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Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral

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Fotografía: Flickr – Pierre Pouliquin. Licencia Creative Commons.

CPAL

En Roma, se dio a conocer el Documento Preparatorio para el Sínodo de la Amazonía. Este documento fue preparado en un diálogo cercano la Iglesia Amazónica y será el instrumento de consulta para que muchas voces, muchos actores diversos puedan aportar para lo que será una potente reflexión de la Iglesia.

Compartimos el documento de preparación para el Sínodo de la Amazonía de octubre del próximo año, publicado el pasado viernes 8 de junio por la Santa Sede.

Preámbulo

De acuerdo con el anuncio del Papa Francisco, del día 15 de octubre de 2017, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para reflexionar sobre el tema: Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral, se llevará a cabo en octubre de 2019. Esos caminos de evangelización deben ser pensados para y con el Pueblo de Dios que habita en esa región: habitantes de comunidades y zonas rurales, de ciudades y grandes metrópolis, poblaciones que habitan en las riberas de los ríos, migrantes y desplazados, y especialmente para y con los pueblos indígenas. (1)

En la selva amazónica, de vital importancia para el planeta, se desencadenó una profunda crisis por causa de una prolongada intervención humana donde predomina una «cultura del descarte» (LS 16) y una mentalidad extractivista. La Amazonía es una región con una rica biodiversidad, es multi- étnica, pluri-cultural y pluri-religiosa, un espejo de toda la humanidad que, en defensa de la vida, exige cambios estructurales y personales de todos los seres humanos, de los estados, y de la Iglesia.

Las reflexiones del Sínodo Especial superan el ámbito estrictamente eclesial amazónico, porque se enfocan a la Iglesia universal y también al futuro de todo el planeta. Partimos de un territorio específico, desde donde se quiere hacer un puente hacia otros biomas esenciales de nuestro mundo: cuenca del Congo, corredor biológico Mesoamericano, bosques tropicales de Asia Pacífico, acuífero Guaraní, entre otros.

Escuchar a los pueblos indígenas y a todas las comunidades que viven en la Amazonía, como los primeros interlocutores de este Sínodo, es de vital importancia también para la Iglesia universal. Para ello necesitamos una mayor cercanía. Queremos saber ¿Cómo imaginan su “futuro sereno” y el “buen vivir” de las futuras generaciones? ¿Cómo podemos colaborar en la construcción de un mundo que debe romper con las estructuras que quitan vida y con las mentalidades de colonización para construir redes de solidaridad e interculturalidad? y, sobre todo, ¿Cuál es la misión particular de la Iglesia hoy ante esta realidad?

Este Documento Preparatorio está dividido en tres partes correspondientes al método “ver, juzgar (discernir) y actuar”. Al final del texto se presentan preguntas que permitan un diálogo y una progresiva aproximación a la realidad y expectativa regional de una «cultura del encuentro» (EG 220). Los nuevos caminos para la evangelización y el plasmar una Iglesia con rostro amazónico pasan por las veredas de esa «cultura del encuentro» en la vida cotidiana, «en una armonía pluriforme» (EG 220) y «feliz sobriedad» (LS 224-225), como contribuciones para la construcción del Reino.

Fotografía: Flickr – Pierre Pouliquin. Licencia Creative Commons.
  1. Ver, identidad y clamores de la Panamazonía (2)
  2. El territorio

La cuenca amazónica supone para nuestro planeta una de las mayores reservas de biodiversidad (30 a 50% de la flora y fauna del mundo), de agua dulce (20% de agua dulce no congelada de todo el planeta), posee más de un tercio de los bosques primarios del planeta y, aunque los océanos son los mayores captadores de carbono, no por ello la labor de captura de carbono de la Amazonía deja de ser significativa. Son más de siete millones y medio de kilómetros cuadrados, con nueve países que comparten este gran bioma (Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela, incluyendo la Guyana Francesa como territorio ultramar).

La denominada “Isla de la Guayana” delimitada por los ríos Orinoco y Negro, el Amazonas y las costas Atlánticas de América del Sur entre las desembocaduras del Orinoco y el Amazonas, forma también parte de este territorio. Otros espacios forman parte del territorio porque se encuentran bajo la influencia del régimen climático y geográfico dada su cercanía a la Amazonía.

Sin embargo, estos datos no suponen una región homogénea. Constatamos cómo la Amazonía tiene muchos tipos de “Amazonías” al interior de ella. En este contexto, es el agua, a través de sus quebradas, ríos y lagos, la que se convierte en el elemento articulador e integrador, teniendo como eje principal al Amazonas, el río madre y padre de todos. En un territorio amazónico tan diverso es de suponer que los diferentes grupos humanos que lo habitan han debido adaptarse a las distintas realidades geográficas, ecosistémicas y políticas.

El trabajo de la Iglesia Católica en la Amazonía, durante muchos siglos, se ha orientado a dar respuesta a dichos variados contextos humanos y ambientales.

  1. Diversidad socio-cultural

Dadas las proporciones geográficas, la Amazonía es una región donde viven y conviven pueblos y culturas diversas, y con modos de vida distintos.

La ocupación demográfica de la Amazonía antecede al proceso colonizador en muchos, tal vez miles de años. Hasta la colonización, el predominio demográfico en la Amazonía se concentraba en los márgenes de los grandes ríos y lagos por una cuestión de supervivencia que incluía las actividades de caza, pesca, y el cultivo en las tierras inundables. Con la colonización, y con la práctica extendida de la esclavitud indígena, muchos pueblos abandonaron estos sitios, y se refugiaron en el interior de la selva. Además, durante la primera fase de la colonización, se produjo un proceso de sustitución poblacional, con una fuerte concentración demográfica en los márgenes de los ríos y lagos.

Más allá de las circunstancias históricas, los pueblos de las aguas, en este caso de la Amazonía, siempre han tenido en común la relación de interdependencia con los recursos hídricos. Por eso, los campesinos y sus familias de la Amazonía utilizan los recursos de las tierras inundables, teniendo como telón de fondo el movimiento cíclico de sus ríos – inundación, reflujo y periodo de seca – en una relación de respeto por saber que “la vida dirige al río”, y el “río dirige a la vida”. Además, los pueblos de la selva, recolectores y cazadores por excelencia, sobreviven con lo que la tierra y el bosque les ofrecen. Estos pueblos vigilan los ríos y cuidan la tierra, de la misma manera que la tierra cuida de ellos. Son los custodios de la selva y de sus recursos.

Fotografía: Flickr – Pierre Pouliquin. Licencia Creative Commons.

Sin embargo, la riqueza de la selva y de los ríos de la Amazonía está amenazada hoy por los grandes intereses económicos que se asientan en diversos puntos del territorio. Tales intereses provocan, entre otras cosas, la intensificación de la tala indiscriminada en la selva, la contaminación de ríos, lagos y afluentes (por el uso indiscriminado de agro-tóxicos, derrames petroleros, minería legal e ilegal, y los derivados de la producción de drogas). A ello se suma el narcotráfico, que junto con lo anterior pone en riesgo la supervivencia de los pueblos que dependen de recursos animales y vegetales en estos territorios.

Por otro lado, las ciudades de la Amazonía han crecido muy rápidamente, y han integrado a muchos migrantes desplazados de sus tierras de manera forzada, empujados hacia las periferias de los grandes centros urbanos que avanzan hacia dentro de la selva. En su mayoría son pueblos indígenas, ribereños, y afrodescendientes expulsados por la minería ilegal y legal, la industria de extracción petrolera, acorralados por la expansión de la extracción de madera, y siendo los más golpeados por los conflictos agrarios y socio-ambientales. Las ciudades también se caracterizan por las desigualdades sociales. La pobreza que ha sido producida a lo largo de la historia generó relaciones de subordinación, de violencia política e institucional, incremento en el consumo de alcohol y drogas – tanto en las ciudades como en las comunidades – y representa una herida profunda en los cuerpos de los diversos pueblos Amazónicos.

Los movimientos migratorios más recientes correspondientes a la región amazónica están caracterizados, sobre todo, por la movilización de indígenas de sus territorios originarios a las ciudades. Actualmente entre 70% y 80% de la población de la Panamazonía reside en las ciudades. Muchos de esos indígenas son indocumentados o irregulares, refugiados, ribereños, o pertenecen a otras categorías de personas vulnerables. En consecuencia, crece en toda la Amazonía una actitud de xenofobia y de criminalización de los migrantes y desplazados. Esto, asimismo, da lugar a la explotación de las poblaciones de la Amazonía, víctimas del cambio de valores de la economía mundial, para la cual el valor lucrativo es mayor que la dignidad humana. Ejemplo de ello es el crecimiento dramático del tráfico de personas, especialmente el de mujeres, para fines de explotación sexual y comercial. Ellas pierden así su protagonismo en los procesos de transformación social, económica, cultural, ecológica, religiosa y política de sus comunidades.

En suma, el crecimiento desmedido de las actividades agropecuarias, extractivas, y madereras de la Amazonía, no sólo ha dañado la riqueza ecológica de la región, de su selva y de sus aguas, sino que además ha empobrecido su riqueza social y cultural. Ha forzado un desarrollo urbano no “integral” ni “inclusivo” de la cuenca amazónica. Como respuesta a esta situación, se nota un crecimiento de las capacidades de organización y un avance de la sociedad civil, con atención particular a las problemáticas ambientales. En el campo de las relaciones sociales, a pesar de los límites, la Iglesia Católica ha desarrollado en general un trabajo significativo, fortaleciendo sus propios caminos a partir de su presencia encarnada y de su creatividad pastoral y social.

  1. Identidad de los pueblos indígenas

En los nueve países que componen la Panamazonía se registra una presencia de alrededor de tres millones de indígenas, representando alrededor de 390 pueblos y nacionalidades distintos. Asimismo, en el territorio existen, según datos de instituciones especializadas de la Iglesia (eg. Consejo Indigenista Misionero de Brasil) y otras, entre 110 y 130 distintos Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario (PIAV) o “pueblos libres”. Además, en los últimos tiempos, aparece una nueva categoría constituida por los indígenas que viven en el tejido urbano, algunos reconocibles como tales y otros que desaparecen en ese contexto y por ello son llamados “invisibles”. Cada uno de estos pueblos representa una identidad cultural particular, una riqueza histórica específica, y un modo particular de ver el mundo y el entorno, y de relacionarse con éste desde una propia cosmovisión y territorialidad específicas.

Más allá de las amenazas que emergen desde dentro de sus propias culturas, los pueblos indígenas han vivido desde los primeros contactos con los colonizadores fuertes amenazas externas (cf. LS 143, DAp 90). Contra estas amenazas, los pueblos indígenas y comunidades amazónicas se organizan, luchan por la defensa de sus vidas y culturas, territorios y derechos, y de la vida del universo y de la creación entera. Los más vulnerables, sin embargo, son los PIAV, quienes no poseen instrumentos de diálogo y negociación con los actores externos que invaden sus territorios.

Algunos “no indígenas” tienen dificultad de comprender la alteridad indígena y, muchas veces, no respetan la diferencia del otro. Dice el documento de Aparecida sobre el respeto de los indígenas y afro-americanos: «La sociedad tiende a menospreciarlos, desconociendo su diferencia. Su situación social está marcada por la exclusión y la pobreza» (DAp 89). Sin embargo, como remarcó el Papa Francisco en Puerto Maldonado: «Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho para enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura. Todos los esfuerzos que hagamos para mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos» (Fr.PM).

En los últimos años, los pueblos indígenas han comenzado a escribir su propia historia y a describir de manera más formal sus propias culturas, costumbres, tradiciones y saberes. Han escrito sobre las enseñanzas recibidas de parte de sus mayores, padres y abuelos, que son memorias personales y colectivas. Hoy, el ser indígena no se deriva solamente de la pertenencia étnica. También se refiere a la capacidad de mantener esa identidad sin aislarse de las sociedades que les rodean, y con las cuales interactúan.

Ante este proceso de integración, surgen organizaciones indígenas que buscan el fortalecimiento de la historia de sus pueblos, para orientar la lucha por la autonomía y autodeterminación: «es justo reconocer que existen iniciativas esperanzadoras que surgen de sus propias bases y organizaciones, y propician que sean los propios pueblos originarios y sus comunidades los guardianes de los bosques y que los recursos que genera la conservación de los mismos revierta en beneficios de sus familias, en la mejora de sus condiciones de vida, en la salud, y educación de sus comunidades» (Fr. PM). Sin embargo, ninguna iniciativa puede ignorar que la relación de pertenencia y participación que establece el habitante amazónico con la creación forma parte de su identidad y contrasta con una visión mercantilista de los bienes de la creación (cf. LS 38).

En muchos de estos contextos la Iglesia Católica está presente a través de misioneros y misioneras comprometidos con las causas de los pueblos indígenas y Amazónicos.

  1. Memoria histórica eclesial

El inicio de la memoria histórica de la presencia de la Iglesia en la Amazonía se sitúa en el escenario de la ocupación colonial de España y Portugal. La incorporación del inmenso territorio amazónico en la sociedad colonial y su posterior apropiación por parte de los Estados nacionales, es un largo proceso de más de cuatro siglos. Hasta el inicio del siglo XX, las voces en defensa de los pueblos indígenas eran frágiles – aunque no ausentes – (cf. Pio X, Carta Encíclica Lacrimabili Statu, 7.6.1912). Con el Concilio Vaticano II, dichas voces se fortalecen. Para alentar “el proceso de cambio con los valores evangélicos”, la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano, realizada en Medellín (1968), en su Mensaje a los Pueblos de América Latina, recordó que «a pesar de sus limitaciones», la Iglesia «ha vivido con nuestros pueblos el proceso de colonización, liberación y organización». Y la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, realizada en Puebla (1979), nos recordó que la ocupación y colonización del territorio de Amerindia fue «un enorme proceso de dominaciones», lleno de «contradicciones y laceraciones» (DP 6). Y más tarde, la IV Conferencia de Santo Domingo (1992) nos advertía sobre «uno de los episodios más tristes de la historia latinoamericana y caribeña», que «fue el traslado forzado, como esclavos, de un enorme número de africanos». San Juan Pablo II llamó a este desplazamiento un «holocausto desconocido» en el que «han tomado parte personas bautizadas que non han vivido su fe» (DSD 20; cf. Juan Pablo II, Discurso a la comunidad católica de la Isla de Gorea, Senegal, 22.02.1992, n. 3; Mensaje a los Afroamericanos, Santo Domingo, 12.10.1992, n. 2). Por esa «ofensa escandalosa para la historia de la humanidad» (DSD 20), el Papa y los delegados en Santo Domingo pidieron perdón.

Hoy, lamentablemente, existen todavía resquicios del proyecto colonizador que creó representaciones de inferiorización y demonización de las culturas indígenas. Tales resquicios debilitan las estructuras sociales indígenas y permiten el despojo de sus saberes intelectuales y de sus medios de expresión. Lo que nos asusta es que hasta hoy, 500 años después de la conquista, más o menos 400 años de misión y evangelización organizada, y 200 años después de la independencia de los países que configuran la Panamazonía, procesos semejantes se siguen extendiendo sobre el territorio y sus habitantes, víctimas hoy de un neocolonialismo feroz, “enmascarado de progreso”. Probablemente, tal como lo afirmó el Papa Francisco en Puerto Maldonado, los pueblos originarios Amazónicos nunca han estado tan amenazados como lo están ahora. Hoy, debido a la ofensa escandalosa de los «nuevos colonialismos», «la Amazonía es una tierra disputada desde varios frentes» (Fr. PM).

En su historia misionera, la Amazonía ha sido lugar de testimonio concreto de estar en la cruz, incluso muchas veces lugar de martirio. La Iglesia también ha aprendido que en este territorio, habitado hace aproximadamente diez mil años por una gran diversidad de pueblos, sus culturas se construyen en armonía con el medio ambiente. Las culturas precolombinas ofrecieron al cristianismo ibérico que acompañaba a los conquistadores, múltiples puentes y conexiones posibles «como la apertura a la acción de Dios, en el sentido de gratitud por los frutos de la tierra, el carácter sagrado de la vida humana y la valorización de la familia, el sentido de la solidaridad y corresponsabilidad en el trabajo común, la importancia del culto, y la creencia de una vida más allá de la terrenal, y tantos otros valores» (DSD 17).

  1. Justicia y derechos de los pueblos

El Papa Francisco, en su visita a Puerto Maldonado, llamó a cambiar el paradigma histórico en que los Estados ven la Amazonía como despensa de los recursos naturales, por encima de la vida de los pueblos originarios y sin importar la destrucción de la naturaleza. La relación armoniosa entre el Dios Creador, los seres humanos y la naturaleza está quebrada debido a los efectos nocivos del neo-extractivismo y por la presión de los grandes intereses económicos que explotan el petróleo, el gas, la madera, el oro, y por la construcción de obras de infraestructura (por ejemplo: megaproyectos hidroeléctricos, ejes viales, como carreteras interoceánicas) y por los monocultivos industriales (cf. Fr.PM).

La cultura dominante del consumo y del descarte convierte al planeta en un gran basural. El Papa denuncia este modelo de desarrollo como anónimo, asfixiante, sin madre; sólo obsesionado por el consumo y los ídolos del dinero y del poder. Se imponen nuevos colonialismos ideológicos disfrazados por el mito del progreso que destruyen las identidades culturales propias. Francisco apela por la defensa de las culturas y por la reapropiación de la herencia que viene con la sabiduría ancestral, la cual propone una manera de relación armoniosa entre la naturaleza y el Creador, y expresa con claridad que «la defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la defensa de la vida» (Fr. PM). Esta debe considerarse tierra santa: «¡Esta no es una tierra huérfana! ¡Tiene Madre!» (Fr. EP).

Por otra parte, la amenaza contra los territorios amazónicos «también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven “la conservación” de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano y, en concreto [a los] hermanos [y hermanas] amazónicos que habitan en ellas» (Fr. PM). La orientación del Papa Francisco es clara: «Creo que el problema principal está en cómo conciliar el derecho al desarrollo incluyendo también el derecho de tipo social y cultural, con la protección de las características propias de los indígenas y de sus territorios. […] En este sentido, siempre debe prevalecer el derecho al consentimiento previo e informado» (Fr. FPI).

Paralelamente, las poblaciones indígenas, campesinas y otros sectores populares en la Amazonia y a nivel nacional en cada país, han venido construyendo procesos políticos organizativos en torno de agendas fundadas en una perspectiva basada en sus derechos humanos. La situación del derecho al territorio de los pueblos indígenas en la Panamazonía gira en torno a una problemática constante sobre la falta de regularización de tierras y del reconocimiento de su propiedad ancestral y colectiva. Así también, el territorio ha sido despojado de una interpretación integral relacionada al aspecto cultural y cosmovisión de cada pueblo o comunidad indígena.

Proteger a los pueblos indígenas y sus territorios es una exigencia ética fundamental y un compromiso básico con los derechos humanos; y para la Iglesia se torna en un imperativo moral coherente con el enfoque de ecología integral de Laudato si’ (cf. LS, cap. IV).

6. Espiritualidad y sabiduría

Para los pueblos indígenas de la Amazonía, el “buen vivir” existe cuando están en comunión con las otras personas, con el mundo, con los seres de su entorno, y con el Creador. Los pueblos indígenas, en efecto, viven dentro de la casa que Dios mismo creó y les dio como regalo: la Tierra. Sus diversas espiritualidades y creencias, los motivan a vivir una comunión con la tierra, el agua, los árboles, los animales, con el día y la noche. Los ancianos sabios, llamados indistintamente payés, mestres, wayanga o chamanes – entre otros – promueven la armonía de las personas entre sí y con el cosmos. Todos ellos «son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa Común» (Fr. PM).

Los indígenas Amazónicos cristianos entienden la propuesta del “buen vivir” como vida plena en el horizonte de la co-creación del Reino de Dios. Dicho buen vivir sólo será alcanzado cuando se haga verdad el proyecto comunitario en defensa de la vida, del mundo, y de todos los seres vivos.

«Estamos llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo, y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud» (LS 53). Este sueño comienza a ser construido dentro de la familia que es la primera comunidad de nuestra existencia: «La familia es y ha sido siempre, la institución social que más ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas. En momentos de crisis pasadas, ante a los diferentes imperialismos, la familia de los pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida» (Fr. PM).

Sin embargo, es necesario reconocer que en la región amazónica hay una gran diversidad cultural y religiosa. Si bien en su mayoría promueven el “buen vivir” como un proyecto de armonía entre Dios, los pueblos y la naturaleza, hay también algunas sectas que, motivadas por intereses ajenos al territorio, no siempre favorecen una ecología integral.

Continúe la lectura y descargue el documento completo siguiendo este enlace: Documento preparatorio Amazonia

Notas

  • En este documento se usan los términos “indígenas”, “aborígenes” y “pueblos originarios” en forma indistinta.
  • Se entiende por Panamazonía todos los territorios que van más allá de la cuenca de los ríos.

Fuente: http://www.cpalsocial.org/amazonia-nuevos-caminos-para-la-iglesia-y-para-una-ecologia-integral-2366

 

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