Por Daniela Paola Aguilar*
Si algo nos enseñó la pandemia fue a reflexionar. Incluso los más pequeños de la casa, con ternura e inocencia, se preguntaban: ¿Y ahora por qué no puedo ir a la escuela? Manifestando con una sutil añoranza la necesidad de “salir corriendo” al escuchar el timbre del recreo, conectar con las risas de los demás compañeritos o bien recibir la atención de su maestra… Para la dicha de algunos –aunque ojalá les acompañase a todos– este nuevo año escolar promete, desafiando esquemas y dificultades, el regreso a la presencialidad. Y aquí me detengo a reflexionar: ¿Qué se preguntarán los niñitos al saberlo? ¿Será el tapabocas parte del uniforme escolar?
Reflexionar, volviendo a las lecciones del 2020, en el mejor de los casos, como resultado de una invitación, en otros como una salida al borde de la desesperación. Sea cual fuere la naturaleza del llamado, lo irrefutable es que nos desinstaló. Y en ese proceso de mudanza inducida –digo yo, y en medio de una emergencia sanitaria global, la revista SIC también se transformó.
Fieles a una tradición de más de 80 años, nos dedicamos a construir –a punta de ingenio y los medios dispuestos–, un espacio de fraternidad donde, reflexionando sobre temas importantes, desde distintas áreas del saber y a la luz un bagaje invaluable de historias, experiencias y testimonios, pudiéramos reflejar esperanza para combatir el caos generado por las múltiples urgencias.
Al servicio de una humanidad en crisis, nace “Voces y Rostros” con la ilusión de acompañar a nuestra audiencia desde la experticia y la sensibilidad social que solo el sentido de comunidad, fe y justicia, fueron capaces de sostener. Al final del día, “La espiritualidad está presente en todos los seres humanos”, como acertadamente lo afirmó nuestro querido Laureano desde el extranjero.
En este camino no estamos solos, desde entonces hemos contado con la participación de personalidades como el Padre General Arturo Sosa, s.j., Raúl González Fabre, Woodly Edson Louidor, Rafael Luciani, Pedro Trigo, s.j., Nelson Rivera, Barrera Tyszka, Luisa Pernalete, Susana Raffalli, Marisabel Reyna, María del Pilar Silveira, Luis Vicente León, Carolina Jiménez, Juan Francisco Mejía, quienes apelando al sosiego y la razón, le dieron rostro concreto a la esperanza en medio de una catástrofe que nos obligaba a cubrirnos con frecuencia más de la mitad de la cara.
Voces que nos recuerdan, como Ana Guinand, que en el diálogo mente-corazón habita Dios, siendo “Una voz que nos trasciende. Una voz que inspira, anima, consuela, da motivos para agradecer, suscita paz e invita a responder desde nuestra verdad y realidad, sabiéndonos vulnerables…”. Una voz que se fortalece con la oración y nos invita a soñar despiertos con la posibilidad en medio de lo imposible.
“El modo que tenemos de inspirar y animar a conseguir esos sueños… es algo que también podemos y debemos hacer para ayudar a vencer a la pobreza” (Alberto Vollmer). ¿Qué sería de nuestra misión sin el deseo de contagiar a los nuestros? Estamos llamados a ser “Un fuego que enciende a otros fuegos”, diría San Alberto.
Aún con vida y apelando a la profunda sencillez que le caracterizaba, el mismo Armando Rojas Guardia sostuvo que “No podremos subsistir como especie sin esa compasión, solidaridad y cooperación que la situación nos invita a reconocer”. Una situación que parece seguir invitándonos hoy a la acción contemplativa, a la solidaridad, a procurar el bien común y, en definitiva, a amar-nos los unos a los otros con respeto y sin medidas.
Transcurridos más de dos años del confinamiento que transformó nuestras vidas radicalmente, cuanta vigencia encontramos hoy en el testimonio de defensores incansables por los derechos humanos como Rafael Uzcátegui, quien ha identificado que “El desafío es salir de esta crisis con sentido de comunidad, como país”. O Minerva Vitti quien denuncia la crudeza que se vive en nuestros pueblos indígenas y sigue apostando por la defensa de los territorios ancestrales y el cuidado de la familia más allá del centro, de las grandes ciudades –o lo que quedan de ellas en las regiones de Venezuela.
También en las reflexiones del ilustre Rafael Tomás Caldera, en la actitud de James Martin, s.j., en la vocación ejemplar de S.E Cardenal Baltasar Porras, en el trabajo en red promovido por Manuel Zapata, s.j., en la voluntad inquebrantable de Guillermo Tell Aveledo y el ímpetu de jóvenes promesas como Jesús Piñero. En el sentido de pertenencia que transmite Masaya Llavaneras, aun cuando decidió –como otros tantos millones– hacer camino fuera de nuestras fronteras, sabiendo que su corazón siempre conseguirá lugar dentro de ellas.
Se trata del testimonio de venezolanos, hombres y mujeres, religiosos y laicos que, como tú y como yo, atienden a esa voz interior que nos invita a desinstalarnos, a darnos, a hacer camino juntos en este horizonte compartido.
Voces y Rostros es una invitación a “Mirar la realidad con profundidad” (Rafael Garrido, s.j.) y, con profundo sentido cristiano, “formar laicos que asuman su compromiso bautismal” (Monseñor Juan Carlos Bravo). Y, aun reconociéndonos limitados humanamente, apostar por la vida.
“Para ponerse en camino son necesarios la esperanza y el coraje” (P. Luis Ugalde, s.j.) y para reconstruir a Venezuela no basta ser testigos de la más hermosa suma de voluntades (Albe Pérez-Perazzo)… Es necesario que seamos parte.
Fuente:
Este artículo ha sido originalmente publicado en Jesuitas de Venezuela, el 11 de octubre de 2022. Disponible en: https://www.jesuitasvenezuela.com