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Editorial SIC 739: El arte de entender al otro

Editorial Revista Sic 739. Octubre-noviembre 2011 

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Estamos en clima de campaña electoral.  Pero esta vez la campaña está redoblada porque la mesa de la unidad está de primarias para elegir el candidato que contenderá con el actual presidente y porque en las filas del gobierno se sospecha o más bien se teme que pueda darse la eventualidad de que no pueda competir y porque se sabe que no podrá hacerlo con los bríos que solía y esa posibilidad despierta movimientos soterrados de personas y tendencias y, más crasamente, de grupos de poder.

Hay, pues, tanto en la oposición como en el gobierno, dos direcciones contrapuestas: la necesidad que tienen ambos grupos de presentarse realmente unidos, que aconseja dejar atrás ambiciones personales o grupales y sumar fuerzas, y la coyuntura de la elección del candidato en la oposición y en las filas del gobierno, la necesidad de pensar en un chavismo al menos al lado de Chávez si no sin Chávez, que despierta movimientos centrífugos, que pueden causar fracturas duraderas que minen la necesidad de unidad.

La necesidad que tienen ambos grupos de compactarse lleva a un intenso trabajo en el interior de las propias organizaciones. Y a su vez, la campaña por la propia candidatura en la MUD y la lucha por el posicionamiento en el chavismo en vistas a la era postchávez, lleva al centramiento en cada líder y sus grupos de influencia. De ambos modos las formaciones políticas tienen el peligro, un peligro en el que les va a resultar muy difícil no caer, de alejarse más de la ciudadanía. Y hay que reconocer que el alejamiento puede convertirse en una brecha insalvable.

El dilema del Gobierno

El gobierno comenzó salvando la brecha, mejor la sima, que habían abierto los partidos mediante una interlocución lo más inmediata posible por parte del Presidente y por una llamada a una democracia protagónica, sobre todo a los sectores populares, en orden a enfrentar y resolver sus problemas. Por eso ganó la presidencia. Pero ese diálogo constante no se correspondía con hechos de gobierno que resolvieran estructuralmente los problemas y por eso fue perdiendo ascendiente entre la gente, además de crispar innecesariamente a los demás sectores.

Entonces llegaron las misiones que en un principio parecieron colmar las expectativas. Pero las misiones se han ido agotando, la propuesta del Presidente se ha ideologizado, en el sentido preciso de que el Estado es de hecho el único actor, de manera que objetivamente no casa con el sentir popular. Y sobre todo el balance de los logros concretos en estos doce años es muy negativo: la educación, la salud, la seguridad, el trabajo productivo, la vialidad, las viviendas, los servicios de agua y luz… no están a la altura del siglo XXI, y no lo están precisamente en los años en que el petróleo ha valido más, es decir cuando al Estado ingresaban más recursos que en el resto de la democracia. La gente tiene la impresión de que el Estado no hace y que además es sordo a los reclamos concretos de la ciudadanía.

Sin embargo, la magia del Presidente, su capacidad realmente monstruosa de interlocución, de venderse al pueblo como el principal activo de la república, dista mucho de haberse evaporado. Parece claro que puede ser capaz de seguir ganando elecciones, pero parece igualmente claro que no es capaz de dar más de lo que dio; eso, en la hipótesis de que su salud se recupere hasta el punto de poder seguir gobernando.

Si el gobierno no sale de su estatismo y no pone condiciones para que opere el capital (a todos los niveles, no sólo el gran capital sino también el mediano y el pequeño), compitiendo con él, si no quiere darle paso en todas las áreas que no son estrictamente estratégicas, tendencialmente sólo la seguridad, los servicios básicos y el petróleo, aunque poniendo unas reglas de juego para que cumpla su función social, no podemos esperar ninguna mejora sustancial sino por el contrario el agravamiento de los problemas actuales.

El dilema de la oposición

Los partidos políticos (Chávez gana las elecciones con un discurso antipartido) comienzan el período con una tendencia a la disolución o, en el caso de AD y Copei, prácticamente inexistentes. Y así se mantienen en la primera fase del período, que culmina en el intento de golpe, en el que son los medios de comunicación quienes comandan la oposición al gobierno y utilizan a los líderes políticos que, más o menos, se sobreviven. Poco a poco van emergiendo, más por el desgaste del gobierno que por méritos propios, hasta que alcanzan tal entidad que son capaces de proponerse la Mesa de la Unidad Democrática.

Podemos decir que sólo ella, si se mantuviera como unidad de acción con los puntos programáticos a los que llegaron, contiene una propuesta capaz de constituirse como alternativa a la del gobierno.

Cada partido sabe que, adoleciendo de organización, cuadros y militancia, casi no posee más capital que el capital simbólico de su nombre y su historia, que en muchos casos obra en su contra y exige una autocrítica pública. Cada partido sabe que si juega a imponer su peso relativo en la MUD, se rompe el juego y todos salen perdiendo. Y, sin embargo, es tal la malformación fraccionalista, que sólo el sentido de realidad puede superarla.

La pregunta de fondo para la MUD es si quiere en verdad comprometerse con los cien puntos de su programa. Porque sólo en base a ellos tiene algo que decir al país y tiene derecho a constituirse en una verdadera alternativa. Esos cien puntos los han redactado representantes suyos y han sido aprobados por ellos; pero superan a la mayoría de los líderes. Si no están dispuestos a medirse por ellos yendo más allá de lo que habían ido sosteniendo, no merecen que se les vote y, si ganan, será como voto castigo al Presidente y no por méritos propios y defraudarán a sus electores.

Como se ve, ambas formaciones encaran retos objetivos ingentes, que les obligan a ir más allá de lo que actualmente sostienen y son. Si no los encaran, no están a la altura de la realidad, y, gane el que gane, acabarán de hundir al país.

Responsabilidad ciudadana

Dijimos en un editorial que sólo Venezuela, las necesidades y desafíos que confrontamos como país, nos unirán, si las ponemos por delante de nuestros intereses particulares y de nuestras filias y fobias. Pues bien, queremos añadir que los ciudadanos tenemos que ser para los políticos esa voz de la realidad. Y que, si no lo somos, si no alzamos nuestra voz, los políticos, por ellos mismos, no se pondrán a la altura de nuestros problemas y retos. En esto consiste nuestra responsabilidad ciudadana.

Los políticos nos requieren como coro que aplaudamos sus proclamas y refrendemos sus decisiones. Nuestro deber es no aceptar ese papel de eco de su voz y ocupar nuestro lugar, nuestra responsabilidad de ciudadanos. ¿En qué consiste?

En hacernos cargo cada uno de la situación del país y de nuestra implicación en ella. En conversarla entre nosotros con un doble objetivo: entender y entendernos. Entender cada vez más claramente la situación componiendo los aportes de unos y otros. Y para que esa composición sea viable, hacer todo lo posible por entendernos, por considerar al otro como un verdadero interlocutor.

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