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El síndrome de Caín

cain_killing_abelManuel de la Peña y Angulo

 Eliminar al Otro. – Es difícil concretar con sencillez y claridad un punto de partida, para un problema que se viene presentando con rasgos apocalípticos en todo el mundo y del que tenemos profusa información en tiempo real; tal cual es, la eliminación del Otro, porque tenga un credo diferente en lo religioso o en lo político, o simplemente porque piense o sea diferente. Se le elimina físicamente o se le encarcela o se destierra o le silencia, o se le descarta porque no les sirve más o le cuesta soportar a quien detenta cualquier cuota de poder.

El asesinato del Otro, no se queda en un relato bíblico del pasado, es una realidad tan actual y cercana, que nos involucra y hace casi imposible, lograr consensos de largo aliento; nos cuesta un mundo, reconocer y aceptar al Otro desde la diferencia, porque nuestro ego es la justicia, la verdad y es nuestro, el ejercicio despótico de la vida del Otro o lo Otro.

Complementariedad o aislamiento. – Si fuera de otro modo, podríamos empeñarnos en dejar a un lado el egoísmo y la indiferencia, disfrazados de neutralidad, prudencia o asepsia cultural, política o religiosa. Asumir posiciones coherentes sobre desplazamiento de refugiados, o migración económica o adoptar formas concretas de compromiso; o hacernos responsables por quien no es más que un prójimo circunstancial y desconocido, porque nos hace rozar nuestra muerte ontológica.

Ubicuidad del rechazo al Otro. – Es tan actual y cercana, que la palpamos en nuestra vida cotidiana, cuando nuestros padres ¨no nos entienden¨ o cuando constatamos que el proyecto de largo plazo en familia, supone conocernos, aceptarnos y ceder a consensos para un proyecto conjunto de vida, preñado de imprevisibles y riesgos que no podemos manejar. Permitirnos edificar ¨el Otro´ para probar si nos edifica también, es trascender la tentación de eliminar al más débil o al diferente. Algo tan lacerante requiere gran versación y sabiduría, por lo que es mejor tomar sin más el relato inicial del Génesis:

“Yahvé h dijo a Caín: ¿Por qué andas irritado y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Más, si no obras bien, a la vuelta está el pecado como fiera que te codicia y a quien tienes que dominar”.

Síndrome de Caín. – Salvo situaciones del todo excepcionales, podemos afirmar que es experiencia común a la humanidad, el trastorno psicológico que aquí se describe; cuando ¨sentimos¨ que es u obra diferente o que se nos ha tratado ¨injustamente¨, nos abatimos y nos irritamos, porque estamos convencidos de obrar o pensar bien, y aunque quisiéramos hacerlo de una manera diferente, – lo cual sería un gran paso adelante -, nuestro corazón nos pide revancha o asegurarnos eliminando al diferente.

El tercer canto el siervo de Yahvéh, del relato de Isaías, dice:

“El Señor Yahvéh me ha abierto el oído, y no me resistí ni me hice atrás. Ofrecí mi espalda a los golpes, mi cara a los que mesaban mi barba, Y no hurté mi rostro a insultos y salivazos. Pero el Señor Yahvéh me ayuda, por eso no sentía los insultos; y ofrecí mi cara como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”.

Desapegarse del equipaje. – La fe del siervo en Yahvéh, no guarda reservas, nació para darse, por lo que trasciende a toda circunstancia temporal; de tal manera que ninguna agresión hiere su corazón. El siervo es santo como su Padre es santo. Con toda razón, quienes aprendimos el catecismo en el siglo pasado, recordamos que hace falta una reorientación cordial de vida – metanoia -, para reconocer culpas del Ego y pedir perdón por ellas: Un primer paso es ¨el dolor de corazón¨ y luego ¨el propósito de enmienda¨, antes de confesar las culpas y lograr una verdadera satisfacción de obra. Sin embargo, el amor o la pasión por la santidad, aunque no ¨llueva como café en el campo¨, son una gracia; y no queda más que suplicar muy duramente por ella, a quien sabe cómo y cuándo darla.

Para ser ofendido u ofender, es preciso un encuentro con el Otro, que comienza con quién es el prójimo.

A la pregunta Y quién es mi prójimo, Jesús respondió:

—Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos bandidos que después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándolo medio muerto.  Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote quien, al verlo, dio un rodeo y siguió de largo.  De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio, y al verlo, se desvió y siguió de largo.  Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él.  Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó.  Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva.”  ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?

 —El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.

—Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.

¡¿Amar al enemigo?! .- Para comprender que el pasaje citado, extrema la situación, debemos ponernos en los zapatos de un samaritano considerado enemigo del pueblo escogido por Dios y separado como su propiedad, por el que lucha con brazo fuerte como el más poderoso de todos los dioses; y no solo eso, sino del sacerdote, que le presenta las ofrendas y acciones de su pueblo y de un intérprete de la ley que debe garantizar la fidelidad del pueblo a la Alianza; para concluir que el ejemplo del buen samaritano es inalcanzable en la vida común de las gentes, salvo por Jesucristo, por ser Hijo de Dios.

No obstante, lo anterior y al margen de algunos santos y mártires de la Iglesia; quien nos demuestra cómo es posible amar al enemigo, es un judío lituano cuya familia fue desplazada en la I Guerra Mundial, estudió filosofía en Alemania con sus más grandes representantes del momento, con los que luego compartió cátedras, para huir del nacional socialismo a Francia, donde adquirió esa nacionalidad, su familia extensa fue exterminada por los nazis en la II Guerra Mundial y él cayó prisionero. Por ser teniente del ejército francés e intérprete políglota, lo usaron como tal y no lo dieron muerte.

 Este hombre es un posible Job moderno, es también el siervo de Yahvéh, pero sobre todo es un pensador o profeta, que nos enseña, cómo es posible amar al enemigo; sentando una línea de pensamiento que es imperativo vigorizar y difundir. Su nombre es Emmanuel Lévinas, el pensador más grande del siglo XX, según Karol Wojtyla, San Juan Pablo II.

Este hombre que debía estar destruido y lleno de rencor y deseos de venganza, decide optar por la vida, abriéndose a la trascendencia y abandonando la finitud que necesariamente concluye en la muerte propia, el sin sentido de la vida, y la eliminación del Otro, que lo perturba en la cortedad de su vida y marca límites a su ego.

Se declara absolutamente incapaz de conocer al Otro en su infinita complejidad, en quien su rostro es tan solo una epifanía mientras lo contempla, se reconoce responsable ante quien no puede permanecer indiferente ni atreverse a juzgar, porque el hacerlo es volver sobre sí mismo sin poder trascender a ese otro y encontrarse sin posibilidad de vida, cayendo en la tentación fratricida, al sentir insoportable la diferencia con que el otro amenaza su existencia.

Para Lévinas percibir un rostro es algo que se vive como un sobrecogimiento que no deja tiempo para mirarlo a la manera como se contempla una imagen o un paisaje donde todo está dado. El rostro es lo más desnudo y vulnerable del hombre, para quien lo mira es una invitación al asesinato, pero también una absoluta prohibición de ceder a la tentación de ajusticiarlo; por el contrario, él rechaza el enfoque occidental vigente, básicamente ontológico y cosificante y se impone una relación metafísica y una perspectiva necesariamente ética de vida que lo hace responsable del Otro que se le pone enfrente, como lluvia que cae sobre buenos y malos. Conocer a Emmanuel Lévinas es maravillarse frente al buen samaritano que se descubre en la trascendencia, en el amor al enemigo y nos enseña que esto es posible.

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