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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Venezuela: una mentira económica de patas largas

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Foto archivo BBC

Por Omar Lugo | Cotejo

Durante años el discurso oficial forjó una irrealidad paralela. La manipulación de datos y declaraciones hizo creer a muchos que se formaba un “país potencia”. Aún hoy el poder no admite la tragedia económica de los venezolanos.

En pocos ámbitos como en la economía, los negocios y las finanzas personales es tan clara la máxima de que la información es poder y vale dinero.

Y si la fortaleza de una democracia se mide por la solidez de sus medios de comunicación y de una opinión pública bien informada, el periodismo económico es un termómetro del estado de una economía.

Pero la información es una de las peores orfandades en este país que pasó, en un parpadeo, de la historia de ser uno de los más ricos de América latina a uno de los más pobres. Pocos se pasean por esta realidad, pero el futuro de las personas, las familias y de todo el país está empeñado.

Venezuela sufre la peor tragedia económica documentada en tiempos de paz, y en ausencia de una guerra o de un gran desastre natural.

Pero los ciudadanos, impávidos, tienen poca información real acerca de qué significa esto en el nivel de vida, de empleo, en los salarios reales y las expectativas racionales.

Nuestra sociedad parece no haber entendido, digerido, ni asumido esta verdad que habrá de prolongarse durante muchos años sin expectativas de un cambio.

La percepción de los venezolanos se debate entre la propaganda oficial, impuesta por la hegemonía comunicacional del Gobierno, y la pérdida de esperanzas, de capacidad de movilización y de respuestas ante la falta de recursos y servicios más básicos.

No es casual que la única política económica compensatoria del chavismo, inclusive en medio de la pandemia de Covid-19, sea la entrega esporádica de cajas de algunos alimentos y el pago de bonos en efectivo que equivalen hoy a unos dos dólares.

Una ilusión de firmeza

A lo largo de dos décadas el chavismo ha usado la mentira expresa y la manipulación de la opinión pública como forma de ejercicio del poder.

En la economía es más evidente esta política que atraviesa desde las grandes cuentas nacionales hasta el salario mínimo y los índices de pobreza.

Durante dos décadas la llamada revolución bolivariana construyó un entramado de ideas, consignas y creencias que alimentaron la fábula de que este era un país con riqueza mal repartida.

Pero somos tan pobres que ya ni siquiera tenemos una economía petrolera rentista, sino una de subsistencia, que depende de remesas y de negocios informales, turbios o ilegales.

Apenas asoman, con su capacidad de inventiva y resistencia, algunas actividades privadas de emprendedores y empresas tradicionales que se adaptan a un mercado con 90 % de las familias en la pobreza. (Encuesta Encovi UCAB, UCV, USB).

Esas cifras son uno de los terrenos más fértiles para la manipulación. El oficial Instituto Nacional de Estadísticas afirma que el chavismo disminuyó la pobreza y que este país tiene uno de los índices de desarrollo humano más envidiables del mundo.

En su discurso atribuye los problemas de la economía al supuesto “bloqueo de Estados Unidos” y a la “guerra económica” del imperialismo.

Pero Estados Unidos sigue siendo uno de nuestros principales socios comerciales y las importaciones desde ese país siguen inundando bodegones, farmacias y supermercados.

Los huesos de la fiesta

El populismo dilapidó miles de millones de dólares del petróleo y compró la complicidad de la sociedad. Desde los primeros cupos electrónicos de $ 5.000 anuales por persona en Cadivi, hasta los últimos dólares para viajeros según su destino; pasando por créditos baratos para carros y electrodomésticos; préstamos sin retorno para emprendedores, agricultores y comerciantes, Venezuela vivió una gran piñata, y en la ebriedad nadie se preguntó hasta cuándo podría durar la farra ni qué comeríamos después.

Mientras, los militares, gerentes y gobernantes en centenares de empresas públicas y recién confiscadas, en ministerios, organismos regionales, y en Petróleos de Venezuela (PDVSA), vivían su propia fiesta. Pero era mucho más fastuosa: cientos de miles de millones de dólares se esfumaron a paraísos fiscales y cuentas personales. Dejaron un rastro de obras públicas de todos los tamaños a medio terminar, y de empresas quebradas, por todo el país.

Hoy, una de las peores fallas de la falta de democracia y del periodismo es la imposibilidad de investigar y relatar con efectos prácticos esta tragedia: sin separación de poderes, los hallazgos de un reportero o un medio no tienen ningún efecto, no saldrán en ningún noticiero estelar ni serán investigados por un parlamento real ni una Contraloría. Nadie irá preso.

Es el ciudadano común el que paga y ni siquiera sabe a quién o a quiénes reclamar.

Palabras por noticias

Durante esos años, anuncios de obras e inversiones mil millonarias de papel eran recogidos sin filtro por los medios y dados como ciertos: se firmaban nuevas refinerías y se aprobaban gastos nunca cuestionados.

¿Dónde estaban entonces el periodismo, los medios, los centros de discusión, las ONG, las universidades y la comunidad organizada mientras esto pasaba? ¿Quién hubiera estado dispuesto a renunciar a su cupo anual de $ 3.000 preferenciales porque sabía que no era correcto financiar el consumo a veces suntuario mientras los hospitales ya estaban desabastecidos?

Son preguntas que un día habrá de responderse la sociedad, y cada uno de nosotros los venezolanos.

Por ahora, tenemos un país sin medios masivos, que se informa y desinforma a través de las redes sociales, donde el periodismo digital es la vanguardia, pero el acceso a internet es tan escaso como el agua y la luz.

Un país con tan pobres expectativas que, en las barriadas pobres, la principal esperanza es cuándo llegará la caja Clap de alimentos racionados por el partido de Gobierno.

Hay realidades más difíciles de resolver en esta economía, y son tan graves que no es posible un rebote económico sin un cambio político:

El tamaño del PIB, la riqueza que genera una nación, se ha desplomado 80 % desde 2013. Esta ex potencia petrolera produce menos bienes y servicios que la pequeña República Dominicana o Guatemala.

La deuda externa morosa llega a $ 160.000 millones. Eso es como si un padre de familia desempleado hubiera dejado de pagar la tarjeta de crédito en los tiempos en que el plástico servía para hacer mercado y hasta para viajar.

Esta hiperinflación ya es una de las más largas y altas de la historia; la industria y el comercio están semiparalizados ya desde antes del coronavirus; PDVSA, corazón de nuestra economía, produce como en el año 1938 y ya no puede generar aportes fiscales. El Estado en ruinas se financia emitiendo dinero electrónico y creando más inflación.

La economía es un asunto personal, atañe a cada uno, ya sea ama de casa, estudiante, asalariado, emprendedor, empresario o jubilado.

Pero fue en esta área donde más se expresó en estos años el dominio del pensamiento único, del supuesto destino manifiesto, del socialismo chavista como redención y reparto de riquezas insostenibles.

Hoy, en carreteras y ciudades del país, en carteles en el Metro, en organismos públicos, quedan rastros borrosos de ese discurso de “Venezuela Potencia”, …es que las palabras huecas y las noticias falsas pueden maquillar la realidad, pero, como el agua, la verdad se filtra y cubre todo el paisaje más allá de las consignas.


Fuente: https://fakenews.cotejo.info/en-profundidad/venezuela-una-mentira-economica-de-patas-largas/

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