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Editorial Sic 718: Socialismo del siglo XXI

Editorial Sic 718. Septiembre-octubre 2009

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SIC-718-portada(web)Varios gobiernos en América Latina vienen impulsando modelos socioeconómicos y políticos que se califican de socialistas, con el apoyo favorable de una buena parte de la población de sus países. Los movimientos de izquierda en la región han reencontrado en el socialismo  un referente ideológico que ha servido para agregar viejas y nuevas reivindicaciones. Un socialismo que pretende concebirse como alternativo tanto a las formas de dominación capitalista como a las experiencias históricas de los socialismos bolcheviques y orientales, incorporando las novedades propias de la nueva época emergente y las tradiciones republicanas y democráticas fortalecidas en los procesos políticos de las últimas décadas. La aspiración a la construcción del socialismo ha cobrado un nuevo impulso en la región.

Socialismo propuesto

Este socialismo que se pretende como alternativo se ha bautizado a sí mismo como socialismo del siglo XXI, para remarcar precisamente su novedad. Por ello se ha ofrecido como una propuesta superadora del dogmatismo ideológico y el burocratismo estatista. Se expone como una corriente ideológica en donde quiere privar la discusión colectiva y democrática, incluyente de diversas corrientes, atrevida para innovar y buscar.

El proceso político que se propone como camino o tránsito a esta etapa de la vida de nuestros pueblos es la revolución en democracia, a través de una amplia participación social en la vida pública que favorezca la democratización efectiva del poder. Se invoca el ejercicio permanente de la soberanía popular y  la legitimación política a través de los procesos constituyentes.

Evidentemente que los procesos seguidos en cada país tienen su propio derrotero y peculiaridades. Pero en general, podríamos decir que todas las proclamas hablan del nuevo socialismo como un modelo democrático, jurídicamente sustentado en el reconocimiento de los derechos humanos. Se reivindica el deseo de construir caminos propios y originales, a la altura de los tiempos que vivimos, reconociendo nuestro carácter pluriétnico, afirmando la soberanía nacional y los procesos de integración latinoamericana.

Desde esta perspectiva, cabe un sano optimismo y no se puede sino  saludar con entusiasmo este espíritu de cambio y transformación que ha movilizado a millones de latinoamericanos.

Una primera aproximación  más en detalle indica claramente que al interior de este proceso hay claras diferencias, llegándose al caso de que prácticamente en cada país en donde las izquierdas han desplazado las antiguas hegemonías políticas se está construyendo una versión propia del socialismo, a veces incluso prescindiendo del término. En donde se encuentran más semejanzas es en algunos países del ALBA (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba, Nicaragua). Especialmente en este grupo, excluyendo a Cuba, se ha adoptado el término de socialismo del siglo XXI, siendo el modelo venezolano el que ha venido sirviendo de referente fundamental.

¿Socialismo en Venezuela?

El 9 de enero del año 2005 el Presidente Chávez anuncia en su programa dominical Aló Presidente, que habíamos entrado a una nueva etapa del proceso político: la democracia revolucionaria, que no es lo mismo que decir revolución democrática. Según la interpretación del líder, se pasa de este modo de la fase de la democracia participativa y protagónica a la democracia jacobina, aquella en la cual se justifica el ejercicio puro y duro del poder para alcanzar la felicidad del pueblo.

La democracia revolucionaria es el camino para alcanzar el socialismo del siglo XXI, cuyos grandes propósitos se enuncian, entre otros, en el Primer Plan socialista 2007 como: refundación de la nación venezolana desde los valores y principios socialistas y desde la herencia histórica bolivariana; la suprema felicidad social, a partir de la construcción de una estructura social incluyente y de un nuevo modelo productivo, humanista y endógeno; diversificación de las formas de propiedad de los medios de producción, nueva geopolítica nacional, conversión de Venezuela en una potencia energética mundial, nueva geopolítica internacional, creación de formas de democracia directa en las bases de la sociedad; etc.

La transición se fundamentará de manera especial en la centralidad del líder de la revolución.   Los resultados electorales de diciembre de 2006, aportan la base de legitimación necesaria para que Presidente Chávez se convierta en el epicentro del proceso político. El líder impulsa la revolución unificando el poder en una sola entidad sin diferenciación y contrapesos. La estrategia requiere la destrucción del Estado burgués, la conversión de los procesos electorales en mecanismos plebiscitarios y el control de los aparatos de producción ideológica. Estas líneas se convirtieron expresamente en programa de acción en la propuesta de reforma constitucional de diciembre de 2007.

Las críticas más certeras a este modelo provienen de algunas personas que han estado muy vinculadas con el Movimiento Bolivariano. Aun cuando se simpatiza con el carácter socialmente progresivo de algunas de sus políticas redistributivas y en general con las transformaciones políticas impulsadas desde 1999 hasta el 2004, se señala que el modelo de socialismo que se pretende en Venezuela tiene las limitaciones propias de todo sistema que se impone desde arriba hacia abajo.

Para estos autores estaríamos ante los típicos  espejismos del estalinismo y del estatismo autoritario, endulzados con la retórica del nacionalismo popular revolucionario. La discusión, el debate, la polémica en un clima de libre expresión de las ideas y pensamientos con múltiples voces y desde múltiples corrientes se desestiman, excluyen y denigran como una amenaza  frente a la única dirección posible: la del líder carismático.

Existe un permanente intento de legitimar la centralidad de una forma de Estado corporizada, hegemonizada y fetichizada en la persona del jefe carismático. Un estado cuyo verdadero y único poder reside en el Presidente de la República, convirtiendo el resto de los poderes públicos en acólitos y servidores. Un partido dominante que funciona como partido único, con una fuerte burocratización interna, cuyos cuadros se confunden con los administradores del Estado. Un Estado-partido que encapsula y coloniza corporativamente las organizaciones sociales, especialmente las organizaciones de base.

La revolución desde arriba pretende hegemonizar la producción ideológica. De allí el afán por controlar toda forma de producción cultural y simbólica, incluso hasta la religiosa. La hegemonía cultural e ideológica supone también excluir toda disidencia y por supuesto las personas, grupos o instituciones  que la enuncian. Produciéndose de esta manera una terrible contradicción: la revolución deifica a un hombre nuevo mientras desprecia profundamente las personas reales; reclamando su sumisión ante una minoría virtuosa, qué le promete su redención mediante un ejercicio autoritario del poder que justifica incluso la represión.

¿Qué dice la gente?

Las encuestas de opinión señalan claramente que esta versión del socialismo venezolano del siglo XXI cuenta con resistencias entre la población. Sus niveles de apoyo oscilan entre un 30% a un 35%, mientras la mayoría prefiere como sistema lo que se ha dado en llamar democracia social; que recoge el imaginario creado  a partir de las propuestas de la Constitución Nacional de 1999. Estos datos son congruentes con los resultados electorales de la consulta sobre la reforma electoral de 2007 y ha tenido signos sociales manifiestos como el aumento de la protesta social vinculada a reivindicaciones laborales, habitacionales y educativas entre otras.

¿Y los resultados de la estrategia por dónde van?

Si tomamos como referencia los inicios del año 2005 como la puesta en escena de las estrategias económicas, sociales y políticas para enrumbarnos hacia el socialismo del siglo XXI, al día de hoy nos encontramos con algunos rasgos que resultan al menos paradójicos. En efecto, se ha venido desconstruyendo la economía privada existente sustituyendo la vieja burguesía por otra en convivencia con el gobierno (boliburguesía). Se destruye el antiguo sindicalismo y se suplanta por organizaciones obreras del Estado. La llamada economía social no aporta ni el 1,5% al PIB. Nos hemos convertido en una economía exclusivamente rentista e importadora. La socialización no ha sido otra cosa que el traspaso progresivo de medios de producción, tierras, bienes inmuebles a la burocracia del Estado.

Al mismo tiempo se amplía el vacío institucional que ha dejado la desconstrucción del Estado burgués y la inexistencia del Estado socialista. Se dilata cada vez la ineficiencia de las instituciones pública y medra a sus anchas la corrupción.

La búsqueda necesaria

Intentar construir mundos nuevos es el sentido principal de la política, siempre que lo hagamos humanamente, a la altura de los tiempos, aprendiendo las lecciones del pasado, sin gríngolas ideológicas. El término socialismo evoca en América Latina el deseo de vivir en equidad y justicia, en libertad y plena democracia. Socialismo es evitar que la economía sea una máquina de muerte y la democracia un bien exquisito del que sólo disfrutan algunos. Desearíamos un socialismo del siglo XXI que se proponga como aventura intelectual, desafiante, ajustada a las exigencias del presente y futuro previsible. Empeñarse en repetir fórmulas pasadas, impuestas desde arriba, es en el fondo  meter gato por libre, es decir, un nuevo proyecto de dominación y no el proyecto de liberación proclamado.

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