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Las redes sociales enloquecen a los políticos

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Jesús Seguías

Las redes sociales electrónicas están generando un impacto descomunal en los empleados de los ciudadanos, es decir, en los políticos. Estamos en presencia de un caos comunicacional mundial de inmensas proporciones. Algunos estamentos de la sociedad se han ido acoplando a estos cambios generados por una revolución tecnológica que nos introdujo en una nueva era de la historia. Sin embargo, los políticos han sido el último estamento en acoplarse. Por eso están siendo castigados.

En materia política es inapropiado hablar de las “redes sociales” en abstracto como si fuese un fenómeno extraño. Lo que existe en realidad son los ciudadanos de siempre diciendo lo que piensan a través de canales de comunicación masivos que están a su alcance personal. Y hablan con su propio lenguaje, con sus propias ideas, con sus sabiduría y con su ignorancia, con su cordura y con su ira, hablando de paz o mentando la madre a todo el mundo.

Las redes sociales electrónicas son el canal perfecto y más económico para que la opinión de cada ciudadano tenga un peso específico, un valor tangible en la sociedad. Ahora sus criterios son expresados en un tiempo y un espacio infinitamente mayor al que existía hace 40 años.

Y gracias a ese poder pueden divulgarse políticas y estrategias, se perfeccionan los canales de comunicación entre los políticos y los ciudadanos, se fortalecen los mecanismos de convocatoria a actividades públicas, y se facilita la gobernanza.

Pero al mismo tiempo, las redes sociales comienzan a torcerle el pescuezo a muchos políticos de oficio que convirtieron a la política en una actividad subterránea, lúgubre, llena de manipulaciones, mentiras, triquiñuelas, maniobras oscuras, basada en relaciones utilitarias, y plagada de chapucerías y corruptelas. Hoy los ciudadanos, a través de las redes, evalúan y enjuician las acciones de quienes actúan en su nombre en los asuntos públicos. Lo hacen en tiempo real y sin contemplaciones.

Los ciudadanos toman el control

Antiguamente, los errores estratégicos de los políticos, o sus zanganerías permanecían ocultas. No había manera de saberlo rápidamente y que la gente pudiese convertir la denuncia en un factor de alto impacto colectivo.

Luego, con el surgimiento de los medios de difusión masiva de mensajes (prensa, radio y televisión), los dueños de estos medios establecían acuerdos con el estamento político para preservar la normalidad democrática, cierto, pero también se tejían negociados entre los dueños de medios y los políticos para promocionar determinadas fuerzas electorales, para no divulgar negociados oscuros del estado, y mantener silencios cómplices a cambio de prebendas. Hasta aquí, el estamento político aun tenia control de todo. A los dueños de los medios se les otorgaba un status especial en la sociedad. Muchos políticos y editores sinergizaban con natural fluidez. Ambos eran poderosos.

Pero eso ya cambió. Las redes sociales, es decir, los ciudadanos empoderados comunicacionalmente, toman el control. De hecho, el medio más utilizado por la gente para informarse hoy día a nivel mundial (incluyendo América Latina) son las redes sociales electrónicas y los portales de noticias. La prensa escrita en papel y la radio han quedado rezagados como medios informativos. Tienen que reinventarse. Y la televisión hoy está en batalla campal para impedir ser desplazados por las redes sociales y portales electrónicos.

Hoy, por primera vez en la historia de la humanidad, estamos frente a verdaderos medios comunicación social masivos. Antes lo que existía eran medios de difusión masiva de mensajes, no de comunicación, pues no había un feedback activo entre el emisor y el receptor de los mensajes. La retroalimentación era muy pasiva: cambio de canal, no leo tal periódico, no sintonizo tal emisora, en fin.

No hay duda que las redes sociales electrónicas son un nuevo fenómeno que trasciende el simple plano comunicacional. Son herramientas que hacen posible la concreción de la Sociedad Red y de la gobernanza. Y este nuevo fenómeno social genera retos colosales a los políticos clásicos. Ya nadie tiene el monopolio del mensaje. Las redes son un hecho histórico irreversible. Hay que aprender a convivir con ellas y saberlas dominar con proactividad.

Venezuela y el “efecto publio”

Hace 50 años en Venezuela los chismes y las noticias locales se divulgaban en los encuentros ocasionales en la Plaza Bolívar de cada pueblo, o en prolongadas conversaciones telefónicas, o en los corrillos del lugar de trabajo, o en los bares, o en las fiestas. Hoy, el fenómeno comunicacional individual sigue existiendo sólo que ahora se transmite en tiempo real a miles y hasta millones de personas en un sólo envió.

En Upata, mi pueblo natal, existía en personaje llamado Publio, el chismoso más famoso, quien todas las noches salía a recorrer varias casas clave del pueblo a comentar las últimas noticias.  De esa lengua no se salvaba nadie. Tenía una ruta cotidiana. Recorría 19 cuadras. Era la dendrita de las neuronas sociales del pueblo. En cada casa se concentraban varias personas y se sentaban en la acera a tertuliar (chismear, pues) como ocurre en todos los pueblos. Cada casa eran nódulos de la red. Allí́ esperaban a Publio con sus nuevas noticias, pero ellas a la vez aportaban sus propias noticias a Publio, y así́ nuestro personaje iba nutriendo su lengua y su mente con más información fresca.

En verdad, antes lo que existía era una red igual a las de ahora sólo que con un alcance muy limitado, la comunicación era cara a cara. La tecnología comunicacional era limitada. Los mensajes de Publio llegarían a no más de 30 personas en un día.

Ahora el mundo está́ lleno de “públicos”. Por las redes se transmite lo que cada persona o ciudadano le venga a la mente. No todos tienen la capacidad de crear noticias, o redactar criterios propios, pero para eso existe el reenvío o retweets de lo que otros dicen.

Todas las personas suelen divulgar o retransmitir aquellas informaciones que coinciden con su forma de pensar, o que forma parte de sus deseos, de sus aspiraciones, en fin, de lo que quisiera que fuese verdad aun cuando lo que se transmite no sea cierto. Y cuando la sociedad está inmersa en un estado de depresión y desesperanza colectiva, entonces tratan de conectarse con las informaciones que le llenen de optimismo.

Las redes sociales electrónicas de hoy están integradas por más de 6 mil millones de usuarios de teléfonos inteligentes en el mundo (estimaciones de la empresa de telecomunicaciones Ericsson). Son 6 mil millones de “Publios” transmitiendo y retransmitiendo noticias ciertas, pero también noticias falsas (Fake News). Eso ya es demasiado para la sociedad de hoy.

Sin duda, las tecnologías de la información cambiaron la historia por completo. Y obviamente también cambió la manera de ejercer la política. A partir de ahora, la opinión de los electores tiene peso específico, y los partidos políticos tienen que reinventarse para poder ser atractivos a una ciudadanía empoderada y crítica. El reto, sin duda, es descomunal.

Y aquel político que no comprenda la verdadera dimensión de este nuevo fenómeno social, terminará paralizado, desconcertado, sin saber qué hacer. Quedará́ a merced de la red, es decir, de una ciudadanía dispersa, anarquizada, sin ningún tipo de cohesión orgánica más que la emisión masiva, a diestra y siniestra, de mensajes, los cuales aturden y amedrentan a cualquier político que no esté bien plantado, especialmente aquellos que han confundido a la política con la simple búsqueda de un puesto público, o la preservación de un puesto, y con una pobre formación política que les impide descifrar los vericuetos del poder.

A decir verdad, el espectro comunicacional del planeta hoy día está saturado de información que además se transmite en tiempo real. Pero no todas las informaciones son ciertas. Existe mucha información tóxica e inservible. Ahora los chismes disociadores (fenómeno de toda la vida) vuelan más rápido, a través de remitentes anónimos y también de muchos laboratorios modernos de la comunicación cuyo objetivo es desinformar, manipular, hacer daño, destruir.

La trama rusa en acción

De manera que las redes están sirviendo no sólo para integrar a la sociedad sino para desintegrarla, para desarticular a todo el andamiaje político. Rusia ha entendido perfectamente la utilidad de este fenómeno para ganarle la guerra a Occidente.

El sueño imperial de Putin está en pleno desarrollo, y para ello requiere debilitar al mundo occidental. Sus laboratorios influyeron notablemente en la crisis catalana en España. Julián Assange, el hombre de Wikileaks, afirmó que “la primera guerra mundial en Internet ha empezado en Cataluña”.

Luego de revisar las advertencias que hizo hace varios meses Rex Tillerson, Ex-Secretario de Estado de Estados Unidos, a Mexico sobre el peligro de la injerencia rusa en las elecciones mexicanas y en el resto del mundo (inclusive Colombia), no hay dudas que la trama rusa está interviniendo activamente en Venezuela.

Lo hacen a través de las redes sociales para crear matrices de opinión que contribuyan a desarticular aún más a la oposición venezolana. Se ha desatado una bestial campaña nihilista, irresponsable, llena de medias verdades, pero también de muchas mentiras contra los partidos de oposición y sus dirigentes.

El síndrome que desintegra a Venezuela

Al parecer un sector de la oposición venezolana está padeciendo del “Síndrome Zaharie Ahmad Shah”, el piloto del avión malasio que decidió suicidarse, pero arrastrando en su locura a 239 personas que iban bordo del avión. Pareciera que los venezolanos están endemoniados, sin siquiera tener conciencia del nivel de toxicidad de sus emociones.

Hacen catarsis ante los errores de los políticos, se desahogan con rabia, se sienten defraudados y traicionados, insultan, agreden, destruyen, sin medir las consecuencias. Tienen razones para culpar a muchos políticos por sus sufrimientos, pero sus respuestas son de consecuencias aún peores. Y lo trágico: “todos son culpables, menos yo”. Desapareció el más elemental recurso de la autocrítica y el coraje para admitir errores propios.

En los últimos 4 años, he sido un severo crítico de las estrategias y actitudes opositoras, y el tiempo me ha dado la razón en mis advertencias. Hasta un libro de más de 200 páginas escribí hace más de dos años presagiando la tragedia que padece Venezuela. Pero insisto: es necesario que se generen debates, pero para mejorar, no para destruir lo que queda de oposición orgánica. Las redes sociales, es decir la opinión de los ciudadanos, debe ser escuchada con mucho respeto. Sin duda. Lo que no puede ocurrir nunca es que las estrategias políticas se decidan pensando en caerle simpáticos y complacer a todos los ciudadanos porque eso no será posible jamás, y lo que ocurrirá finalmente es la parálisis y la elaboración de políticas ambiguas, incoherentes y paralizantes. Y esta es quizás la mayor tragedia de quienes han sido los voceros de la oposición.

Tres tendencias en las redes

Las opiniones que transmiten las redes sociales sobre Venezuela, están segmentadas en tres grupos de usuarios:

  1. Aquellos que por ingenuidad y ligereza reenvían mensajes sin validar fuentes y veracidad de la información. Son la mayoría. Los “Fakes News” están a la orden del día.
  2. Líderes de opinión que no miden la trascendencia de sus envíos. A veces actúan con irresponsabilidad. No son todos, pero sí unos cuantos de peso. Lo grave es que algunos tienen sus propios laboratorios con fines defensivos, pero también ofensivos. Cuando alguien es observado como competidor, se desata una guerra destructiva de su imagen. La guerra es implacable, y el resultado final de esa actitud es el auto gol, la auto destrucción, pues han fusilado a un aliado en plena guerra contra un adversario poderoso y donde se necesita muchísimos aliados, incluyendo chavistas.
  3. Los que operan con perversidad y claros propósitos destructivos, lo cual engarza perfectamente con la actividad de la trama rusa, y cuyos centros de operaciones más activos en el mundo están en territorio venezolano. Sólo un despistado es capaz de ignorar que existe el propósito expreso por parte del gobierno de destruir lo que queda de oposición en Venezuela.

De manera que, si combinamos a los propios errores de la dirigencia opositora con la trama rusa y con los extremistas de cada bando, lo que obtenemos es un coctel demoledor cuyos resultados están siendo devastadores para Venezuela. Y hay que decirlo: Venezuela es un país en franco proceso auto destructivo y en fase acelerada de desintegración como nación. Y créanme que las redes sociales están haciendo su trabajo de manera perfecta.

Coraje y humildad

Los venezolanos, especialmente los líderes políticos, tienen que sobreponerse con coraje a la trama rusa y a los desarticuladores de oficio. Hay que llenarse de convicciones, ser perseverantes en lo que se cree, y hacerlo valer con determinación. La historia y los pueblos premian la constancia y las convicciones.

No se trata de ignorar a las redes sociales electrónicas sino de evitar quedar a merced de ellas, pues es suicida. Las redes -repito-son el espejo fiel de la diversidad humana en la sociedad. Nunca podremos satisfacer a todos los usuarios de las redes así́ como tampoco podemos ser religiosos y ateos a la vez, dictadores y democráticos a la vez.

Finalmente, si los dirigentes opositores no asumen con valentía, con vergüenza, con humildad sus errores (los cuales son los principales insumos de la trama rusa), y no deciden dar virajes sustanciales a sus políticas y estrategias, sin excusas auto complacientes ni triquiñuelas para seguir en el juego político rindiéndole culto a las equivocaciones, Venezuela seguirá́ a merced de la canalla gubernamental, de la nada en materia política, y prisionera de millones de usuarios de redes sociales diciendo lo que le venga en gana porque sencillamente no tienen orientación política de nadie confiable.

Aún se está́ a tiempo. Es la oportunidad de oro para rectificar y hacer lo correcto. Los venezolanos lo exigen a gritos y con el alma destrozada.

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