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Editorial Sic 725: Artesanos de la paz

Editorial Revista Sic 725. Junio 2010

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En el corazón de nuestra naturaleza hay un ímpetu creador que nos supera, y que explica nuestras extrañas aventuras. En medio de esta Venezuela, en donde la violencia social nos asfixia, en donde prevalece la cultura de la muerte, en donde el poder político se empeña en enfrentarnos utilizando artificios que no se corresponden con nuestra mentalidad, muchos hombres y mujeres se han empeñado en la aventura de construir la paz en sus comunidades, en sus familias, en sus escuelas, y hacen lo imposible porque este deseo influya más allá de los estrechos límites en que se produce buscando contagiar a muchos.

Pero, ¿no será esta una ilusión condenada al fracaso ante la complejidad con la que se enfrenta? Ante un Estado que ha sido desbordado por el problema de la inseguridad y un Gobierno que ha demostrado poca voluntad para enfrentar eficazmente la creciente demanda colectiva de paz y seguridad ciudadana, ¿qué podemos hacer los ciudadanos que por definición hemos dejado en manos de ellos esa responsabilidad?

Ante esta realidad, podemos caer en la legítima tentación del miedo que nos silencia, nos esconde buscando sobrevivir. También podemos huir, buscando lejos de nuestra patria un refugio más seguro. Igualmente podemos hacernos cómplices en diverso grado y medida. De hecho, estas son las respuestas más comunes que nos encontramos a diario, pero con las que también todos nos sentimos insatisfechos.

Y nos sentimos insatisfechos porque los seres humanos no nos resignamos ante la fatalidad. Somos capaces siempre de imaginar un mundo mejor, y nuestra inteligencia creativa nos impulsa a buscar los modos que hagan posible que esos sueños se conviertan en realidad. Ese dinamismo es el que empuja a los pueblos a superar sus trabas y dificultades. Esa fuerza de la imaginación y la inteligencia son las palancas más poderosas que han hecho posible salir de la guerra, de la explotación, de la miseria a muchas sociedades a lo largo de la historia, la lejana y la reciente.

Sólo una sociedad que ama la paz, que respeta la vida, que quiere ponerse bajo el mandato de la ley tendrá la fuerza suficiente para exigir al Estado el cumplimiento de su deber. Por eso, aunque suene cursi, la paz será posible cuando de verdad, a nivel personal y colectivo, la soñemos y deseemos con todo el corazón. Porque de ahí vendrá la fuerza necesaria para construirla y exigirla.

La violencia en Venezuela

La inseguridad y la violencia en Venezuela afectan de manera directa el derecho a la vida, a la integridad física, a la libertad y a la justicia. Poco vale la vida en un país como el nuestro en el que contamos con un índice de homicidios que nos coloca entre los países del mundo con mayor número de muertes por asesinato. El Observatorio Venezolano de Violencia señala que desde el año 2006 la tasa de criminalidad se ha situado por encima de 55 homicidios por cada 100.000 habitantes. Los hombres son las principales víctimas de homicidio, en el rango que va desde los 16 hasta los 40 años. Desagradecidamente las estadísticas son también abundantes sobre la proliferación e incremento de otras formas de criminalidad como el secuestro, el robo, el cobro de vacuna en muchos estados del país, etcétera. El temor a ser atacado se ha incrementado, obligando a las personas a cambiar hábitos y costumbres, limitando su libre tránsito o inhibiéndolas a realizar algunas actividades.

Hay poca credibilidad en las instituciones del sistema de administración de justicia en el país: policías, fiscalía, tribunales, sistema penitenciario. La percepción de impunidad ante el delito crece ante la constatación de miles de casos que quedan sin resolverse. Desde 1998 hasta ahora hay más de 100 mil víctimas de homicidios que no han tenido justicia. Denunciar un delito se convierte en una verdadera osadía, ya que no existe ningún tipo de protección a la víctima o a sus familiares.

Los especialistas hablan de dos grandes características de la violencia en Venezuela. Los comportamientos violentos se expanden como una pandemia en toda la sociedad. Son actitudes y comportamientos que se contagian a través de la socialización más elemental en la escuela, la familia, el entorno comunitario y los comportamientos comunes en la escena pública. Esa pandemia se refuerza gracias a la existencia de un cuerpo institucional enfermo que, contrariamente a lo que se esperaría de él, termina desordenando la vida social, sumergiendo la convivencia en una desgastadora anomia.

Los caminos de la paz

Estamos ante un complejo problema, que requiere la articulación de acciones y de actores sociales. Los ciudadanos tenemos que exigir del Estado y del gobierno: claridad y continuidad en los programas y políticas ante la violencia, promoción de acciones de prevención, depuración de las instituciones del sistema de administración de justicia, fortalecimiento de los cuerpos de seguridad para que constituyan cuerpos confiables y eficientes.

Se requiere urgentemente el desarrollo de acciones conjuntas entre el Estado, las empresas, las organizaciones comunitarias, los medios de comunicación social, para poner en marcha acciones dirigidas a la prevención. Muchas propuestas en esta dirección coinciden en señalar la importancia de una eficiente política de desarme de la población en general, especialmente de la juvenil. La regulación del consumo de alcohol, estableciendo controles más estrictos en los locales formales e informales de distribución y consumo de bebidas alcohólicas y una regulación en las horas y días de expendio. Hay que empeñarse en mantener a los jóvenes en el sistema educativo y ofrecer muchas posibilidades de estudio, capacitación, recreación, etcétera. Así mismo, el desarrollo de sistemas de justicia de paz en las comunidades que faciliten la resolución de conflictos en la convivencia cotidiana, sería una adecuada intervención frente al grave problema de la anomia social.

La escuela y la familia requieren una atención especial. Ambos son los espacios primeros de socialización y están siendo cada vez más invadidos por la pandemia de la violencia social. Proteger a las familias, especialmente a las más vulnerables, debe constituir una política social de primer orden. Convertir a la escuela en un espacio que eduque para la convivencia, la tolerancia, el respeto al otro y la paz, es de vital importancia.

Exigir un discurso público que invite a la convivencia y al respeto, a la inclusión y a la tolerancia, debe convertirse en un clamor nacional. En este sentido, la conformación de milicias comunicacionales, de ejércitos de milicianos que exhiben como gran trofeo las armas del Estado para defender la revolución, la exposición de íconos en donde hasta el niño Jesús aparece con una metralleta en los brazos de la virgen de Coromoto, es una descarada llamada a la violencia sin ningún tipo de pudor y consideración, que refuerza más aún su avasalladora presencia entre nosotros.

Los artesanos de la paz

Pero este es un lado de la escena. Del otro lado hay muchos ciudadanos, grandes y chicos, soñando con una sociedad solidaria, inclusiva y tolerante, en donde sea posible la convivencia, el encuentro y el respeto al otro. Gente que trabaja y se esfuerza, que no se rinde. Que prueba y ensaya, que entusiasma a otros. Esos son los que resisten y mantienen viva la esperanza.

En el centro comunitario de Fe y Alegría del barrio Catuche, en Caracas, unos cuantos niños participan de un ejercicio imaginativo. La maestra les propuso por tarea hacer un dibujo que expresara qué es la paz para ellos y cómo se consigue. Una niña se presentó al cabo de un rato con un sol grande pintado en la parte superior de su hoja y muchas rayas de colores en la parte inferior de la misma. La maestra se extrañó y le preguntó por el significado de su dibujo, haciéndole saber previamente que no entendía qué tenía que ver aquello con la paz. La niña le respondió: la paz es ese sol grande que está arriba. La maestra le dijo: eso lo entiendo, pero ¿qué son ese poco de rayas de colores en la parte inferior de la hoja que van de lado a lado? Respondió la pequeña: maestra, ¿no lo ve?, esos son los caminos para construir la paz, son muchos y distintos.

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