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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Jesuita inventor que libra a las mujeres de la esclavitud

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Marco Roncalli

A través de cocinas solares y “foyers améliorés”, el padre Pietro Rusconi valoriza la energía renovable sin costo alguno y evita que las esposas y madres “se partan la espalda en la Sabana para cosechar madera y arbustos” o “compren caro carbón o aceite”.

De Italia a África y viceversa. Desde hace casi treinta años. Desde que, después de entrar como “coadjutor temporal” en la Compañía de Jesús con 28 años (entre los religiosos no sacerdotes, normalmente llamados Hermanos Jesuitas), con 42 respondió concretamente a una petición de ayuda llegada desde Chad. “Di vueltas a la carta durante algunos días, después decidí partir. No conocía nada de África, de la realidad política, de las causas de los conflictos entre Norte y Sur, que después he descubierto que eran una coartada política. Pero eso no podía impedirme hacer algo por los más pobres. De este modo llegué hasta mi hermano religioso, aterricé en Bangui, a 700 kilómetros al sur de Sarh, a través de una carretera donde la única industria que se veía era una azucarera. Era 1980. Y en Chad decidí quedarme convencido de que no se puede hablar de Dios si antes no se ofrece alimentarse”.

Desde entonces, cada año, pasa casi siete meses entre las comunidades de los Jesuitas de Bérgamo (ahora cerrada) y Selva di Valgardena (en la casa de ejercicios conocida como “Villa Capriolo””), o recorriendo Italia para buscar materiales y mantener contactos con los (pocos) benefactores; después los otros cinco meses en Chad, en Sarh (en el sur), a veces en Mongo (en el norte), en lugares todavía bastante primitivos: cabañas y desierto, miseria y enfermedad, clima insoportable pero no menos que la imperante cultura tribal, oligárquica y machista. Y justo allí –alternando periodos relativamente tranquilos con otros en los que incluso ha terminado bajo las garras de rebeldes armados antigubernamentales– ha traído lo que él llama “el evangelio de las manos”.

Así es como el hermano Pietro Rusconi define el significado de su presencia en un área donde la Iglesia católica local es relativamente joven, en un país de mayoría islámica, en el que el animismo sigue siendo la religión de los padres, la más antigua, aunque un poco en declive. “Yo sin embargo no soy un predicador. No me he puesto a hablar de Dios con los operadores que he formado casi todos de religión islámica. En cualquier caso, cuando se presentaron ocasiones de confrontación o diálogo religioso no lo evité. Me interesa una relación de igual a igual, de amistad, de solidaridad. Me interesa evangelizar con el ejemplo, ayudando a los pobres con respeto y concreción”, nos dice este religioso, buen mecánico con dotes de inventor.

Sí, porque el hermano Pietro al principio inventó rudimentarias herramientas para los campesinos; después las “sillas de ruedas para el desierto”, triciclos con pedales y cadenas en el manillar usadas por personas afectadas por atrofia muscular espinal, desafortunadamente muy extendida; luego hizo hamacas especiales para centros médicos y dispensarios; y trabaja para producir ladrillos y bombas manuales para extraer agua de los pozos; por último, durante varios años, ha traído hasta aquí “cocinas solares” (en la práctica, paneles parabólicos con las dimensiones y ángulos adecuados para el mejor uso del calor) y ahora enseña a construir en el mismo sitio estufas de metal (los llamados ‘foyers améliorés’). Todas microrealizaciones de las que el hermano Rusconi está orgulloso.

De las últimas en especial porque son su modo –afirma– de “liberar a las mujeres de tantas fatigas y de la esclavitud del fuego, valorando una energía, limpia y renovable a coste cero, como la solar, respetando el ambiente, ahorrando los árboles, reduciendo la desertificación y la deforestación”. Así se usa el sol, en vez del fuego y la leña: para cocinar, hervir el agua, obtener energía: “Cierto, un gran regalo para estas mujeres africanas que desde siempre pasan horas bajo el sol abrasador para recuperar la leña a kilómetros y kilómetros de sus cabañas, o se arrodillan para proteger el fuego alimentándolo con lo que han encontrado en ambientes donde la vegetación ya es deficiente para preparar el plato diario habitual, la boule, una polenta de mijo poco sabrosa”, dice el hermano Pietro.

Y agrega: “Esta parábola solar hace a las mujeres verdaderas señoras, ya no son esclavas. Ya no se parten la espalda en la Sabana para recoger leña y arbustos, arrastrando sacos durante horas, ni siquiera tienen ya que depender de sus maridos para comprar el caro carbón o gasolina. Y tienen tiempo para cuidar pequeños huertos y llevar al mercado algo que vender. Con el sol una olla de veinte litros hierve en tres cuartos de hora, la mujer se limita a mover la parábola solar, no respira el humo, no existe riesgo de quemaduras para los niños más pequeños… Y esto no es todo porque usada de una cierta manera la “cocina” permite también hacer funcionar frigoríficos y contenedores para conservar stock de medicinas, algo de verdad útil en los hospitales, en las misiones”.

Hay que decir que fueron los alemanes quienes la proyectaron y la dieron a conocer en África y América Latina, se trata de kit relativamente poco costosos pero realizados obviamente para ganar dinero. “Yo he querido que pudieran tenerla también los pobres. ¿Cómo? Hemos bajado los costes juntando las distintas piezas aquí, enseñando a construir en el mismo lugar las partes metálicas, y los precios han bajado. Los materiales los importamos de Europa y a lo mejor hacen la última parte del recorrido sobre las jorobas de los camellos, pero parte de la producción se hace aquí… Así una familia consigue amortizar en poco tiempo la adquisición de la cocina solar, gracias al ahorro del combustible. Sin olvidar que con esta contribución de dinero pagamos los sueldos de las personas que trabajan con nosotros, a menudo maridos y padres de las mujeres que se benefician de las cocinas. Y pensar que al principio la gente del pueblo pensaba que la maquinaria era “diabólica”: después poco a poco muchas mujeres –visto los beneficios– nos las han pedido”.

“Claro, siendo sinceros, nos hemos dado cuenta que las “cocinas solares” van bien sobre todo para las mujeres que pueden estar en casa, con maridos que tienen un sueldo seguro; no para aquellas que por el contrario deben ir a los campos a menudo lejos, saliendo por la mañana y volviendo por la noche a sus cabañas… Nos hemos preguntado cómo intervenir, siguiendo su paso, porque lo importante es compartir, en base a sus exigencias, fabricamos ahora los llamados fuegos “ameliorés”, cocinas de metal, abiertas por la parte delantera, con la cavidad rellena por los tres lados de material como láminas de metal y grava, que se puede encontrar en la zona. El consumo de combustible se ha reducido notablemente: es suficiente con palos que los mismos niños pueden recoger no lejos de las cabañas. De hecho, son una especie de estufas. Visto el precio de la compra que para ellos sería insostenible, se decidió no regalarles sino pedir una contribución razonable. También en este sentido es un buen paso adelante: se sustituyen los viejos fuegos, es decir un agujero en el terreno relleno de trozos de madera sobre tres piedras que sostiene la olla en la que cuece, dos veces al día, la boule, con un desperdicio de calor inmenso, que se convierte en un tormento por la temperatura y el humo y, en su lugar, tenemos estas cocinitas económicas de metal que se calientan rápidamente, manteniendo el calor en su interior, sin desperdiciarlo”.

Detalles técnicos a parte se entiende que se está hablando de medios para reconocer dignidad a la condición de la mujer, de salvaguardar el medio ambiente, de luchar contra la pobreza. ¿Se trata de los empeños precisamente de un misionario? Así preguntaba al hermano Pietro el último número de Gesuiti Missionari Italiani, la revista del Magis, con un artículo sobre su experiencia en Chad. Su respuesta, recordaba las novedades citadas, las nuevas posibilidades de trabajo, el papel de los Bancos de los Cereales gracias a los cuales la población rural ha sido liberada de tantos usureros, las mejoras aportadas por la apertura de escuelas no solo para los niños sino también para los adultos, subrayaba, en primer lugar, el espíritu de compartir y la solidaridad que subyace a todo esto, no disociado de la pertenencia a una tierra que exige no ser abandonada.

“Es en esta dirección que trabajamos: para mantener la cohesión mediante la mejora de las condiciones de vida, la salud, la dignidad humana, la protección de sus tierras … Entonces el Evangelio que anunciamos es creíble porque la palabra no rebota en el oído, sino que entra dentro de ellos, es vivida, hecha carne en el día a día y brota. Sí, me siento un misionario”.

Un misionario que dentro de pocas semanas volará de nuevo al Chad solicitado por los Jesuitas del Hospital del Buen Samaritano de N’Djaména para formar jóvenes capaces de reparar los muebles deteriorados de la estructura. “Permaneceré con ellos el tiempo necesario para abrir un taller y ocuparme de su aprendizaje, después les dejaré trabajar solos. ¿Volveré para verificar? ¿A hacer otra cosa? ¡Trabajo para hacer hay! Sí, es el don del trabajo que me da el Señor, conmigo tan generoso que me permite pensar –con 78 años– en otros proyectos. Los del Evangelio de las manos”.

Fuente:

http://reportecatolicolaico.com/2017/11/chad-el-jesuita-inventor-que-libra-a-las-mujeres-de-la-esclavitud-del-fuego/

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