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Los descartados

P. Francisco de Roux, S.J.

jesuitas.- El Papa Francisco ha conmovido a multitudes en Ecuador, Bolivia y Paraguay. Su formación espiritual e intelectual, impregnada de barrios populares, hospitales y cárceles, le permite acuñar palabras penetrantes y provocadoras. El “descarte” es una de esas palabras, que ya se había hecho común en las ciencias sociales al referirse a la producción de objetos que se usan y se tiran después, y que según Francisco llena de “porquerías” al planeta. P. Francisco de Roux, S.J.

Él da un significado nuevo a la palabra. Habla de las víctimas descartadas por todos los codiciosos, egoístas y corruptos que tienen “la cultura del descarte”. Dice, en La Paz, que el sistema tecno-económico vigente es un aparato de descarte. Y advierte que el descarte no quedará impune, porque el juicio final sobre las personas, las empresas y las naciones se hará desde los descartados de la historia.

Descartados son para el Papa los jóvenes de todo el mundo, pues aunque hay dinero suficiente para crear con ellos empresas, el sistema financiero saca inmensos capitales del proceso productivo para dedicarlos a la especulación, la producción de armas, o la acumulación de bienes lujosos (lo que hace pensar en Keynes y en Piketty), por eso preguntó en Quito: “A estos jóvenes desocupados del “ni ni” –ni estudian ni trabajan–, ¿qué horizontes les queda? ¿Las adicciones, la tristeza, la depresión, el suicidio, o enrolarse en proyectos de locura social, que al menos le presenten un ideal?”. Descartados, los ancianos inútiles e incómodos. Descartados, los niños muchas veces desde el seno materno. Descartados, los campesinos arrebatados de sus tierras. Descartados, los pueblos originales y los negros del Continente. Descartados los civiles eliminados en las guerras. Descartadas miles de especies y microorganismos eliminados por las retroexcavadoras criminales, por el impacto sobre el entorno de la gran minería y por el fracking y la agroindustria de monocultivos de miles de hectáreas. Descartadas las generaciones futuras por lo que hoy deciden que los recursos de La Tierra son solo para ellos y no para sus hijas ni sus nietos que por mala suerte llegarán tarde.

No pocos empresarios, académicos y periodistas se preguntan ante este discurso si el Papa es socialista. Pero Francisco está en otra cosa. Su perspectiva es la economía social de mercado, de la doctrina social de la Iglesia, que afirma el mercado pero lo subordina a la dignidad humana y a la responsabilidad con la creación. Su llamada surge del mensaje de Jesús: tuve hambre y ustedes no me dieron de comer, estaba desnudo y no me vistieron, fui desplazado y no me recibieron. Su propuesta no invita a la lucha de clases y se opone totalmente a la guerra como medio para alcanzar la justicia; antes bien, es una apuesta libre por lo valores cristianos: el amor, la solidaridad, la subsidiariedad.

Amor gratuito como se da en la familia donde “las alegrías y las penas de cada uno son asumidas por todos”, como dijo en Quito. Amor incompatible “con los que van a misa, pero no saben de los barrios marginales y su fe sin solidaridad es una fe muerta, es una fe sin Cristo, una fe sin Dios, una fe sin hermanos, una fe mentirosa”, como dijo en las calles pobres de Bañado Norte.

Por eso invita a la solidaridad y a “estar alertas pues fácilmente nos habituamos al ambiente de inequidad que nos rodea y nos volvemos insensibles”, como dijo en Bolivia. Por eso llama a la subsidiariedad para colaborar con los que creen distinto y con los no creyentes “para construir puentes en vez de levantar muros”. Por eso da una voz de aliento a los nuevos horizontes que se abren en La Habana y manda a Colombia un árbol de olivo invitándonos a perseverar en la paz verdadera que no conoce descartados.

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