Unos contra otros se enfriará el amor de muchos el que persevere hasta el fin se salvará (Mt 24,4-13)
Pedro Trigo s.j
Jesús nos dice, Padre, que no nos alarmemos.
La situación que nos pinta,
que la experimentamos mucho más de lo que quisiéramos
e incluso de lo que podíamos haber imaginado,
sí es para vivir en constante zozobra.
Por eso tiene que decirnos que no nos asustemos.
En esta situación, que provoca desolación y espanto
o dejarnos llevar por el espíritu de retaliación,
¿qué puede darnos paz?
¿Dónde podemos encontrarla?
Podemos vivir en paz y pacificar,
si actuamos a fondo el amor
que ustedes han puesto en nuestros corazones;
y no sólo en nuestros corazones
sino más adentro que lo íntimo nuestro
por su Espíritu de amor, el Espíritu que animó a Jesús,
que él derramó desde tu seno
sobre todos los seres humanos.
Lo sintamos o no, todos tenemos ese caudal de amor infinito.
Nadie puede decir que no puede amar.
Ahora bien, la exclusión y el odio reinantes
tienden a apagar la llama del amor
o al menos a enfriarla.
Ustedes nos siguen amando
y no hay mayor poder que el poder de su amor.
Pero es un poder que no se impone,
que no avasalla, que no sustituye.
Su amor en nuestros corazones tiende a contagiarnos,
nos da luz y calor,
nos inclina a ser amorosos.
Pero tenemos a abrirnos a él.
Sólo actúa en la medida en que nos abramos.
Y tenemos que responder con nuestro amor.
Claro está que su amor primero posibilita nuestra respuesta;
pero somos nosotros los que tenemos que amar.
Y para eso tenemos que deslindarnos
del ambiente dominante, que desconoce el amor
y que actúa constantemente en contra de él.
Te pedimos, Padre, vivir en paz esta guerra,
sin ofender ni temer,
sin refugiarnos en lo nuestro, sin excluir a nadie,
venciendo al mal a fuerza de bien.
Te pedimos que vivamos tendiendo puentes
y pasando fronteras,
creando lazos expansivos,
ayudando a tenernos en cuenta, a respetarnos, a colaborar.
Que ése sea nuestro modo de perseverar.
Que no nos limitemos a aguantar todo lo malo,
que hagamos todo el bien que podamos
y que lo fomentemos en otros,
de modo que el bien cunda más que el mal.
Que practiquemos sistemáticamente el dicho:
dos no riñen si uno no quiere.
Que contrapongamos la palabra a la fuerza,
no la palabra como arma de guerra
sino como un llamado a la razón,
a entender y a entendernos.
Que demos de nosotros mismos
para que se llegue a comprender
que hay más alegría en dar que en recibir.
Que actuemos, Padre, la caridad
que tú derramas en nuestros corazones.
Señor, hemos vivido tiempos mejores,
tiempos en los que la convicción de que en el país
cabíamos todos y que todos podíamos caminar
en una misma dirección ascendente
llegó a institucionalizarse
y a gerenciarse con ese espíritu de mediación.
Hoy domina el aprovechamiento privado de lo público
y el desinterés por gerenciar lo público
y la exclusión de los que no me apoyan
y el uso del dinero público para comprar lealtades.
Hoy hay mucha hambre y los enfermos están desasistidos
y no hay trabajo productivo
y apenas se produce en el país
y domina la fuerza de la represión
que intenta en vano disfrazarse con grandes palabras.
Hoy es muy grave el peligro de que se enfríe nuestro amor
y nos recluyamos en lo nuestro
para que el desastre nos salpique lo menos posible,
o respondamos a la fuerza con más fuerza,
y la situación se degrade a pescar cada uno
en este río revuelto.
Hoy necesitamos, más todavía que el pan,
ponernos en tus manos, confiar en la fuerza de tu amor,
para que desde esa paz
que el mundo no puede dar ni quitar,
dedicarnos a sembrar entendimiento
en el doble sentido de razón y compresión,
de abrirnos a la realidad y ser honrados con ella,
y de abrirnos unos a otros y buscar el bien común.
Eso es, Padre, estar en vela, eso es perseverar.
Eso es hacer caso a las palabras de tu Hijo,
así seguimos hoy su camino,
así ejercitamos el fuego de amor
que él vino a traer al mundo.
Hoy, Padre común, todo nos empuja
a estar unos en contra de otros.
Te pedimos que no cedamos a esta propensión ambiental.
Te pedimos que condenemos las acciones
de exclusión, de agresión, de retaliación,
de imposición brutal,
y que luchemos con todas nuestras fuerzas
por un mundo donde habite la justicia
y el entendimiento mutuo.
Pero te pedimos también que luchemos únicamente
con las armas de la verdad y la justicia,
y que no condenemos a nadie,
aunque condenemos sus acciones.
Que nunca empleemos la fuerza,
ni la fuerza bruta, ni el linchamiento moral,
ni la fuerza de leyes injustas
hechas a la medida del poder
y aplicadas brutalmente.
Te pedimos que el modo de buscar una alternativa
la contenga ya en los procedimientos.
Te pedimos, sobre todo, que no cultivemos el reconcomio
y, mucho menos el odio,
y tampoco la exclusión,
ni la indiferencia respecto de los otros,
sobre todo, de los que son considerados inferiores.
Que cuando unos se levantan contra otros
nosotros consideremos a todos nuestros hermanos;
que incluso nuestros enemigos sean para nosotros
hermanos enemigos,
y que por eso no escatimemos esfuerzos
para llegar a acuerdos realmente superadores.
Te pedimos, Padre, que en nuestras vidas
lleve la voz cantante
el amor que tú derramas en nuestros corazones.
Y que lleve la voz cantante en la vida de todos.