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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Producción y precios, aquí y allá

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Foto AFP

La crisis desatada por el coronavirus a nivel mundial ha llegado a Venezuela en su peor momento económico, sobre todo cuando las perspectivas macroeconómicas para Venezuela, posterior al COVID-19, se mantienen con proyecciones negativas en relación al resto del mundo

Por Eduardo J. Ortiz F.* 

Poco antes de iniciarse el 2020, varios organismos anunciaron sus previsiones sobre el comportamiento esperado de un conjunto de variables económicas a lo largo y ancho del mundo. Pocos meses después, todas esas predicciones se derrumbaron. El COVID-19 había transformado por completo nuestro estilo de vida, y el mundo entero se escondía temeroso y atónito, porque nadie se esperaba que en el siglo XXI una pandemia pudiese expandirse tan rápidamente y ser tan letal.

¿Cómo deja esta situación a Venezuela frente al resto de los países? ¿Nos ha hecho más semejantes? ¿Nos ha distanciado todavía más?

Para responder a estas preguntas voy a concentrarme únicamente en la evolución de la producción y los precios, siendo consciente de la cautela requerida al hacer cualquier comparación, pues las estadísticas disponibles son escasas, incompletas y provisionales, y esta pesadilla tardará aún varios meses en desaparecer.

Producción entonces y ahora

En las previsiones económicas anunciadas a finales de 2019, se vislumbraba cierta preocupación porque la economía mundial iba a crecer en 2020 menos de lo esperado. Hoy se piensa que ojalá esas previsiones hubieran sido ciertas, porque la realidad ha sido mucho peor.

Lo que se indicaba en octubre de 2019 -me concentro en las estadísticas del Fondo Monetario Internacional (FMI)- era que los países desarrollados crecerían apenas un 1,7 %, mientras que los países en vías de desarrollo crecerían un 4,6 %.

A primera vista parecería que a los países en vías de desarrollo les va mejor porque crecen más, pero un mayor crecimiento porcentual no significa necesariamente un crecimiento mayor en términos absolutos. Cuando alguien que tiene 100 mil recibe 10 mil más, su ingreso ha crecido un 10 %. Pero cuando otro que tiene 100 millones recibe un millón más, su ingreso solo crece el 1 % aunque haya ingresado una cantidad de dinero cien veces mayor.

Entre los países asiáticos, India iba a crecer un 7 %, China un 5,8 % y Japón un 0,8 %. Estados Unidos crecería un 2,3 % y Alemania un 1,7 %.

En América Latina, Brasil crecería un 2 % y México un 1,2 %, mientras que Argentina se contraería un 1,3 %, y Venezuela decrecería por quinto año consecutivo, en esta ocasión un 10 %.

En abril el FMI volvió a publicar una revisión de las cifras anteriores, y el panorama cambió radicalmente. Ahora se espera que el producto interno bruto (PIB) mundial decrezca en un 3 %. Fijándonos en algunos países o regiones, América Latina decrecerá un 5 %, la Unión Europea un 7,5 %, Estados Unidos 5,9 % y Japón 4,8 %. China seguirá creciendo, pero solo un 0,9 %.

Podemos entonces concluir que, en lo referente a la producción, en términos comparativos la situación de otros países se ha acercado a la de Venezuela. Cuando se hundió el Titanic, murieron por igual el personal de limpieza y los que se alojaban en las suites más lujosas.

¿Pero qué pasa con el nivel de precios? Antes de sumergirnos en nuevas estadísticas vamos a reconsiderar algunas ideas

Deflación e inflación deseada

Cuando llevamos varios años con una inflación de varios miles por ciento, podríamos pensar que la disminución de los precios es una bendición, pero eso no es cierto. La deflación es también una amenaza para la economía de los países que la experimentan.

Aunque las causas de la deflación son múltiples, podemos concentrarnos en una de las más importantes, que es la disminución de la demanda. Si un comerciante pasa mucho tiempo sin vender nada, es normal que anuncie en sus vitrinas una rebaja de precios para atraer a esa clientela que se resiste a entrar en su negocio.

Pero eso no siempre tiene como resultado el incremento de sus ventas. Puede ser que la gente no compre porque no tiene suficientes ingresos, o porque los hogares han decidido consumir menos y ahorrar más para hacer frente a futuras emergencias.

En cualquiera de los dos casos, una disminución prolongada y recurrente de la demanda va a dar como resultado que algunos negocios cierren, con lo cual se reducirá también la oferta. Pero el cierre de los negocios no solo perjudica a sus dueños, sino todavía más a sus empleados que dejarán de recibir ingresos por su trabajo, con lo que en el período siguiente la demanda seguirá disminuyendo, lo que reducirá aún más la oferta y las remuneraciones de los trabajadores.

Así como se habla de una espiral inflacionaria, por la que los aumentos de precios estimulan alzas en los salarios, lo cual aumenta los costos de producción y acelera la inflación, así también podríamos hablar de una espiral deflacionaria, en la que una menor demanda reduce la oferta y los ingresos, con lo que la demanda se hace cada vez menor en cada período.

Aunque es verdad que en condiciones normales prácticamente en ningún país se reducen los precios. En el pasado esto ha ocurrido muy ocasionalmente, por ejemplo, en Japón. Veremos más adelante, sin embargo, que la deflación es una de las amenazas que se seguirán de la expansión del COVID-19.

Si la inflación y la deflación son perjudiciales para la economía de un país, podríamos pensar que lo ideal es tener una inflación cero, donde los precios ni suban ni bajen, pero esto no es así.

La Unión Europea lleva un largo tiempo preocupada porque la inflación anual de los países miembros es menor al 2 %, y en consecuencia el Banco Central Europeo sigue comprando bonos de la deuda, es decir, sigue animando a los países a que se endeuden, ofreciéndoles condiciones especiales de tasas y plazos, para que consuman e inviertan más.

Claro que el haber puesto una meta en el 2 % tiene algo de arbitrario. Esta podría haber sido del 1,8 % o el 2,5 %. Pero esto indica que una inflación moderada es positiva para el crecimiento económico.

Cuando un país tiene una alta tasa de desempleo, los salarios pueden disminuir porque el trabajador prefiere recibir al menos algo en vez de quedarse sin nada. Por el contrario, cuando hay pleno empleo los trabajadores se sienten más fuertes para exigir mayores ingresos. Eso encarecerá algo los costos y los precios, pero será también señal de una economía que avanza a paso firme. De manera complementaria, una economía avanzada irá incrementando constantemente la calidad de sus productos, lo que a su vez implicará un incremento de costos y de precios. Pero eso es un signo de que se está progresando.

Por el contrario, una economía en la que no se incrementan los precios da señales de estar estancada, de irse quedando atrás frente a sus competidores.

Claro que una cosa es tener una inflación del 2 % y otra es tener un incremento de precios del 130.060,24 % en 2018, o una inflación interanual promedio del 143.099,33 % en 2019, según datos del Banco Central de Venezuela (BCV).

Determinantes de la inflación

En varios artículos publicados por este mismo medio, se han indicado varias veces las principales causas de la inflación en Venezuela. Recordémoslas una vez más reduciéndolas a estas cuatro: oferta insuficiente, política monetaria expansiva, política fiscal también expansiva, y devaluación de nuestro signo monetario.

Cuando la oferta es insuficiente, se está dispuesto a pagar más para conseguir lo poco que queda. Lo hemos visto recientemente con la gasolina. Unas semanas de casi total desabastecimiento han permitido que el combustible pase de no costar nada a ser pagada a precios internacionales por quienes no tienen carnet de la patria, sin que hasta el momento se haya producido ningún Caracazo.

Existe una política monetaria expansiva cuando el BCV pone cada vez más dinero en la calle, sin que se haya incrementado proporcionalmente la actividad económica. Hay varios instrumentos que permiten incrementar la oferta monetaria. Quizás el más socorrido en los últimos años haya sido financiar los déficits del gobierno para permitirle a este incrementar el gasto público. Si además este financiamiento se hace incrementando la emisión de dinero, mientras disminuyen cada vez más el oro y las divisas que deben servirle de respaldo (emisión de dinero inorgánico), cada billete sale más devaluado y tiene menor capacidad adquisitiva.

Según datos del BCV la liquidez monetaria pasó entre 2018 y 2019 de 802.206 millones de bolívares a 40.522.951 millones. Es decir, en un solo año se multiplicó más de cincuenta veces. Con más dinero en la calle, se incrementan la demanda y los precios.

Por otra parte, se da una política fiscal expansiva cuando se incrementa el gasto público. Si este incremento no se debe a que ha aumentado la actividad productiva y por lo tanto aumenta la recaudación tributaria, sino a que cada vez nos endeudamos más, no solo se incrementan los precios, sino que cargamos sobre los hombros de las generaciones futuras la cancelación de esa deuda.

La Asamblea Nacional Constituyente aprobó para 2020 un presupuesto de 5.439 millones de dólares. El de 2019 fue de 3.857 millones de dólares. Todos los años el presupuesto se queda corto, y se aprueban nuevos gastos con mayor endeudamiento.

Por fin tenemos a la devaluación. Debido a la disminución de la producción en Venezuela, cada vez tenemos que importar una proporción mayor de lo que consumimos, y lo tenemos que pagar en moneda extranjera, principalmente en dólares. El precio del dólar, o de cualquier otra divisa, se fija básicamente por la interacción de la oferta y la demanda. Cada vez el país tiene menos dólares que ofrecer, pues las exportaciones petroleras siguen disminuyendo, en parte por las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos, pero sobre todo por la desastrosa gestión de Pdvsa. Por otra parte, la demanda de dólares es cada vez mayor, en parte porque cada vez importamos más y en parte porque todos los que todavía tienen capacidad de ahorrar en el país se apresuran a convertir esos ahorros en dólares para que no se desmorone su capacidad adquisitiva.

A comienzos de 1983 el dólar costaba Bs. 4,30. Hoy cuesta alrededor de Bs. 200.000, pero si recordamos que en la reforma monetaria de 2008 se quitaron tres ceros a la moneda, y en la de 2018 otros cinco ceros, tenemos como resultado que la tasa de cambio actual es de veinte billones (millones de millones) de bolívares de 2007 (Bs.20.000.000.000.000). ¿Qué se puede comprar hoy con un dólar en Estados Unidos? Quizás una chupeta. Bueno, pues esa chupeta nos cuesta a los venezolanos veinte billones de bolívares de los que manejábamos hace trece años ¡Una locura!

Venezuela y el mundo

Pasemos a considerar lo que está pasando en el resto del mundo con los índices de precios.

En 2019 la inflación anual en Estados Unidos fue de 1,8 %, y la de la Unión Europea 1,2 %. Dentro de este conjunto la más alta fue la de Eslovaquia (2,8 %), y la más baja la de Portugal (0,3 %). La inflación de Japón fue de 0,5 %, la de Rusia 4,5 %, la de China 2,9 %. En todos los casos, cifras bastante bajas.

En América Latina el país con menor inflación fue Ecuador (0,3 %). El de mayor inflación, después de Venezuela, lleva varios años siendo Argentina con una inflación de 53,8 % para 2019.

Para asomarnos a los pronósticos del futuro regresamos de nuevo a las cifras publicadas el pasado mes de abril por el FMI. A pesar de que a nivel de producción abundaban los signos negativos, no ocurre lo mismo con los precios.

La inflación anual prevista para 2020 en la Unión Europea es de 0,2 % (un punto menos que en 2019). Dentro de este conjunto habrá deflaciones iguales o menores al 0,5 % en Grecia, Italia, España, Letonia y Lituania. La inflación esperada será de 3,1 % en Rusia (1,4 puntos menos), la de China 3 % (crece 0,1 puntos), la de Estados Unidos 0,6 % (1,2 puntos menos).

En América Latina la más baja será la inflación de Ecuador (0,0 %) y la más alta la de Venezuela (15.000 %).

Todavía es demasiado pronto para hacer previsiones confiables, y sin ninguna duda a final de año las cifras serán diferentes a las que acabo de indicar. Pero podemos hacer algunas reflexiones sobre lo que sabemos, o imaginamos, en este momento.

En primer lugar, aunque se prevé que la mayoría de los países tengan una inflación menor en 2020 que en 2019, hay algunos países donde se espera que suban los precios. En Asia, además de China (de 2,9 % a 3 %), se prevén incrementos en Indonesia (de 2,8 % a 2,9 %) y en Vietnam (de 2,8 % a 3,2 %). En Europa estarán en la misma situación Noruega (de 2,2 % a 2,4 %) y Chipre (de 0,6 % a 0,7 %). En América Latina se espera que en cuatro países la inflación de 2020 sea ligeramente superior a la de 2019: Uruguay (de 7,9 % a 8,8 %), Chile (de 2,3 % a 3,4 %), Paraguay (2,8 % a 2,9 %) y Bolivia (1,8 % a 2,3 %).

En segundo lugar, habría que decir que, con la excepción de Venezuela, las variaciones en los índices de inflación son casi insignificantes. En este sentido, los signos negativos tienen muy poca importancia. El que, por ejemplo, la inflación anual de Singapur haya sido de un 0,6 % en 2019 y vaya a pasar a -0,2 % en 2020 carece de importancia. Se ha pasado de una inflación positiva a otra negativa, pero el descenso es de 0,8 puntos, menor al que experimentarán Rusia o Estados Unidos.

En tercer lugar, casi todos los países esperan que antes de final de año la economía comience a reactivarse, y que el futuro se asemeje a lo que ocurrió en el pasado, o hasta lo mejore, aunque surgen voces vaticinando que no será hasta 2023 cuando se vuelva a la normalidad.

Mucho depende de cuán pronto se encuentre una vacuna para el COVID-19. Las cifras más optimistas hablan de mediados del 2021.

En Venezuela, las previsiones afirman que en 2020 la inflación también será inferior a la de 2019 aunque siga siendo de varios miles. Y aunque al ir al mercado sintamos que cada semana los productos están más caros, hay que tener en cuenta por una parte que, en la metodología del BCV para calcular los índices de precios, los alimentos suponen apenas el 30 % de la canasta total. Por otra parte, la cuarentena y la escasez de gasolina habrán influido también en la disminución de la oferta nacional, aumentando los precios, y la persistente devaluación seguirá encareciendo los productos importados.


*Doctor en Economía.

Fuente: Revista SIC 826

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