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“El Estado dejó de ser garante del derecho a la alimentación”

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Roberto Mata

Hugo Prieto

La diversidad de actores que participan en el sistema alimentario y la regulación apropiada del Estado, son la clave para satisfacer la demanda nutricional de un país. Cada quien a lo suyo —productores, industriales, distribuidores— haciendo a su vez lo que saben hacer cada vez mejor. Esa es la clave del programa Hambre Cero, durante la presidencia de Lula Da Silva en Brasil o del milagro nutricional de Evo Morales que ha sorprendido a propios y extraños.

El chavismo no siguió ese camino. Apostó por el control total del sistema alimentario y lo convirtió en herramienta para el control político y electoral. Paulatinamente, la industria fue perdiendo importancia relativa y, actualmente sólo satisface el 30 % de la demanda de alimentos en el país. La diferencia, valga decir el 70 % de la demanda, corresponde importaciones que vienen cayendo a partir de 2012, debido a la baja del precio del petróleo y a la subsecuente caída en el ingreso de divisas.

Susana Raffalli, consultora en Seguridad Alimentaria y en Gestión de Desastres, dice que el Estado sabía que no podía hacerlo todo, pero tomó el control del sistema alimentario, no para garantizar el derecho a la alimentación de los venezolanos, sino para convertirse en un vendedor más de alimentos, en un circuito comercial donde se mueve mucho dinero. “Los CLAP se han convertido en una herramienta perversa de control político”.

¿Cuál es la situación nutricional de Venezuela?

La situación nutricional, de la que puedo hablar con rigor, es la que llevamos en Caritas, entre otras cosas, porque es la que hemos monitoreado mes a mes. Diría que hay un aumento muy significativo y súbito de lo que se conoce como déficit nutricional agudo, con delgadez extrema. Esa es la situación infantil que hemos documentado. Ese déficit te lleva a un extremo de debilidad que te mata, que te cuesta la vida. Si las muertes llegan a ser a escala, ya no estaríamos hablando de una crisis alimentaria, sino de una crisis humanitaria. Lo que hemos visto en el país es un incremento súbito y agudo del déficit nutricional que está causando graves daños a una escala inadmisible. Si de cada 100 niños mueren 10 por desnutrición, ya tienes una crisis. Eso está normado y estudiado por agencias internacionales en todo el mundo. De hecho, te puedes considerar en emergencia, porque tienes que buscar recursos excepcionales para manejarla. Pero también hay otra desnutrición, me refiero a los que sobreviven, que también viene  aumentado  y representa una condena para siempre. 

Usted habla de muertes, pero no hay cifras que refieran a esa crisis.

Es muy difícil documentar cifras, debido a que la causa de muerte se reporta como insuficiencia respiratoria, insuficiencia cardíaca o por alguna infección, pero llegaron a ese estado a causa de la desnutrición, ¿no?  En medio de las dificultades, tenemos dos cifras que pudieran relacionarse, aunque es muy difícil documentarlas con rigor. La primera se le escapó a la ministra de salud y le costó el puesto. Ella habló de un incremento del 33 % en la desnutrición infantil. Es decir, en 2016 murieron 11.400 niños en Venezuela antes de cumplir el primer año. Sólo para hacernos una idea. En 2007 murieron 4.000 niños. Eso es muchísimo como incremento. Por otra parte, tenemos las cifras que suministran la red de médicos que se desempeñan en los hospitales, según las cuales el 80 % de los niños que mueren están desnutridos. Si bien toda desnutrición no se le puede atribuir al hambre, yo pensaría que hay una proporción enorme en este aumento de las muertes infantiles, en las que la desnutrición subyace.

¿Qué representación tienen las cifras de Caritas en el país? ¿Qué peso tienen?

Eso lo han resaltado mucho como una debilidad. Pero no lo es. Primero, porque Caritas no hace investigaciones, ni estudios de opinión. Eso lo deberían hacer la FAO y la Unicef (ambas agencias de Naciones Unidas), de acuerdo a sus propios mandatos. Por eso me da risa cuando dicen que no podemos declarar que aquí hay una emergencia porque no tenemos datos. ¿Ah, si los tienen para darnos una medalla, pero no para ver lo que está pasando? Ellos son los primeros que han resaltado que las cifras de Caritas —que se publican bimensualmente— no tienen una representatividad nacional; y no la van a tener nunca, porque no es un muestreo que se hace con fines estadísticos. Se trata del sistema que Caritas despliega en las parroquias más pobres del país, para detectar a los niños susceptibles de entrar a sus programas de protección. Yo creo que Caritas ha contribuido mucho  a descomprimir el número de niños con desnutrición severa que están llegando a los hospitales, al menos en los lugares donde hacemos nuestro trabajo. En ese sentido, el muestreo tiene una intencionalidad. Es decir, Caritas no va a poner una estación de monitoreo centinela para identificar a niños desnutridos en Valle Arriba o en Los Palos Grandes. No, lo hace en las parroquias donde está la mayor carga de sufrimiento y la mayor carga de daño, porque la misión de Caritas es proteger a la niñez desnutrida. Yo te diría que la representatividad es sólo en las parroquias donde tenemos presencia.

¿Ustedes utilizan en su red las escuelas de Fe y Alegría?

No. Nosotros contamos con el apoyo de un gran movimiento voluntario de jóvenes y personas mayores involucradas en la pastoral de la salud. La razón por la que no utilizamos a Fe y Alegría es que nuestro público objetivo son los niños menores de cinco años. Diría que el 80 % o 90 % de los niños de Fe y Alegría están en edad escolar.

¿Cuántas personas conforman el voluntariado y en qué zonas de Venezuela trabajan?

Actualmente estamos en Vargas, Miranda, Distrito Capital y Zulia, en los municipios y parroquias muy pobres de esos estados. Se tienen entre cuatro y seis voluntarios por parroquia —alrededor de 300 personas—. Esperamos llegar a otras 10 localidades del país.

Roberto Mata

¿Esa experiencia le permite enviar una señal de alarma al país y a la sociedad venezolana?

No para decir que el país está en una situación de emergencia humanitaria, pero podemos decir que los grupos de población que viven en pobreza extrema si lo están. Absolutamente. Es muy difícil que se active una situación de alarma para todo un país, porque en todos los países hay una tremenda situación de desigualdad. Hay una hambruna en Yemen, en Sudan del Sur, en el norte de Nigeria, pero en estos países habrá sitios donde se está comiendo muy bien. Digamos, en restaurantes de cinco estrellas donde comen los representantes de Naciones Unidas. La alarma que hemos querido dar es la situación que están viviendo las familias más pobres del país, donde Caritas ha podido tomar el pulso.

Venezuela entró oficialmente en hiperinflación, ya pasamos la raya del 500 %. La situación económica está fuera de control, y el precio de los alimentos aumenta día a día, ¿Cómo va a afectar esto a los sectores más vulnerables de la población venezolana?

Ya la afectación es masiva. Yo pienso que no hay límite, el límite es una vida y otra y otra. El límite es seguir deteriorando lo que se come y seguir perdiendo niños por esa causa. El ejemplo más reciente es el de las fórmulas lácteas. No tienes idea de la cantidad de niños que traen a las jornadas de Caritas las abuelas, porque la mamá se murió o porque se fueron a buscar trabajo en otro lado y dejan al niño al cuidado de una tía o una abuela. Entre 2015 y 2016, hubo un aumento del 65 % de las madres que murieron durante el embarazo o el parto. Son niños que no tienen mamás. ¿Qué ocurre con ese niño lactante? La fórmula láctea está costando 350.000 bolívares y se necesitan cuatro en un mes. Ya por ahí no tienes con qué, vas reduciendo a la mitad. Lo otro son los grupos de alimentos, Caritas los ha venido midiendo. Son 12, pero de octubre a la fecha pasamos de siete grupos a cuatro. Básicamente es un patrón de alimentación basado en un tubérculo y algún tipo de cereal, maíz o arroz. Desaparecieron de la proteína, los vegetales y las frutas. Quedaba algo de granos, pero en la encuesta más reciente, sólo el 27 % de las familias dijo comer granos. No es sólo la hiperinflación, sino la pérdida del acceso a los productos de la industria alimentaria, que ha sido secuestrada por el Estado.

En algún momento se dijo que las familias más pobres se alimentaban con perrarina. ¿La estamos extrañando? No sé si la situación es peor que la que vivimos en 1998.

Ese fue un año clave para mí. En 1998, como parte de mi maestría en Seguridad Alimentaria, regrese al país, para realizar mi trabajo de campo en Catuche. Recuerdo que se hablaba mucho de la perrarina. En ese momento, yo calculé que para que una familia se llenara con perrarina se podía comprar el equivalente a siete canastas mínimas alimentarias. Es lo que sería hoy una caja de Clap. Me estoy refiriendo a la cantidad, que es lo que da saciedad. Lo de la perrarina era un lujo, porque en realidad es un alimento muy costoso, un alimento súper procesado, con todos sus detalles. En el 98 vi cosas que estoy viendo ahora. Yo vi el tetero de agua de espagueti o gente comprando una papeleta de harina o de azúcar para la comida del día. Pero lo que yo no vi en aquél momento fue a tanta gente buscando algo de comer en las bolsas de basura, ni la delgadez que estoy viendo ahora.

En la redoma de Petare, hará cosa de dos años, podías encontrar cualquier producto en su presentación original. Actualmente, encuentras las llamadas téticas… de leche en polvo, de café, de aceite comestible y pare de contar. Pasamos de un mercado informal de productos a otro mercado informal en el que no intervienen normas de higiene o calidad. ¿Cómo en un año se produce un deterioro tan significativo?

Al caer el precio del petróleo y por tanto el ingreso de divisas, disminuye la producción nacional, a tal punto que hoy producimos el 30% de los alimentos que nos comemos. A su vez, ese 30 % que nos comemos está regulado por un sistema de cuotas, a partir de noviembre de 2016. Las empresas del sector alimentos, por ejemplo, tiene que venderle una cuota de su producción al Estado, que en el caso de Empresas Polar, por ejemplo, varía entre el 50 % y el 60 %. Pero además de la cuota, a través de las guías de distribución, el Estado dice: Hoy quiero margarina aquí, mañana leche en polvo allá. Las fuentes primarias de oferta alimentaria están cada vez más disminuida. ¿Cómo se compensaba el déficit? Con las importaciones. Pero entre 2013 y 2017, esas importaciones cayeron en 73 %. No lo digo yo, lo dijo en mayo Iván Gil (ministro de Agricultura y Tierras) y más recientemente Delcy Rodríguez (presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente), en una entrevista a la cadena Al Jazeera, hay una disminución de la oferta de alimentos a la nación. Eso ha impactado la oferta en el mercado negro, que si se quiere era hasta prodigiosa, pero a unos precios exorbitantes. Ahora hemos caído en ese menudeo.  

¿No le parece curioso que hasta para comprar pan uno tenga que ir en carro a ciertas panaderías de Caracas? 

Lo del pan, más que físico, es una cosa simbólica. Comprar el pan del desayuno o de la cena formaba parte de una rutina hasta afectiva. Yo creo que si tuviera que escoger una de los grandes vacíos de esa cosa simbólica y efectiva que nos está dando muy duro, más allá de lo nutricional, es ir a una panadería y que encuentres cualquier cosa menos pan. Pero además están reapareciendo las colas en el supermercado de tu barrio y tú tienes que ir donde un bachaquero a comprar esas mismas cosas que se llevaron, pero a unos precios exorbitantes. Es una distorsión y una perversión enorme, que no creo que sea sostenible. O quizás sí, pero a un costo social enorme.

En la cobertura que hace el canal 8 de las elecciones municipales, transmitieron un acto de Erika Farías, candidata del chavismo en el Municipio Libertador. Ella dice que espera una votación no menor a 800.000 votos e inmediatamente le pide a Freddy Bernal que articule con los CLAP. Es claro el vínculo entre el tema nutricional y un objetivo político y electoral.

Pero con la mayor perversidad de nuestra historia. Si los CLAP fuesen un programa complementario de alimentación, no los tendrían que vender.  De hecho, el Estado dejó de ser el garante del derecho a la alimentación, para convertirse en un vendedor más de alimentos. El CLAP no es un complemento como lo fue el vaso de leche escolar o un cestaticket, sino el único alimento y lo vende el Estado, quitándole el 60 % de la producción a la industria que abastece mercados, abastos y bodegas. La gente de menores ingresos depende de que la caja le llegue. Entonces, está funcionando con muchísima más efectividad el uso del tema de la alimentación como estrategia de dominación política. Esa es una violación flagrante del derecho a la alimentación.

Roberto Mata

 

Disculpe que le haga una pregunta en términos personales. ¿En cuánto tiempo cree usted que se va a sacar el carnet de la patria para acceder a la caja CLAP?

Yo creo que no lo voy a hacer, tendría que estar muriéndome de hambre. De hecho estoy en un movimiento de resistencia frente a los CLAP, cuyos productos son perfectamente sustituibles, no en alimentos pero sí en términos de nutrientes. El aceite y las grasas de cualquier tipo sería lo único que tendríamos difícil. Pero bueno, comeremos plátano, yuca, frutas y huevos. Y cuando eso lo secuestren, vamos a tener un carnet de racionamiento o estar inscritos en el partido.

Realmente es perverso el uso de la seguridad alimentaria como herramienta de control social. 

Es de los peores. No me atrevería a decir que algo similar están haciendo con la salud. Aunque creo que se establecieron prioridades, vamos a dejar por fuera a los que igual se van a morir —los hemofílicos, los trasplantados, las quimioterapias, las unidades de diálisis— y el poco dinero que vamos a poner en salud es para los que sobrevivan. Ese tipo de cosas está pasando. Sin embargo, no es una estrategia de dominación política, pero si es una estrategia de operación comercial enorme. Allí están las denuncias de las zonas mineras. 50 dólares o dos gramos de oro por la primaquine para enfrentar la malaria. En el caso de la salud, el grueso de los votos no se mide así. ¿Qué tanto representa 2.000 trasplantados? No importa en términos de votos. Pero en términos de alimentos, que incluso los necesitan los trasplantados o el que tiene la malaria, los tienen a la mano. Ahí tengo las declaraciones de Aristóbulo cuando le preguntan: ¿Esto de los CLAP no era una medida temporal? ¿De tres meses? Y la respuesta que dio: No, los CLAP nunca fueron con fines alimentarios, fueron con fines políticos.

¿Cómo se plantea un esquema donde la vida del otro no importa? Ya esto no es un problema de índole político, sino un problema de índole moral.

Yo no espero nada del Estado, ni de los que están a cargo. A principios de este año, Elías Jaua escribe un ensayo sobre las medidas sociales y sobre el costo social de todo esto. El presidente Nicolás Maduro habló de sanar las heridas. Sabíamos que estos cambios políticos generaban una herida necesaria. Aquí hay dos grandes hipótesis y dos grandes grupos de personas detrás de cada una de ellas. Uno, los que daban por hecho el efecto colateral, esto va a generar un daño y lo asumimos y dos, los que dicen que esto es intencional. Yo no estoy en capacidad de analizar si lo uno o lo otro. Me inclino por lo primero. Pero lo que sí fue intencional fue secuestrar la alimentación como fundamento de la vida de cada uno de nosotros. Ahora, ¿hambrearnos? Sería una cosa sumamente truculenta y perversa. Yo creo que dijeron: Sí, esto va a tener un costo al comienzo y lo digo porque el Estado sabía… ¡Carajo! El Estado sabía, cuando tomó el control de esto, que no lo sabía hacer. Es mentira que podían con Lácteos Los Andes (60 por ciento de producción), es mentira que podían con Industrias Diana, minada por la corrupción… no lo han sabido hacer. Por su naturaleza, el sistema alimentario tiene tantas funciones diferentes que la única manera que sea sustentable es su diversidad. Es decir, cada componente del sistema a lo suyo —producción, industrialización, distribución— y que lo haga cada vez mejor. Pero el Estado se abrogó todas las funciones y alguna le tenía que salir mal. Esta idea de los conucos y de la agricultura comunal es algo extraordinariamente ineficiente como para pensar que con eso puedes alimentar a 30 millones de habitantes.

Pero puede resultar muy atractiva para quienes sienten que los están tomando en cuenta y están participando en la construcción de una nueva economía. Sí, esa idea puede ser muy atractiva por una razón muy sencilla, porque no sólo de pan vive el hombre.

Simbólicamente eso es alimento también y eso explica que haya gente que todavía los vote. Aquí hay gente que vota no sólo por recibir la caja de CLAP, sino por quien me quiere, por quien me escuchó y me dio una voz. Es como un matrimonio. Estoy casado con este, que está pasando por problemas, pero no por eso me voy a ir. Los testimonios son extraordinarios. No me importa hacer una cola de ocho horas, no me importa comer una sola vez al día, pero esta la superamos. Entonces, hay una suerte de solidaridad con quien está batallando en contra de un enemigo externo, porque la culpa siempre es de otro. Allí hay una especie de solidaridad conyugal que es un absurdo enorme, pero no sé hasta dónde pueda aguantar este señor, esta señora, que vota así aunque entierre a un hijo por falta de antibióticos o porque se le murió desnutrido. No sé hasta cuándo pueda pensar que su pérdida valió la pena. Al final sienten que ni siquiera están infligiendo ética o moralmente nada, porque la revolución lo vale.

¿Cuándo nos vamos a morir de hambre?

Ya nos estamos muriendo. Poco a poco, es un goteo, es una emergencia de instalación lenta. La desnutrición, que registra un aumento espectacular, es un combustible para enfermedades de niños y adultos también.

¿Cuál es tu visión sobre el futuro inmediato de Venezuela?

No me había hecho esa pregunta. La escala de privación que estamos manejando en los barrios es tal, que el objetivo de mi trabajo es perfeccionar este sistema de protección (Caritas) para que la población más vulnerable no se muera. No he hecho sino pensar en el cortísimo plazo para salvar vidas. En el mediano plazo yo pensaría que sería una adaptación a una vida totalmente empobrecida y llevada a sus mínimos, en un momento en que la humanidad está desplegada en cosas extraordinarias, al menos desde el punto de vista alimentario.

 

 

Fuente: http://prodavinci.com/2017/11/12/actualidad/susana-raffalli-el-estado-dejo-de-ser-garante-del-derecho-a-la-alimentacion-por-hugo-prieto/?platform=hootsuite

 

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octubre 9, 2024
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