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Que no nos roben el amor

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Alfredo Infante sj

El profeta Ezequiel hoy nos habla de la exigencia profética. Es un mandato divino denunciar el pecado que mata la vida y  hacer recapacitar al malvado o a los malvados que con sus decisiones fortalecen estructuras de pecado que sacrifican al inocente y a pueblos enteros.

El único recurso con el que contamos es la palabra libre y liberadora. Dice el profeta, si el malvado oye y recapacita se salvará y se obsesiona en su pecado se condenará. Y si por temor no  denunciamos el pecado y sus consecuencias históricas, ésta omisión cómplice es tan grave al punto que nos autocondenamos.

San Pablo, en la carta a los Romanos, nos sitúa en el horizonte de nuestra acción que es «el amor al prójimo. No se trata de denunciar buscando condenar sino salvar al pecador. La apuesta del amor es salvífica. Y sin duda alguna, aunque en este mar de injusticia y corrupción en el que vivimos, los sentimientos de rabia y venganza son comprensibles y legítimos, no son constructivos, nada nuevo puede surgir si construimos con la vibra del odio y la venganza. Toca, pues, elaborar nuestros odios, nuestra sed de venganza, desde el amor que no sólo busca superar las situaciones históricas de pecado, sino también, y sobre todo, hacer que el pecador se convierta y viva.

Pero el oráculo es claro, el malvado no siempre se abre a la salvación que consiste en reconocernos como hermanos. Cuando esta dureza de corazón es obstinada, ellos mismos han labrado su maldición cerrándose a la voz del Señor. En el evangelio Jesús nos pide que agotemos, por amor, todos los recursos para salvar al otro. No descartar, desechar y excluir, sino buscar salvar.

Una vez agotados todos los recursos, si el pecador no recapacita, darlo por perdido. Esta apuesta por la salvación del otro, y de nuestra convivencia, Jesús la bendice, y nos pide que oremos, que él está presente y nos acompaña, no se trata solo de buena voluntad, activismo, es necesaria la oración confiada y solidaria, por eso nos dice :«dónde dos o tres se reúnen en mi nombre ahí estoy yo». Qué el Señor, con su gracia, libere nuestro corazón y nos acompañe en este caminar en busca de una Venezuela donde quepamos todos. No cerremos nuestro corazón a su voz, que no nos roben el amor.

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