Andrés Cañizález
Vuelvo a leer diversos mensajes que circularon en las redes sociales una vez que se supo la muerte de Mercedes Pulido de Briceño. Algunas personas la recordaban en su rol de profesora tanto de pregrado como de postgrado, los más adultos trajeron a colación su papel singular en la gestión pública, se le recordó como mujer de avanzada, también se mencionó su paso por organismos internacionales y no pocos lamentaron su muerte porque ya no podrían leer más sus artículos de prensa. Así fue ella, polifacética y comprometida con Venezuela.
En un artículo al inicio de este año recordé una anécdota que marcó mi relación con Mercedes. En una celebración navideña coincidí con ella y como en ocasiones anteriores pulsé su opinión con la pregunta ineludible entre ambos: ¿Está tocando fondo la crisis que nos agobia a los venezolanos? La primera vez que hablamos de aquello fue en medio del fragor de los años 2002-2003, cuando ella dirigía la revista SIC del Centro Gumilla. Su visión, entonces, era que aún estábamos muy lejos de tocar fondo como sociedad. Sólo cuando toquemos fondos vendrá el verdadero cambio en Venezuela, me decía.
Aquello se convirtió en una suerte de santo y seña entre nosotros, con mucha frecuencia mi saludo –al pasar los años- fue preguntarle, “entonces Mercedes, ¿ahora sí estamos tocando fondo?”.
Mercedes pasó a ser Mercedes a secas en las reuniones del consejo de redacción de la revista SIC que ella dirigió desde 1996 hasta 2003. Yo empecé a asistir en el año 2000. Ya la había conocido en el postgrado en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar. Recientemente el buen amigo Ángel Oropeza me recordó que él y Mercedes me hicieron el examen de ingreso. En la USB Mercedes fue siempre la profesora. Cuando me encontré con ella en el Gumilla y le dije profesora ella me paró en seco: soy Mercedes.
El fragor de la crisis del 2002, que estuvo precedida por un ya intenso 2001, lo viví en las imperdibles reuniones semanales del consejo de redacción de la revista SIC. Con Mercedes tuve muchísimas diferencias de criterios, pero igual me solicitaba artículos para la revista en los que no cambiaba un ápice aquellos puntos de vista que yo defendía y con los que ella no siempre estaba de acuerdo.
Mercedes me retaba, me proponía temas, me regañaba, pero nunca dejó de publicarme. Me dio una lección de tolerancia y de ser una mujer fiel a sus creencias. Ella creía y defendía la libertad de expresión: no para que se expresen lo que opinan igual que yo, sino precisamente para que se manifiesten aquellos que contradicen mis puntos de vista.
En la navidad de 2001 ó 2002, no lo recuerdo con exactitud, Mercedes me ofreció en venta hallacas. Hallacas que ella hacía no sólo para darse el gusto de cocinarlas sino como una manera de obtener algún ingreso económico en los días navideños. En ese momento quedé impacto y hoy me conmueve. Cuando recuerdo aquello sencillamente Mercedes se me agiganta. Aquella mujer que había sido ministra, senadora, subsecretaria adjunta de la Naciones Unidas y que ocupó otras diversas posiciones de poder en Venezuela, en las que muchos habrían aprovechado de enriquecerse, ella sencillamente había servido.
Su paso por la gestión pública, nacional e internacional, le dejó tremendas satisfacciones (sobre eso hablamos en algunas ocasiones) pero todas ellas se asociaban a los cambios que había impulsado, al servicio que había prestado. Entendió y cumplió con el ejercicio del poder como un deber y compromiso con el país. No es lo habitual en Venezuela, lamentablemente.
La vi no hace mucho en una actividad de la UCAB pero no pude hablar con ella, la última vez que conversamos fue en diciembre pasado. Ahora sí estamos cerca de tocar fondo, me aseguró.