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Santo cascarrabias

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Por Noel Álvarez*

Me alejo un poco de la línea tradicional de mis escritos para abordar un tema que pudiera parecer religioso, pero que, en el fondo, también tiene una leve orientación política. Eusebiuos Hieronymus Sophronius, mejor conocido como Jerónimo de Estridón o San Jerónimo, es el padre de la Iglesia que más estudió las Sagradas Escrituras. Nació alrededor del año 342, en Estridón, una población pequeña situada en los confines de la región dálmata de Panonia y el territorio de Italia. San Jerónimo falleció el 30 de septiembre de 420 a causa de una fuerte recaída en su salud. Esta fecha quedó adjudicada como el día de todos los traductores.

Jerónimo hablaba desde la Biblia y probablemente Dios le concedió el don de xenoglosia, es decir, la persona que habla y escribe varios idiomas sin conocerlos. Las denuncias, alegatos y controversias de Jerónimo, por muy necesarios y brillantes que hayan sido, no constituyen la parte más importante de sus actividades, pues nada le dio tanta fama como sus obras críticas sobre las Sagradas Escrituras. Por eso, la Iglesia le reconoce como un hombre especialmente elegido por Dios y le tiene por el mayor de sus grandes doctores en la exposición, explicación y comentarios de la divina palabra.

Recurrió Jerónimo a los doctores de la ley para lograr una mejor comprensión de los libros santos e incluso tuvo por maestro a un doctor y famoso judío llamado Bar Ananías, el cual acudía a instruirle por las noches, con toda clase de precauciones para no provocar la indignación de los otros doctores de la ley. Pero no hay duda de que, además de todo eso, Jerónimo recibió la ayuda del cielo para obtener el espíritu, el temperamento y la gracia indispensables para ser admitido en el santuario de la divina sabiduría y comprenderla.

El hoy santo y padre de la Vulgata en latín, también es famoso por ser uno de los santos más cascarrabias por hablar sin pelos en la lengua y por crearse enemigos allá donde fuera, se lee en Vidas de los santos, escrito por el sacerdote Alban Butler. El ascetismo de Jerónimo fue lo que le salvó, según dijo de él un obispo mientras miraba un cuadro en el que aparecía Jerónimo golpeando su pecho con una piedra: “Haces bien llevando esa piedra, pues sin ella la Iglesia nunca te habría canonizado”, fue la expresión del papa Sixto V, mientras contemplaba una pintura con la imagen del Santo.

Las cartas de Jerónimo son una pintura realista de la sociedad romana del Bajo Imperio, en la que al monje de Belén le tocó vivir. En ellas fustiga sin compasión los vicios de los más variados estamentos sociales. Los artistas representan con frecuencia a San Jerónimo con los ropajes de un cardenal, debido a los servicios que prestó al papa San Dámaso, aunque a veces también lo pintan junto a un león, porque se dice que domesticó a una de esas fieras, a la que sacó una espina que se había clavado en una pata.

San Jerónimo, además de ser conocido por traducir la Biblia entera del griego al latín en el siglo IV, también era popular por su amor a la Virgen María. En cierta ocasión leyó que un teólogo italiano llamado Elvidio, difundía escritos que negaban la virginidad perpetua de María, así que decidió responder con una extensa carta que comenzaba así:

No hace mucho me pidieron algunos hermanos que contestara a un panfleto escrito por un tal Elvidio. He atrasado hacer esto, no porque sea un tema difícil en el cual defender la verdad y refutar a un campesino ignorante que tiene escaso conocimiento del primer destello de aprendizaje, sino porque me temía que mi respuesta pudiera hacerlo parecer alguien digno de ser derrotado.

A Jerónimo tampoco se le escaparon los alacranes, muy de moda en tiempos contemporáneos, quienes lo atacaban cuando él estaba en el desierto. Defendió el estado monástico y dijo que, al huir de las ocasiones y los peligros, un monje busca su seguridad porque desconfía de su propia debilidad y porque sabe que un hombre no puede estar a salvo si se acuesta al lado de un alacrán. Las cosas llegaron a tal extremo que el santo, en el colmo de la indignación, decidió abandonar Roma y buscar algún retiro tranquilo en el Oriente.

Cuando Roma fue saqueada por las huestes de Alarico, gran número de romanos, enemigos espirituales de Jerónimo, huyeron y se refugiaron en el Oriente. En aquella ocasión, San Jerónimo les escribió de esta manera:

¿Quién hubiese pensado que las hijas de esa poderosa ciudad tendrían que vagar un día, como siervas o como esclavas, por las costas de Egipto y del África? ¿Quién se imaginaba que Belén iba a recibir a diario a nobles romanas, damas distinguidas criadas en la abundancia y reducidas a la miseria? No a todas puedo ayudarlas, pero con todas me lamento, lloro y me entrego a los deberes que la caridad me impone para con ellas.


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