Macky Arenas
No hay nada más virulento que un converso. Seguramente un mecanismo psicológico para reafirmarse haciéndose perdonar su postura anterior. En el caso de la crisis venezolana es común presenciar verdaderas “inmolaciones” públicas en la pira del extremismo. Y de la malcriadez.
La sociedad venezolana es básicamente pacífica hasta que se encabrita. Cuarenta años de democracia nos inocularon un rechazo visceral a la violencia. Pero los genes están allí: nuestra guerra de independencia, que se sepa, fue la más cruenta del continente. Revolver ese ADN asentado en el fondo del frasco puede convocar a los demonios. Nadie en sus cabales quiere eso.
Aún en medio de los más duros conflictos palabras como diálogo o negociación siempre convocan lo mejor de los seres humanos. Registra la historia que, después de la locura de la guerra y la furia del exterminio, todo se termina alrededor de una mesa… claro, si queda gente viva.
Diálogo anhelan los obispos chinos fieles a Roma, a pesar de que el régimen no puede ser más duro con ellos. Se sentaron en Ruanda y Burundi. Mandela con Le Klerk. Los guatemaltecos y salvadoreños con los respectivos gobiernos. Se sentaron en Sudán del Sur, Irlanda del Norte, en Sierra Leona y en Angola. Pero aquí no se pueden sentar porque “distrae”. ¡Se distrae el que se deja!
Que no se contagie el liderazgo opositor con las manipulaciones del gobierno cuando pretende, por ejemplo, que salir a la calle es sinónimo de violencia a reprimir. Tender un puente y conversar no es entregar los trastos. Es una alternativa que, en medio de nuestra delicada situación, sólo un irresponsable puede descartar. La lucha puede y debe seguir al tiempo que se mantiene una puerta abierta al entendimiento sobre bases a convenir en preservación de las garantías más elementales. El Derecho humanitario tuvo en el Mariscal Sucre un pionero. Fue él, un venezolano, el que prefirió respetar la dignidad del vencido y abogó por que fuera ley y costumbre. Esa nobleza en el liderazgo es lo que hay que rescatar.
Tampoco hay que extrañarse de tremendismos en la ruta. Es de rigor que las partes se muestren los dientes. Mientras las FARC conversaba con los gobiernos colombianos el pobre oleoducto Caño Limón-Cobeñas sufría más atentados que nunca. Una manera de posicionar mejor las piezas en la mesa. Amenazas, abusos, advertencias, todos son ingredientes, de lado y lado, para adquirir peso extra. Pero no deben confundir ni desviar del objetivo. No cesiones sino concesiones. Es algo distinto y también se escribe diferente. El líder apto para situación complejas sabe lidiar con eso.
Se escuchan y leen cosas tan increíblemente absurdas como los “alertas” al Vaticano de no hacer “lo que Pío XII con los nazis”, lo cual implica una ignorancia histórica abismal. Preguntas tan fuera de lugar, rayanas en el cinismo, como “¿Podrá su santidad, el Papa que tanto habla del pueblo, impedir que sigan disparando en contra del pueblo venezolano?”. Nada más distractivo.
La Iglesia Católica está haciendo lo que ha hecho por más de dos mil años. Su diplomacia está forjada a lo largo de innumerables conflictos. Se las ha visto con sátrapas de todo pelaje. Ha desenredado complicadas madejas. No en balde la representación del Papa en los antiguos territorios, hoy conocidas como nunciaturas apostólicas, originaron las misiones diplomáticas tal cual las conocemos hoy. Si alguien sabe de mediación es la Iglesia. La ejercerá siempre que haya dos o más partes que la soliciten y eso es lo que ha ocurrido en Venezuela. Es su deber y no le está permitido esquivar el bulto. Propicia y facilita, pero el éxito solo las partes pueden lograrlo. La Iglesia trabaja en silencio y con eficacia. La bulla y la periquera entorpecen. No escucha el ruido molesto. No está para complacer peticiones. Ya llamarán a Santa Bárbara cuando truene los mismos que hoy descalifican su proceder y buscan distorsionar sus intenciones. Ya le pasó, entre otros, a los jefes nazis de Roma cuando se desmoronó sin remedio el Reich que, según decretaron, iba a durar tres siglos. A veces, le toca a la Iglesia recoger los vidrios. Tiene suficiente como para armar un gran vitral donde la humanidad se reconozca en los errores que se han podido evitar.
Sorprenden quienes, prestos a cuestionar al Papa por recibir mandatarios apestosos a izquierda, encuentran mucha dificultad en notar cuando intercede por un pueblo, sufrido y exhausto de tanta lucha sin resultado, ante una nómina entregada al esperpéntico socialismo del siglo XXI. Los mismos que se han sentado con el gobierno cada vez que les ha parecido conveniente.
El Papa es latinoamericano. Conoce a los pueblos de este continente. Verdadero horror debe producir en su espíritu la posibilidad de un desenlace violento en este país. Es su gran preocupación por nuestro destino lo que empuja a la Iglesia –local y universal- a dar su mejor aporte. No es solo un cambio lo que está en juego, es la vida de muchos venezolanos de lado y lado. Tampoco se trata de cuidar los espacios de cada quien sino de ofrecer una vía de solución a una situación inaguantable. Hay un pueblo que sufre y eso no puede ser ajeno a la Iglesia.
Es legítimo que tomemos la calle, que protestemos y que presionemos a un gobierno indeseable. No es legítimo que nos matemos sin antes intentar todas las opciones. Si hemos permitido que esto se haya prolongado por 17 años, debemos enfrentar las consecuencias de errores y omisiones, lo cual comporta que no todo se dará exactamente como lo deseamos. Lo entendió Obama y lo entendió Castro. El otro panorama era que los cubanos pasaran otros 50 años pedaleando fijo. Habrá que ceder de lado y lado. Eso significa dar una oportunidad a la civilidad. Justo lo que satanizan los come candela. Más de uno entre quienes hoy se tapan la nariz fueron entusiastas de la revolución e hinchas del chavismo primigenio.
La Iglesia Católica es contundente en su rechazo a las injusticias. Ninguna instancia, política o no, ha sido más consecuente, valiente y crítica a la hora de la denuncia. Ha señalado caminos y apelado a lo más sensato de las inteligencias. Varios elencos han salido del juego, pero la Iglesia sigue allí, acompañando al pueblo venezolano a lo largo y ancho de toda esta desgracia. Por ello es la institución que mayor credibilidad inspira a la sociedad venezolana. La confianza es su mejor activo. Y es lo que está ofreciendo.
Pertenece a Pío XII, la frase famosa dirigida a Hitler en 1939: “Nada se pierde con la paz. Todo se pierde con la guerra”. Ese Papa luego fue víctima de una leyenda negra fabricada íntegramente por la KGB que, aún hoy, incautos corean alegremente haciendo causa común con el origen de todos nuestros males: el comunismo soviético que aquél valiente pontífice denunció como una tragedia equiparable al nacional-socialismo. Y se quedó corto: el demonio nazi asesinó 10 millones de personas; el carnicero ruso, 70. La venganza de Stalin fue poner toda su batería fabricante de calumnias a difamar a Pío XII. Fue el régimen de URSS el que pintó al Papa como nazi. Hoy, son los propios sobrevivientes del holocausto y los archivos desclasificados del Vaticano, quienes lo reivindican para la historia.
Pero valga recordar un episodio que viene a cuento. En 1935, el gobierno de Stalin anuncia la firma de un Pacto Franco-Soviético de no agresión. El entonces ministro de Relaciones Exteriores francés, Pierre Laval, pide a Stalin que reduzca la presión sobre los católicos rusos puesto que esta medida ayudaría a mejorar las relaciones de su gobierno con la Santa Sede. Stalin preguntó a Laval: “¡Ah, el Papa! ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”. Pululan en nuestro tiempo los stalines redivivos, con la pregunta siempre a flor de labios. Sin divisiones ni regimientos el papado se mantiene. La URSS desapareció. Stalin es la referencia de barbarie que la humanidad rechaza. Hoy, 6 papas después, el liderazgo de SS Francisco sirve a la humanidad como referente moral. No en balde lo buscan tirios y troyanos.