José Antonio Pagola
Tampoco yo te condeno
Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?».
Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».
Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».
Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.
Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de “la revolución ignorada” por el cristianismo.
Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.
¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?
Creer en el perdón
Muchos piensan que la culpa es algo introducido en el mundo por la religión: si Dios no existiera, no habría mandamientos, cada uno podría hacer lo que quisiera y, entonces, desaparecería el sentimiento de culpa. Suponen que es Dios el que ha prohibido ciertas cosas, el que pone freno a nuestros deseos de gozar y el que, en definitiva, genera en nosotros esa sensación de culpabilidad.
Nada más lejos de la realidad. La culpa es una experiencia misteriosa de la que ninguna persona sana se ve libre. Todos hacemos en un momento u otro lo que no deberíamos haber hecho. Todos sabemos que nuestras decisiones no son siempre transparentes y que actuamos más de una vez por motivos oscuros y razones inconfesadas.
Es la experiencia de toda persona: no soy lo que debía ser, no vivo a la altura de mí mismo. Sé que podría muchas veces evitar el mal; sé que puedo ser mejor, pero siento dentro de mí ‘algo’ que me lleva a actuar mal. Lo decía hace muchos años Pablo de Tarso: «No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero (Rm. 7,19). ¿Qué podemos hacer?, ¿cómo vivir todo esto ante Dios?
El Credo nos invita a «creer en el perdón de los pecados». No es tan fácil. Afirmamos que Dios es perdón insondable, pero luego proyectamos constantemente sobre él nuestros miedos, fantasmas y resentimientos oscureciendo su amor infinito y convirtiendo a Dios en un ser justiciero del que lo primero es defenderse.
Hemos de liberar a Dios de los malentendidos con los que deformamos su verdadero rostro. En Dios no hay ni sombra de egoísmo, resentimiento o venganza. Dios está siempre volcado sobre nosotros apoyándonos en ese esfuerzo moral que hemos de hacer para construirnos como personas. Y ahora que hemos pecado, sigue ahí como «mano tendida» que quiere sacarnos del fracaso.
Dios sólo es perdón y apoyo aunque, bajo el peso de la culpabilidad, nosotros lo convirtamos a veces en juez condenador, más preocupado por su honor que por nuestro bien. La escena evangélica es clarificadora. Todos quieren «echar piedras» sobre la adúltera, todos menos Jesús. Todos quieren convertir a Jesús en «juez condenador», pero él, lleno de Dios, reacciona de manera sorprendente: «No te condeno. Anda y, en adelante, no peques más».
Atraídas por Jesús en medio de la prostitución
El testimonio de mujeres que ejercen la prostitución. Es realmente una buena noticia. Son mujeres que están tomando parte en grupos donde, acompañadas por las Hermanas Oblatas, reflexionan y oran con la ayuda de mi libro Jesús. Aproximación histórica. He quedado conmovido al captar la fuerza y el atractivo que tiene Jesús para estas mujeres de alma sencilla y corazón bueno. ¿No nos volvería a repetir Jesús aquello que gritó en Galilea: «Las prostitutas entran antes que vosotros en el Reino de Dios»?
Un abrazo grande y agradecido a vosotras mujeres creyentes, por vuestro testimonio, y a vosotras, hermanas Oblatas, que compartís con ellas vuestra fe.
– Me sentía sucia, vacía y poca cosa, todo el mundo me usaba. Ahora, me siento con ganas de seguir viviendo porque Dios sabe mucho de mi sufrimiento.
– Dios esta dentro de mí. Dios está dentro de mí. Dios está dentro de mí. ¡Este Jesús me entiende…!
– He experimentado la presencia de Dios en un viaje a Europa, mi compañera murió en el camino. Dios estaba cerca, lo sentí a mi lado. En aquella mañana sentí que la mano de Dios me guió y su presencia fue muy fuerte…
– Ahora, cuando llego a casa después del trabajo, me lavo con agua muy caliente para arrancar de mi piel la suciedad y después le rezo a este Jesús porque él sí me entiende y sabe mucho de mi sufrimiento.
– Jesús quiero cambiar de vida, guíame porque tú solo conoces mi futuro…
– ¿Dónde estabas? Cada día que pasa siento más el amor de Dios y me siento acariciada por las personas que Dios pone en mi camino…
– Para mí, el simple hecho de sentir amor en el corazón es prueba de tener a Dios en el corazón…
– Me siento afortunada de haber conocido a este Jesús…
– Yo pido a Jesús todo el día que me aparte de este modo de vida. Siempre que me ocurre algo, yo le llamo y Él me ayuda. Él esta cerca de mí, es maravilloso…
– Él me lleva en sus manos, Él me carga, siento la presencia de Él…
– En la madrugada es cuando más hablo con Él. Él me escucha mejor porque en este horario la gente duerme. Él está aquí, no duerme. Él siempre está aquí. A puerta cerrada, me arrodillo y le pido que merezca su ayuda, que me perdone, que yo lucharé por Él.
– Mi vida en el pasado era un vacío, un vaso quebrado, le coloqué un corazón y se unieron los trozos…
– Un día yo estaba apoyada en la plaza y dije: Oh Dios mío, ¿será que yo sólo sirvo para esto? ¿Solo para la prostitución?… Entonces es el momento en que más sentí a Dios cargándome ¿entendiste? Transformándome. Fue en aquel momento. Tanto que yo no me olvido. ¿Entendiste?…
– Yo ahora dialogo con Jesús y le digo: aquí estoy, acompáñame. Tú viste lo que le sucedió a mi compañera (se refiere a una colega que fue asesinada en un hotel). Te ruego por ella y pido que nada malo suceda a mis compañeras, yo no hablo pero pido por ellas pues ellas son personas como yo.
– Ahora, cuando tengo tiempo, voy a su capilla hecha de troncos cortados por la mitad y de palmas. Se llama la iglesia de la naturaleza. Tienen una capilla para la adoración. Y me encuentro conmigo misma… y no digo “Señor dame esto o aquello” estoy sin hacer nada. Solo a veces canto mi canción favorita «anima Christi» especialmente porque es mi favorita. Yo le canto a Jesús en mis pensamientos.
– Solo en Jesús puedo confiar… a través de mis lágrimas y orando para sobrevivir.
– Estoy furiosa, confundida, triste, dolida, rechazada, nadie me quiere, no sé ni a quien culpar o sería mejor odiar a la gente y a mí, o al mundo. Fíjate, desde que era niña yo creí en ti y has permitido que esto me pasara. Ya estoy cansada de echar la culpa a Dios. Pero no me hagas daño. Te doy otra oportunidad para protegerme ahora. Bien, yo te perdono, pero por favor no me dejes de nuevo.
– En Jesús he encontrado el verdadero amor que he deseado conocer y experimentar.