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“Para ponerse en camino son necesarios la esperanza y el coraje”

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Foto: Karina Aguirrezabal

Por Juan Salvador Pérez*

SUMARIO

El sacerdote jesuita, de amplia trayectoria en el acontecer sociopolitico nacional, nos interpela sobre la situación de Venezuela hoy, la cual pasa por aceptar que el camino a transitar es de largo aliento y, sin embargo, tenemos que evitar el riesgo de caer en la resignación, como fruto del desaliento y la desesperanza

En el debate público, indica S.S. Francisco en la encíclica Fratelli Tutti, debe haber un lugar para la reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y sabiduría… ¿Se está dando esa reflexión en el debate público venezolano hoy día?

–Sin duda los debates políticos de hoy en todo el mundo necesitan profundizarse y nutrirse de la identidad más profunda del ser humano, y cultivarse en el huerto interior donde brota lo religioso y lo espiritual más sagrado y trascendente del ser humano; aunque por razones históricas hoy en Occidente el debate político se considere laico y entre agnósticos, al menos metodológicamente. En ese sentido, en el debate político venezolano la presencia explícita de lo religioso es distinta y más pudorosa que en los años sesenta, cuando se estrenaba y avanzaba la democracia en nuestro país. Sin embargo, hoy los documentos del Episcopado y las palabras y obras de proyección sociopolítica de la Iglesia son más escuchadas que nunca por personas que pudieran considerarse incluso anticlericales. Me llama la atención que, en las universidades, donde en aquellos años predominaba el anticlericalismo, hoy es muy bien recibida y escuchada la presencia y la voz de sacerdotes. A su vez este suena más a Evangelio que a partido clerical.

–El primero de enero fui temprano a misa en la iglesia de El Cafetal que suelo ir, y me llamó tremendamente la atención las palabras del sacerdote en su homilía, decía (palabras más, palabras menos) que debíamos dejar de pensar en soluciones y salidas rápidas a la crisis nacional. ¿Será que no hemos entendido que el problema de Venezuela es un tema de largo aliento?

–Tiene razón el sacerdote. La solución a esta grave enfermedad sociopolítica venezolana es de largo aliento, pero por eso mismo hay que salir pronto de ella, antes de que se agrave más. Una cosa es salir de camino y otra es llegar. Para ponerse en camino son necesarias la esperanza y el coraje. Por eso hay que evitar el peligro y la tentación de “dar largas” como fruto del desaliento y de la desesperanza, como si ya el actual régimen dictatorial fuera triunfante, duradero y moralmente aceptable. No, el oficialismo está más aislado internacionalmente que nunca y nacionalmente el malestar social del venezolano es general y de agonía. Una cosa es que el camino de la reconstrucción del país sea largo y otra aceptar la gravísima crisis nacional como inevitable, y resignarse a vivir e incluso casarse con ella, dejando la tarea del cambio para otra generación.

–Hay una frase del cardenal Francois-Xavier Van Thuan, ese destacado sacerdote víctima por años de cruel encarcelamiento en Vietnam, que nos increpa en estas circunstancias de camino y cambio en la que nos encontramos: “Si tú partes para ir a un sitio, a miles de kilómetros y llevas todos tus defectos y al hombre viejo ¿de qué te sirve?”. ¿cuándo hablamos de que queremos cambios en el país, de qué clase de cambios estamos hablando realmente? ¿solo de condiciones externas?

–El cardenal vietnamita habla con la autoridad que le da su larga cárcel en régimen comunista. La cárcel con todo lo que tiene de despojo y de agresión externa solo se puede sobrevivir con dignidad, esperanza y creatividad (como lo vivió el cardenal) en la medida en que se cultiva el tesoro interior de la oración que nos une al Señor y se vive la experiencia trascendental de que el Amor es más fuerte que la muerte. La fe cristiana experimenta en la cárcel que Jesús, habiendo pasado haciendo el bien, fue condenado como malhechor y en esa condena llevó su amor al extremo de dar la vida. Como él dijo “Nadie tiene más amor que quien da la vida por otro”. Bebiendo todos los días en esa fuente interior podemos caminar largo y vencer todos los desiertos, pues cargamos con nosotros el oasis. Ese es “el hombre nuevo” en Jesús resucitado y su experiencia de que dar la vida no es perderla, sino encontrarla, de modo que no nos la puede quitar el desierto exterior… ni dictadura alguna.

–Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica enseña –o al menos sugiere– que los discursos morales son menos útiles que las acciones particulares. ¿a qué acciones particulares estamos llamados los hombres y mujeres creyentes y no creyentes hoy, aquí? ¿Cuáles deben ser las obras concretas que nos permitan pasar del qué al cómo?

–Efectivamente, cuando una persona –o un país– vive en tragedia, rechaza los discursos y las promesas, mientras que con pequeñas acciones efectivas resucita su esperanza. Ahí experimentamos que Dios no es un discurso elocuente ni una palabra vacía, sino una arepa para el hambriento, un vaso de agua para el sediento y una reja que se abre para el preso (Cfr. Mateo 25,34-). “Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor” (1 Juan 4,8). La misma carta de Juan agrega: “Si uno vive en la abundancia y viendo a su hermano necesitado le cierra el corazón y no se compadece de él ¿cómo puede conservar el amor de Dios? Hijitos no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad” (1 Juan 3,17 y 18). “Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Juan 4, 20).

–Usted ha venido insistiendo desde hace tiempo en la necesidad de renacer. El renacer de la política, de la esperanza, renacer de la fortaleza. ¿puede darse ese renacer sin pasar por el reencuentro? ¿qué debemos hacer para ese reencuentro? ¿es posible lograrlo en esta Venezuela tan herida?

–Claramente Venezuela no puede renacer sino en justicia y verdad y sin un reencuentro nacional, pues la vida de uno en la polis, en la ciudad, es imposible sin pasar del yo al nos-otros. Es salir del poder como opresión al servicio y pasar de individuos a ciudadanos. No hay República sin un acuerdo, un pacto social para juntos lograr el bien común. Esa es una verdad política, pero por encima de todo es una verdad antropológica: no hay realización del yo sin nos-otros.

Aquí estamos hablando no solo del nos-otros de una pareja o una familia que se quiere, sino del renacer saliendo de una nación integrada por grupos y sectores que se persiguen y odian. Muchos aducen evidencias y usan las encuestas para reforzar la resignación de que es imposible cambiar la miseria y la opresión actuales. Pero están muy equivocados. Ni el más optimista hubiera pensado en 1945, al terminar el desastre de la guerra mundial con un centenar de millones de muertos y Alemania en escombros, que era posible la Alemania reconstruida y la Europa unida; la que yo conocí y viví apenas veinte años después cuando fui a realizar mis cuatro años de teología y de preparación al sacerdocio.

El reencuentro y la reconciliación de adversarios son un milagro, pero un milagro que vemos todos los días cuando la gente pasa de la muerte del odio a la vida del abrazo. En Venezuela no estamos lejos, sino en vísperas de volver a descubrir que el bien particular está en el bien común que da sentido al abrazo de reconciliación y se nutre de él. En muchas comunidades populares –y también en otros sectores– ya estamos viviendo reconciliaciones y reconstrucciones del tejido social que parecían imposibles.

–Una pregunta personal; Padre, usted cuando celebra una Eucaristía y ora, allá en la Vicaría de Nazaret, en la Pradera, en la parte Alta de la Vega…  ¿qué celebra? ¿en qué ora?

–Hace 34 años yo era vicerrector académico de la UCAB y vivía en mi pequeña comunidad en Los Canjilones de La Vega. En esos años nacían barrios en la parte alta de La Vega levantando ranchos  elementales en las orillas de la recién abierta pica de tierra para construir al final del recorrido Las Torres de la electricidad.  Punto alto hoy muy codiciado por los colectivos paramilitares armados. En ese camino está La Pradera. En aquellos años un domingo fui invitado  para decir misa en una capillita  tan mínima que se desbordaba con veinte personas. Allí eché raíces y esa es mi comunidad desde hace 33 años. Cuando era rector de la universidad, iba los domingos desde la UCAB. Luego me jubilé de la universidad, pero no de la comunidad cristiana de La Pradera.  A los pocos años llegaron las Hermanas Misioneras de Acción Parroquial y con ellas viviendo allí se reforzó el milagro de una comunidad cristiana que avanza con alegría, con la convicción de que no basta rezar y tampoco basta pedir a los gobiernos, aunque sea de mesías que prometen paraísos. Bautizos, primeras comuniones, misas, oraciones, sí, pero al mismo tiempo crece una comunidad que ha hecho más por toda esa zona que el “socialismo del siglo XXI”. Las promesas de este levantaron las esperanzas de recibir lo prometido y salir de la pobreza, pero la realidad actual es testigo de que han pasado más de veinte años quemando promesas y acumulando cenizas.

La comunidad cristiana respeta diversas tendencias políticas siempre que se unan por la oración-acción en pro de la vida. Al comienzo eran sueños casados con carencias primarias: un centro de salud, un multihogar para niños menores de cinco años, una escuela… unos espacios de encuentro y de formación en habilidades laborales y aprendizaje de gestión… Pero como corazón de todo crecimiento de una comunidad cristiana donde iban desfilando sueños. Hoy, treinta años después, son realidades construidas por la misma comunidad con respaldos y solidaridad de otras comunidades y personas que comparten el mismo espíritu cristiano. Lo realizado ha vencido con creces los embates de estos veinte años de frustración política…

¿Qué oramos nosotros? En primer lugar, damos gracias a Dios. La gente no es ciega y yo tampoco. Damos gracias a Dios por las maestras de las dos escuelas que construimos con Fe y Alegría, por las madres cuidadoras, por las doctoras y auxiliares del Centro de Salud, por las Hermanas cuya comunidad es una transfiguración luminosa de un pobre rancho; es el corazón de la comunidad. Dar gracias a Dios y, en estos tiempos de carencias elementales y de desánimo nacional, pedir que la esperanza no decaiga. Que tengamos modo de apoyar a los jóvenes que quieran y puedan ser universitarios. Pedimos por tantas personas que se fueron a Colombia, Ecuador, Perú… y que eran puntales de la comunidad y se llevaron consigo el oficio aprendido y el compromiso cristiano con la experiencia de que como dice Jesús “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20,35).

Sentimos que Dios camina con nosotros, sufre con nosotros y celebra con nosotros, que siempre tenemos motivos para celebrar y salir el domingo con alegría y con las pilas cargadas para toda la semana y así vencer tantas carencias debidas a políticas insensatas. 

–Para finalizar, queremos conocer sus consideraciones sobre SIC hoy en Venezuela. Pareciera que la revista SIC ha ofrecido a lo largo del tiempo una visión de país que cristaliza en gobiernos con una línea clara y ampliamente definida. Desde su nacimiento entre 1938 y 1968 cristalizado en Caldera y, en adelante, entre 1968 y 1998 materializado con Chávez. Sin embargo, desde el año 2000 hasta ahora la lectura, claramente, es otra… En este contexto, ¿qué debe decir SIC hoy a Venezuela?

–Sería muy pretensioso de mi parte decirte lo que tienen que hacer en SIC. Pero, lo primero que quiero decir es que yo estoy admirado con la SIC y el Centro Gumilla de hoy… En primer lugar, por su gente. La cantidad de gente comprometida con la misión da cuenta del crecimiento de una obra inicialmente llevada por unos cuantos jesuitas que, sin ayuda internacional, trabajábamos para mantener la revista –porque en ese entonces Venezuela era un “país rico”–. Segundo, el alcance del Centro Gumilla en el interior del país y la participación abierta que ha permitido encontrar modos de distribuir el peso que, inicialmente, recaía sobre los curas… Hoy por hoy, la única revista que ha resistido a todos los temporales ha sido SIC y aquí está. Yo creo que están en el muy buen camino.

Por otro lado, entender que no es una revista clerical, pero no renuncia a su visión amplia cristiana. Entonces, ahora, en estos próximos años, no es que uno se siente y decide el camino a transitar, sino que ocurre. Sobre la marcha vas trazando el camino. Las generaciones son quienes escriben su propia historia, porque las definiciones no se toman previamente: la gente es distinta, las sensibilidades son distintas, los vínculos que se construyen son distintos… Todo eso va construyendo un cambio que no se predice. Es una lectura de los tiempos. Valdrá la pena estar muy atentos. 

La revista tiene la virtud de aglutinar distintas visiones de pensamiento. Es un hecho que a nadie se le exige la confesionalidad y, sin embargo, todo mundo entiende que la revista SIC es de orientación cristiana, que procura el diálogo y el encuentro. Yo sí creo que en este momento nadie ve a la revista SIC como una revista clerical, ni tampoco reaccionaria que solo critica a un sector u otro. Entonces, yo creo que ese es el tipo de núcleos que necesitamos hoy en el país.

*Magister en Estudios Políticos y de Gobierno. Director de la revista SIC.

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