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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Los anillos del árbol de Lisa

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Por Minerva Vitti Rodríguez*

En medio de la defensa de los territorios ancestrales y el cuidado de la familia, muchas lideresas indígenas son las últimas en la fila de sus propios derechos. Sus cuerpos, primer territorio habitado por ellas, son los primeros en enfermar. A través de la historia de Lisa Henrito, indígena pemón y defensora de la tierra en la Amazonía venezolana, nos adentramos en un relato íntimo y político que retrata la necesidad de generar procesos de autocuidado y cuidado como una estrategia de resiliencia y resistencia, para el bienestar individual de las defensoras de la tierra y la supervivencia de los movimientos, que tienen años enfrentando los proyectos extractivistas del gobierno venezolano y la violencia de los múltiples actores armados en sus territorios ancestrales. La crisis climática también es una crisis de los cuidados de los defensores de la tierra.

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“Ahí están los mafiosos esos, provoca lanzarles una bomba, pero debo calmarme”, dice Lisa Henrito Percy, defensora de la tierra, cuando pasamos al frente de unos camiones cargados de alimentos, que están estacionados en una de las calles de Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana, al sureste del estado Bolívar, Venezuela. Su hermano Lenon conduce el carro en el que nos trasladamos. Minutos después entramos al pueblo de Manak Krü donde está la sede del Concejo de Caciques Generales del Pueblo Pemón: “Antes venía la gente, era más importante que la alcaldía”, comenta decepcionada y al volver la vista hacia el cementerio de la comunidad recuerda que el lugar se ha convertido en un corredor para los migrantes forzados venezolanos que huyen de la emergencia humanitaria compleja que azota el país: “Un hombre murió de un infarto mientras caminaba. La familia buscó los papeles para enterrarlo aquí y seguir su viaje a Argentina. Es muy triste lo que estamos viviendo”.

Salimos del pueblo y tomamos la troncal 10 que comunica a Venezuela con Brasil. A la altura del Fuerte Militar El Escamoto, Lisa retoma la historia que va contando por fragmentos: “Aquí nosotros trancamos. Ellos venían con tanquetas. Querían acabar con el pueblo”. A un lado de la carretera se alzan unos terrenos bordeados con palos de madera y alambres: “Las comunidades indígenas están cercando sus terrenos por las invasiones”, agrega la lideresa del pueblo indígena pemón. En eso estuvo trabajando hoy.

Ya empieza a oscurecer y al otro lado de la frontera, ya en Pacaraima, Brasil, buscamos unos pañales para su padre. Hay colas de gasolina, la mayoría de carros procedentes de Venezuela. Las luces incandescentes de los locales alumbran las calles llenas de carros, huecos y gente. Las conversaciones son en español, portugués y portuñol (una mezcla de ambos idiomas). El tráfico es pesado así que Lenon estaciona y nos bajamos.

Lisa, vestida con pantalones estampados, franelilla negra, sandalias de tacón y un bolsito cruzado, se pasea por varios locales atestados de pacas de alimentos hasta que encuentra el tamaño y la marca adecuada de los pañales, que ella y sus dos hermanos se turnan para comprar. Abraza el paquete sin bolsa como si fuese un bebé recién nacido y volvemos al carro.

Antes de entrar nuevamente a territorio venezolano, pasamos frente a uno de los albergues donde viven los migrantes y refugiados warao, otro pueblo indígena cuyo territorio ancestral está en Venezuela, pero que huyó para sobrevivir.

Cuando llegamos a la casa de Lisa hay “gente extraña” llenando unos bidones de agua en el río. “¿Pidieron permiso?”, les pregunta con autoridad. Luego de despacharlos me ubica en una casita de madera, que llama su baticueva. Ordeno mis cosas, me doy un baño en un sanitario en medio del monte y busco a Lisa que está atendiendo a su padre.

El hombre permanece en posición fetal sobre una cama rodeada por un mosquitero, se queja levemente. “Aquí hace mucho frío”, dice la hija como descifrando su lamento y empieza a poner sábanas encima de la red, las prensa con pinzas para tender ropa hasta que todo queda como una tienda de campaña.

Cenamos arepas con queso y una bebida a base de cereales y maíz que les regalaron los misioneros adventistas. Son casi las ocho de la noche del 3 de octubre de 2019 y la jornada para esta defensora continúa. Debe salir a Manak Krü para reunirse con el equipo de la capitanía indígena del sector 6 del pueblo pemón.

Lisa dice que se levanta temprano a ponerle alimento a las gallinas de su madre, que en este momento está de viaje con otro de sus hijos; después vuelve a dormir “por el frío” y porque luego de las masacres perpetradas en su territorio quedó con mucho insomnio. Apenas se cumplen tres semanas desde que volvió a salir a la calle.

Solo han transcurrido tres horas y una parte de la Amazonía venezolana y su compleja realidad se abre ante nuestros ojos: cooptación de las organizaciones tradicionales indígenas, paso de los migrantes y refugiados venezolanos que huyen de la crisis del país, represión, despojo y militarización de los territorios indígenas, cuidado de la familia.

La Gran Sabana en una mujer.

Lisa estornuda varias veces, nos despedimos y entra en la oscuridad del camino sembrado de árboles de moriche.

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Todos los nombres de su familia comienzan por L.: Lloyd, Leonisa, Lenon, Leodan, Lisa.

—Nuestros nombres son un reflejo de lo que somos. La influencia de los misioneros sobre mis padres, ese encuentro cuando los adventistas entraron en las tierras de lo que hoy es la Gran Sabana, el choque con los católicos. Mi nombre no es indígena, es más bien gringo, pero resume lo que soy, mi crianza, mi familia, la historia de mis ancestros. Muchos nombres son impuestos, por ejemplo González es un apellido que colocaron los militares. Era más fácil para identificar a los indígenas, si trabajaban con tres hermanos, les ponían González. Es increíble. Entonces uno busca su árbol genealógico y piensa: ¡Verga! de dónde salió este nombre— dice Lisa Lynn Henrito Percy, hija mayor del primer pastor adventista pemón que se graduó en teología.

La geografía se convierte en genealogía y el Wadakapiapo- tepui, un árbol centro del mundo que daba todas las frutas, sigue siendo protagonista de la historia ancestral que habla sobre la abundancia de alimento para su gente y el diluvio que se desató al cortarlo. Frente a su cuerpo azul fluyen las raíces de Lisa, las mismas del pueblo indígena pemón, que abarcan los diferentes territorios del centro y sureste del estado Bolívar, en Venezuela; así como áreas vecinas de la República Cooperativa de Guyana y Brasil, una extensión territorial no inferior a los 85.000 Km².

 tepuy o tepui Wadakapiapo
Este es el Wadakapiapo- tepui. El tepuy o tepui son las formaciones expuestas más antiguas en el planeta, su origen data del Precámbrico y se encuentran en el Escudo Guayanés. Foto: Minerva Vitti.

—Mi bisabuela materna es de Mowak, zona de Kavanayen. Mi bisabuelo materno fue secuestrado cuando era un bebé por los pemón arekuna durante la última guerra con los indígenas macushí, lo llamaron Unname Percy [Sin nombre Percy]. Mis bisabuelos paternos son de Luepa. Mi abuela materna nació en Wanakpupay, zona de San Rafael de Kamoiran. Mi abuelo materno nació en Mowak. Mi abuelo paterno nació en Luepa. Mi abuela paterna nació en Cuyuní. Mi papá nació en Paruima y mi mamá nació en Apoipo—Lisa despliega sus ramas.

La palabra pemón significa persona. Según el Censo de 2011, existen 30.148 indígenas pemón, divididos en tres subgrupos: arekuna, kamarakoto, taurepán, convirtiéndose en el cuarto pueblo indígena más numeroso de Venezuela. En este país desarrollan su existencia en un área de aproximadamente 38.000 km², distribuidos en 183 comunidades organizadas en 8 sectores indígenas, ubicados en los municipios Angostura, Piar, Sifontes y Gran Sabana, este último formado por 6 sectores.

Los datos genealógicos no siempre son sencillos sobre todo si se pertenece a un pueblo indígena que al menos tiene 5000 años de existencia, pero hay otras cosas más difíciles.

Lisa Henrito ha sido criminalizada por el alto mando militar por promover un movimiento secesionista al sur del país. El señalamiento fue realizado por el General de Brigada Roberto González Cárdenas en un programa de televisión nacional y transmitido por la cadena Telesur, el 23 de julio de 2018, quien también la acusó de ser extranjera por haber nacido en la comunidad indígena de Paruima, en Guyana.

Por estas denuncias, Amnistía Internacional emitió una Acción Urgente el mismo año para proteger a la lideresa. En el documento se explica que “está siendo estigmatizada por su labor como activista de organizaciones de mujeres indígenas pemón que exigen el fin de la militarización y la explotación minera de sus territorios ancestrales sin consulta informada ni estudios del impacto social previos”. Un año después, Lisa también respondió.

Juramentación de Lisa
Juramentación de Lisa como capitana de Maurak. Foto: cortesía de Lisa Henrito.

La actividad extractiva se ha incrementado de forma desordenada y violenta en toda la región al sur del río Orinoco (estados Amazonas y Bolívar), desde que el presidente Nicolás Maduro aprobara unilateralmente la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco, que autoriza la explotación de minerales como oro, bauxita, hierro, cobre, coltán, diamantes y tierras raras, en 12 % del territorio nacional (norte del estado Bolívar y bloque especial en la comunidad indígena de Ikabarú); y que además crea la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras, Petrolíferas y de Gas (Camimpeg)

El Arco Minero del Orinoco se superpone directamente con los territorios ancestrales de los pueblos indígenas Mapoyo, Inga, Kariña, Arawak y Akawako, y su área de influencia incluye las tierras natales de los Yekwana, Sanemá, Pemon, Waike, Sapé, Eñepá y Hoti o Jodi en el estado Bolívar; los Yabarana, Hoti y Wotjuja, en Amazonas, y los Warao, en Delta Amacuro.

—El sector 6 es la piedra en el zapato porque se resiste a que entre el gobierno y haga lo que hizo en Sifontes. Tú que has recorrido, dime si existe minería ecológica, si hay ríos limpios. No. Eso no existe. El Gobierno ve qué quieren los capitanes y por ahí coopta. Yo que lucho contra el Gobierno no puedo tener rabo e’ paja, no me van a utilizar—Lisa se altera.

Vladimir Aguilar, abogado y coordinador del Grupo de Trabajo y Asuntos Indígenas (GTAI) de la Universidad de los Andes, sostiene que lo único que está conduciendo a la secesión del país es la idea de res nullius (cosa de nadie) que lleva implícito el Arco Minero del Orinoco: “Los principales guardianes del territorio nacional son los indígenas, y en el caso de Guayana, el pueblo pemón, fundamentado en la nueva noción de seguridad y defensa contenida en los artículos 326 y 327 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) los cuales reconocen a las áreas protegidas y hábitats indígenas como espacios claves para la integridad territorial en zonas de fronteras”.

Lisa y el pueblo pemón han protestado contra megaproyectos como el Complejo Hotelero Empresa Nacional de Turismo del Sur (Turisur) (1995), Tendido Eléctrico (1997-2001), Decreto 1.850 que autoriza la minería en la Sierra de Imataca (1998), Gasoducto Transcontinental (2006), Sub-Estación Satelital de comunicaciones en Luepa (2007-2008), Decreto 2.248 que autoriza la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco (2016), entre otros, por ir en contra de los derechos de los pueblos indígenas y de la naturaleza. En ninguno de estos, el Estado venezolano ha cumplido los procesos de consulta previa, libre e informada, estipulado en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ni los estudios de impacto socio ambiental estipulados tanto en la legislación nacional como en los tratados internacionales que el país ha firmado, además se desarrollan sobre un territorio altamente disputado por el oro.

La autodeterminación del pueblo pemón representa un obstáculo para los proyectos extractivistas del Gobierno nacional y la jurisdicción indígena se convierte en el último reducto de resistencia indígena en un país plagado de disidencias jurídicas. “Esto tiene su fundamento en el principio de administrar justicia pero también el de gestionar sus territorios para garantizar sus ´formas de vida´, o lo que es lo mismo, sus espacios de vida”, explica Aguilar.

Niños corriendo
Los niños y niñas pemon se levantan con las historias ancestrales encarnadas en su cotidianidad. Foto: Minerva Vitti.

Sin embargo, muchos de los sectores en los que se divide el pueblo pemón se han abierto a las actividades mineras. Convertirse en mineros ha sido uno de los recursos para proteger sus territorios, sus modos de vida, autosustento y a sí mismos del despojo territorial, aunque esta decisión sigue lejos de ser el fin de los problemas para los pemón y tampoco es compartida por todas las comunidades.

Actualmente, la lideresa repite como capitana en la comunidad indígena de Maurak, un cargo que ejerció entre 2002 y 2005 y en el que fue electa nuevamente para el período 2021-2025. El proceso estuvo reñido, porque la mayoría de los pobladores sabe que es muy crítica a las políticas del actual Gobierno, y consideran que esto la puede poner en riesgo tanto a ella como a la comunidad.

“Qué no olvide nadie por qué y para qué estamos aquí”, dijo durante la ceremonia de juramentación del 5 de enero de 2021, ataviada con su penacho de plumas azules y rojas de guacamaya, privilegio que solo ostentan algunos líderes hombres en el continente.

A Lisa también le han dado un bastón de mando, que simboliza la máxima autoridad.

De su primer liderazgo aún recuerda cómo se enfermó por la presión y la implicación que demanda el cargo de capitana en una comunidad.

3

Toda la noche del primer día llovió. Las gotas se precipitaban con violencia en el techo de zinc. Sobre el sonido del agua se montaba el canto de un gallo trasnochado y el de cientos de grillos y sapitos que celebraban el gran diluvio. Lisa regresó casi a las once. Lo supe porque tocó la puerta para indicarme cómo se apagaba el único bombillo que ilumina la baticueva. Por estos días ella se quedará en la casa de sus padres que está justo al lado.

Lisa vive dentro de un árbol, su cueva es de madera, levantada unos centímetros de la tierra. Así la construyen los pemón de Guyana. Tiene dos espacios. Uno donde está la cama protegida por un mosquitero, tres mesas de plástico, cajones de madera; y otro con bidones y otras herramientas para talar conuco. En las mesas hay una computadora dañada y una maleta con toda su ropa. En los cajones: cuatro pares de botas, cuatro pares de sandalias, algunas revistas, libros y el paquete de pañales que usa su padre. Las cortinas que cubren las ventanas son blancas con flores rojas y mariposas anaranjadas.

Recordar y vivir que lo privado es público es fundamental para autocuidarnos. Fotos:
Minerva Vitti.

Encima de la cama descansa un jabalí de peluche que se llama Jorge. “Tu si tienes gustos raros”, una vez le dijo una amiga en la oficina. En otra ocasión le mostraron el jabalí a un bebé para calmarlo y se asustó más. Lisa siempre se ríe contando esta anécdota. También tenía un burro de peluche llamado Orlando.

En la pared junto a la puerta hay una repisa con una camisita de fieltro de Perú, un tambor de Argentina, unas casitas de cerámica de Coro, cremas hidratantes, jabón de tocador, un portarretrato pequeño con la foto de su padre y otro más grande con la foto de ambos progenitores tapada en una esquina por una Lisa tamaño carnet. “Mi papá es mi papá y yo soy su niña”, me dice una tarde al mostrarme el retrato.

El portarretrato grande tiene una chapita con la cara del cacique Guaicapuro y de cada extremo del marco penden dos tobilleras hechas con canutillos y semillas de kewey, son para la protección de sus pasos.

Así es la baticueva de esta defensora. Su único espacio de intimidad.

A las 7:20 de la mañana Lisa entra al gallinero que está junto al baño. Lleva puesta una camiseta y unos shorts que marcan sus piernas cortas. Los cabellos largos y negros caen como ramas sobre su piel jaspe. Hoy amaneció con dolor de garganta.

—Tengo que cuidar esta gallina, ella es muy terca, la meto a la casa y se sale. Por ahí pasó un gavilán y se llevó uno de los pollitos, ahora quedan cinco— dice con la cara hinchada.

Varios kau kau (pájaros) se posan sobre una cuerda y vuelan hacia la mata inmensa de mango. Debajo de ésta hay un tubo conectado a una manguera que se debe arrastrar hasta el baño para poder tener agua. Cuento cinco casas. Todas de madera, todas levantadas unos centímetros del suelo. Estamos rodeados de árboles de kuay (moriche). Un pequeño río, el Uairén, atraviesa la sabana. Alguien arroja una tapa de un carro y el sonido se expande. Si no estuviéramos a orilla de carretera solo se escucharían las gallinas, los pájaros, los loros y el río.

Tuenkaron
Tuenkaron es un personaje que vive en las aguas, ríos y quebradas. Es una mujer pequeña, de larga cabellera, bonita. Cuida la naturaleza y castiga a los que la profanan. Foto: Minerva Vitti.

Al rato llega una vecina a decirnos que anoche sintió ruidos en la casa que están construyendo para la madre y el padre de Lisa: “Prendieron las luces como a las cuatro de la mañana”, precisa la mujer. Caminamos hasta el lugar. Adentro hay cemento, bloques, cabillas, tubos de plástico… También cajas llenas con los libros de teología, liderazgo, autoestima, psicología del papá de Lisa. No se han llevado nada.

Volvemos a la casa y arriban unos familiares de la defensora.

—Esto siempre es así—dice mientras nos sentamos a desayunar. Por un instante olvida lo que está comiendo y señala una motobomba que ha decomisado y que está justo debajo de un mesón— Es la que está repartiendo el Gobierno para hacer minería— me explica Lisa.

Hay una diferencia entre comunidades indígenas mineras y comunidades indígenas en zonas mineras. En el segundo caso, se puede decir que algunos de los lugares que hoy son minas controladas por los indígenas antes estaban en manos de mafias y posteriormente de militares, no era una práctica del pueblo indígena, un tercero la abrió en su territorio afectando la vida de los indígenas. Esto no libera al pueblo pemón de observaciones, críticas, y sobre todo peligros: muchos indígenas quedan sepultados en medio de los derrumbes en minas ilegales, enferman de malaria o son desaparecidos y asesinados por grupos criminales y agentes del Estado que controlan la actividad.

Lo anterior muestra que cuando las experiencias de administración propia de recursos de los pueblos y comunidades indígenas se asientan en los negocios extractivistas, la guerra y los múltiples intereses alrededor de estas economías no admiten que éstos sean dueños, solo los acepta como víctimas e incluso como victimarios. Este último es el caso de la matriz de opinión alrededor de algunos de los miembros del Concejo de Caciques Generales del Pueblo Pemón, que han sido cooptados por el Gobierno; o de indígenas pemón que tienen minas y son criminalizados por algunos académicos bajo la falacia de “Arco Minero Indígena”.

—Mira esta es Jazmín, mi sobrina— Lisa me presenta a la protagonista del artículo que escribió los días de la masacre de Kumarakapay en 2019 y que tituló: “Mi sobrina gritaba yo no me quiero morir”— Maurak es la comunidad donde hubo más desplazados, tenían miedo de que volvieran atacar, quedaron muchas familias separadas, se fueron mis sobrinos. Allá tienen un mezclote en su mente: “¿Cómo se dice hola en portugués?”. “En mi país no se come eso”. Los niños juegan a matar a Maduro porque dicen que les quitó su terreno y ahora viven en un lugar seco, sin agua.

niño jugando
Muchas familias pemon refugiadas en Brasil decidieron quedarse para que sus hijos tuvieran un mejor acceso a la educación. Foto: Minerva Vitti.

La defensora se entristece pero se vuelve a distraer cuando observa a los pollos de su mamá picoteando por toda la casa.

—Ay no, esos pollitos son una pesadilla. Es más, yo les voy a cocinar arroz ahorita— se levanta y camina hasta la cama de Lloyd— Vente papá, seguro tú también tienes hambre.

—Sí, creo que todos tienen hambre.

4

My Father

I have a loving father

He’s so loving as a mother

His best colour is blue…

El poema se llama My Father y Lisa lo escribió cuando tenía once años. Ella habla, lee y escribe en tres idiomas: inglés, castellano y pemón taurepán. También comprende y se comunica en portugués. A lo largo de su educación básica y secundaria, que fundamentalmente fue en Guyana, siempre fue muy buena alumna y ganó becas. De hecho, para ingresar al bachillerato que hizo en Georgetown, la capital de este país, presentó una prueba realizada entre todos los estudiantes a nivel nacional y fue seleccionada entre los diez primeros lugares. Las materias que más le gustaban eran Inglés, Historia del Caribe y Biología.

Los múltiples viajes de su padre Lloyd Henrito, primer pastor adventista pemón que se graduó en teología, hicieron que la familia Henrito Percy viviera cinco años en Trinidad y Tobago, doce años en Guyana, hasta que finalmente se establecieron en Venezuela.

—A los cuatro años de edad me llevaron al psicólogo porque tartamudeaba. El doctor dijo que mi cerebro era muy rápido y quería decir todo de una vez. También estuve en clases de piano pero por los viajes no pude continuar— rememora la defensora.

Lisa y su familia se mudaron muchas veces por los estudios de teología de su padre. Fotos: cortesía de Lisa Henrito.

Cuando regresaron de Trinidad y Tobago a Guyana, Lisa y sus hermanos vivieron con los abuelos en Paruima. En ese momento, ella tenía siete años y aprendió algunos elementos de su cultura, como sus primeras palabras en taurepán, aunque ella dice que habla taurecuna (taurepán y arecuna). También iban al conuco los lunes y regresaban los viernes. Lisa lloraba mucho porque quería estar con sus padres, que constantemente viajaban por sus responsabilidades en la Iglesia adventista.

Durante el bachillerato en Georgetown, Lisa y sus hermanos vivieron en casas de familia, pero durante las vacaciones se reunían con sus padres en Lethem, una comunidad en la frontera con Guyana y Brasil donde se habla wapishana, macushí, inglés y portugués.

Para el momento en que Lisa llega a Venezuela ya tiene 18 años e ingresa al Instituto Universitario Adventista de Venezuela, en Nirgua, estado Yaracuy, donde estudia Administración de Empresas por seis años; y cada vez que tiene vacaciones viaja al sur de Bolívar donde se instalan sus padres y sus hermanos.

—Cuando regresé estuve un año y medio con un conflicto personal y cultural muy fuerte por el problema lingüístico. En la universidad yo perdí un semestre por las materias teóricas, las raspé porque no sabía castellano. Mi primer idioma es el inglés y a pesar de haber estado con mis abuelos desde los siete hasta los once años no hablaba ni el taurepán ni el castellano. Nuestras vacaciones eran en Lethem donde tampoco se hablaban estos idiomas. Te podrás imaginar todas las mezclas, todo el impacto cultural. Por una parte fue bueno, pero regresando a Venezuela vino el choque.

La defensora cuenta que incluso dentro del país se mudaron varias veces, lo que complejizó la situación.

—La crisis fue fuerte porque uno aprende una cosa en un lugar, luego nos mudamos a otro y las expresiones son distintas en el arekuna y el taurepan, si decía algo la gente se reía porque no era así, fue muy fuerte, pero lo superé. Una cosa que me gusta es que aquí en Venezuela las raíces del idioma indígena son fuertes.

Esta barrera lingüística nunca hizo que dudara de su origen indígena, ella creció escuchando las historias de los ancestros que su madre le contaba. Así que aprendió el idioma en la comunidad, hablando con la gente.

Por su parte, el inglés y sus estudios en la universidad le permitieron acceder a trabajos que nunca se hubiese planteado. Uno de ellos fue como administradora en la Placer Dome Tecnical Services, una empresa minera canadiense que junto a la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), conformaron la empresa MINCA (Minera Las Cristinas) para explotar la mina Las Cristinas, en el estado Bolívar.

Lisa llegó a este trabajo en 1999 tras sufrir su primera decepción en las luchas territoriales en contra del tendido eléctrico y se mantuvo durante nueve meses hasta que la empresa cesó sus actividades. Allí pudo conocer de cerca los conflictos entre los mineros que tradicionalmente trabajaban en la zona y las empresas que querían controlar la actividad.

Luego trabajó en la English Service Corporation Srl dando clases de inglés a los trabajadores de la Procter & Gamble en la ciudad de Barquisimeto, al noroccidente del país.

En 2002, con 29 años, Lisa se estableció en Maurak, comunidad indígena a 30 minutos de Santa Elena de Uairén, por petición de los propios indígenas, para administrar un colegio adventista, pero por su capacidad para hacer proyectos y sus estudios le propusieron ser capitana.

5

Lisa veía por la ventana del autobús cómo sacaban la madera de la selva. Era 1998 y regresaba a su casa por las vacaciones de la universidad. Más allá de Tumeremo, donde está el desvío hacia El Dorado, madera, mucha madera, proveniente de la Reserva Forestal de la Sierra de Imataca. Los árboles eran grandísimos, milenarios. El Gobierno estaba tumbando la selva.

Cuando Lisa llegó a Inaway (Las Claritas), el lugar donde vivía su familia y trabajaba su papá como pastor adventista, lo primero que preguntó fue quién estaba tumbando todo eso y por qué nadie decía nada. Recuerda que alguien le respondió que había escuchado algo sobre el levantamiento de un tendido eléctrico.

Inmediatamente Lisa se trasladó a 1995 y recordó los argumentos de los líderes indígenas que la han inspirado, Juvencio Gómez, de Kumarakapay; Alexis Romero, de Maurak; y Silviano Castro, de San Rafael de Kamoirán, y que impidieron la construcción del Complejo Hotelero Empresa Nacional de Turismo del Sur (Turisur), un proyecto privado que contó con el aval del Instituto Nacional de Parques (Inparques), en la Sierra de Lema, madre de todas las aguas y puerta de entrada de la Gran Sabana.

—Yo dije vamos a luchar porque el Gobierno tenía que consultar y no lo hizo. Si a nosotros nos llevan presos por tumbar un palo, no vamos a permitir que ellos tumben esto, deberían ir presos también, eso no es así, ellos no tienen más derechos que nosotros que somos de aquí.

Había pasado varias veces con sus tíos y primos que vivían en el municipio Sifontes, uno de los más deforestados por la minería: “Fulanito está preso por tumbar conuco”, “fulanito está preso por tumbar dos árboles”, “le quitaron la motosierra y el capitán tiene que ir a pelearla en la guardia nacional”.

Algunas autoridades decían que el Gobierno había consultado con la Federación de Indígenas del estado Bolívar (FIEB), que reunía a distintas organizaciones indígenas de esta entidad federal y estaba liderada principalmente por el pueblo pemón; pero Lisa insistía en que debía ser con todo el pueblo y los capitanes de las comunidades estuvieron de acuerdo con este argumento. El 27 de julio de 1998 salieron de Inaway y trancaron la carretera nacional a las cuatro y media de la mañana.

—Yo me acuerdo que fuimos adentro en la selva y encontramos un tronco grandísimo, no sé cuántos metros serían, ni siquiera pude contar los anillos del árbol, debía tener más de mil años y eso me llamó mucho la atención. Estaba con mi prima Dibisay, que fue capitana, y le dije vamos a bajar ese tronco y trancamos la vía. Entonces regresamos y empezamos a hablar con los muchachos, miren el tronco, vamos a empujarlo y fuimos el pocotón de hombres, jóvenes, mujeres, grande era la multitud, y empezó a rodar a rodar a rodar, el tronco salió de la selva, pasamos por las canchas de fútbol y lo pusimos en medio de la carretera, en el kilómetro 16, y todo el mundo venía y no había manera de mover ese tronco.

Era una protesta frontal contra la construcción del tendido eléctrico de alta tensión, un proyecto que llevaría este servicio desde la Central Hidroeléctrica “Raúl Leoni” (renombrada “Simón Bolívar” en 2006), ubicada en la Represa del Guri del estado Bolívar, hasta Brasil.

Trayectoria del tendido eléctrico.
Trayectoria del tendido eléctrico. Foto extraída del libro La Conquista del Sur. Vladimir Aguilar y Iokiñe Rodríguez.

Además de exportar electricidad a Brasil, los defensores del tendido eléctrico buscaban fomentar la expansión de actividades extractivas en el sur de Venezuela. proveyendo electricidad a las compañías mineras que se encontraban en Las Claritas, una de las áreas más importantes para la industria minera de oro y diamantes del país, localizada a 15 kilómetros de la frontera norte del Parque Nacional Canaima. Del mismo modo, insistían en que se suplirían las demandas energéticas de Santa Elena de Uairén, capital del municipio Gran Sabana, y del área minera vecina de Ikabarú.

Inaway fue una de las primeras comunidades indígenas que protestó. Se sumarían más. Incluso tuvieron apoyo desde el estado Zulia, al otro extremo del país; y hasta los indígenas de Amazonas les enviaron un bulto de casabe (pan hecho de harina de yuca). Había mucha solidaridad. Organizaciones como “Amigos de la Gran Sabana” y “Survival International” se pronunciaron. También había muchas personas que, como dice Lisa, “querían pescar en río revuelto”. Durante la protesta los jóvenes se organizaron y montaron turnos de guardia.

—Un tío que había sido militar nos dijo que ahora el Gobierno no estaba haciendo nada, pero que en cualquier momento se iba a molestar y nos lanzarían bombas lacrimógenas. “Nos pueden disparar, hay que tener mucho cuidado”. Me enseñó hasta qué nivel del suelo llegaba el humero y qué había que utilizar cuando esa bomba te tocaba. No te podías lavar la cara, porque se alborotaba ese ardor, había que tener vinagre con un pañuelo para poder contrarrestar eso.

Su tío también le dijo que debían tener mucho cuidado con los infiltrados.

—Veinticuatro días estuvimos allá, a nivel del kilómetro 16, nos tiraban al Ejército, nos tiraron una ballena— recuerda Lisa— Los militares solo pudieron quitar el tronco con una tanqueta.

Los indígenas también comenzaron a protestar contra el decreto presidencial ilegal (Decreto de 1850) que convertía el 38 % (1.4 millones de hectáreas) de la Reserva Forestal de Imataca, de administración forestal en zona para la extracción minera. Este decreto había sido emitido un mes antes de que el proyecto del tendido eléctrico fuera firmado. Ambos bajo la gestión del presidente Rafael Caldera.

También en 1998, el Instituto Nacional de Parques (Inparques) autorizó al artista alemán, Wolfgang von Schwarzenfeld, a realizar la extracción de la piedra Kueka, una roca de 12 metros y 30 toneladas, con gran valor espiritual para el pueblo pemón.

El despojo venía por todos los flancos.

La lucha se prolongó hasta el 2001. Lisa seguía formándose, mientras escuchaba a los indígenas se dio cuenta que lo que defendían los ancianos era su territorio, los bachacos, los pájaros, el agua. “Ustedes hicieron el Guri sin consultar, mataron muchos animales. Ustedes hicieron la carretera sin consultar…”, decía un anciano. Había una abuela de San Juan de Kamoirán que la impresionaba mucho.

—Hablaba solo pemón y tiraba unos discursos. “Mi territorio”, decía la abuela, “yo no quiero unos guardias que vengan a decirme ‘tu cédula’, yo soy la que tengo que decirles ‘tu cédula’, ‘tu cédula’, tú a mí no”.

Pero al mismo tiempo, la joven lideresa advirtió la división, la traición, los argumentos que califica como “idiotas”.

—Un día un general dijo “¿pero por qué no quieren el tendido eléctrico?, si cuando lo tengan van a poder tomar agua fría”. Y yo por Dios, qué le pasa a esta gente, cómo vamos a tumbar toda la selva porque los indios quieren agua fría.

Desde los medios de comunicación y el Gobierno se comenzó a construir una matriz de opinión que acusaba a los indígenas de tener conexiones con los zapatistas mexicanos, la guerrilla colombiana y la CIA, agencia central de inteligencia del gobierno de los Estados Unidos que supuestamente les había prestado alta tecnología para tumbar las torres.

—Y yo decía, pero bueno, ¿qué le pasa a esta gente?, ¿ellos creen que nosotros no pensamos? Me acuerdo que hubo una fuerte división en el sector 5 del pueblo pemón. Ellos siguieron la lucha, tumbaron las torres del tendido eléctrico, fueron atacados y militarizados. Siempre hay un grupo más radical que otro y tienen razón. Cuando uno tiene una causa, tú mueres por esa causa.

Protestas Pemón
Protestas Pemon en contra del tendido eléctrico y el decreto 1850 en caracas 1998. Archivo fotográfico Kumarakapay.
Reunión Ministra del Ambiente
Reunión de la Ministra del Ambiente en Gran Sabana. Foto: Iokiñe Rodríguez.
Torre derribada
Torre derribada. Foto: Iokiñe Rodríguez.

La situación creó mucho roce entre los habitantes de las comunidades. Un día un militar del Ejército, casado con una indígena de San José de Kamoirán, peleó con un muchacho que estaba en la protesta y le disparó. El joven murió. Antes de que tumbaran las torres, los indígenas agarraron a un mayor del Ejército, le echaron ají y lo pusieron en el sol. Otro día “se cayeron a plomo limpio” en Mapaurí.

—Quedamos como yo estoy ahora con la Guardia Nacional Bolivariana, que después de que mataron a mi gente yo no los soporto, no quiero escucharlos, no quiero verlos.

Los indígenas pemón lucharon, pero Lisa se dio cuenta que el proyecto del tendido eléctrico se iba a ejecutar así el recién nombrado presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, les hubiese prometido cuando era candidato que no lo haría.

El proyecto formaba parte de un plan de desarrollo de larga data que se remonta a los años 70, conocido como la “Conquista del Sur” (Codesur), y que con la crisis económica de 1994 fue revivido como el “Proyecto para el Desarrollo Sostenible del Sur” (Prodesur), que en lugar de mostrar preocupación por la disponibilidad a largo plazo de los bienes naturales y la integridad del ambiente, asumía que el potencial económico del sur de Bolívar no se había desarrollado y que la gran área que permanecía en un estado “prístino” era una señal de abandono y subdesarrollo.

—Era luchar contra un monstruo de mil cabezas, tú matabas una cabeza y salía otra. Yo vi cómo juegan con la gente, cómo criminalizan. El Gobierno va a usar todo contra un pueblo que está luchando por una causa justa. Entonces, me atrevo a decir, que en casos así, siempre gana el Gobierno. Empiezan a cooptar. Contratan personas, explotan la posición de uno. En aquel momento empezaron a comprar a los capitanes indígenas, los llevaban a encuentros en Caracas para que dijeran “si estamos de acuerdo”.

El 21 de julio del 2000 se firmaron los cinco puntos de entendimiento -que al principio eran siete- entre el Ejecutivo nacional y la FIEB. Una fracción del sector 5 del pueblo pemón consideró esto como una traición a su lucha y una falta de respeto a sus procesos de toma de decisiones. En uno de los puntos del acuerdo se pedía a la Asamblea Nacional aprobar el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) acerca de los Pueblos Indígenas y Tribales. Fue lo único que cumplieron.

—En todo lo demás nos bailaron. Dijeron que todas las comunidades iban a tener luz. Eso es mentira. No todas las comunidades tienen luz. Por ejemplo Maurak tiene una deuda, pero cuando yo era capitana dije que no iba a pagar eso porque ahora tengo 38 torres y una subestación en mi territorio. Ahí decidí aprender las leyes porque siempre nos van a tratar como si no pensáramos, unos locos que estamos siendo mandados por otras personas, entonces, definitivamente hay que estudiar. Los pueblos indígenas tenemos derecho a decidir y participar en la administración y utilización de los recursos naturales existentes en nuestros territorios.

Poco tiempo después, un grupo pemón del sector 5 recomenzó acciones políticas contra el tendido eléctrico y renovaron su reclamo en un debate acerca del modelo de desarrollo deseado para el sur de Bolívar. El Gobierno dijo públicamente que el impacto del tendido eléctrico era mínimo, y que la oposición se reducía a un pequeño grupo de líderes radicales pemón. Posteriormente, cuando siete postes con los cables del tendido eléctrico fueron derribados en la Gran Sabana, el área fue militarizada para posteriormente finalizar el proyecto. El tendido eléctrico fue inaugurado el 13 de agosto del 2001.

En su libro Juegos de Poder en la Conquista del Sur. Dominación, resistencias y transformación en la lucha contra el extractivismo (2021), Iokiñe Rodríguez y Vladimir Aguilar escriben que el conflicto del tendido eléctrico tuvo un gran costo para los pemón del Parque Nacional Canaima, ya que terminó fragmentando su estructura organizacional y de liderazgo, aplastando severamente la moral de aquellos que se opusieron consistentemente al proyecto. “Un líder, quien se convirtió eventualmente en el primer alcalde pemón de la Gran Sabana, se refiere a este episodio en sus vidas como ‘el trauma del tendido eléctrico’. Al mismo tiempo, el nuevo marco legal, creó un escenario para avanzar en la agenda de los derechos indígenas. Así que continuaron trabajando con el Estado, aunque estaban fragmentados y desmoralizados”.

Las leyes que el Gobierno sancionó proveían un marco legal más específico para la protección de los derechos indígenas, políticos y culturales. Ello incluía la Ley 2001 para la Demarcación y Garantía de los Hábitats y Tierras de los Pueblos Indígenas, la cual fue seguida en 2005 por la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas (LOPCI 2005). Adicionalmente, a nivel internacional, Venezuela ratificó en 2001 la Convención 169 de la OIT acerca de los Pueblos Indígenas y Tribales, y en 2007 la Declaración de las Nacionales Unidas sobre los Pueblos Indígenas.

“En 2002, y en colaboración con una serie de ONG y universidades, los pemón iniciaron una serie de procesos de autodemarcación territorial en diferentes sectores del Parque Nacional Canaima, en preparación para el proceso de titulación y demarcación oficial de la tierra, el cual comenzaría en el año 2005. Así mismo, los pemón dieron pasos importantes para tratar de posicionar una narrativa alternativa de desarrollo en el espacio de la política pública, basada en la experiencia de la comunidad de Kumarakapay en 1999, cuando desarrollaron el Plan de Vida de la comunidad”, destacan los investigadores.

No obstante, el proceso de demarcación y titulación territorial resultó lento, complicado e inoperante para la mayoría de los pueblos indígenas, incluido los pemón, especialmente porque desde el Gobierno prevalece una lógica de seguridad e integridad geopolítica, sustentada en el control y militarización de estos territorios ricos en oro y otros minerales para su explotación. De acuerdo a su racionamiento, otorgar a los pueblos indígenas la posesión legal de sus territorios constituiría una amenaza.

El ser pemon se fundamenta en la relación de respeto hacia los espíritus y seres con quienes conviven en el territorio. Fotos: Minerva Vitti.

Veinte años después de la nueva constitución y de la ausencia en la demarcación, Vladimir Aguilar considera que es importante seguir exigiendo la demarcación y titulación de territorios pero desde la perspectiva de la autodemarcación: “Yo creo que son tiempos de empoderamientos de derechos, en consecuencia la lucha por la tierra y la reivindicación de los territorios debe partir del empoderamiento que hacen las organizaciones y las jurisdicciones especiales indígenas, que están en la instituciones tradicionales y en las formas de organización propia que tienen los pueblos y comunidades indígenas de manera ancestral y que hoy en día son una instancia de resistencia y de resiliencia. Considero que el proceso ahora va de abajo hacia arriba, es decir, ya no se puede esperar nada del Estado, sino que tiene que nacer y ejercerse desde las comunidades y el Estado está en la obligación de reconocerlo. Eso tiene que pasar por un proceso de diálogo intercultural, tiene que estar transversalizado por la interculturalidad y la pluriculturalidad, tal cual como está reconocido en el preámbulo de la Constitución y es una forma de fortalecer el experimento democrático en nuestro país”.

6

—Ay está muy duro mi amor, tiene mucho frío— le murmura Lisa a su padre, que está sentado en la cama, mientras le frotaba el brazo con su mano.

Por la puerta de atrás, siempre abierta, entra todo el sonido de los carros. Lisa toma una cucharada de arroz, Lloyd abre la boca, su espalda levemente curvada, sus ojos mirando el bosque que lleva dentro. Rusty, un gato negro y frondoso, se lame encima la cama. En 2006 cuando se mudaron a esta casa comenzaron los primeros síntomas de Alzheimer. Lloyd tenía 56 años y Lisa 33.

—Al principio era un chiste para nosotros. Iba para el conuco, sembraba, al día siguiente arrancaba todo, dejaba el machete, “no que alguien me robo el machete”, papá lo dejaste en el conuco, “cónchale voy para el conuco otra vez”, regresaba, “ay vengo a buscar el…”.

Lloyd Henrito
Lloyd Henrito y sus tres hijos. Foto: cortesía de Lisa Henrito.
Lloyd Henrito
Lloyd en un retrato que tiene Lisa en su baticueva. Foto: Minerva Vitti.

Una vez Lloyd se desorientó en Puerto Ordaz, no sabía cómo llegar al lugar que iba, su esposa Leonisa le reclamaba. En otra ocasión, Lisa tuvo que pedirle a un amigo que los guiase hasta La Paragua, allí su padre estaba dando el sermón que “comenzó en el Arca de Noé y terminó con Daniel y sus fosas”. Otro día chocó el carro y otro más estacionó en Santa Elena de Uairén, pero como olvidó dónde lo había puesto se fue caminando por la carretera, lo encontraron a pocos metros de la casa.

Lloyd tenía un diario donde le escribía a Dios, a su familia, a su enfermedad. Hasta que también se le olvidó escribir. La última vez que habló con Lisa fue en marzo de 2011, estaban en el Centro Comercial Orinoquia, en Puerto Ordaz, y su padre comenzó a marearse, los cuadros de aquel piso largo y amplio lo desconcertaba. Se sentaron en la feria de comida. Él pidió un Toddy (bebida achocolatada) con un sándwich y Lisa un café con leche.

“Mira hija (…) una cosa que te voy a decir, yo estoy muy orgulloso de lo que tú eres, yo te enseñé todo, te enseñé lo que es bueno, lo que es malo, tú después de adulta, descubriste lo que tu querías ser, me hubiese gustado que estudiaras en la iglesia, pero tú tomaste la decisión de no estar, sin embargo eso no te hace mala persona, siempre fuiste una niña muy rebelde, muy preguntona, muy determinada en todo lo que hacías, comenzaste a desafiarme y a argumentar desde muy pequeña (…) yo hice lo que sabía, lo que pude, pagué tus estudios y yo estoy muy orgulloso de lo que eres hoy, no me arrepiento de nada (…) acuérdate que tú eres muy carismática, pero tienes que utilizar todo eso, lo que tú tienes, en bien de tu pueblo, tienes un carácter muy muy fuerte, trata de controlar eso, a veces no escuchas a la gente, pero escúchalas primero y sé siempre la última en hablar, es lo único que te puedo decir (…) yo quiero que sepas que me siento orgulloso de ti, nunca dejes que nadie te diga que tu papá murió decepcionado de ti, nunca permitas eso, tú sabes que siempre fuiste, eres la niña de mis ojos, así que bueno, eso es lo que te puedo decir, tal vez yo no te pueda hablar así, después, porque se me está yendo la mente…”.

A Lisa se le quiebra la voz como un crujir de ramas bajo los talones.

Ella piensa que el hambre influyó en la enfermedad de su padre porque cuando era joven estudió, trabajó y viajó mucho, Trinidad y Tobago, Bahamas, Estados Unidos, y en esos lugares a veces la beca tardaba en llegar, no tenía comida y se desmayaba.

Ahora el señor Lloyd Henrito muerde todo: camisas, botones, el plástico de la cama. Por esa razón tuvieron que operarlo de la vesícula en 2015 y ahora lo deben dejar sin ropa.

La piel de Lloyd es muy tersa y se aviva aún más cuando entra la luz por la ventana de la casa de madera. En uno de sus brazos tiene tatuado un gato que se acuesta junto a Rusty. La marca es una memoria de sus tiempos de joven rebelde, mucho antes de entrar a la Iglesia, cuando tenía su propia banda de rock, escuchaba Los Beatles, Los Rolling Stones y, por supuesto, de su amigo experimentando con tinta y agujas, porque Lloyd no quería un gato sino la cara de un tigre.

—Cada vez que viene la visita médica me felicita porque él está muy bien, él está muy limpio y es el primer paciente que ve en esas condiciones, que no tiene ni una… ¿cómo se dice?

— ¿Escara?

— Sí, sí. Él come muy sano, tú ves que si su ensalada de frutas, su avena, es muy caro mantener su dieta también, no te creas, pero bueno, nos ayuda bastante que papá es una persona muy reconocida por su trabajo en la Iglesia adventista. A veces no tenemos nada y siempre llega alguien que nos trae dinero o comida. Una vez nos quedamos sin dinero para comprar sus pañales y mi hermano me dijo “eso es porque tú le das jugo en la noche, no le des tanto líquido”. Yo le dije que mi papá iba a comer y a tomar todo el líquido que necesita, así yo tenga que cambiar sus pañales cuatro veces al día, así yo tenga que gastar mil paquetes de pañales, yo no sé cómo vamos hacer pero él va a comer bien. Entonces esos eran los problemas que teníamos, pero son problemas menores, y yo me paraba a cambiarlo a medianoche para que no mojara toda la cama, así como un bebé pues.

Asumir el cuidado de su padre ha implicado para Lisa distribuir las labores con sus dos hermanos, quienes la ayudan en la parte económica y logística.

—Somos muy unidos. Yo dije voy a dedicar el tiempo que estoy aquí a mi papá. Lenon, por ejemplo, es la parte financiera y el carro, él compra los jabones, porque gastamos mucho en jabón para lavar todos los días lo que ensucia mi papa. Leo ayuda en la comida y el mantenimiento de las casas, limpiar el patio, arreglar los bombillos, la tubería de agua. Pero no es fácil porque a veces yo me canso y bañar a papá es todo un proceso, llegó un momento que papá pesaba mucho y ya mi espalda no me daba, entonces Leo fue muy clave ahí. A veces pasaban dos o tres días que yo no estaba y cuando venía papá no se había bañado y yo les decía no tienen que esperar por mí, háganlo. O sea, cosas que pasan en cualquier familia. Mi mamá de verdad no puede, entonces se sienta con él a cantar sus himnos favoritos, There’ll be no dark valle, a leerle la biblia, Thessalonians capítulo 5 versículo 16 al 23, le hace los cultos matutinos y los cultos de la noche. Y él, pues, se anima.

Beso
Lloyd siempre motivó a su hija en los estudios para que ayudara a su comunidad. Foto: cortesía de Lisa Henrito.

Pero buena parte de la atención recae en Lisa porque en una etapa de la enfermedad Lloyd se puso muy violento y a la única que nunca intentó agredir fue a ella.

—La que lo acostumbró a todo fui yo, él está muy cómodo conmigo, mi papá nunca me agredió, porque él sabe. En ese momento a veces se le venía a mi mamá, quería golpear a Lenon, cosas así pues, pero conmigo papá nunca se portó mal porque él me conoce pues, él reconoce es mi voz.

—¿Y cómo haces cuando viajas más tiempo?

— Cuando me tocó ir tres meses al curso en Europa, yo mandé a comprar los paquetes de pañales, la comidita, me faltó dejar las cosas por escrito y les dije yo voy a dejar a papá, ustedes saben cuál es la rutina, lo que le gusta y lo que no le gusta, si ustedes no cuidan bien a papá, se va a morir y si llega a morir mi papá porque ustedes no le cuidaron bien, ni siquiera me informen, porque yo no voy a dejar lo que estoy haciendo, porque yo aquí tuve que cuidar a mi papá, pero en cualquier momento se va a morir mi papá y yo me voy a quedar como una pendeja sin estudios y después yo tuve las oportunidades y nadie me va a cuidar aquí. Si llega a morir porque ustedes no lo cuidaron bien, ni piensen que yo voy a venir, ustedes lo montan en una urna y lo entierran y después que yo venga veré que hago. Y ellos “Lisa, ¿por qué tú vas a decir eso?”. Yo sé porque lo estoy diciendo, porque a veces todo el mundo se hace el loco o se les olvida, pero aquí hay que cuidar a papá. Y así me fui. Gracias a Dios estuvieron pendientes. Cuando me llamaban yo hablaba con papá como estoy acostumbrada y mi mamá me decía que me buscaba así—Lisa mueve su cabeza de un lado a otro— para ver dónde estaba, pero escuchaba mi voz.

Lisa presiona con sus piernas las piernas de su padre, una pinza humana para mantenerlo erguido. Sostenido por su hija, Lloyd sigue comiendo, masticando, tragando.

—Cuando dejan de hacerlo es que ya comienzan a morir— dice como preparándose para un futuro no muy lejano— A una amiga le pasó y al padre le colocaron un tubo en el cuello. A los seis meses murió.

7

Lisa fue la primera capitana de Maurak, la segunda comunidad más grande del pueblo pemón. Asumió este puesto el 10 de junio de 2002, el mismo día de su cumpleaños. Recuerda que cuando se estaba postulando un hombre dijo que no quería que fuese capitana porque era mujer. Ella se sorprendió, pensaba que siendo Maurak una comunidad adventista, con escuelas y que había tenido contacto con la cultura occidental, podría haber más igualdad. “¿Cómo va aconsejar a los familiares, a los muchachos, si no tiene hijos?”. “No, porque no tiene marido”. Seguían las voces de su pueblo.

Un día una señora se levantó en medio de una asamblea y vociferó que si ellos criticaban a los capitanes porque llevaban mujeres a los hoteles, ahora que tenían una capitana joven haría lo mismo. Lisa, que estaba escuchando y en ese momento tenía 29 años, le respondió sin ningún filtro que estuviera tranquila porque no iría con su marido. Todos se quedaron sorprendidos.

—Yo era más explosiva y quería contestar a todo. Todavía no estaba tan formada para liderar, hoy en día eso no es nada, yo escucho y son cosas que no voy a responder— admite Lisa muchos años después de aquella mala experiencia.

—¿Le pasó lo mismo a tus compañeras capitanas?

—Sí. Me acuerdo cuando eligieron a Lidia Suárez, en San Antonio de Morichal, que en una reunión alguien dijo: “¿Una mujer? Yo quiero un hombre que va a demarcar los linderos, con un machete, así, limpiando los linderos”—Lisa agarra un machete imaginario y comienza a cortar el aire al tiempo que remeda una voz carrasposa— “Yo no voy a cargar una mujer aquí, en el cuello, porque después me ensucia todo con eso”, dijo otra persona. Eso fue feo, claro, el tipo lo dijo borracho pero eso es lo que piensa la gente y no dice. Eran muy machistas.

En otra oportunidad Lisa viajó a Caracas con un grupo de capitanes y comenzaron a decir que estaba “viviendo allá” con uno de ellos.

—Jamás te van a ver trabajando. Que está durmiendo con fulano. Que seguro está rumbeando. Es un ataque constante. Me acuerdo que tuve que venirme porque me llamó mi directiva. Cuando regresé les dije que había escuchado muchas críticas, que no iba a decir nombres, pero antes de reportar “por qué estuve pérdida un mes” me gustaría escuchar las inquietudes y lo que yo pudiera responder, lo respondía.

La única que habló fue Lina, una mujer a quien Lisa quiere mucho, para decirle que se quedara tranquila porque en esa comunidad había muchos chismosos que siempre criticarían, hiciera las cosas bien o mal.

La situación no escaló más, incluso la comunidad la defendió cuando un locutor de un programa de radio local la llamó prostituta. Los indígenas se molestaron tanto por los insultos constantes de aquel hombre (“los indígenas son estúpidos”, “los indígenas son ignorantes”, “los indígenas no sirven para mandar”) que lo sacaron de la radio y arrastraron por toda la plaza.

A pesar de que Lisa no participó en esa turba, se ganó la reputación de que golpeaba a todo el mundo y como tenía un carácter tan fuerte, todas las autoridades estaban en contra de ella, incluso el comandante de la Guardia Nacional de aquel entonces llamó a Jorge Gómez, capitán pemón del sector 6, para decirle que no estaba de acuerdo en que las mujeres fuesen capitanas porque eran “unas cuaimas” (expresión despectiva para referirse a las mujeres controladoras) y no podía hablar con ellas. Fue en ese mismo tiempo cuando Emilia Castro, la primera mujer que fue capitana pemón en los años ochenta, contactó a Lisa para decirle que bajara el tono porque la podían matar.

La investigadora en derechos humanos e indígena wayúu, Alicia Moncada, relata cómo la defensora se tuvo que hipermasculinizar para poder llegar a ser parte del consejo de seguridad de los capitanes pemón, en 2016: “¿Cuál fue su única salida? —Alicia vuelve una de sus manos un puño y comienza a golpear la otra aún abierta, paf, paf, paf— volverse una roca igual que ellos, demostrar que era tan fuerte o más. Lisa era la que abría un mapa y decía ‘nos van a invadir por aquí’, la estratega militar, y eso fue lo que le ganó un respeto brutal entre todos, porque se dieron cuenta que lo que planteó de montar los puntos de seguridad funcionó. Pero, ¿cómo se ganó eso?, asumiendo un papel de generala. Tú no puedes competir en un mundo de hombres llorando, mostrando lágrimas, ni histerisándote, que es lo ellos dicen que una hace”.

Alicia Moncada asegura que el legado del padre de Lisa, como pastor adventista y hombre instruido, también contribuyó a esta confianza en sus capacidades -el pueblo pemón es patrilineal- aunque esto no disminuyó todo el trabajo que la defensora hizo para que la comunidad reconociera su trayectoria.

Con el tiempo, Lisa ha interiorizado que para enfrentar las relaciones de dominación intraétnicas, las capitanas indígenas necesitan diferenciarse radicalmente de la conducta de sus compañeros, y en este camino la han acompañado otras mujeres del pueblo pemón que incorporan el cuidado, la ternura y la escucha en la resolución de los conflictos.

—Cuando comencé a liderar me di cuenta que yo no estaba liderando como mujer, yo estaba haciendo todo como hombre. No sé si me entiendes. Mi actitud era como un macho, iba para allá, tiraba coñazo, ¡ay!, disculpa la expresión, cuando hablaba golpeaba la mesa, yo estaba en un mundo de hombres y crecí con dos hermanos. Una prima amiga, que también es una lideresa, me llamó la atención: “Lisa tú eres mujer y trata de que esa parte de mujer dirija, es bueno llorar, no nos hace menos ni más que nadie, tu actitud debe ser de mujer, tu forma de hablar tiene que ser delicada, no golpear la mesa como hombre, yo entiendo que tú estás liderando en un mundo de hombres, pero tú tienes la capacidad. Si el día que te llega la menstruación no estás, igual puedes ser una buena líder”. Eso me prendió el bombillo otra vez.

—Según tu experiencia, cuál sería la diferencia entre los liderazgos de las mujeres y los hombres.

—Yo diría la forma de liderar y atender los casos. Cuando hay casos de adolescentes, de hijos, tú tienes que sacar ese instinto materno, comprender la situación, comprender cuando una mujer te diga “yo le dije a mi esposo que no me hacía bien el amor”. Un hombre líder te condena de una vez y más en la cultura indígena. La otra parte es llorar. A mí me decían que yo era corazón de hierro porque no lloraba y cuando lo hacía era de impotencia. Con esa actitud que yo tenía la gente me tenía miedo y una cosa es que la gente te tenga respeto y otra que te tenga miedo. Lidia Suárez me decía: “Yo sé que tienes que tener el pantalón, pero ponte la falda de vez en cuando. Tú eres una mujer. Tienes que ser sensible, compasiva, comprensiva”.

Estos obstáculos no solo se restringen a lo comunitario y pareciera que tampoco se trata de una cuestión exclusivamente de género sino de un cambio más profundo que permita integrar la dimensión femenina, presente en hombres y mujeres, para poder hacer transformaciones en las estructuras de poder y construir relaciones más diáfanas con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza.

En Venezuela, por ejemplo, se observa cómo muchas mujeres indígenas que han llegado a cargos en las instituciones gubernamentales terminan cooptadas y reproduciendo las dinámicas opresoras en sus paisanos. Desde 2007, la rectoría del Ministerio Indígena ha sido ejercida por mujeres indígenas -Nicia Maldonado, Aloha Núñez, Clara Vidal, Yamilet Mirabal Calderón, Roside Virginia González- y no se evidencian políticas públicas diferenciales ni con perspectiva de género a la hora de abordar los problemas en las comunidades indígenas. La misma situación se replica con viceministras, diputadas, alcaldesas; salvo contadas excepciones como los inicios de la Dirección de Salud Indígena que lideró Noly Fernández, donde se crearon algunos procesos de participación directa y protagónica de los pueblos indígenas, entre estos el Servicio de Atención y Orientación Indígena (SAOI), que lamentablemente hoy ha mermado.

Lisa permaneció como capitana los tres años asignados. De su gestión en Maurak dice que “se afincó” en la participación indígena en todo el territorio, paralizó tres obras -aeropuerto, aduana y subestación de combustible- porque no se había respetado el proceso de consulta previa, libre e informada, y sacó a los foráneos con violencia.

—Éramos muy fuertes defendiendo las tierras y logramos unificar lo que hasta hoy llaman “el grupo de los siete”, los sectores que rodean Santa Elena de Uairén.

Entre 2002 y 2005 había mujeres indígenas liderando en las comunidades de San Antonio, San Rafael de Kamoirán, San Ignacio de Yuruaní y Kamarata. En 2021, de las 28 comunidades indígenas que conforman el sector 6 del pueblo pemón, hay seis capitanas. Lisa repite por segunda vez en Maurak.

—Mucho espacio público está masculinizado, pero al mismo tiempo las mujeres hemos cogido fuerza, agarrando espacio, enfrentando obstáculos que pueden parecer sencillos, pero que para las mujeres de las comunidades no lo son tanto. Tal vez nos dicen que somos dominantes o tenemos carácter fuerte, pero no es eso, porque si me siento a esperar que una institución me coloque los patrones, las cosas no funcionan. Hay que ser fuerte e imponerse para lograr liderar siendo mujer en espacios donde la mayoría son hombres.

Aracely Burguette Cal y Mayor, coordinadora académica del Diplomado para el Fortalecimiento del Liderazgo de la Mujer Indígena, escribe en un documento que recoge las experiencias de las participantes, en 2010, que “las luchas de las mujeres indígenas debe darse en un doble plano: hacia adentro y hacia afuera de la comunidad; toda vez que la opresión, exclusión y discriminación son vividas tanto al seno de la comunidad como en sus vínculos con el Estado y el resto de la sociedad no indígena”.

La investigadora apunta que este doble terreno de lucha pareciera requerir el perfil de liderazgos de mujeres que tengan dobles saberes y propuestas: “Son mujeres que por un lado se paran y reclaman al Estado sus derechos de género, apelando al marco institucional, nacional e internacional que las protege. Mientras que en el ámbito comunal el terreno es la cosmovisión y la cultura propia; reclamando un perfil de liderazgo de mujeres que hagan esa doble reflexividad”.

Pero lograr este equilibrio es tenso y motivo de contradicciones y confrontaciones a lo interno y externo de las comunidades. Un ejemplo es cuando los propios líderes hombres autorizan los proyectos extractivistas, y luego son las mujeres que, tras ver las consecuencias en la vida comunitaria y la naturaleza, empiezan procesos de exigibilidad.

—Yo creo que dentro de todo el mundo hay sesgos de parte de los líderes hombres hacia las mujeres. Ahorita lo estoy pasando un compañero que me dice “por qué tú, por qué se comunican contigo, por qué tú eres la que viaja, por qué los otros no”. La última vez le dije que yo no tenía la culpa de que mis padres me hayan educado, que hable inglés, que me haya preparado, yo no voy a esperar que ustedes me postulen, pero ojo, aparte de la satisfacción personal, eso es para mi pueblo, a ti te consta, le dije. Todo esto porque estaba solicitando una referencia a la capitanía por un trabajo que me pidieron, entonces tardó como un mes para darme eso.

Una situación similar se repitió en 2010 cuando la defensora quiso postularse al Diplomado para el Fortalecimiento del Liderazgo de la Mujer Indígena y sufrió discriminación de parte de la Federación de Indígenas del estado Bolívar (FIEB).

—Solicité una carta de postulación. ¿Sabes qué escribieron?: “Esta es Lisa Henrito, fue capitana de Maurak, constamos que es indígena”. La gente del diplomado me llamó para decir que tenía un perfil muy bueno, pero lo que no me ayudaba era la carta. Yo estaba cansada porque ya estaba cerrando proceso, entonces llamaron al Ministerio y los atendió Carlos Somera, que es pemón y me respeta mucho, aunque ahorita estamos peleados por diferencias políticas, y les dijo: “La Federación no la va a querer porque ella desenmascaró toda la corrupción que tenían ahí”. Así fue que logré entrar.

Lisa Henrito y los niños de la comunidad de Maurak durante una actividad cultural en 2021. Foto: cortesía de Lisa Henrito.

Mientras Lisa era capitana también había ejercido como tesorera de la FIEB, en marzo 2005, pero solo se mantuvo nueve meses en este cargo debido a la red de corrupción que comenzó a observar en la organización, que hoy ha sido totalmente cooptada por el Gobierno. En esos tiempos, se estaba ejecutando el proyecto Canaima-GEF, un plan de gestión de recursos naturales dentro del Parque Nacional Canaima para armonizar las actividades económicas y sociales de la cuenca del río Caroní junto con los derechos originarios de los indígenas pemón sobre esas tierras. Los fondos que provenían del Banco Mundial, tras haber sido aportados por el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (GEF), nunca se usaron para tal fin. Seis años más tarde, el Ejecutivo abrió un procedimiento administrativo a Lisa por “supuestamente aprobar movimientos de dinero relacionados con el Fondo”, pero no pudieron probar su culpabilidad.

Cuando a Lisa se le pregunta si el machismo también se replica dentro de las familias indígenas, su respuesta hace un giro hacia el significado de la mujer en estas culturas. Entonces cuenta que la mujer es sagrada, la que manda, y que los hombres son los voceros de sus decisiones. Sin embargo, es evidente que las mujeres indígenas deben sortear otro tipo de escollos en sus roles de liderazgo.

—Es difícil porque la familia es lo primero para nosotras, porque yo no tengo esposo, pero mi padre, mi mamá, mis hermanos son muy importantes para mí y yo he dejado de ir a reuniones por ellos. Es un compromiso social que uno tiene. Yo conozco a mujeres que han renunciado porque el esposo le dijo. La mujer siempre va a doblegar por su familia, mientras que el hombre no, porque la mujer está comprometida con su familia, si ella no piensa el hogar se desintegra, mientras que si el hombre se va no importa, algo así.

El árbol se apoya en las raíces para subir aún más alto, también cuando cae. Por eso Lisa cree que la familia debe estar bien arraigada, sin el apoyo de ésta será muy difícil mantenerse en el liderazgo. Ella misma lo vivió al principio de su capitanía, con los reclamos y reproches constantes de su madre Leonisa, que era un contenedor de las críticas de la comunidad sin herramientas para gestionarlas. Lisa llegaba a su casa y no encontraba un lugar tranquilo. Solo ahora, tras varios años de liderazgo, es que ha sentido el sostén familiar, especialmente con los consejos de su hermano Leodan y la confianza de su padre que, antes de enfermarse, siempre la animó a estudiar para ayudar a su pueblo. La actitud de su madre también ha cambiado; y sus tías y primas han sido vitales en todo el proceso de la enfermedad de Lloyd.

—Para cuidar, para limpiar, para cocinar. Si yo tengo que salir a una reunión y dejar a mi papá, ellas me dicen “no te preocupes de nada, nosotros lo vamos a cuidar, nosotros le vamos a dar comida y lo vamos a levantar”. ¿Ves? Ellos siempre están y tal vez como es algo común y corriente entre nosotros, yo no lo valoraba.

familia
Sin el apoyo de la familia es muy difícil mantenerse en el liderazgo de las comunidades. Foto: cortesía de Lisa Henrito.

El apoyo de parte del círculo familiar es una característica que Lisa documentó en la historia de vida de Emilia Castro, como parte de su investigación para el Diplomado para el Fortalecimiento del Liderazgo de la Mujer Indígena en 2010.

Emilia Castro fue la primera mujer indígena que ocupó el cargo de capitana en 1983, en la comunidad indígena de San Rafael de Kamoirán del sector 5, Kavanayén, del pueblo pemón. Esta maestra de profesión ascendió como capitana general (coordinando a varios capitanes) , manteniéndose en el cargo diez años, desde 1988 a 1998. Más adelante fue la primera mujer en ganar unas elecciones de concejales llegando a ser la primera en ocupar un cargo político en el municipio Gran Sabana. Una trayectoria excepcional entre las mujeres del pueblo pemón.

En su testimonio Emilia relata que cuando tenía que realizar viajes largos por motivos de trabajo, un fuerte tejido sustentado en la confianza y la comprensión de su familia la sostenían para superar los desafíos que se le presentaron. Pero no siempre fue fácil y durante años tuvo muchos desencuentros con su esposo.

Por su trayectoria, y como resultado de la investigación y el activismo de Lisa para promoverlo, el 16 de octubre del 2011 Emilia Castro fue condecorada por el pueblo pemón por ser la primera mujer en ocupar el cargo de capitana. El capitán general del sector 6, Jorge Gómez dijo el 30 de octubre de 2011: “…Esta mujer fue la que abrió las puertas y facilitó el acceso de otras mujeres a este cargo…”.

Y fue así. Su paso por cargos de autoridad dejó escuela para otras mujeres del pueblo pemón que hoy se sienten más seguras y consideran legítimo que las mujeres puedan disputar y ocupar espacios de representación en distintos niveles de autoridad y Gobierno.

—Después de Emilia he conocido a otras mujeres indígenas que se han convertido en mis mentoras: Noelí Pocaterra (indígena wayúu y diputada), Noly Fernández (indígena wayúu y exdirectora de Salud Indígena), Nicia Maldonado (indígena yekuana y exministra de pueblos indígenas), aunque Nicia esté dolida conmigo y diga que tengo que reflexionar lo que estoy haciendo contra el Gobierno. Pero cómo hago, le digo, tengo que denunciar al gobierno porque tiene responsabilidad, obligaciones, deberes con sus ciudadanos. Ellas son las cuatro mujeres que tuvieron mucho que ver en mi vida. Ah, y por supuesto, mi mamá.

8

A Lisa también la operaron de la vesícula. Sucedió a finales de 2008, siete años antes de la operación de vesícula de su padre, cuando ya había dejado de trabajar en la Dirección de Salud Indígena del Ministerio del Poder Popular para la Salud, coordinada por Noly Fernández, desde donde impulsó el Servicio de Atención y Orientación al Indígena (SAOI), que se instaló en los principales centros de salud de los estados venezolanos con población indígena.

Como coordinadora regional de Salud Indígena del estado Bolívar debía viajar, no solo en esta entidad federal sino por todo el país para animar varios proyectos, entre esos, el Plan de Salud Yanomami, en Amazonas. En 2006, fecha en que se estaba celebrando el Año de la Salud Indígena a nivel latinoamericano, estuvo en la comitiva que asistió a la Organización Panamericana de la Salud, en Washington, y recuerda con mucho orgullo cómo lograron que aceptaran las cláusulas indígenas.

Pero el ritmo de trabajo era fuerte y Lisa vivía tan apasionada con todo lo que estaba aprendiendo y aportando que comenzó a descuidar su alimentación y las horas de descanso. Para cuando dejó el cargo en 2007, tras los ataques políticos que recibió por haber pedido la colaboración a médicos adventistas estadounidenses ante la incapacidad del gobierno de atender a los indígenas, ya su salud había menguado. Los órganos internos de Lisa estaban colapsados y hasta le diagnosticaron una pancreatitis aguda.

Cuando se introdujo el mal en el pia daktai (tiempo de los ancestros) muchos seres quedaron reducidos a la especie animal, vegetal y mineral. Fotos: Minerva Vitti.

—El médico me dijo que mi vesícula era como la de una mujer de noventa años. Adentro tenía una sola piedra que creció tan grande que bueno… Estuve catorce días entubada, con una sonda para orinar, me estaban drenando, me perforaron el lado izquierdo de mi estómago. Catorce días sin poder comer ni tomar agua.

—¿Por qué se te agravaste tanto?

—Yo no lo tomaba en serio. Cada vez que sentía un dolor, me colocaba omeprazol con un calmante, estuve así casi un año y medio. Cuando trabajaba en Caracas, me alimentaba mal, una vez duré una semana comiendo McDonald ‘s. Luego, cuando me pegaba ese dolor, ya no podía comer. Quien primero se preocupó por mí fue mi equipo de trabajo en Ciudad Bolívar, porque en ese tiempo mi padre seguía trabajando, mis hermanos andaban en lo suyo, y yo me la pasaba sola entre mi trabajo y mis viajes.

Cuando la hospitalizaron en el Hospital Ruiz y Páez de Ciudad Bolívar, una de sus amigas, Carmen Díaz, que era la trabajadora social de Salud Indígena en ese lugar, y sus dos hermanas se encargaron de cuidarla. Para no preocupar a la familia de Lisa solo les dijo que estaba enferma y necesitaba cumplir un tratamiento. Guardó para sí lo más alarmante: que estaba al borde de la muerte. Incluso le tuvieron que colocar el tratamiento por los pies porque ya las vías de los brazos, cubiertos de hematomas, habían colapsado.

A Lisa también la cuidaron algunos de sus amigos que han sido o fueron capitanes en sus comunidades: Ricardo Delgado, Juvencio Gómez, José Luis Galetti y Pedro Luis González.

—En ese momento Juvencio era diputado y yo andaba con él ayudándolo a hacer unos informes, cuando caí enferma, él pagó todos mis exámenes, las terapias, era plata pues y él pagó todo eso. Estaba pendiente, iba a verme al hospital, llevaba cosas, trasladaba a Carmen. Mira, ellos se desvelaron también, claro, no tanto como las mujeres, pero estaban pendientes, me compraron sabanas nuevas. Llegué a tener como dieciséis juegos— Lisa se ríe— Como no podía comer, mi gente traía comida a los médicos para que me trataran bien. Un médico decía “esta es la paciente más linda y consentida del Ruiz y Páez”.

Hay una foto de sus amigos alrededor de la cama mientras ella duerme atravesada de tubos y vías. Aquel día estuvieron dos horas contando las historias de Lisa: la vez que desafío al comandante, la vez que golpeó a fulanito, la vez que… Fuera del encuadre se presiente el doctor llegando, preguntándoles por qué hay tanta gente en la habitación, uno de ellos le responde que están hablando de su amiga que es una guerrera, y el doctor les dice “bueno, ésta no murió porque es arrecha, porque lo que le dio es fuerte, solamente uno de cien sobrevive, entonces si es guerrera, si es una luchadora, ella no se va a morir”.

El día de la operación viajó toda su familia y algunos amigos para acompañarla.

—¡Ese hospital estaba bueno pues! Parecía que fuera un personaje de qué se yo. Estaban todos pendientes de mí, porque yo entré a la operación a las diez y salí a las tres y media de la tarde. Me acuerdo que después de la operación tenía que esperar cuatro horas para caminar pero lo hice en dos, caminé rápido. Me ayudaron mi mamá y mi hermano, después Carmen y La Negra, así pues, me sacaban a caminar de dos en dos.

9

—¿Necesitas ayuda?

—Una silla de ruedas nueva, más bien ésta ha aguantado mucho— responde Lisa.

Me acerco y la ayudó a levantarla. Lisa viste una braguita negra de algodón, un poco holgada, que tiene algunos huequitos por el desgaste. El hermano y ella han bañado a su papá. A Lloyd le cuelgan los pies de la silla de ruedas y va tapado en su parte baja con una toalla. Mientras tanto, una sobrina que los ayuda a preparar el almuerzo recibe las instrucciones que Lisa suelta en inglés. En la casa corre el hervor del tumá, una sopa tradicional del pueblo pemón. Al frente se detiene una camioneta azul. Tías, sobrinas, hermanos como brotes asomados por las ventanas y puertas de la casa de los Henrito Percy, atentos de quién es, de quién se baja. Transcurren unos minutos y el vehículo recobra la marcha. Por esta vez no hay peligro. Pero todos los días es lo mismo, una sordomuda que viene a pedir una colaboración, un ladrón que deambula dentro de los linderos, un ruido en el monte, un conductor borracho que enciende su fiesta en la vereda; todos podrían ser cualquier persona o algo más, y como ninguno sabe, mejor estar preparados.

En 2019, Lisa aplicó al Shelter City, una iniciativa de justicia y paz de los Países Bajos para proteger a los defensores de los derechos humanos, en la que pueden optar por una estancia de tres meses para tomar un respiro, pero cuando comenzaron a preguntarle si había estado presa se molestó.

—Pareciera que tienen que matar a los líderes como en Colombia para que les paren. La chica me dijo que escribiera en enero de 2020, yo le dije que ya estaba sanando. Ellos no entienden, los líderes sufrimos psicológicamente y económicamente. Cuando un periodista me pide que investigue tal cosa yo me pregunto, ¿cómo me traslado?, ¿en qué carro? Ojalá tuviera mi propia laptop, cámara, grabadora y otros implementos para optimizar este trabajo, pero bueno…

La defensora no fue admitida en el Shelter City, pero en julio de 2019 viajó a Ginebra invitada por Amnistía Internacional para participar en un foro. Lisa durmió 12 horas. Era la primera vez desde febrero de 2019 que reposaba. Lejos, en aquel continente, fue recuperando el sueño.

—Solo quería descansar y un poco de tiempo para escribir todos los artículos pendientes.

Su insomnio comenzó en diciembre de 2018 con la masacre de Canaima perpetrada por la Dirección de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en el sector 2 del pueblo pemón, muy cerca del Körepakupai Wena Vena (Salto Ángel), la cascada de agua más alta del mundo y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Dentro del Parque Nacional Canaima, que abarca una extensión territorial de unos 30.000 Km², fue asesinado Charly Peñaloza y heridos varios indígenas pemón. Según el Gobierno, “el operativo militar tenía la misión de inutilizar equipos mineros en la mina de Campo Carrao”.

Recientemente la Unesco, aprobó una resolución en la que exigen al Gobierno de Nicolás Maduro permitir el ingreso de una comisión de monitoreo para constatar el estado del Parque Nacional Canaima a causa de la minería ilegal.

Minería ilegal
Minería ilegal en Campo Carrao dentro del Parque Nacional Canaima donde la cantidad de sectores de extracción aurífera creció 78% en dos años. Está situado a 23 kilómetros del Salto Ángel, la caída de agua más alta del planeta. Foto: SOS Orinoco.

Luego siguieron las masacres de Kumarakapay, sector 5, y Santa Elena de Uairén, sector 6, en febrero de 2019, ejecutada por militares en el marco del ingreso de la Ayuda Humanitaria liderada por la oposición. El resultado fueron 8 muertos (4 indígenas), 57 heridos de bala, 65 presos y 960 de migrantes forzados pemón que huyeron de la represión y las balas a territorio brasilero, entre ellos, estaba el alcalde pemón de Gran Sabana, Ricardo Delgado, quien murió en el exilio por la COVID-19 en diciembre de 2020.

—“¿Sólo cuatro muertos? En mi país son muchos más”, me dijo un colombiano en Ginebra cuando le hablé de los indígenas que mataron en la masacre Kumarakapay. Pero eso no es normal, ¡no es normal!—se indigna.

Una semana después de esta última masacre, Lisa se encerró en el baño y comenzó a llorar. No podía parar. Estaba desbordada por la represión del Gobierno venezolano y la traición de algunos capitanes indígenas, el Concejo de Caciques Generales del Pueblo Pemón estaba prácticamente dividido. A Darcy Sánchez, capitana de la comunidad de Manak Krü, en el sector 6, le pasó lo mismo. Se encerró varios meses en su casa, no quería salir.

—Yo soñé que había tres culebras enrolladas a mis pies. Para mí la culebra son problemas, chismes, traición. Lo soñé en julio de 2018 y todo se hizo realidad: la traición de las comunidades, de los que andaban conmigo luchando pero se fueron y de los líderes con los que yo crecí, con los que compartí, para mí fue eso.

Con este ataque militar se perdió gran parte del control territorial que había logrado el pueblo pemón desde septiembre de 2016, cuando los indígenas declararon el municipio Gran Sabana, Jurisdicción Especial Indígena y una comisión de seguridad indígena ocupó las instalaciones de la policía estatal.

La toma del comando policial estuvo motivada por el asesinato de una familia de ascendencia árabe en Santa Elena de Uairén en el que estuvo involucrada la policía de la gobernación del estado Bolívar en conjunto con otros grupos delictivos. Se trataba del segundo cuerpo policial expulsado, pues en 2011 la comunidad sacó a la fuerza a los funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas del estado Bolívar (Cicpc) y, desde entonces, la delegación más cercana está a seis horas de carretera, en Tumeremo.

Si se desplegara un mapa, podría visualizarse que en los últimos años se han ejecutado masacres en cada uno de los sectores del pueblo pemón, con el principal objetivo de militarizar los territorios indígenas para el control de los yacimientos auríferos. Una de las últimas matanzas fue perpetrada en Ikabarú, sector 7, en noviembre de 2019, en la que fueron asesinadas ocho personas con armas de fuego, incluyendo un sargento de la Guardia Nacional Bolivariana, un indígena pemón y un adolescente.

La violencia de las bandas armadas en los territorios indígenas, con marcadas diferencias entre las comunidades indígenas mineras y las comunidades indígenas en zonas mineras, se incrementó desde febrero de 2016, tras la creación del Arco Minero del Orinoco, por parte del Gobierno de Nicolás Maduro.

No obstante, estas tensiones se remontan a 2011 después de que el presidente Chávez anunciara la decisión de nacionalizar las actividades mineras de oro mediante el Decreto 8683, que otorgaba al Estado los derechos exclusivos de exploración y explotación de la minería del oro, y que significaba renegociar las regalías con las empresas mineras transnacionales, pero sobre todo organizar y controlar la minería ilegal.

Antes del decreto, dos planes habían intentado regular las actividades mineras ilegales en Bolívar y Amazonas sin mayor éxito: el Plan de Reconversión Minera, de 2006, que buscaba reducir la minería en zonas críticas medioambientales y de seguridad nacional ofreciendo alternativas económicas a los mineros ilegales; y el Plan Caura, de 2010, que buscaba controlar la devastación ambiental causada por la minería ilegal en todas las zonas protegidas y de seguridad y de defensa en el sur del estado Bolívar, basado en el uso de la fuerza a través de la Guardia Nacional para reducir o eliminar la minería ilegal.

El Decreto 8683 causó gran preocupación entre los pemón, ya que junto con el Plan Caura, daba al Estado toda la fuerza que necesitaba para empezar a desplazar a los pueblos indígenas de sus tierras y así tener acceso a las reservas minerales que se encuentran en el subsuelo de los territorios ancestrales. Así, en una reacción en cadena, diferentes comunidades pemón comenzaron a hacer justicia con sus propias manos para evitar más desplazamientos y abusos de poder por parte de la Guardia Nacional.

En 2011, 13 comunidades pemón de Amanaimü en el Alto Paragua (sector 1), al norte del Parque Nacional Canaima, secuestraron y desarmaron a 19 guardias nacionales que dos meses antes habían tomado el control de una mina comunitaria para explotarla en su propio beneficio. Los guardias nacionales fueron mantenidos como rehenes durante cuatro días en demanda de un compromiso del Gobierno para detener la hostilidad hacia los pueblos indígenas y la militarización de sus tierras. Dos meses después de este hecho, en enero de 2012, cuatro capitanes indígenas del Alto Paragua, fueron detenidos y presentados ante el Tribunal Militar Décimo Séptimo de Control de Ciudad Bolívar.

Con este hecho, los pemón enviaron un mensaje claro al Gobierno: si la minería se hace en nuestros territorios, nosotros debemos tener prioridad en el desarrollo de la misma. Lo anterior sentó un precedente para la expansión de la minería en las comunidades pemón.

En 2013, miembros de 12 comunidades indígenas de Urimán (sector 3), situada en la frontera noroeste del PNC y oficialmente reconocida como comunidad minera desde la década de los noventa, detuvieron y desarmaron a 43 guardias nacionales por la interferencia en sus actividades mineras. La Región Estratégica de Defensa Integral de Guayana (REDI Guayana) había suspendido las autorizaciones de vuelo de aeronaves consideradas “ilegales”, que facilitaban el traslado de alimentos y pacientes desde las comunidades remotas del sur de Bolívar. En esta ocasión, la confrontación con el Decreto 8683 fue mucho más directa. En un pronunciamiento público que hicieron durante la revuelta, exigieron su suspensión.

Como resultado de estas acciones, los pemón de Uriman y de Ikabarú (ubicados en los sectores 3 y 7) llegaron a un acuerdo con el Gobierno nacional por los derechos exclusivos para realizar la minería en sus áreas comunales.

En 2015, los indígenas pemón de la comunidad de Canaima (sector 2), los mismos que se pronunciaron por la muerte de Charlie Peñaloza Rivas, sus compañeros heridos y que activaron la jurisdicción especial indígena en diciembre de 2018, se sentaron en la pista del aeropuerto de Canaima para llamar la atención ante el avance de la minería ilegal en el río Carrao, dentro del Parque Nacional Canaima. Particularmente este sector ha insistido en que su principal actividad es el turismo y no pierden las esperanzas de que se vuelva a reactivar.

—Si yo pude limpiar sin armas, ¿por qué el Gobierno no lo hace?, porque no quieren—Lisa se pregunta y responde al mismo tiempo.

La defensora habla de la vez que llegaron hasta La Cuchara, en la zona de San Luis de Morichal, ubicada en el municipio Sifontes del estado Bolívar, y sacaron alrededor de 1600 personas que estaban en las cabeceras del río Chicanán haciendo minería.

—El río cambió de color, se puso color Caroní. La gente de la comunidad agradecía esto.

En otra ocasión, 300 miembros de la Guardia Territorial Pemón sacaron a 600 personas de las minas, en Ikabarú, comunidad indígena históricamente minera a unos 70 kilómetros de la capital del municipio Gran Sabana.

—En ese lugar también había un conflicto con un señor que quemó los morichales que habían sembrado mis compañeras de la Fundación Mujeres del Agua—Lisa rememora el momento en que encaró al hombre y comienza a hablar como una generala— ¡Párese! Ah, tiene un tamaño normal— lo dice imaginando que mira hacia sus testículos— Cualquiera con un arma es más fuerte. No hago que se baje los pantalones porque está su hermana. Usted no tiene cuatro bolas. No es un súper hombre más que los demás. Silo y ají picante— sentencia y vuelve al presente—. Desde entonces el señor Márquez se comportó. Hasta creo que se va a casar.

La casa de Lisa está rodeada de árboles de moriche que en pemón se dice kuay. Fotos: Minerva Vitti.

Algunos de los castigos que la Guardia Territorial Pemón aplica a los infractores son encierro de 72 horas dentro de un silo, cámara de ají picante (colocar picante en las partes íntimas), rapar el cabello ‘coco pelao’ y trabajo comunitario. Los castigos son parte de la normativa indígena y me recuerdan dos historias sobre el piamá en las que Sörököntö y Örököntö le raspan el cuero cabelludo y le echan ají picante. Piamá es un ser calvo, con piernas larguísimas, torcidas y peludas, el escroto del tamaño del toro, su miembro viril larguísimo y como un hilo un poco grueso. En sus orejas grandísimas, tiene perforados los lóbulos, por los que introduce los pies de sus presas -los hombres- colgándolos a la espalda y ventoseándoles en la cara mientras los lleva a su guarida.

Lisa está convencida que el peor problema de Venezuela no es la corrupción sino la impunidad, allí la razón de estas sanciones y del surgimiento de la Guardia Territorial como una de las formas de organización de los pemón para controlar sus territorios e impedir el asedio de grupos armados irregulares y militares, similar a como lo han hecho los pueblos indígenas en el Cauca colombiano para impedir la entrada de la guerrilla colombiana en sus territorios. Su presencia se advierte desde 2011, en la comunidad de Musukpa, al suroeste del estado Bolívar, en las orillas del río Paragua, donde a partir del desalojo de militares ese mismo año, los indígenas decidieron organizarse y controlar ellos mismos la actividad minera.

En Gran Sabana, al sureste del estado Bolívar, la organización ha sido la respuesta de la comunidad para protegerse de foráneos que llegan a sus territorios tanto a ejercer la minería, como a cometer actos delictivos. En este municipio, la Guardia Territorial Pemón rinde cuentas al Consejo de Caciques Generales, actúa como mediador en conflictos de territorio, delincuencia y delega justicia tanto para criollos como para indígenas en Santa Elena de Uairén.

Pero tras el ataque militar de febrero de 2019, su radio de acción disminuyó y ahora se limita a ejercer funciones de seguridad, fundamentalmente a partir de Santo Domingo de Turasen, que está en el sector 6 (Akaurima-Santa Elena de Uairén), en la carretera Santa Elena hasta Ikabarú y especialmente en el sector 7 (Ikabarú), donde tiene sede la Guardia Territorial.

Aun así los indígenas no han podido evitar las muertes de sus hermanos. Solo entre 2016 y 2017 fueron asesinados cinco pemones por los grupos criminales que operan en las zonas mineras del estado Bolívar. El 13 de marzo de 2018, secuestraron, torturaron y asesinaron al joven Oscar Meya de la comunidad indígena de San Luis de Morichal. El 26 de septiembre de 2018, fue asesinado José Vásquez, comandante de la Guardia Territorial Pemón en la comunidad de Tusaren. Las investigaciones policiales apuntaron hacia el exfuncionario de la Fuerza Armada Nacional, Edward Frederick Curuma, como autor del homicidio agravado intencional.

—Ya me salieron todas las culebrias en el cuerpo— las “culebrias” son herpes y burbujitas de agua muy dolorosas que le salen a Lisa en espalda, brazos y cejas, cuando está en situaciones de mucho estrés— Pero aquí estamos, seguiremos denunciando todo.

Lisa hace silencio. Tiene los ojos rojos y llenos de lágrimas. Es como si los mawarí, esos seres fabulosos que viven en los cerros, piedras y selvas, se estuvieran presentando en forma de nubarrones sobre la cima de un tepuy, las formaciones rocosas más antiguas del planeta presentes en este territorio, y todo lo que me está contando ya no lo pudiera ver. Recordar a sus muertos la entristece, hace que cuestione el espíritu marcial que ha guiado su lucha, tal vez el único que conoce para poder sobrevivir en un territorio tan hostil. Pronto limpia su rostro, se levanta y camina hacia la cocina. Hoy quiere hornear pan.

10

A Lisa la estaban persiguiendo, dormía escondida en la selva, le habían intervenido el teléfono, lo cambió dos veces. “Lisa tú no puedes estar así”, le insistía Alicia Moncada, que trabajaba en Amnistía Internacional Venezuela cuando tuvieron que emitir la Acción Urgente en 2018, para protegerla por las acusaciones de “traición a la patria y secesionismo” de parte de un alto funcionario militar. La persecución se intensificó tras el ataque militar de febrero de 2019. Alicia preparó todo para sacar a Lisa del país pero dos días antes del viaje ella le escribió: “Nunca voy a huir hermana. Ya saqué a los más vulnerables de mi familia. Mi mamá y mis hermanos están resteados conmigo. Soy una defensora de nuestro territorio y de los derechos de nuestro pueblo, revolucionaria por nacimiento y guerrera por convicción. Yo no voy a huir. Si de verdad quieren mi cabeza, que me vengan a buscar acá, que ellos saben dónde vivo”.

—Imagínate cómo tú rescatas a una defensora o defensor que viene de esa lógica, primero que me torturen y me maten, pero yo de aquí no me voy, es complejísimo. Yo creo que uno de los trabajos más complejos, precisamente, es acompañar a defensores indígenas— señala Alicia que es originaria del pueblo indígena wayúu y conoce de cerca estas historias.

—¿Por qué crees que ocurre esto?

—El héroe es sacrificial y no es un servicio desde la ternura o el amor, es un servicio desde la capacidad guerrera, del “yo demuestro a mi comunidad lo fuerte que soy”. Lisa me decía “si me voy, qué ejemplo doy a Darcy, a los demás”. Aquí se hace un sacrificio para el bien de los otros, pero también para el reconocimiento de mi propia valía. Dentro de toda esta hostilidad, yo si pude. Por otro lado, a las mujeres y hombres que estamos aquí nos hermana un malestar de la cultura, algo está mal y yo tengo que contribuir a cambiar esto, lo cual requiere una actitud fundamentalmente activa y guerrera que nos pone en una relación complicada con la vulnerabilidad. La vulnerabilidad es vista como una falencia, como algo que no puede ocurrirnos a nosotras, porque yo tengo que estar fuerte, y esta actitud guerrera, marcial, confrontativa, dependerá de cuán patriarcal es la cultura de donde venga la defensora.

paisaje
En la Gran Sabana existen bosques siempre verdes y húmedos. No obstante, en enero de 2020, el régimen de Maduro creó la compañía y zona militar de desarrollo forestal en un área ubicada entre los estados Bolívar y Delta Amacuro Foto: Minerva Vitti.

La investigadora en derechos humanos asoma una raíz aún más profunda del árbol de Lisa, así como de la mayoría de las defensoras que están en los ámbitos de defensa, que viene de una cultura fundamentalmente patriarcal, en la que existe un conflicto grande entre el principio activo -lo masculino- y el principio pasivo -lo femenino-. El alimento del árbol son las historias ancestrales que las defensoras escuchan desde que son niñas, porque en estos es donde dichos principios cobran vida. Lo activo son los seres asociados al movimiento y al cambio (el aire, el sol, el fuego); mientras que lo pasivo es lo que permanece y nutre (la tierra, el mar, la montaña, los ríos).

Así se observa que en las historias ancestrales del pueblo pemón buena parte de los héroes míticos tienen su referente en lo masculino-guerrero; y solo algunas mujeres aparecen en versiones de los relatos: Tuenkaron, una especie de sirena que protege las fuentes de agua pero le envía mujeres al hombre-sol; Akuwamari, una anciana que representa el küse chiwün (espíritu de la yuca); Weipachi, la mujer jaspe madre de los hermanos Makunaima, entre los que algunos indígenas señalan había dos mujeres, Chiwadapuén y Arawadapuén.

— Lisa nunca se ha conformado con ser principio pasivo y eso lo entendí cuando una vez me dijo ‘no me pueden ver derrotada’. Eso te lo dice un capitán hombre, consciente de que él es el guerrero, no lo vas a encontrar fácil en una mujer. Las defensoras indígenas tienen ese malestar, si yo no me identifico con el principio pasivo, quién soy entonces, yo no quiero estar allí, pero cuando voy al principio activo los hombres me van a decir este no es tu lugar, y allí es cuando empiezan los conflictos grandes de las lideresas con los líderes, “tu lugar es hacer el café, la comida, el mañoco que nosotros nos vamos a comer en nuestras deliberaciones, pero tú en las deliberaciones no puedes estar, este no es tu mundo, vete allá con pulowi [deidad wayúu que representa al territorio y el mar que rodea La Guajira] a sembrar con los animalitos”. Entonces tienes dos opciones: o lo aceptas o te rebelas ante eso— explica Alicia que también es investigadora en la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho, una organización con sede en la Ciudad de México.

Y las lideresas se rebelan. ¿Por qué si yo también estoy en la lucha por la exigibilidad de nuestros derechos? ¿Por qué si yo también defiendo este río?

Otro elemento fundamental que va forjando este carácter estoico de las defensoras indígenas son las distintas hostilidades que se enfrentan en los territorios. La hostilidad de un modelo extractivista que se ha extendido por toda la región de América Latina; la hostilidad de las necesidades básicas insatisfechas; la hostilidad de la propia naturaleza, cuando son comunidades que dependen exclusivamente de la economía del autosustento.

Las violencias históricas y opresivas existen tanto para mi primer territorio cuerpo, como para mi territorio histórico, la tierra. Si las aguas están contaminadas por mercurio tendrán repercusiones en la salud de las mujeres y en el nacimiento de sus hijos. Si la minería de oro convierte a los territorios en economías de enclave se elevarán los costos de los alimentos, el combustible, las medicinas. Es así como las mujeres dicen “no concibo este cuerpo de mujer sin un espacio en la tierra que dignifique mi existencia y promueva mi vida en plenitud”.

—En la Amazonía estás en una lucha por la supervivencia diaria. Que remontando un raudal no te vaya a jugar allí, que te comas algo que te caiga mal y te mate, que te dé malaria. La naturaleza es hostil y crea caracteres estoicos. Aguantar, sobrevivir y luchar. El que es vulnerable en la selva se muere. A mayor complejidad del territorio, más fuerte es la exigencia.

—También está la hostilidad del escrutinio diario de los propios indígenas.

—Sí, en el mundo indígena se vive una suerte de casa de cristal que es agobiante porque todo el mundo sabe lo que tú haces. Alguien que no se mete en tu vida es porque no está preocupado por ti. Por eso es que los espacios donde puedes ser tú son tan vitales, son espacios de vida individual, de experiencia individual— apunta la activista wayúu.

Una vez, en una asamblea comunitaria, a Lisa la llamaron Amapaise, que en pemón significa la nuera de mi mamá, luego un capitán pemón le dijo que se acordara que antes de casarse tenía que consultar con ellos para aprobar con quien lo hacía. La defensora lo tomó como un chiste, pero era evidente el control de la comunidad en un espacio tan íntimo como lo es elegir una pareja, una situación que se hace más fuerte en defensoras con orientaciones sexuales e identidades de género diversas.

Para Lisa ha sido muy difícil iniciar relaciones porque los hombres piensan que ya está saliendo con alguien (por los comentarios de la comunidad), y si ha tenido algún novio todo termina porque este no comprende las exigencias del trabajo que hace. Aun así bromea y casi siempre que cruzamos la frontera hacia Brasil, saca una pintura de labios rojo púrpura y dice “voy a pintarme por si consigo a mi príncipe azul”.

Cuando le pregunto si la sexualidad y el placer son una prioridad para las defensoras responde: “¿Entre Eva y María quién crees tú que voy a ser? Yo le doy la manzana a todo el mundo” y se ríe pícara mientras agrega: “¿Quién ha visto un pez tomando agua?”.

Ella no se cohíbe, pero todo lo anterior la impacta profundamente, porque siente que muchas personas la ven como un ejemplo y no quiere decepcionarlos: “Imagínate si yo hubiese salido embarazada, yo sé que muchas personas caen porque siempre me han dicho ‘tú me inspiraste’, y esas son las cosas que tal vez no se comprenden en el mundo no indígena, para nosotros es muy importante la autoridad moral”, explica Lisa.

En las respuestas de Alicia Moncada y Lisa Henrito podría estar la explicación de por qué casi nunca se mencionan el autocuidado, la sexualidad, el placer, y las enfermedades, tanto físicas como psicológicas, que afectan a las mujeres defensoras de la tierra, el territorio y el medio ambiente. No se quiere empañar el activismo heroico, fomentar la “victimización”, visibilizar los sufrimientos, el sacrificio de la vida privada, ni mucho menos contactar con la vulnerabilidad –que puede contener riesgos reales de muerte en estos territorios–. Además, la discusión se centra en la igualdad de capacidades con respecto a los hombres, en su lucha para poder acceder a roles de liderazgo en sus comunidades, y no bajo qué condiciones se mantienen en estos.

Pero no solo se trata de una cuestión de capacidades –que realmente están y existen en cada mujer– sino de las actividades asignadas por roles de género, y en este caso las mujeres indígenas no solo defienden sus territorios, sino que son las cuidadoras y reproductoras de la vida comunitaria, además son las encargadas de transmitir el conocimiento tradicional y las cosmovisión de sus pueblos. Con semejante rol no debería ser extraño preguntarse quién cuida a las que cuidan y por qué se convierten en las últimas de la fila de sus propios derechos, mientras están cuidando y defendiendo con una entrega absoluta a su comunidad y la naturaleza.

El autocuidado y el cuidado lo necesitan todos los seres humanos, y no tendría que realizarse solo cuando está en peligro la integridad física y mental de la defensora o el defensor. Al enaltecer solo la valentía, sin tomar en cuenta la necesidad de ser educados en el autocuidado, fomentamos lógicas de martirologio. Y no hace falta que asesinen a un defensor para que ya sea un muerto en vida.

—¿Existen espacios de autocuidado para las mujeres indígenas en las comunidades?

—Los cuidados que se dan entre ellas serían solidaridades, pero no hay espacios de autocuidado desde lo tradicional para las mujeres indígenas en las comunidades—Alicia revela una de las heridas del árbol.

—¿Y cuándo los has visto?

—Cuando viajan, cuando van a eventos afuera, cuando se conectan con otra gente, ahí ocurre una misteriosa transformación. De la mujer incólume de la comunidad te encuentras con risas, compartires, vamos a salir, caminamos abrazadas del brazo, disfrutando la vida. Yo no te puedo explicar el nivel de disfrute que pueden tener y creo que ese es un espacio de autocuidado, cuando tú las sacas de esa hostilidad del contexto y del mandato de cómo ser mujer, madre, lideresa en las comunidades indígenas. Ellas hablan de los problemas de su pueblo en los espacios destinados para esto, pero cuando están fuera del conversatorio lo que quieren es vivir. El autocuidado más preciado por estas mujeres es el autocuidado donde ellas tienen un tiempo para sí mismas. Desarrollas tu individualidad pero estás en comunión con los otros.

11

Lisa siempre repite que el Diplomado de Fortalecimiento para el Liderazgo de la Mujer Indígena que realizó en 2010 fue muy determinante en su rol de defensora. Este es un programa del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (FILAC) y la Universidad Indígena Intercultural (UII), que le permitió viajar a Guatemala y México para su formación.

—Imagínate, mi sueño, pude pisar el territorio zapatista. Estuvimos ahí un mes, compartiendo con varios líderes. Ellos crearon la Casa de la Mujer, atienden a las parteras, la nutrición de los niños, es integral. Pasamos un fin de semana con las mujeres, hablamos sobre cómo militaban, que muchas veces las veían como cocineras, pero el subcomandante Marcos decía que ellas tenían que aprender a disparar. Igualdad. Ahí cocinaba todo el mundo, una semana las mujeres y otra los hombres. Había una señora que era militante y decidió tener su bebé sin padre y fue muy criticada por eso. Esas cosas son discriminaciones que una sufre. Yo no veo por qué tiene que ser así, en algún momento yo también pensé en lo mismo.

—¿Por qué pensabas así?

—Porque no quiero tener compromiso con nadie. Pero después dije que no. Una amiga lo hizo y su niña sufrió mucho.

Lisa recuerda que cuando le pidieron hacer un dibujo que representara en qué la había ayudado el curso ella dibujó un tronco y escribió: “Como lideresa era una persona muy radical, no tenía capacidad de negociar, era prepotente y no escuchaba. Ahora puedo llegar a negociar, soy más humilde”.

—El curso cambió mi visión de muchas cosas. Mirna Cunningham, por ejemplo, fue violada toda una noche por veinte soldados. Ella demandó al Estado de Nicaragua por daños psicológicos. Ahí me di cuenta que a mí no me había pasado nada, que yo tenía una infancia casi perfecta. Si ella que es una tremenda lideresa puede sobrevivir a una experiencia así y decir hay que negociar con el gobierno, porque por más que sea el pueblo indígena autogobierno somos parte de un Estado, yo no tengo razón para no hacerlo. Pero no me gustan los militares, yo soy muy frontal con ellos, aunque lo he suavizado un poco.

Aquel tronco era el mismo que Lisa y tantos indígenas rodaron hasta la carretera para protestar por la ejecución del tendido eléctrico sin consulta previa. El árbol milenario que el poder había talado sin lograr contener los frutos que emergieron para defender el territorio ancestral. Wadakapiapo- tepui convirtiéndose en un recordatorio.

Seis años después, Lisa se graduó de experta en derechos humanos de los pueblos indígenas al cursar el programa del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad de Deusto, en Bilbao, que la hizo estar en Europa por tres meses y hacer pasantías en la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (OACDH), en Ginebra.

Lisa tenía doce años postulándose a este programa, uno de los más completos en cuanto a formación indígena se refiere. De la experiencia, en la que participaron diez defensores de Guatemala, Argentina, Chile, Colombia, Bolivia, México, Brasil y Venezuela, recuerda especialmente las historias de aquellas mujeres con las que compartió habitación o apartamento durante su estancia en estos países. Las iniciales de sus nombres también quedaron talladas en el árbol de Lisa.

—Hice una amistad muy especial con Genilda Rodriguez, indígena Kaingang de Brasil. Su pueblo está en Londrina, pero tienen las mismas desgracias que los warao, viven en la calle, debajo de los puentes, en las plazas, porque fueron despojados por los grandes hacenderos, recientemente fue que recuperaron algo de terreno. Ella me contó cómo salió de su casa, fue prostituida, muchas cosas que la impactaron. Con todo y eso logró casarse, impulsó a su esposo a estudiar, sacó su doctorado en educación, su hija es periodista. Pero su historia es triste, ella la cuenta y llora.

Otra de las mujeres que la inspiró fue Hermelinda Tiburcio Cayetano, indígena Ñu Savi (Mixteco), de México.

—Ella cabalgó con los zapatistas, recorrió las montañas, conoció al subcomandante Marcos, toda esa gente que yo admiro. Tenía mucho que enseñarnos. Hermelinda sigue con su proyecto de educar a las mujeres y apoyarlas con microcréditos para sacarlas de la pobreza, pero su objetivo principal es combatir la violencia de género. Además, es una mujer de orígenes humildes pero muy preparada, abogada, administradora, psicóloga, tiene como cuatro títulos y creo que está sacando su posgrado y doctorado. Hermelinda ha sido amenazada por grandes empresarios en su país, tanto que ella no duerme en la misma casa cada noche, por eso ha recibido muchos premios para poder protegerla, le han ofrecido asilo político en otros países y ella dijo que no va salir. Eso es lo que yo admiro de ella. Su historia me da mucho valor.

La convivencia de aquellos meses nutrió la sororidad de Lisa. En el proceso se percató que una de sus compañeras tenía problemas estomacales y que otra había perdido a un bebé recientemente. Entre todas y todos se cuidaron, además Lisa los ayudaba en las clases de inglés. Cada jueves se reunían para compartir sus comidas tradicionales y las experiencias tanto del curso como de sus luchas. Buena parte de estos defensores estaban amenazados por la recuperación de territorios.

Global Witness documentó 212 homicidios de personas defensoras de la tierra en 2019. Más de dos tercios de los asesinatos sucedieron en América Latina, clasificado como el continente más afectado desde que la organización comenzó a publicar datos en 2012. En esta región más de la mitad de los asesinatos están relacionados con comunidades afectadas por la minería. Otras organizaciones como Amnistía Internacional califican el ser defensor o defensora como una de las formas más letales de activismo.

Por su parte, entre 2012 y 2013, la Unión Latinoamericana de Mujeres registró cien agresiones a defensoras de la tierra y el agua en todo el continente. Las acusan de oponerse al progreso.

crisis climática
La crisis climática es también una crisis de los cuidados de los defensores de la tierra. Foto: Minerva Vitti.

Lisa aún recuerda las palabras de Emilia Castro, la primera mujer capitana del pueblo pemón, cuando fue a visitarla a Maurak en 2002: “Baja el tono porque te pueden matar”. Esta es una advertencia con la que ha tenido que vivir mientras contempla cómo la amenaza se materializa contra otros líderes indígenas en Venezuela.

En 2012, unos sicarios le sacaron los ojos al hijo de Carmen Fernández, indígena yukpa a quien le han asesinado tres hijos, por oponerse a que sus territorios fuesen entregados a las mineras de carbón. En 2013, asesinaron al cacique yukpa Sabino Romero por el mismo conflicto en la Sierra de Perijá, la misma suerte corrió su padre José Manuel Romero, en 2009. En 2017, asesinaron a Freddy Menare, indígena uwottuja y fundador de la Organización Indígena Pueblo Uwottuja del Sipapo, en Amazonas. Ese mismo año, desaparecieron al hijo de siete años de Esteban Rodríguez, líder yekuana, el ataque ocurrió cuando la lucha en contra de la minería en el territorio estaba más fuerte, los yekuanas habían quemado las máquinas de los mineros en el Cerro Camiba, Amazonas.

Estos son algunos casos conocidos pero la mayoría no se ha documentado, lo cual hace que Venezuela ni siquiera forme parte de las estadísticas regionales que dan cuenta de las amenazas, persecuciones, encarcelamientos y asesinatos de los defensores de los derechos de los pueblos indígenas y de la naturaleza. Y si bien el gobierno venezolano, principal promotor del modelo extractivista minero que depreda la naturaleza y los pueblos indígenas, no tiene intenciones de que se visibilicen ni mucho menos de garantizar instituciones confiables para acceder a la justicia; también es cierto que las organizaciones ambientales en el país aún tienen una visión muy técnica y separada entre los derechos humanos y los derechos ambientales.

“No existe una organización que pueda unificar o encontrar el tema social y ambiental. Tú no puedes separar a los defensores de la tierra de la tierra, no puedes hacer una división defensor-ambiente-tierra. Mientras esa separación tan taxativa exista no va ver un conteo más allá de lo numérico, porque el problema es que esto no pueden ser números, esto tiene que ser números y casos. Si no hay casos no existe nada. Eso es una máxima del mundo de los derechos humanos y tenemos que lidiar con eso. Si en los informes de derechos humanos no unificas casos, con fenómenos y estándares o instrumentos violados es como si estuvieras leyendo un artículo de opinión. Necesitas los casos, las denuncias”, apunta Alicia Moncada, indígena wayúu e investigadora en derechos humanos.

A pesar de estas dificultades que plantea Alicia, algunas organizaciones como la Organización Regional de Pueblos Indígenas de Amazonas (ORPIA), el Programa Venezolano Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea), el Grupo de Trabajo Socioambiental Wataniba, el Grupo de Trabajo y Asuntos Indígenas (GTAI), entre otras, se pronuncian cuando hay asesinatos de defensores y llevan registros de las amenazas.

También la Oficina de Derechos Humanos del Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho ha animado la conformación de una Red de Defensores y Defensoras de Derechos y de la Naturaleza en el estado Amazonas, quienes elaboraron en 2017 un diagnóstico socioambiental por cada uno de los municipios que conforman este estado. Los defensores de esta red vienen de las organizaciones indígenas ORPIA, Kuyuju, OIPUS, OPUCH, OPIBA, Horonami, OMIDA, Chejeru.

Para Tomas Severino, director de la ONG Cultura Ecológica y uno de los promotores del Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, Participación Pública y Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales conocido como el Acuerdo de Escazú, los asesinatos de los defensores “son solo la parte más dramática, la punta del iceberg, debajo de este hay una serie de intimidaciones, ataques, persecuciones y es un tema regional”.

Por esta razón cobra gran relevancia el Acuerdo de Escazú. Este pacto internacional, que entró en vigencia el 22 de abril de 2021, garantiza derechos en materia ambiental como el acceso a la información pública, la participación de la ciudadanía en la formulación de políticas y toma de decisiones y aplicación de la justicia que implica la protección de los defensores del medio ambiente. Además, es el primer tratado ambiental regional de América Latina y el Caribe.

Sin embargo, Venezuela no forma parte de los originales 24 Estados firmantes ni de los 12 que ratifican este pacto internacional, a pesar de ser unos de los países en la Amazonía con más biodiversidad del mundo y que 60 % de su territorio está conformado por áreas bajo régimen de protección especial (Abraes), dentro de las cuales 40 % son parques nacionales.

Gran Sabana
La Gran Sabana está enclavada en el Escudo Guayanés, la formación geológica más antigua de la Tierra, hace unos 3.000 millones de años. Foto: Minerva Vitti.

“En 2018 desde Amnistía Internacional Venezuela se enviaron dos comunicaciones a Cancillería para reuniones donde se discutiría el contenido del Acuerdo de Escazú, pero no respondieron. Y sabemos que ellos estaban al tanto de este tratado. Pero firmar Escazú iba a ser un cuchillo para una garganta llena de oro y que además ha perpetrado más de seis masacres en territorios indígenas. Escazú iba a ser una bomba para ellos, no en el ámbito nacional sino en el ámbito internacional, que es donde les duele muchísimo. Y esa es la estrategia histórica de los países que no quieren asumir el compromiso del derecho internacional de los derechos humanos, lo ves en Estados Unidos, Rusia, China… Cuántos países dicen yo no firmo eso porque no quieren asumir compromisos específicos”, explica Alicia Moncada, quien actualmente es investigadora en la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho.

El acceso a la información pública es un derecho que violenta el gobierno de Nicolás Maduro. En el caso del megaproyecto Arco Minero del Orinoco, la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH), destaca en el informe de 2020 que “el Ministerio de Desarrollo Minero Ecológico no ha publicado datos sobre el número y el nombre de las empresas con las que el gobierno ha conformado alianzas, o sobre la cantidad de mineros inscritos en el Registro Único Minero”. El Banco Central de Venezuela tampoco publica información actualizada sobre los volúmenes de oro que recibe de la empresa minera estatal Minerven, ni sobre la cantidad de minerales que se exportan. Mucho menos sobre cuál es su principal destino ni el monto de divisas extranjeras que el Estado recibe a cambio.

En cuanto a la participación ciudadana, tanto este megaproyecto como otros que se están ejecutando en territorios indígenas ni siquiera han contado con el consentimiento previo, libre e informado, lo cual no solo violenta la autodeterminación de los pueblos ancestrales, sus planes de vida y los derechos territoriales; sino a todos los ciudadanos que se han opuesto y que exigen participación en las políticas públicas ambientales.

Además del acceso a la información pública y la participación ciudadana, el Acuerdo de Escazú tiene un componente fuerte de acceso a la justicia y eso significa responsabilidades jurídicas para los Estados ante la desprotección de los defensores de la tierra. “Es el primer tratado vinculante ambiental y una amenaza para los gobiernos que tienen como fin expoliar los recursos a más no poder. Con este tratado los ciudadanos pueden exigir y reclamar consecuencias jurídicas para los Estados”, agrega Alicia.

Alicia, que fue una de las promotoras para dar a conocer el Acuerdo de Escazú entre distintas organizaciones en Venezuela, asegura que fue complejo que los pueblos indígenas entendieran el tratado, no por falta de capacidades sino por la desilusión con respecto a estos acuerdos.

“Los instrumentos internacionales de los derechos humanos son tan abstractos para las personas de las comunidades que muchas veces se preguntan y esto qué tiene que ver con mis condiciones prácticas materiales. ¿Quién va a operativizarlo?, ¿el Ministerio de Pueblos Indígenas?, ¿la Defensoría del Pueblo? No solo se mezcla la abstracción sino la desconfianza, porque quien va a firmar eso es el que está violando mis derechos sistemáticamente como lo hace con el Convenio 169 que sí conozco. A mí me resultaba muy difícil explicar Escazú cuando tú tienes un país donde ni siquiera hay Estado de derecho ni justicia”, apunta la experta.

No en vano el Convenio 169 de la OIT es el que más citan los indígenas en Venezuela, ya que con este sienten que han logrado algunas reivindicaciones de sus derechos, entre éstas, el acceso a la justicia tras la masacre de Haximú de 1993, donde garimpeiros (mineros brasileños) asesinaron a yanomamis en Amazonas. Lo anterior no ocurre con otros instrumentos internacionales como la Declaración de las Naciones Unidas para los Derechos de los Pueblos Indígenas, donde el compromiso es de buena voluntad y los afectados solo pueden invocar.

El reto para los promotores del Acuerdo de Escazú a nivel de las bases es que la gente se apropie de este, lo exija a sus gobiernos y que sientan que van a lograr algo con el instrumento; especialmente en países como Venezuela donde defensoras como Lisa Henrito se encuentran totalmente desprotegidas.

Este instrumento internacional es una evidencia más de que la crisis climática también es una crisis de los cuidados y que cuando las personas de los territorios llaman a los Estados para que los defienda la respuesta es más militarización y proyectos extractivistas. Cuidar la naturaleza es cuidar de los defensores de la tierra.

Durante sus pasantías en Ginebra, Lisa se reunió con Melanie Santino, jefa de la sección de derechos humanos de las Américas. En uno de los muebles de su baticueva aún reposa la libreta con un esquema de los tres puntos que abordó durante el encuentro: demarcación y titulación de territorios indígenas, Arco Minero del Orinoco, y situación política de Venezuela.

—Yo dije en ese momento, y esto es algo que me molesta con los capitanes porque no lo entienden, que nosotros estamos fortaleciendo un gobierno propio que está legítimo en la ley. Mi meta como lideresa y mujer indígena es fortalecer nuestras organizaciones tradicionales, la jurisdicción especial indígena, para poder enfrentar cualquier cosa. Lo importante es tener un plan de vida y decirle al gobierno esto es lo que nosotros queremos. Yo creo en nuestra capacidad de autogobierno, tener nuestro propio ingreso, además estamos dentro del Arco Minero del Orinoco, aunque no todo, pero es nuestro, tenemos oro. Y nosotros tenemos que administrar eso y podemos autosustentarnos, inclusive, nosotros mantenemos cierta unión de nuestros pueblos porque antes no era así.

Terminado el curso Lisa regresó a Venezuela. Era julio de 2016 y la crisis política, social y económica había arreciado. La lideresa aún recuerda lo delgadas que estaban dos amigas, que trabajaron con ella en Salud Indígena, cuando la fueron a buscar al aeropuerto.

—A veces comían una sola vez al día. Y como yo había guardado algo de mi beca hicimos mercado, todavía había comida pero era muy cara. También me acuerdo del restaurante que está al lado del Ministerio Indígena. Cuando yo pasé eran como las seis de la tarde y salieron los que limpian en el restaurante con las bolsas negras. Le cayeron jóvenes, mujeres y hombres. Era horrible cómo se peleaban con los perros por los restos. Eso me impactó, porque Venezuela, mi país, no era así.

En el sur del país las cosas no eran diferentes. El terminal de Santa Elena de Uairén estaba tomado por las mafias.

—Hablé con los amigos, los capitanes, les mandé mensajes, ¿qué pasa?, ¿por qué el pueblo está así?, ¿por qué ustedes no controlan esto? Yo venía engrinchada. Julio, agosto, septiembre, yo todavía pensando. Fue cuando declaramos el municipio Gran Sabana, Jurisdicción Especial Indígena.

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Vamos al conuco a buscar aurosá, una planta que los pemón usan para hacer el tumá. Lisa lleva una gorra blanca que dice Iglesia adventista, suéter, jeans, botas negras de caucho. Va soplándose la nariz porque algo le dio alergia. En una mano sostiene un machete.

—Cuando uno está frustrado el cuerpo lo debe sentir. Mírame las uñas, antes no se me partían, me las pintaba. He perdido el brillo del cabello, tengo que hacerme una hidratación. La piel está distinta— reflexiona Lisa.

Caminamos por la sabana y están las torres del tendido eléctrico como una encarnación de Canaima, que en pemón significa “espíritu del mal”. Ni siquiera en eso las autoridades consultaron para nombrar al Parque Nacional Canaima, en 1962. Otra de las muchas formas en que han querido convertir a este pueblo indígena en extraños dentro de sus propias tierras.

Doky y Lady Sansa corren a nuestro alrededor. Lisa los nombró así por Edward Snowden y por su serie favorita Juego de Tronos. “Es todo lo que pasa con los capitanes”, dice y se ríe mientras mira a los perritos. También va con nosotros una de sus tías. Entramos en un pequeño bosque.

—Hace unos días deshice el morral. Allí tenía dos pantalones, camisas, jabón, un cepillo de dientes nuevo y mis pinturas de labio. Ese bolso lo tenía listo desde febrero cuando arrasó la persecución del gobierno.

Lo tenía listo pero nunca quiso huir. Recuerdo las palabras de Alicia Moncada: “¿Cómo tú rescatas a una defensora? Berta Cáceres, cuánta gente no le dijo ‘sal’, mi jefa le dijo ‘Berta vente y te quedas en mi casa’. ¿Qué le dijo Berta? ‘No, yo aquí me quedo’. El mismo Julián Carrillo. Erika le dijo exactamente lo mismo: ‘Julián, vente que te han tratado de matar tres veces allá en la Sierra Tarahumara, te han matado ya dos hijos, ¿qué más quieres?, vente a Ciudad de México, te sacamos de inmediato’. ¿Qué dijo Julián? ‘No, primero que me maten’. Y así ocurrió”.

Atrás dejamos el cerro Makunaimo, escenario de la última guerra entre los indígenas macushí y los pemón arekuna. Surcamos el río Uairén, con su memoria de sangre, montadas en una plataforma hecha de madera y pipotes de metal. De una orilla a otra nos arrastramos con un mecate amarrado de un palo. La sabana está llena de hierba alta, seca y muchos nidos de bachacos. Entramos en otro bosque más tupido y caminamos por un tronco enorme, porque abajo está el río. Vértigo. Llegamos al conuco. El suelo aún tiene cenizas y árboles talados durmiendo antes de volver a vivir en el humus. Hay yuca.

El aullido de los araguatos en el bosque y los senderos llenos de hormigueros acompañan durante la visita al conuco. Fotos: Minerva Vitti.

Los perros comienzan a ladrarle a un mono. Lisa me muestra el aurosá, similar a un pequeño arbusto con hojas anchas como espinaca, debo arrancar las que están en las puntas. Un viento fuerte moviliza las ramas que suenan como pasos de personas murmurando una historia. Yo siento que nos observan, pienso que si nos hicieran una emboscada los únicos que podrían encontrarnos serían los familiares de Lisa, y claro, los monos, porque ahora han llegado varios a defender a su hermano y juntos muestran sus dientes a los perros. Aquí nuestros cuerpos se convertirían en humus o comida para kaikusé, el tigre que Lloyd quería en su brazo. Sigo cortando el aurosá con mis manos. El tallo quebrado las deja impregnadas con un olor a lluvia.

Al regresar me da miedo volver a atravesar el tronco sobre el río y lo hago sentada. La corteza raspa mis nalgas y piernas. Uno de los perros cae al agua. Nada. Yo elevo mis brazos y arrastro el resto de mi cuerpo, adivinando los anillos de crecimiento del árbol de Lisa. Falta poco para llegar al inicio del tronco, su edad. El tronco es el puente. Todos esperan del otro lado.

—En noviembre voy a venir a la selva— me dice Lisa. Es lo que hace cuando está agobiada, andar por el monte para encontrar la quietud.

paisaje
Los pueblos indígenas nunca se han cansado de estar en pie para garantizar su existencia. “Nunca debemos perder como indígenas nuestro pensamiento colectivo. Lo que tenemos que fortalecer son las bases de comunidades indígenas”, dice Lisa Henrito. Foto: Minerva Vitti.

La tía camina alejada de nosotras, va prendiendo pequeños fuegos a modo de cartas o mensajes que avisan de nuestra pronta llegada, el humo serpentea y se pierde en la transparencia.

—Aquí quiero hacer mi casa, pero de arena, no cualquier casa, quiero que sea única.

Porque no le gusta el cemento, quizás por eso vive dentro de un árbol, su casita huele a madera.

Nos arrastramos en la plataforma a la otra orilla.

—Aquí hacíamos carne asada, jugábamos voleibol, fútbol, pero mis tías han cortado los árboles y no hay sombra… Cuando echamos barbasco deben hacerlo como tres familias para compartir. Yo siempre digo que aquí lo que nos va a salvar es el pensamiento comunitario. Como indígenas nunca debemos perder nuestro pensamiento colectivo. Lo que tenemos que fortalecer son las bases de comunidades indígenas.

El tumá (sopa tradicional hecha con aurosá, ají y alguna proteína animal) y los grillos son parte de la alimentación de los indígenas pemon. Fotos: Minerva Vitti.

La Lisa capitana no puede sentarse a la mesa y tener el mejor tumá, las mejores frutas, la mejor bebida, mientras que su gente está esperando. Ella siempre se asegura de que todos estén comiendo y solo entonces puede sentarse tranquila. También se ha dado cuenta que los ancianos son muy cuidados y valorados tanto en Maurak como en otras comunidades, incluso los indígenas se organizan para llevarles comida.

—Una amiga fue la que me llamó la atención a esos detalles, me dice que las capitanas estamos preocupadas por todo, que si comieron o no comieron, que si un niño está sucio, que tenemos, cómo se llama, ese instinto maternal, muy protectoras, es algo que ella dice que observó y pues sí, es algo innato. Yo me acuerdo que un día estaba hablando con dos capitanas y entra un niño de la calle a saludar “hola capitana” y una de ellas le dijo “¿por qué tú estás tan sucio” y llamó a su hija “epa, baña a este niño, consíguele un pantaloncito, una franela y unos interiores sultán”—comenta chistosa.

La historia de Lisa es como un tarén, invocación mágica o ensalmo, que sigue rehaciéndose para curar los males mientras viva. Camino detrás de ella y veo a Máxima Acuña, Hermelinda Tiburcio, Mirna Cunningham, Genilda Rodrigues. Pero también veo a las que ya no están. No solo es el peso de la comunidad, es el de toda la humanidad al no hacerse corresponsable de lo que ocurre en los territorios.

—Tal vez cuando me muera pueda intentar estar tranquila. La gente siempre me dice ¿qué estás inventando?, ¿qué estás conspirando ahora? Tengo dos opciones: o me quedo aquí a defender los derechos humanos o me voy a la montaña a defender los derechos de los pájaros.

El último día del viaje me regalará sus tobilleras de canutillos y semillas de kewey: “Son para que cuiden cada uno de tus pasos como periodista”.

Es Lisa cuidando hasta el final.

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“Hace 10 años atrás papá se me alejó mentalmente y hoy decidió alejarse físicamente… Siempre he dicho que Dios da las pruebas más duras a los más fuertes y eso lo volví a comprobar hoy. Diría que el mejor regalo que papá me pudo dar en mi día de cumpleaños fue el de “dejarme el camino libre” para seguir luchando de una manera tan serena e inesperada. Mi corazón está destrozado pero lo cuidé hasta el final como él me cuidó a mí cuando era niña. Hoy, partió y ¡ya no sufre más! Muchas gracias a todos por sus condolencias”.

La resina es la lágrima del árbol.

Rusty la metáfora de un arrollamiento.

El padre de Lisa murió el 10 de junio de 2020, el mismo día en que ella cumplía 47 años. Toda su familia había enfermado con una gripe muy fuerte y solo ellos dos faltaban por recuperarse. No supieron si fue la COVID-19, pero en varias comunidades indígenas de Gran Sabana se habían detectado casos positivos entre indígenas pemón. El oscurantismo en las cifras y la falta de un protocolo para la prevención, contención de la infección y control de la enfermedad COVID-19 para pueblos y comunidades indígenas fueron las políticas públicas del Gobierno venezolano.

Treinta y siete días después de la muerte de su padre, Lisa salió de la casa arrastrando su duelo y las secuelas de la enfermedad. El detonante fueron unos militares que entraron al conuco de sus vecinos para quitarles un tambor de combustible que posteriormente revendieron.

A partir de esa situación, la defensora se ocultaba en el monte para investigar lo que ocurría en las trochas, caminos irregulares entre la frontera de Brasil y Venezuela que permanece cerrada por la pandemia. Nunca pudo grabar nada, pero si vio muchas cosas: el tráfico de personas, artículos de minería, licor, combustible, medicamentos, armas, dólares y reales brasileños para comprar oro, todo dirigido por los militares venezolanos.

Lisa amanecía en las montañas, vigilando, siempre acompañada de otros miembros de su pueblo. Llegaron a ser hasta 25 personas que caminaban durante la noche y la madrugada en la selva. Lograron controlar un poco lo que ocurría, excepto en las trochas de Sampay y San Antonio de Morichal, que irónicamente está detrás del Fuerte Militar El Escamoto.

—Yo les dije que no iba a permitir que siguieran atropellando a mi gente, que si ellos estaban haciendo su negocio a toda hora, tenían que dejar quietos a los indígenas que solo cruzan la frontera para comprar comida— Lisa habla en un tono fuerte.

En noviembre de ese mismo año, los indígenas de Maurak decidieron revocar al capitán por el robo de los fondos de la comunidad, y le propusieron a Lisa ser una de las candidatas para la capitanía. Aceptó por su gente aunque sentía que era un gran reto.

Durante la pandemia de la COVID-19 continuaron desarrollándose actividades petroleras, mineras, agronegocios y forestales pese a la solicitud de moratoria o suspensión temporal realizada por varias organizaciones por considerar estas actividades no esenciales.

El 8 de abril de 2020 el Gobierno venezolano promulgó la Resolución N° 0010 (Gaceta Oficial N° 6.526) que contempla la ejecución de minería fluvial en la Zona de Desarrollo Estratégico Nacional Arco Minero del Orinoco en áreas importantes de ríos de la Guayana venezolana como Cuchivero, Caura, Aro, Caroní, Yuruari y Cuyuní, todos afluentes del río Orinoco, con excepción del Cuyuní que drena hacia el río Esequibo. La explotación se realizaría en espacios de los mencionados ríos, definidos con coordenadas geográficas en la citada resolución y permitiría la extracción por medio de embarcaciones o balsas.

Con esta resolución, nuevamente el gobierno pasó por encima de las demarcaciones y autodemarcaciones de los territorios indígenas, y profundizó el parcelamiento y fragmentación de un territorio cuya soberanía ha quedado desdibujada entre lo informal, la criminalidad, el despojo y el sufrimiento.

Como capitana, Lisa ha tenido que aprender que no solo se trata de defender el territorio geográfico sino su propio cuerpo como territorio. Una reflexión a la que algunas defensoras han llegado luego de haber tocado la vulnerabilidad personal y colectiva.

—He aprendido que necesito cuidarme y ahora educo a la comunidad en que los sábados son mis días de descanso, porque si no terminaría dedicando mi vida al liderazgo de la comunidad y no es sano.

Aun así Lisa sigue trabajando mucho, sufre fuertes dolores de cabeza cada tanto e incluso los sábados atiende las emergencias que se presentan entre su gente. Los recursos económicos también siguen siendo limitados y la defensora siempre se lamenta por no tener un celular en buen estado para comunicarse o dinero para trasladar a su madre a Boavista para operarla de un glaucoma en sus ojos. Son las caras ocultas de la vida de las defensoras de la tierra que trabajan prácticamente a pura voluntad y esfuerzo propio.

—Ya pasa a ser como un estilo de vida. En mi caso, yo crecí en una familia que me formó eso. A veces llegaban personas a media noche y papá decía “mira, vas a dormir con nosotros, que la visita va a dormir en tu cama”, entonces uno se acostumbró a eso, a mí nunca me molestó porque para mí dormir con mi padre era algo especial. Crecí viendo como mi mamá alimentaba a esas personas. A veces venían niños y le dábamos ropa. Yo crecí en ese ambiente ¿ves? y creo que eso me formó en esa parte de dar, de dar, de dar. A veces siento que yo doy mucho para que la gente esté cómoda, entonces mi mamá me regaña “bueno, ¿qué te pasa?, dale aunque sea un pantalón, no le des dos, dale uno que después ellos buscan la manera de resolver”. O cuando viene gente y así sea la última comida que tengo, comemos todos.

Una parte de la baticueva de Lisa se ha convertido en su oficina. Mientras atiende a la gente que ha venido a buscarla, el llanto de un bebé se mete por la ventana. La defensora retoma la conversación pero el lamento es tan estridente que tiene que salir a investigar qué ocurre. En la carretera observa a una familia indígena warao y vuelve a entrar a la casita de madera. El bebé llora, ella no puede concentrarse en lo que dicen las personas, se levanta.

—Ya va, discúlpenme, pero yo no puedo estar ajena al sufrimiento humano.

La familia formada por seis miembros, la madre, el padre, cuatro hijos, tiene doce días caminando desde Tucupita y el bebé llora porque tiene hambre. Lisa pide a su tía y sobrina que preparen arepas y una bebida a base de cereales para el bebé. Luego busca un vehículo para que los traslade hasta Brasil, que es el destino al que la familia se dirige para pedir refugio. Cuando vuelve a su baticueva una de las señoras que la ha estado esperando todo este tiempo le dice: “Capitana, eso es lo que la gente admira en ti, que tú te metes en todo y como puedes resuelves”.

raíz
La raíz es estar bien cuidado en la subida caída como indivisible movimiento. Foto: Minerva Vitti.

* Periodista (UCAB). Escribe sobre asuntos indígenas, justicia socio-ambiental y ecología. Investigadora de la Fundación Centro Gumilla. Miembro de la Red de Solidaridad y Apostolado Indígena (RSAI-CPAL) y la Red Eclesial Panamazónica (Repam).

Nota:

Esta crónica periodística es parte del proyecto “Defensoras del territorio” de Climate Tracker y FES Transformación.

Bibliografía consultada:

  • Miradas críticas desde el Abya Yala. Volumen III: 2da promoción del Diplomado para el Fortalecimiento del Liderazgo de la Mujer Indígena. Universidad Indígena Intercultural (UII), Proyecto UII-GIZ y Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y El Caribe.
  • Juegos de Poder en la Conquista del Sur. Dominación, resistencias y transformación en la lucha contra el extractivismo (2021), Iokiñe Rodríguez y Vladimir Aguilar. Ediciones Fundación Buría.

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