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Editorial SIC 748: La democracia nos reta

Editorial de la revista SIC 748. Septiembre-octubre, 2012

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El Consejo Nacional Electoral ha mostrado ser un ente que ofrece confianza a los venezolanos para las elecciones del 7 de octubre. Es verdad que no ha sido lo suficientemente firme a la hora de hacer que se cumplan las reglas del juego durante la campaña electoral, por los abusos del Presidente de la República en el uso de los medios del Estado para sus propios fines electorales. Pero está lo suficientemente preparado tanto en lo técnico —registro electoral, software, máquinas, transmisión, captahuellas, cuadernos, tinta— como en lo logístico y organizacional —los centros de votación en todo el territorio nacional— para que las elecciones se realicen con éxito. Siempre habrá que ser exigentes en el cumplimiento de las normas para lo cual se requerirá de la contraloría por parte de la ciudadanía, los partidos políticos y las diversas organizaciones sociales. Quedan muchas elecciones por delante en las que será necesario vigilar para que se realicen de acuerdo a las normas establecidas. La práctica constante de la vigilancia y la contraloría por parte de los ciudadanos fortalece la autonomía de los ciudadanos y de la sociedad, consolida los hábitos democráticos frente a las pasividades y las inercias que descargan su responsabilidad en otros.

La realidad y la campaña electoral

Estos meses han transcurrido signados por una gran lucha informativa, el vaivén de encuestas para calmar ansiedades, bajar la incertidumbre y darle la certeza a los respectivos bloques políticos que su candidato ganará porque lo dicen las tendencias que describen las estadísticas. El derrumbe del puente en Cúpira, las explosiones el la refinería de Amuay, la recurrente tragedia de las cárceles, los enfrentamientos entre oficialistas y opositores son sucesos que han perdido peso y densidad ante el poder difuminante que se le ha dado a esta campaña electoral que tiene al menos un año.

De ahí que el proceso de la campaña se haya desarrollado, entre promesas y repartos, lejos del deseo de la gente que quiere que se discuta, rebata o decida en el dominio público lo que tiene que ver con sus vidas y así profundizar la democracia. No se sometieron a debate público los temas estructurales del país, los modos, mediaciones, recursos y lapsos de tiempos necesarios para superarlos, para que fueran sometidos al escrutinio público y tuvieran legitimidad de origen para su mediata y futura implementación. Y que todas estas prácticas que se convirtieran a su vez en una gran señal de los modos democráticos con los que queremos identificarnos para siempre y no meros “simulacros” de escrutinios que esconden otros intereses. Al contrario, se apeló exclusivamente al respaldo emotivo de los líderes con sus rebaños cautivos y al diseño de planes para cazar votos.

Esa actitud, esa postura pragmática de marketing electoral puesta en el caldo de cultivo de polarización de las élites y operadores políticos con gran capacidad de amplificación de sus concepciones, haciéndolas pasar como las de todo el conjunto social, ha provocado que los seguidores de un bando y otro se enfrenten sacando lo peor de la política. Un guion bastante conocido que apela a la superficialidad, a los prejuicios y de allí que el clasismo, el racismo y la xenofobia hayan hecho una lamentable aparición. Los enfrentamientos que se han producido han teniendo como “arsenal” discursivo prejuicios de todo tipo y ha ido escalando hasta llegar a la violencia protagonizada y obviamente padecida por los de abajo. Se perdió otra oportunidad de discutir sobre los problemas estructurales, se desplazó a la política, se evitó la profundización de la democracia.

Dada esta tergiversación de la política nos enfrentamos a escenarios que de seguro quienes realmente lo padecerán no lo desean. La campaña electoral puso en el congelador la realidad cotidiana de los venezolanos cuando esta debería ocupar el centro de la misma. Más que un gran “simulacro” que respondía al chequeo de los votos, faltaron las discusiones, los debates, las convocatorias de las bases, la información pertinente, todo lo que legitimara los resultados de esta contienda tan esperada.

Cosechamos lo que sembramos

La sociedad venezolana llega a estas elecciones polarizada, dividida, fragmentada y con más cautelas y temores que compromisos. Leyéndonos en clave de contiendas electorales pasadas donde un contendor espera acabar con el otro. Lamentablemente, llegamos a estas elecciones sin haberle dado cabida a los llamados al diálogo, las negociaciones, los consensos, los acuerdos, los acercamientos. Estamos huérfanos de organizaciones e instituciones de prestancia a las que se pudiera recurrir en caso de que la tensión se torne insoportable. Estas voces no han tenido acogida. Se les ha considerado entreguistas y traicioneras, bajo la consigna de “al enemigo ni agua”, cuando no impertinentes arguyendo que “no es el momento”. Este ambiente dominado por el miedo y la incertidumbre de unos y el fríos cálculo de otros es la muestra de que agudizamos el ingenio para delimitar la realidad a dos polos fuera de los cuales nada positivo es pensable y nos fuimos quedando sin razones para cultivar la esperanza que los trasciende. Nos resistimos a esperar el tiempo propicio para cortar la cizaña que creció alrededor del trigo. Cerramos la oportunidad para tender puentes y subir el nivel de la discusión sobre el país que tenemos y la sociedad que realmente somos. A pesar de todo no podemos absolutizar la lógica de ganadores y perdedores, sino que sabiendo que se les garantizará responsablemente un lugar y un trato justo. Ahí tenemos a Colombia, después de 50 años de guerra, por fin las partes parecen haber entendido que la paz es la prioridad sin la cual todos los demás logros se pierden. Ojalá nosotros no esperemos tanto tiempo para darnos cuenta de que el fracaso está en la resignación a lo dado, a la ausencia de política, al sálvese quien pueda o a la guerra como destino.

De modo que para la consolidación de la democracia venezolana no será suficiente con el desenlace de estas elecciones. El país de los dos toletes donde uno busca imponerse definitivamente sobre el otro es inviable. La resignación ante esta lógica involucra perder el horizonte de la justicia y la paz, de la diversidad y la pluralidad que somos como país. Por tanto, tenemos que insistir, por un lado, en que el país no avanzará si el gobierno que fuere no se convence de que no comienza de cero y de que no puede prescindir del adversario. El desconocimiento sistemático de los haberes con los que contaba Venezuela, y con los que llegaba a las elecciones en 1998, que ha practicado este Gobierno, no ha dado buenos resultados. Y, por otro, la impostergable participación y protagonismo popular, convencernos de que tienen que formar parte del equipo titular, que su papel no es el de ser meros recoge bates en el juego de las estrellas. Así como el reconocimiento de las voces que no han tenido lugar en esta lógica dicotómica que ha dominado nuestro comportamiento hasta ahora. Cuando se apaguen los reflectores del escenario electoral será importante atender a la realidad para poder llevar adelante un proyecto capaz de articular la gobernabilidad democrática, la justicia  social, el crecimiento económico y el cuidado del medio ambiente.

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