Por Rafael Luciani*
En el que ha sido su discurso eclesiológico más importante, Francisco sostiene que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra «Sínodo». Caminar juntos —laicos, pastores, Obispo de Roma” . Tal proposición va más allá de la reflexión que puede hacer la Iglesia sobre un tema en particular. Se trata de una revisión de su propia esencia que supone repensar la identidad, la configuración y la misión de la Iglesia, y no sólo alguno de sus elementos operativos. Así lo explicó Francisco en un discurso a la Diócesis de Roma1:
El tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, no es un slogan o un nuevo término a usar e instrumentalizar en nuestros encuentros. ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo y su misión. Por tanto, hablamos de una Iglesia sinodal, evitando, así, que consideremos que sea un título entre otros o un modo de pensarla previendo alternativas2.
Este llamado a que la Iglesia se piense a sí misma, es lo que motiva la convocatoria de este Sínodo. Su realización no puede ser leída fuera de la coyuntura y del contexto de quiebre del actual modelo teológico-cultural que define a la institución eclesial. Dicho modelo, caracterizado por un clericalismo estructural necesita ser superado de modo radical, pues pone al descubierto una insuficiente recepción de la teología bautismal y conlleva al fortalecimiento de relaciones asimétricas en el ejercicio del poder y en todo el quehacer de la vida eclesial.
Los signos de la actual época eclesial parecieran apuntar hacia “un punto de quiebre o de inflexión”3 del sistema o, como algunos estudios han mostrado, un “posible fracaso institucional”4. Por ello, no basta sólo con revisar y renovar lo que hay. Debemos dejar que el Espíritu hable a la Iglesia hoy y discernir cuáles estructuras eclesiales han caducado y ya no pueden seguir, y cuáles hemos de crear nuevas para responder a la actual época. Cabe recordar aquí las sabias palabras de Congar:
Habremos de preguntarnos si será suficiente un aggiornamento o si no será necesaria alguna otra cosa. La pregunta se impone en la medida en que las instituciones de la Iglesia arrancan de un mundo cultural que ya no podría tener cabida en el nuevo mundo cultural. Nuestra época exige una revisión de las formas «tradicionales» que va más allá de los planes de adaptación o de aggiornamento, y que supone más bien una nueva creación. No es suficiente mantener lo que ha habido hasta ahora, adaptándolo; es preciso construir de nuevo.5
Una renovación eclesial en clave sinodal supondrá un nuevo modo de proceder que se inspire en tomar consejos y construir consensos al estilo del viejo principio de la canonística medieval que reza: “lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos”. Esta práctica no es nueva en la Iglesia y no debe producir temores. Cabe recordar la regla de oro del Obispo San Cipriano, que puede ser vista como la forma sinodal del primer milenio y ofrece el marco interpretativo más adecuado para pensar los retos eclesiales actuales. Para este obispo de Cartago, tomar consejo del presbiterio y construir consenso6 con el pueblo fueron experiencias fundamentales a lo largo de su ejercicio episcopal para mantener la comunión en la Iglesia. A tal fin, pudo idear métodos basados en el diálogo y el discernimiento en común, que posibilitaron la participación de todos, y no solo de los presbíteros, en la deliberación y toma de decisiones.
El primer milenio ofrece ejemplos de una forma ecclesiae en la que el ejercicio del poder se entendió como responsabilidad compartida. Es lo que expresa el Documento Preparatorio del Sínodo sobre la sinodalidad, al sostener que:
En el primer milenio “caminar juntos”, es decir, practicar la sinodalidad, fue el modo de proceder habitual de la Iglesia entendida como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». A quienes dividían el cuerpo eclesial, los Padres de la Iglesia opusieron la comunión de las Iglesias extendidas por todo el mundo, que San Agustín describía como concordissima fidei conspiratio, es decir, como el acuerdo en la fe de todos los Bautizados. Aquí echa sus raíces el amplio desarrollo de una praxis sinodal a todos los niveles de la vida de la Iglesia – local, provincial, universal –, que ha encontrado en el Concilio ecuménico su manifestación más alta. Es en este horizonte eclesial, inspirado en el principio de la participación de todos en la vida eclesial, donde San Juan Crisóstomo podrá decir: «Iglesia y Sínodo son sinónimos»”7.
Podemos sostener que el actual período busca profundizar la intención de Pablo VI cuando pidió a la institución eclesial durante la apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II que se buscara “una más completa definición de sí misma”8. Dicha petición se concretiza hoy con Francisco al llamarnos a construir una Iglesia en clave sinodal, porque la sinodalidad es el principio operativo que pone en marcha un proceso de eclesiogénesis, de transformación integral y orgánica de toda la Iglesia, de reconfiguración de las relaciones y las dinámicas comunicativas que se viven en las estructuras eclesiales y se expresan en los modos de funcionamiento.
La Comisión Teológica Internacional recuerda que la sinodalidad “indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros”9. La senda que se ha abierto para que la Iglesia se reconfigure en clave sinodal supondrá un tiempo y un proceso de conversión y de reformas. Quizás generacional. Pero el proceso ha de iniciarse hoy como signo de una Iglesia que quiere convertirse y crecer por fidelidad al seguimiento de Jesús (Unitatis Redintegratio 4.6).
*Doctor en teología y profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Además, sirve como Perito del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), es miembro del Equipo Teológico Asesor de la Presidencia de la Confederación Latinoamericana de Religiosos/as (CLAR) y Experto de la Comisión Teológica de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos.
Notas:
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Francisco, Conmemoración del 50 Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (17 de octubre, 2015) www.vatican.va
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Francisco, Discorso ai fedeli della diocesi di Roma, 18 settembre 2021 www.vatican.va
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Carta del Cardenal Marx al Papa Francisco (21 de mayo, 2021) www.vaticannews.va
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Cf. Rafael Luciani, “La renovación en la jerarquía eclesial por sí misma no genera la transformación. Situar la colegialidad al interno de la sinodalidad”, in Daniel Portillo (ed.), Teología y prevención. Estudio sobre los abusos sexuales en la Iglesia, Prólogo del Papa Francisco, Sal Terrae, Santander 2020, 37-64.
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Cf. Yves Congar, “Renovación del espíritu y reforma de la institución”, Concilium 73 (1972) 326-337.
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Jacques Paul Migne, Patrologiae Latina, Tomus 4 (S. Cypriani), 234.
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Documento Preparatorio del Sínodo 2021-2023: Por una Iglesia sinodal. Comunión, participación y misión, 11.
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Pablo VI, Discurso de apertura de la segunda sesión del Concilio Vaticano II, 29 de septiembre de 1963, en www.vatican.va
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Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 6 www.vatican.va