La política colombiana Ingrid Betancourt, secuestrada por las Farc, tilda al Papa de “huracán”. “Ha sido realmente conmovedor ver cómo se ha encendido una luz de alegría”
Alver Metalli
“En los últimos días hemos visto muchos huracanes como Irma. Del mismo modo, el Papa Francisco ha sido un huracán que pasó por Colombia moviendo las estructuras e interpelando íntimamente a los colombianos”. La ex candidata presidencial colombiana, Ingrid Betancourt, invitada especial del “Diario del Papa Francisco” en el canal italiano Tv2000, describió con esas palabras el viaje del Papa a Colombia.
“Francisco – siguió diciendo Betancourt – ha tocado nuestros corazones. Nos ha obligado a mirarnos a nosotros mismos como quisiéramos ser y como deberíamos mirar a los que nos hicieron mal. Es como hacer un autoanálisis y mirar cara a cara nuestra propia humanidad a nivel individual y colectivo. Como colombiana, viendo desde lejos lo que está ocurriendo en Colombia, ha sido realmente conmovedor ver cómo se ha encendido una luz de alegría, de esperanza en los rostros cansados, demacrados del pueblo sufrido de Colombia”.
“La visita del Papa Francisco – siguió diciendo Betancourt – nos está recordando otras opciones que tenemos. Podemos vivir aferrados a nuestras venganzas, a los valores de la guerra, que obviamente es matar al enemigo. Pero es un error, es mantener al ser humano encadenado a sus instintos y no en su humanidad. Creo que lo que el Papa Francisco nos está trayendo es otra imagen de lo que podemos ser. Podemos ser libres, podemos comprender que la reconciliación no depende de que el otro venga a pedirme perdón, sino de que nosotros le demos la oportunidad de encontrarse a sí mismo, de liberarse del daño que nos ha hecho. En este sentido todos los colombianos estamos llamados a cambiar de actitud, no solo los guerrilleros”.
“La fe fue mi salvación”, contó Betancourt al canal de televisión de los obispos italianos. “Yo fui prisionera junto con otras personas y he visto el daño que hizo la experiencia del cautiverio en el alma de los cautivos y en el alma de los que nos tenían cautivos. La deshumanización es un camino muy rápido en el cual el ser humano siempre encuentra razones para justificarse”.
“Para mí Dios, Jesús, – siguió diciendo – fue la voz, la palabra, el testimonio, la imagen de lo que me permitía conservar la dignidad en una situación de pérdida de la libertad, humanamente denigrante. Todos sentíamos que no teníamos valor, pero sentíamos que Jesús estaba allí presente, de maneras muy extrañas, pero muy reales. No era algo abstracto, un simple recuerdo de las Escrituras. Eran situaciones y diálogos muy reales con preguntas y respuestas reales e inmediatas. Esta presencia me hizo comprender que había un valor en cada uno de nosotros y que esto era lo que había que cuidar. Para mí, eso fue lo que me permitió abrir un diálogo con mis compañeros de cautiverio y con los que me tenían prisionera”.
El cautiverio, ha recordado Betancourt, ha sido “un momento dramático de mi vida, pero también de inmensa luz en medio de las tinieblas. Yo estaba encadenada por el cuello a un árbol porque algunos días antes había escapado, pero me habían vuelto a atrapar. El odio de la guerrilla contra mí estaba en el punto culminante. Aquel día estaba lloviendo a cántaros, había una tormenta tropical y todo el grupo, tanto los prisioneros como los guerrilleros, estaban resguardados bajo sus carpas. El castigo que me habían impuesto por la fuga era estar fuera, a la intemperie. No estaba protegida como los demás. El agua no mata, pero estar expuesta durante horas bajo la lluvia implica un dolor físico, una humillación moral, una depresión del ánimo. Me sentía tratada como un animal. Junto a mí había un guardia, y en algún momento le pedí que me liberara para poder ir al baño. El guardia me contestó: “Lo que tenga que hacer, lo hace aquí, al frente mío”. No sé por qué, pero en aquel momento la respuesta de aquel hombre, tan llena de odio, de maldad, produjo en mí una reacción muy violenta. Yo decidí que lo iba a matar. Fue una decisión muy fría que me dio una fuerza, que me fue llenando de una emoción que me ahogó, que se convirtió en una especie de obsesión. Durante días estuve pensando cómo podía matar a aquel hombre. Hasta que un día me sacudí y pensé “eso no es lo que yo quiero ser. Eso es exactamente lo que yo no quiero hacer. No quiero terminar convirtiéndome en un ser de odio, sedienta de la muerte de otro. No me quiero convertir en lo que ellos son. Este pensamiento fue liberador, porque comprendí que aún con las cadenas de la humillación, del abuso y del dolor todavía tenía la más importante de las libertades, que era ser lo que yo quería ser”.
“Creo que el elemento fundamental – agregó Betancourt -, lo más importante y nuestro tesoro, es la esperanza que nos da la fe. La fe es la que nos dice “no importa lo que te está pasando ahora, después vas a entender y llegarás a la luz”. Si nosotros creemos que las cosas son así y nada más, entonces morimos, porque se nos acaba el oxígeno espiritual. La esperanza, en cambio, es el motor de la transformación.
Fuente: http://reportecatolicolaico.com/2017/09/53363/