Con el establecimiento de la “cuarentena social” como medida de prevención ante el COVID-19, la mayor preocupación de muchos ha sido atender la escalada de la hambruna, directamente vinculada a la dificultad del acceso a los alimentos. Tras preguntarnos cómo podíamos organizarnos para aportar un gesto de solidaridad a nuestra gente, surge esta experiencia en el estado Aragua, donde se comparten desayunos solidarios en las comunidades más vulnerables.
Por Yralis Pinto*.
La aparición del COVID-19 en el mundo y su llegada a nuestro país tomó el primer lugar en todos los escenarios de la vida social. Por unas semanas pareció que no teníamos otros problemas gruesos que atender, el tratamiento informativo que se le está dando por ser una pandemia altamente contagiosa, invisibiliza otras grandes pandemias que están instaladas en el mundo desde hace un buen tiempo pero, por tener consecuencias más a largo plazo, algunos no las notan y otros se valen de medios más poderosos para disminuirlas o silenciarlas, pues ellas dejan ver más claramente las causas (o los causantes) que las originan. En Venezuela, por ejemplo, la pandemia del hambre es de vieja data y se ha profundizado en los últimos años, y más en las últimas semanas, afectando a buena parte de la población, con mayor impacto en los grupos más vulnerables: niños y ancianos.
Luego de vivir los primeros días de la “cuarentena social”, la preocupación de los que estamos en sectores populares, en comunidades más vulnerables, ha sido el repunte del hambre por la dificultad que hemos experimentado, cada vez mayor, de acceder a los alimentos. Así, resulta bastante probable que sean más los que enfermen y mueran de hambre que por contagiarse de COVID-19, pero también es sabido que, lamentablemente, esas estadísticas nadie las hará públicas.
Una compañera de estos caminos siempre dice que las preocupaciones repartidas entre varios pesan menos y nosotros decimos que, además de pesar menos, nos ayudan a pensar creativamente en alternativas. Al compartir unos y otros lo que vemos y vivimos, preguntándonos qué podemos hacer en medio de una situación tan abrumadora, surgen hermosos e importantes gestos de solidaridad. De repente unas personas ofrecieron sus recursos materiales; otros la movilización para conseguir alimentos; otros su tiempo y trabajo; otros tantos la organización y logística de la bombona de gas, el agua, etcétera; otro voluntario dispuso la gasolina y el carro, los guantes, los tapabocas… Y así, a las dos semanas de cuarentena, comenzamos a preparar 150 desayunos diarios destinados a satisfacer a las personas más vulnerables de una de las comunidades. Tan solo quince días después, otros compañeros y señoras, en otro barrio aledaño, se sumaron para hacer sesenta desayunos más para proveer en sus zonas. Recientemente, en otro de los sectores recónditos de nuestro estado Aragua, un grupo de jóvenes junto a varias familias de la comunidad preparan cincuenta desayunos para atender a los niños.
A las 5:30 de la mañana en estas tres comunidades, cada día, hay una familia distinta que con alegría prepara los desayunos, otros organizan la logística para la entrega a las 8 a.m. Un detalle muy bonito en esta actividad es que se invita a todos a dar gracias por los alimentos y como dato importante, aprovechando la concurrencia de las personas, de inmediato se les recuerda como punto informativo el origen del COVID-19 y las medidas de prevención del contagio. De algún lugar llega algo de gel antibacterial para desinfectar las manos de los niños, porque en la mayoría de sus casas no hay agua, y luego todos reciben su arepa bien resuelta con sabor a fraternidad, tras lo cual deben retirarse de inmediato para evitar concentraciones de grupos y, en consecuencia, la propagación del virus. También todos los días hay reparto a domicilio para algún enfermo o anciano que no puede recoger por sí mismo el desayuno.
Al terminar la entrega de desayunos, cuidando las distancias físicas, este equipo solidario también disfruta de una arepita y el café que milagrosamente no falta. Luego hay que recoger, limpiar, organizar los insumos para la familia que le toca al día siguiente, pero este momento de cierre comunitario es importante y se vive como sagrado, se comparte la alegría de hacer el bien y hacerlo bien.
En esa microacción comunitaria nadie solo da y nadie solo recibe. Aquí hay reciprocidad de dones: unos reciben un alimento diario que tanto necesitan y lo agradecen con palabras, gestos, bendiciones y sonrisas; acuden con confianza porque saben que hay hermanos que no les abandonan en este duro momento, eso alimenta también la esperanza; y los otros reciben la oportunidad de sentirse útiles, servidores de los demás, tienen la bendición de poder vivir la cuarentena ayudando, dando de sí y al mismo tiempo, recibiendo fuerzas para enfrentar esta situación con fe.
En tiempos de tanta dificultad tenemos la tentación de ver solo lo mal que estamos y no es para menos, porque es mucho, pero también limpia la mirada, da alegría al corazón y fortalece la esperanza ver lo bueno que ocurre, por pequeño que parezca. Detrás de estos desayunos solidarios hay tantas cosas que valdría la pena ver con detenimiento, como quien contempla… Hay gente que luego de muchos años de esfuerzo y trabajo logra tener recursos, pero no se los queda para sí, los comparte, sin buscar protagonismos ni figurar de primer plano en la foto. Son personas que no viven de espaldas a la realidad ni a los más pobres, les duele el país y quieren su recuperación. En las comunidades hay gente que ejerce un liderazgo para el servicio, hay capacidad de organización, de resolver los problemas, de administrar recursos, de trabajar gozosamente en equipo; hay calidad humana y, sobre todo, un gran espíritu de solidaridad.
Desde el horizonte cristiano, así como Jesús nos enriqueció con su pobreza, la gente sencilla no tiene cosas materiales para dar, por eso se da a sí misma, pone sus capacidades al servicio de los demás, internamente –muchos sin saberlo– se dejan conducir por el Espíritu de Dios y hacen lo que haría Jesús ante la misma situación: alimentar al hambriento, ayudar a los enfermos, consolar al afligido, levantar al que está desanimado, poner alegría en el día a día. También hay grupos en las comunidades que son conscientes de que la fe necesita de obras y las obras de fe, que ante lo que vivimos siempre se puede hacer algo y que no se puede hacer de forma aislada, es necesario que actuemos como comunidad de hermanos. Otros elementos importantes son el discernimiento, el sentido común y la creatividad para saber hacer responsablemente lo que se puede hacer, cuidando la propia vida y la de los demás, aunque siempre haya un riesgo que correr.
Ciertamente nuestro mundo y, más concretamente, nuestro país –marcado por profundas desigualdades, con estructuras injustas y opresoras–, no se transformará con microacciones comunitarias solidarias, hace falta que el poder deje de ejercerse para los propios intereses y beneficios, sacrificando a tantas víctimas, y que logremos caminos para la libertad, la justicia y el bien común, pero esto solo ocurrirá si desde abajo se empuja a una alternativa nueva, lo cual solo es posible a través de personas constituidas en grupos, comunidades, pueblos y organizaciones libres, que se dan, que son solidarias y que juntas van construyendo un horizonte posible.
La solidaridad es altamente contagiosa, sus efectos y consecuencias positivas se pueden ver de inmediato, quizá mientras se consigue la vacuna contra el Coronavirus, esta puede ser una gran medicina para contrarrestar tantos males y sufrimientos. Diversas fuentes especializadas anuncian una gran hambruna y por ello necesitamos más comunidades organizadas, más desayunos solidarios… Ojalá se anime mucha gente.
*Licenciada en Educación. Coordinadora de Formación del Centro Gumilla, región central.
Fuente: Revista SIC 824