La vida en las fronteras del sistema capitalista
Rubén de la Prida
Por su propia naturaleza, las fronteras son lugares de intercambio. Zonas estrechas impregnadas por la creatividad y el movimiento, en las que las personas están destinadas a entenderse para sobrevivir. Ámbitos en los que se produce el trueque cultural, el mestizaje. Características todas aplicables al Hotel Cambridge, un edificio de Sao Paulo ocupado por gente de procedencia diversa con un denominador común: la incapacidad para acceder a una vivienda digna. Así, la comuna que da nombre a la película se manifiesta como metonimia de una frontera bien definida: la del sistema neoliberal.
La realizadora brasileña Eliane Caffé entrega en esta cinta el relato vitalista, caótico y humano de los días que preceden al violento desalojo del Hotel Cambridge. Para ello, hace uso de muy variados registros formales: desde la puesta en escena más explícitamente teatral a secuencias enteras de carácter documental, pasando por tramos de metraje constituidos de conversaciones por Skype o momentos intimistas de un elaborado esteticismo. Un film, por tanto, políglota en lo que al lenguaje cinematográfico se refiere, como reflejo de la pluralidad de situaciones y circunstancias de los habitantes de esta particularísima torre de Babel. La única desventaja de tanta diversidad en las formas es que, al final, acaba por devenir en deslavazado, restando eficacia a su mensaje si la comparamos, por ejemplo, con una de las últimas grandes obras del cine social: Yo, Daniel Blake (Ken Loach, 2016). Allí, la distancia en la representación y la concentración en una historia singular llevaban al respetable a empatizar de modo inequívoco con aquel individuo corriente exiliado a las periferias de un mundo que ha dejado de entender.
La película de Caffé, al mostrar las múltiples caras del poliedro social de los excluidos por el capitalismo, debe pagar el tributo de una menor cercanía entre el público y los personajes particulares. Lo cual no evita, sin embargo, que en esta obra como en la de Loach ascienda en el espectador un sentimiento visceral de rechazo ante la profunda injusticia de un orden socioeconómico que, en su adoración al dinero y al individualismo, ha quedado ciego para una antropología que vea lo que la alteridad del otro tiene de enriquecedor. En este sentido, el edificio invadido se revela por contraste como un espacio en el que cada uno es respetado, acogido, admirado incluso, ni más ni menos que por ser quien es. El destino incierto se convierte en la argamasa de un microcosmos social que vuelve a mirar con simpatía al prójimo, se trate de quien se trate.
Los minutos finales hacen que su comicidad y su dramatismo muten en tragedia. Porque, ¿qué sucede si no hay nada al otro lado de la frontera? ¿si no hay alternativa alguna a la realidad conocida? ¿Para qué sirven los límites del abismo? Aunque solo sea por su capacidad para evocar tales preguntas, y por dar al espectador algún indicio de respuesta, Hotel Cambridge se convierte en una recomendable película de cine social, que, como no podía ser de otra manera, hace de la denuncia su núcleo, su razón de ser.
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2142-hotel-cambridge