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Editorial Sic 707: De América Latina a la América pluricultural

Portada SIC 707Editorial Sic 707. Agosto 2008

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América Latina tiene dos tareas insoslayables: entrar en la globalización no apendicularmente sino desde su genuinidad y con peso propio, y expresar a nivel de símbolos e instituciones su condición de región multiétnica y pluricultural, lo que implica dejar de ser sólo latina y asumirse también como indígena, afrolatinoamericana, campesina y suburbana.

Ambas tareas son diversas y tienen que acometerse específicamente; pero están íntimamente conectadas, de tal modo que sólo podrá ocupar su puesto en el concierto mundial, si acepta el aporte de cada cultura, como a su vez cada cultura sólo podrá imponer su vigencia, si acepta medirse por el reto de la mundialización, lo que supone esforzarse arduamente en asumir los bienes civilizatorios del Occidente mundializado.

EL RETO DE LA MUNDIALIZACIÓN

Empezando por lo que implica el reto de la mundialización, tenemos que recalcar que las culturas tradicionales no pueden agotar todas sus energías en resistir, reforzando su identidad ancestral. Tienen que admitir en su seno una individualización mucho más profunda, de manera que sus miembros sean también auténticos sujetos humanos con amplia iniciativa y autonomía, y además deben propiciar la asimilación de los bienes tecnológicos y organizativos de la última revolución científico-técnica. Estas novedades llevarán a una trasformación interna de sus culturas.

Tenemos que decir que hay grupos indígenas y campesinos que ya lo vienen haciendo con gran éxito. El resultado no ha sido el abandono de su cultura sino su repotenciación, junto con un sano orgullo de pertenecer a ella. Hay que reconocer que otros grupos lo tienen mucho más difícil. Pero no pueden dejar de planteárselo, so pena de apagarse irremediablemente.

La cultura suburbana, por su parte, es una cultura contemporánea. Por eso tiene una sensibilidad muy agudizada no sólo respecto del manejo de la informática sino también del conocimiento de la tecnología. Además es un nicho fundamental de la cultura de masas, con lo que en ella hay de alienante y con lo que trasmite de información en tiempo real de lo que acontece en el mundo, de apertura a la innovación, de asimilación de las lógicas de los medios, de pertenencia intuitiva a esta figura histórica, aunque sea desde la periferia. Sin embargo, el abandono del Estado y de la ciudad, la escasez de fuentes de trabajo productivo y la violencia ponen en peligro estas virtualidades.

La conciencia de que tenemos que asumir los bienes civilizatorios de la mundialización nos tiene que llevar a abandonar las actitudes y los discursos meramente adversativos. Es cierto que la dirección dominante de esta figura histórica está determinada por el totalitarismo de mercado, que reduce la polifonía de la vida al circuito de producir y consumir, que intenta convertir todo en bien transable y acelerar el proceso de modo que lo producido sea cada vez más desechable. La denuncia de este totalitarismo que explota, excluye, unidimensionaliza y deshumaniza, no debe hacer olvidar las potencialidades del individuo emprendedor, que no puede ser sustituido por el Estado, las bondades del mercado realmente libre y competitivo, y la potenciación de muchos bienes civilizatorios sin los que no es posible ya la vida humana. No se puede olvidar la crítica, pero tenemos que tener conciencia de que sólo poseyendo y actuando lo valioso, podremos superar el totalitarismo de mercado que nos abruma.

HACIA UNA AMÉRICA LATINA MULTIÉTNICA Y PLURICULTURAL EN ESTADO DE DERECHO E INTERACCIÓN SIMBIÓTICA

Refiriéndonos a la tarea de trasformar nuestra América, tenemos que percatarnos de que mucho ha cambiado la región en lo que va de siglo y mucho más está en trance de cambiar. Lo que viene sucediendo es tan decisivo que estamos asistiendo al alumbramiento de la tercera época de América Latina, después de la primera, la de los amerindios, y de la segunda, hegemonizada por los peninsulares (españoles y portugueses), devenidos finalmente por causa de continuas migraciones en simplemente occidentales. Podemos distinguir en esta segunda época tres períodos: en el primero compartieron el poder los peninsulares de la península ibérica y los que se afincaron en América. En el segundo período los americanos expulsaron a los europeos para constituirse en los únicos señores. Por eso lo que resultó de la emancipación fueron repúblicas señoriales. El tercer período, especialmente relevante para entender nuestra situación, adviene en la segunda mitad del siglo pasado cuando, ante el empuje de los no occidentales, los occidentales se avinieron a compartir el poder con ellos, siempre que se occidentalizaran, es decir que renunciaran a sus culturas. Así mucha gente de etnia no occidental, al blanquearse ascendió a la clase dominante. Los mecanismos occidentalizadores, que fueron también modernizadores, fueron la educación de masas, la cultura de masas y los partidos de masas. En algunos países, como el nuestro, este mecanismo produjo un vigoroso incremento de las clases medias y una cierta homogeneización, que dio estabilidad al país por varias décadas.

Pero la combinación entre las crecientes expectativas y por lo tanto demandas de los de abajo y la desaceleración del crecimiento por el agotamiento del modelo de sustitución de las importaciones, llevó a las élites, que no estaban dispuestas a bajar su tren de vida ni a compartir el poder, a aliarse con los militares e instaurar los regímenes de seguridad nacional o, en el caso de Venezuela, a copar el Estado que, al no mediar ya entre las clases, dejó de hecho de ser democrático, aunque lo siguiera siendo en las formas. Aparentemente el siglo concluía con la derrota aplastante de las clases populares.

Sin embargo la escena va cambiando profundamente en este siglo. Aprovechando la formalidad democrática, que no resultó tan desdeñable como la izquierda creía, muchos gobernantes tomaron el poder apoyándose en el pueblo y específicamente hablándole en el lenguaje de sus culturas e invistiendo sus símbolos. Ya en torno a la celebración del quinto centenario del arribo y establecimiento de los occidentales a América los pueblos indígenas mostraron que no se reducían al papel de pueblos testimonio al que los relegaban los sociólogos. También los afrolatinoamericanos se hicieron más visibles y mostraron su rostro y sus demandas. Lo mismo podemos decir de los campesinos cocaleros de Bolivia o los sin tierra en Brasil y otros lugares.

Este resurgimiento ¿en qué se diferencia del tercer período de la segunda época? En que entonces los pueblos parecieron aceptar el proceso de modernización, que entrañaba el abandono de sus culturas, para integrarse a la cultura occidental. Hoy, en cambio, son sus culturas las que les dan fuerza para mantenerse y surgir y por eso se afincan en sus organizaciones y sus símbolos. Pero coinciden con el período anterior, en que también hoy, desde sus propias culturas, tienen conciencia de que es preciso poseer e integrar los bienes civilizatorios de la mundialización.

Toca a los occidentales americanos aceptar esta irrupción de las culturas preteridas y confinadas a espacios particulares y darles lugar en el horizonte global de la región. Esto entraña nada menos que la redefinición de la región, que no puede ser ya sólo latina sino que tiene que admitir de buena gana su pluriculturalidad a nivel institucional y de símbolos, sin que esto entrañe una fragmentación de la región sino por el contrario una interacción simbiótica que vaya desde la interculturalidad hasta la hibridación.

Sólo desde esta redefinición de nuestra identidad como región estaremos en condiciones de sumarnos con peso propio a la globalización y aportar nuestras riquezas.

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