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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

¿Se está perdiendo la gobernabilidad hogareña?

Luisa Pernalete

 “Ya no se qué hacer con mi hija? No es mala estudiante, pero no hace caso, se la quiere pasar en la calle y en la calle no hay nada bueno”, dijo la señora, una madre buena, preocupada y ocupada por su familia, y con esposo súper buena gente, e igualmente preocupado y ocupado por sus hijos.

El tema no era “la gobernabilidad de la casa”, era otro, pero tres madres – con diferentes historias – terminaron hablando de lo difícil que se está volviendo mantener lo que yo llamo “la gobernabilidad hogareña”: padres y madres que no saben cómo llevar a sus hijos e hijas por el bien, por decirlo de alguna manera.

Conozco muchos casos: pareciera que no aceptan normas. Las madres dicen haber probado todas las vías, al menos las que ellas conocen: “le hablo por las buenas y a veces también lo reprendo, pero nada parece funcionar”, decía otra, aparentemente la calle es demasiada atractiva, el facebook ha sustituido tiempos y espacios, las normas se hicieron para no cumplirlas. No hablo de adolescentes delincuentes, hablo de lo que podríamos decir adolescentes “comunes y corrientes”.

Las causas pueden ser varias: los padres andaban por un lado cuando sus hijos eran niños y no se dieron cuenta cuándo crecieron y cambiaron y ahora no logran anclaje, tal vez no tienen suficientes herramientas para conectarse con sus hijos adolescentes; tal vez sean esas casas – a veces ranchos o barracas o casitas de 40 metros cuadrados- sin espacio para privacidad de sus habitantes; tal vez sea la impunidad reinante en la comunidad y la sociedad en general – 91 de cada 100 homicidios quedan impunes en Venezuela – que modela conductas – “haga uno lo que haga, no pasa nada, no hay consecuencias”, parece ser el mensaje -; tal vez sea que todo el mundo anda muy ocupado y los adolescentes no tienen quién les escuche… el asunto es que también las escuelas están perdiendo el control y ya se puede hablar de “aulas ingobernables” y “liceos ingobernables”, en los cuales hay que acudir a la Guardia Nacional para “calmar ánimos”; el asunto es que hay barrios ingobernables en donde la autoridad no puede entrar y si lo hace es disparando para abrirse paso.

Conversaba hace poco de este tema con el coordinador nacional de Casas Don Bosco y me decía que todos los días recibe casos como los que mencioné al principio, no se trata, pues, de mis conocidos cercanos. El problema es serio. Las familias se angustian y saben que “no basta con rezar”.

Las familias y los educadores necesitan de ayuda, equipos de profesionales con psicólogos, psiquiatras, terapeutas, orientadores, que puedan asesorar y favorecer intervenciones realistas y efectivas. Hablo, por supuesto, de ayuda asequible, pues en Barrios Adentro no hay ninguna de estas especialidad – digo, los que todavía están abiertos -, tampoco en los CDI, y en las clínicas privadas, o sea, “barrio afuera”, por los costos, resultan ayudas inalcanzables para las familias de comunidades populares. Los adolescentes necesitan ser comprendidos y necesitan coherencia en la sociedad para saber qué hacer. Los padres y las madres también necesitan comprensión y manos amigas que cambien el dedo acusador por la mano extendida. El acompañamiento profesional no es lo único que se necesita, pero sería muy útil contar con él.

Mientras, que el Estado haga lo suyo: reducir la impunidad y generar Políticas Públicas integrales para niños, niñas y adolescentes.

¿Qué hacemos? ¿Esperamos sentados que esos adolescentes se vuelvan delincuentes o madres antes de tiempo? ¿Esperamos que salgan en la página de “sucesos”? ¿Esperamos los juicios sin el “debido proceso” para condenarlos?

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