lo resucito y en el resplandece la vida eterna. Comer su pan y beber su sangre es participar en él, de su vida y misión aquí y ahora. No se trata de un culto vacío y vaciado de historia, se trata, si, preguntarnos con radicalidad espiritual que implica ser partícipe del cuerpo y sangre de Cristo en este desierto que nos ha tocado vivir. En definitiva, como vencer el mal a fuerza de bien, como condenar el pecado y salvar al pecador, como desistir del día de la venganza y trabajar por la reconciliación. En definitiva, cómo reencontrarnos como hermanos en una paz de vida, no de cementerio

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