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¿Por qué no aprovechar este tiempo inédito?

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Por Pedro Trigo s.j.

El editorial de SIC de enero-febrero sostenía que si no éramos capaces de vivir la normalidad cuando no hay normalidad nunca llegaremos a una normalidad política que propicie la normalidad en el área económica y social. No hay normalidad porque vivimos en una dictadura con métodos totalitarios. Esta situación nos afecta profundamente. Pero si queremos conservar la libertad para vivir desde nosotros mismos haciendo justicia a cada aspecto de la realidad en cuanto de nosotros depende, no podemos permitir que nos influya. Nos influye si nos plegamos a ella haciéndonos dependientes o aprovechándonos de la situación o si vivimos maldiciendo todo el rato de ella.

Pues bien, además de esta falta de normalidad provocada por la situación política, hoy sufrimos, además, otra falta de normalidad provocada por la cuarentena impuesta, muy razonablemente, para prevenir la expansión entre nosotros del coronavirus. Esta cuarentena es muy razonable porque no tenemos recursos sanitarios para combatir la enfermedad.

Queremos insistir que tenemos que tomar esta situación tan anómala (yo por lo menos nunca había pasado tantos días sin salir de casa estando sano) como una oportunidad para desarrollarnos como individuos, sujetos y personas (las tres dimensiones del ser humano) y así poder forjar una alternativa superadora cuando pase la cuarentena.

En efecto, si no tenemos dominio de nosotros mismos y más elementalmente si nos desconocemos y no sabemos qué hacer con nosotros, esta cuarentena es la antesala del infierno. Pues bien, la propuesta es que utilicemos el excedente de tiempo disponible para preguntarnos quiénes somos, cuáles son nuestras capacidades y nuestras limitaciones, qué es lo más genuino de nosotros mismos. Y cómo hacer para optimizar lo bueno y disminuir o neutralizar lo negativo. Y, más importante que eso, que nos planteemos con sinceridad y verdad aceptarnos como somos y ser mejor lo que somos. Porque nunca estamos hechos o deshechos del todo y el camino de humanización nunca concluye. Si somos cristianos, lo que somos y tenemos es don de Dios, es decir que somos valiosos: somos hijos de amor y en nosotros está desarrollar los dones que Dios nos dio y nos sigue dando para que contribuyamos al bien de los demás y así nos humanicemos.

Para hacerlo podemos repasar nuestra historia y ver aquello de lo que estamos más contentos y aquello que quisiéramos no haber hecho. Y también aquello con lo que otros están más contentos de nosotros y aquello en lo que nosotros somos un problema para otros. Si escribimos esta historia, nos podríamos preguntar con responsabilidad qué tenemos que hacer para optimizar lo bueno y minimizar o superar lo malo.

¿No sería provechoso ocupar parte del tiempo disponible, que tiene el peligro de estar vacío o llenarse con negatividades, en reconocernos, aceptarnos y relanzarnos consciente y esperanzadamente? De este modo esa inactividad que tiende a desestructurarnos se convierte en una oportunidad para reestructurarnos superadoramente.

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