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Ana Guinand: “Estamos llamados a vivir en fraternidad”

Ana Guinand

 

Foto: cortesía Ana Guinand.

Por Juan Salvador Pérez*.

Continuamos con la serie de entrevistas realizadas desde la Revista SIC a especialistas de diferentes disciplinas para reflexionar sobre la condición humana. Esta vez tocamos tres aspectos: primero, el saber escuchar; segundo, cómo sobrellevar el silencio; y, por último, la paciencia ante la adversidad, en medio de la pandemia que azota al mundo.

En esta oportunidad contamos con los aportes de Ana Guinand. Educadora en varios niveles desde preescolar hasta el tercer nivel de estudios superiores en modalidades más y menos convencionales mas siempre formales, desde la óptica de una educación inclusiva y para el trabajo. A partir de 2002 hasta el presente, en Superatec, organización que nació en el Parque Social Padre Manuel Aguirre sj, de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Magister en Desarrollo Infantil (UCAB), con estudios avanzados en Teología (ITER).

Para entender el éxito de los países asiáticos ante la pandemia, el filósofo coreano Byung-Chul da especial relevancia a la cultura de los orientales. Según éste, son menos renuentes y más obedientes que los occidentales. “Obedecer” (ob audire) tiene, en su origen etimológico, más que ver con saber escuchar que con cumplir mandatos. ¿Sabemos o no sabemos escuchar?

Ante la pandemia del coronavirus aparecida en el mundo desde los comienzos del año 2020, han surgido numerosas medidas preventivas, de identificación y de tratamiento en las personas. Igualmente, dichas medidas se han propuesto de diversa manera atendiendo a distintos criterios. En ese marco, la pregunta planteada induce a la reflexión acerca de cómo estamos viviendo el aislamiento social preventivo del virus.

Si en Venezuela hemos sido más obedientes o menos obedientes que los asiáticos ante la alerta de pandemia, significaría, de acuerdo con Byung-Chul Han, que escuchamos más y mejor, o menos y peor que ellos; en este caso en particular, sí hemos atendido las medidas preventivas del Covid-19 o coronavirus. Por consiguiente, vamos a preguntarnos, más específicamente, acerca de qué significaría nuestra escucha a criterios de Han.

Para el autor, la escucha y la obediencia pasarían por pensar con libertad interior, en silencio, y con un cierto pudor o discreción como alternativa a la divulgación. O sea, un pensar atento y callado por uno mismo, acerca de determinadas situaciones, conscientes del bien común, sin que necesariamente tenga que ser expuesto o comunicado. Aquí no necesariamente caben los criterios de transparencia tan deformados en más de una ocasión. Transparencia que lejos de manifestar libertad personal puede ser autoexigencia, expresión de alienación y hasta de ideologización.

Lo contrario sería no escuchar como consecuencia del ensimismamiento y la autorreferencialidad, falsamente justificada por exceso de positividad, en el sentido de sobrevaloración de méritos propios basados en la eficiencia y el rendimiento. Esta posición sorda ante los demás, con frecuencia acompañada por hiperactividad, se torna individualista, suscita aislamiento y hasta puede ocasionar depresión. Tristeza por soledad no deseada.

Dicho esto, volvamos a la pregunta sobre si obedecemos regulaciones luego de escucharlas, pensarlas y hasta discernirlas a la luz de la fraternidad. Y no menos importante, si logramos hacerlo sobreponiéndonos a poderes abusivos, cuyo contraste, desde la óptica de Han es la amabilidad en reconocimiento a la alteridad entre nosotros. Es posible que cada quien tenga su respuesta y que ésta tenga que ver con la amabilidad dispensada entre conciudadanos que somos.

Finalmente, cabe preguntarse si la realidad permite escuchar y acatar mandatos, e inclusive si las variables políticas relativas al uso (y abuso) de poder favorecen su cumplimiento. Algunos pueblos occidentales que viven en regímenes de libertad democrática parecen tener confianza en recomendaciones para evitar contagios de Covid-19.

El confinamiento, el distanciamiento – aún en casa con los nuestros – nos lleva casi inexorablemente al silencio. Teresa de Calcuta decía que para ella el silencio era el inicio de la oración. Pero el silencio también aturde. ¿Cómo debemos llevar el silencio en estos días?

La experiencia del silencio, en las mejores situaciones, va siendo una realidad tangible durante este largo confinamiento que a todos afecta. Digo, en las mejores situaciones, porque podemos pensar sin temor a equivocarnos, que para muchos el silencio es poco probable. Esto por muchos motivos de origen personal, familiar y más ampliamente social y hasta cultural. En ese sentido podríamos ver el silencio como posibilidad para inclinarnos hacia experiencias más y menos constructivas, incluida la sensación de sentirnos aturdidos.

El silencio no es soledad; al contrario, el silencio puede ser condición para una buena compañía. Ahora bien, como lo expresara Teresa de Calcuta, el silencio puede ser el inicio de la oración. Esto, cuando lo conectamos con la escucha de la voz interior en nosotros. Voz interior que no coincide con nuestros propios pensamientos, sino una voz diferenciable que viene de fuera, de lo alto, nos trasciende. Una voz que inspira, anima, consuela, da motivos para agradecer, suscita paz, invita a responder desde nuestra verdad y realidad, sabiéndonos vulnerables como lo ha recordado el papa Francisco una y otra vez, en estos tiempos de aislamiento. Una voz liberadora cuando proviene de la Palabra de Dios y permitimos ilumine nuestros pasos por la vida aun cuando “…camine por cañadas obscuras…” (Sal 23,4). Eso sería orar con fe en Dios con nosotros, presencia continua a nuestro alcance. Dios Padre que nos espera en el silencio para abrazarnos con su Espíritu de amor junto a su Hijo Jesús.

Los tiempos duros demandan actitudes virtuosas y entre esas actitudes se destaca la paciencia. “Patientia” viene del latín “patis”, sufrir. Hoy la entendemos como la capacidad para soportar adversidades. ¿Qué nos exige ser pacientes en estas circunstancias?

Sin dudarlo estamos viviendo en circunstancias duras en las que tenemos que enfrentar y soportar innumerables adversidades de la más variada índole. Algunas personas más que otras, es cierto. Brechas insoportables que claman justicia. Además, se trata de situaciones múltiples, complejas e intrincadamente relacionadas entre sí.

Por otra parte, las virtudes humanas inscritas en nuestra interioridad con más o menos conciencia de ellas, permiten aproximarnos a los más diversos dramas existenciales. Encararlos, sintonizar con ellos. Decía el padre Luis De Diego s.j. en un curso sobre Discernimiento Espiritual (ITER, 2005) que las virtudes se dan en racimo, unas y otras dependen entre sí, con la paciencia como madre de todas ellas.

Ahora bien, si el sufrir está en la raíz de la paciencia, también lo están la paz y la ciencia (paz-ciencia como diría un buen amigo, el padre Alejandro Goñi sj); esto es, la paz con sabiduría. Paz como estado mental y espiritual de serenidad ante la vida, quizás porque la persona se sienta bien consigo y sea capaz de comprender y armonizar con su mundo exterior. Y sabiduría como don amoroso para valorar situaciones y conocimientos que se expresan con prudencia y sensatez.

¿Qué nos exige ser pacientes, o en otras palabras: soportar con paz y sabiduría? Parecería que dicha exigencia comienza por lo más directamente relacionado a nuestra propia existencia como lo son nuestras relaciones humanas, desde las más allegadas y entrañables hasta con extraños; la no satisfacción de las necesidades primarias (agua, alimentación, vivienda digna, trabajo, recreación,…); la no disponibilidad de los servicios básicos (salud, educación, energía, transporte,…); y de allí en adelante toda situación humana que se interponga en la convivencia.

De más está decir cómo la cotidianidad en Venezuela se presenta como permanente desafío a la “Patientia” en cualquiera de sus acepciones: como capacidad de sufrimiento, como resistencia desde la paz interior y aun como valoración del acontecer humano y humanizador.

Dicho esto, nos queda reconocer y confirmar que estos valores mencionados terminan siendo oferta gratuita del Espíritu de Amor de Dios en nosotros sus hijos, que como hermanos en Cristo Jesús estamos llamados a vivir en fraternidad privilegiando a los más pobres, necesitados y vulnerables; cuyas vidas en miseria, hambruna, desprotección sanitaria, y total abandono claman por asistencia y justicia, en medio de la actual emergencia humanitaria compleja.

Vemos así como, en este tiempo de pandemia, pueden ayudar en su superación cualificadora los tres aspectos tocados: la escucha y reflexión libre por sí mismo y en grupos; el silencio, momento de inicio para la oración personal y comunitaria como adoración, meditación, contemplación y discernimiento espiritual;  y la paciencia vivida con amor, fe y esperanza más allá de toda evidencia presente.

*Magister en Estudios Políticos y de Gobierno. Miembro del Consejo de Redacción de SIC. Coord. Gral. de la Fundación Centro Gumilla. 

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