Javier Contreras
El gobierno nacional no salió fortalecido después del proceso del 20 de mayo, eso lo saben sus representantes, aunque se empeñen en declarar lo contrario. Una abstención que superó el 50% es una contundente demostración del rechazo que manifiesta la mayoría de los venezolanos a las políticas, propuestas y estilo de Nicolás Maduro y sus cercanos colaboradores.
La sensación generalizada es que no hay nada que celebrar ya que, ni fue una fiesta electoral, ni existe posibilidad de cambio en una gestión que está auto determinada a la profundización del colapso nacional; ese es su plan, y con él están comprometidos. El objetivo es, entonces, detener los efectos de ese colapso nacional; un instrumento para ello es el rescate de lo político.
Entendido como la arena de lo común y tendiente a la estabilización de la vida pública, este emprendimiento ha de convocar a la ciudadanía, las organizaciones sociales y la dirigencia política, en un esfuerzo articulado y articulador de voluntades, aspiraciones, búsqueda de alternativas conjuntas y construcción de un proyecto no uniforme sino unificador, que es distinto. Para rescatar lo político hay que utilizar métodos realmente políticos, y uno de ellos, no el único, pero sí uno imprescindible, es la negociación.
Comprometerse hoy con ese término tan desprestigiado parece una quijotada en el mejor de los casos, y en el peor, complacencia con los principales (no exclusivos) responsables del caos que impera en el país, es decir, Maduro y la élite bolivariana. Consciente de la alergia que puede generar la palabra, ratifico mi convencimiento respecto a la pertinencia, incluso obligatoriedad de negociar en el actual momento, más allá de los descalificativos que puedan ganarse estas líneas. Mi convencimiento no es ingenuidad o deseo de edulcorar la realidad, menos es una defensa a este gobierno, está sustentado en el sentido común y de lo común, aspectos que en ocasiones no son tan evidentes como se puede creer.
Ante un gobierno débil (que no quiere decir sin fuerza de coerción y violencia represiva), impopular y nervioso, la tentación inicial puede ser la de propinarle el knock-out, ese impacto que definitivamente lo saque de combate. Ahora bien, varios episodios han demostrado que ese afán (entendible por el desespero que produce esta crisis, pero ante el que conviene actuar con sentido de oportunidad y no con primitivismo instintivo) de poner el punto final en una historia ya dolorosa por dilatada, lo que ha hacho es extender la agonía en la que vivimos. En otras palabras, por no captar bien los momentos, se ha dado aire al gobierno con acciones que en teoría apuntaban a lo contrario.
Hay que recordar, una vez más, que la tan invocada transición no resultará exclusivamente de tomas de calle, no se acelerará con manifestaciones difuminadas, que sin importar lo robustas que puedan ser, no forman parte de una estrategia mayor. Luego del 20M aparecieron las habituales voces destempladas promoviendo acciones confusas bajo las fórmulas ya conocidas de rebelión, momento sin retorno, única vía, entre otras denominaciones tan genéricas como inexplicables.
Negociar es ganar el combate por una vía distinta al knock-out, una alternativa que prescinde de la espectacularidad de la épica, para apuntar a la superación real de un conflicto que no terminará con la lógica de la suma cero. El gobierno ha vaciado de contenido al mecanismo del voto, por esa razón los altos niveles de abstención. No podemos darnos el lujo de seguirle el juego a este gobierno cuando pretende vaciar de contenido también al diálogo y a la negociación.
El hecho del fracaso de las implementaciones anteriores no representa la invalidez del mecanismo en sí mismo. Además, ante la debilidad de quienes hoy gobiernan, con la presión internacional en aumento, y con un descontento de las mayorías, la realidad plantea escenarios posibles para negociar con altura, con aplomo y con un norte definido: el país.
Más allá de la rudeza de la situación y la soberbia indolente del gobierno, vale la pena optar por la negociación; es más, por esa rudeza y por esa soberbia es que hay que negociar, no para facilitar la impunidad, negociar es la vía para que comience la transición. Tan importante es la negociación, que no sólo hay que imaginarla con el gobierno nacional, deben comenzar los distintos representantes de la oposición política, los gremios y la sociedad organizada, para delinear estrategias comunes, planes de acción concretas y demostrar la capacidad de entendimiento que dicen ofrecer para el país.