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El pintor de la matanza de San Bartolomé: Dubois

santa bartolomé

Jesús María Aguirre

Entre el 23 y 24 de agosto de 1572 se consumó una de las matanzas más emblemáticas de la historia occidental en el marco las llamadas guerras de religión. Fue un asesinato en masa de hugonotes -cristianos protestantes franceses de doctrina calvinista- iniciado en París y extendido a otras partes de Francia. El número de muertos se estima en total en 2.000 en París y de 5.000 a 10.000 en toda Francia.

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Entre las diversas manifestaciones documentales y artísticas de estos hechos hay que destacar el cuadro de François Dubois (1529-1584), pintor francés, nacido en Amiens, de religión hugonote, cuya única obra conservada es la representación de la Matanza de San Bartolomé.

El ganador del premio Rómulo Gallegos, Pablo Montoya, dedica la segunda parte de su novela “Tríptico de la infamia” a la fabulación del momento que vivió Dubois y a la formulación de los problemas morales y políticos que entraña para el artista su compromiso con la historia. Al margen de la discusión sobre la presencia o no del pintor en el lugar de los hechos, lo cierto es que reconstruye con un gran acierto plástico y con un vigor inusitado la masacre.

Montoya como escritor tiene el gran mérito de retomar esta historia que sigue sacudiendo la imaginación y la conciencia moral de Europa, autoerigida en ese entonces como paradigma de civilización, frente a la barbarie de los otros mundos.

No es la primera vez que la novelística, incluso de autores católicos, se acerca al tema de las persecuciones de las autoridades político-religiosas contra los herejes. Así tenemos El hereje, obra teatral de Morris West sobre el juicio a Giordano Bruno o también con el mismo título El hereje, la novela de Miguel Delibes, sobre la persecución de los proestantes luteranos en el siglo XVI en España.

Recientemente y desde una perspectiva más amplia merece la pena mencionar Los herejes, novela de A. Padura (2013), por cuanto ubica también la exclusión de los judíos en América Latina, y además la mencionada narración Tríptico de la infamia de Pablo Montoya, que introduce la variable del desencuentro intercultural entre Europa y el llamado Nuevo Mundo.

Frente al mecanismo defensivo de negar, ocultar o silenciar estos hechos, resaltando solamente las glorias pasadas, es saludable para todos, creyentes o incrédulos, hacer una revisión crítica y reconstructiva del pasado para superar los niveles de conciencia ética de la humanidad.

Este arrojo es el que le hizo preguntarse a Juan Pablo II, testigo de las matanzas de la última guerra mundial y del holocausto judío, ante el colegio de cardenales:

¿Cómo callar tantas formas de violencia perpetradas también a nombre de la fe? GUERRAS DE RELIGIÓN , tribunales de Inquisición y otras formas de violación de los derechos de las personas (…) Es preciso que la Iglesia de acuerdo con el Vaticano II, revise por propia iniciativa los aspectos de su historia, valorándolos a la luz de los principios del Evangelio (Juan Pablo II  a los cardenales (1994).

También el Papa Francisco en la entrevista concedida a los periodistas en el viaje de vuelta de Asia, tras condenar el atentado a Charlie Hebdo, reiteró que “matar en nombre de Dios es una aberración” y comentó: “Lo que pasa ahora nos asombra, pero pensemos en nuestra historia: ¿cuántas guerras de religión tuvimos?”, evocando como ejemplo, la Noche de San Bartolomé, es decir, el asesinato en masa de hugonotes (protestantes franceses) por parte de católicos, durante la guerra de religión de Francia del siglo XVI.

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En este mismo sentido, más allá del campo artístico, se ha ahondado en la investigación socioreligiosa y política para ofrecer unas claves más profundas de comprensión del binomio violencia, guerras y religión, tal como lo ha hecho recientemente Karem Armstron  en su reciente estudio: “en Campos de sangre demuestro que los episodios que consideramos esencialmente ‘religiosos’-las Cruzadas, la Inquisición española, o las ‘guerras de religión’ de los siglos XVI y XVII- estaban también profundamente condicionados por la política. Era imposible separarlos. Y lo mismo ocurre hoy”.

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Queda, pues, el reto de revisar críticamente nuestras trayectorias personales e institucionales y sentarnos en el diván de la historia para sincerar los hechos, reconocer los errores, y en fin, reconciliarse con uno mismo y con los contrarios.

En esta misma línea invitamos al lector a la consulta de la revista SIC, Nº 779 dedicada al análisis del Fundamentalismo Religioso y sus resortes  <Revista SIC, Centro Gumilla.– 78, 771 – Ene.-Febrero 2015) >

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