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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Para que cobre cuerpo la ciudadanía

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Foto: Archivo Web

Por Pedro Trigo, s.j. 

Lograr que el gobierno no nos influya, aunque nos afecte. Nos tenemos que meter en la cabeza que lo primero no es salir del gobierno sino vivir libre de él. Sólo así saldremos del gobierno con una alternativa superadora.

Lo que hace el gobierno nos afecta muchísimo: copa todos los poderes y los ejerce discrecionalmente buscando únicamente permanecer en el poder, es decir, que, en vez de ser representante nuestro, no nos toma en cuenta y nos oprime; además habiendo tenido períodos de abundancia, no sólo no ha invertido productivamente sino que el dinero ha desaparecido y se ha endeudado inescrupulosamente; se ha robado más de quinientas empresas y o las ha quebrado o funcionan a pérdidas; negocia con trasnacionales en contra de los intereses del país y, sin embargo, por resentimiento, impide que haya producción nacional; ha quebrado los servicios públicos: casi se puede decir que no hay educación ni salud, ni agua ni electricidad y, mucho menos, seguridad; ha permitido, incluso propiciado, que existan colectivos armados que tienen azotada a la población con absoluta impunidad, y hoy casi es rehén de ellos. Todo esto y mucho más que todos conocemos porque lo padecemos, afecta profundamente la vida de los ciudadanos. Por eso tanta gente se va: cree que irse es para ellos cuestión de vida o muerte.

Pues bien, lo que sostenemos es que no nos quedará más remedio que sufrir con amargura esta situación cada vez más deprimente, si no somos capaces de liberar nuestra libertad, de manera que, aunque lo que nos hace el gobierno nos afecte muchísimo, no nos influya nada, porque nuestra vida nace de nosotros mismos, de nuestra entereza, de nuestra decisión de vencer al mal a fuerza de bien y de nuestras relaciones, tanto con Papadios, que es la fuente de la vida, como con nuestros familiares y vecinos y con tantos que, como nosotros, han optado por no aprovecharse de la situación, ni degradarse a la condición una mano tendida, dependientes completamente del gobierno ni transformarse en perros rabiosos que se pasan la vida maldiciendo de ese dios malo que les quita la vida.

Sostenemos que nuestra primera tarea es adensarnos como sujetos dignos y responsables y como personas que se relacionan horizontalmente, dando de sí con gratuidad y recibiendo con agradecimiento, conviviendo y formando comunidades y cuerpos sociales. Personas así son libres del gobierno.

El ejemplo más extremo de lo que estamos diciendo es Jesús de Nazaret. Siempre fue pobre, pero cuando salió a la misión, dejó su oficio, su familia, su casa y ya no tuvo dónde reclinar la cabeza. Y, sin embargo, en esas condiciones, fue capaz de levantar a un pueblo al que se encontró contra el suelo de tanta carga y desesperanza. Lo ayudó a liberar sus mentes y sus corazones, a concebir esperanza, a comunicarse entre sí, a movilizarse e incluso a expresar en voz alta en presencia de los jefes lo que pensaban de la situación, de él y del designio de Dios en ella. Por eso dice Pablo que nos enriqueció con su pobreza. Cuando Jesús hablaba de que Dios no nos abandona sino que se cuida de nosotros, la gente captaba que era verdad lo que decía porque, no teniendo nada, no vivía angustiado y era capaz de desarrollar al máximo sus facultades para ayudar con más eficacia.

Pero Jesús sabía que su Padre no daba cosas sino que se daba a sí mismo. La comida y el albergue se lo daba la gente que por su medio llegaba a ponerse en manos de Dios. Él nos enseñó que el que se pone en manos de Dios, se pone en manos de los que se ponen en manos de Dios. De este modo instauró la reciprocidad de dones como alternativa a la lucha de todos contra todos por mantenerse en la existencia como individuo.

Jesús fue libre respecto del establecimiento de su país y de la autoridad imperial y por eso fue capaz de ayudar tan eficazmente y llegó a ser el ser humano más humano que ha habido y que habrá y su existencia fue tan fecunda.

Proponemos que se amplíe lo que ya se da

Como juicio de hecho tenemos que decir que no estamos proponiendo algo inédito, a ver si se comprende y se acepta y se lleva a la realidad. En nuestro país no son pocos los que viven con esta libertad liberada de la que venimos hablando. Ante todo, mucha gente popular que, no teniendo medios estables y suficientes de vida, se las ingenian para vivir, no sólo para sobrevivir, sino para vivir con calidad humana en la polifonía de la vida, haciendo justicia a cada faceta de la realidad. Son los pobres con Espíritu, que viven en obediencia al impulso del Espíritu, a quien confesamos como “Señor y dador de vida”. Por eso viven proactivamente y en paz, a pasar de que en muchas ocasiones confiesan que están en el límite y no pueden más. Es cierto que muchas veces no pueden más, pero el hecho es que siguen adelante. Y lo hacen con dignidad y por eso no sólo no se aprovechan de nadie sino que comparten, conviven y, como Jesús, dan de su pobreza. Muchas de esas personas, preguntadas cómo pueden vivir con tanta solvencia en medio de su sencillez, responden que viven por la fe que tienen en Dios. Y es cierto que la relación habitual con él, una relación no cara a cara sino codo a codo y con confianza filial, los personaliza y dinamiza, a la vez que es fuente de paz. Por eso estas personas crean ambientes distendidos, solidarios, abiertos, humanizadores.

También viven con libertad liberada no pocos profesionales, por ejemplo, médicos y educadores, a quienes no les alcanza el sueldo para vivir, pero que, en vez de trabajar el mínimo para ahorrar energías y porque lo que les pagan no merece más, al comprender que ahora es cuando más se necesitan sus servicios, trabajan hasta la extenuación, dando lo mejor de ellos mismos, cuando no hay condiciones mínimas.

Estas personas que viven en nuestro país con libertad liberada, son conscientes de la injusticia de la situación y de lo infecundo del régimen; pero no se la pasan maldiciendo, sino que son capaces de vivir dando lo mejor de ellos mismos.

Todos podemos hacer lo mismo. Es bueno hasta por higiene mental. Es sin duda el modo de vida más humano. Pero no se puede hacer sino entregándose a lo trascendente que hay en cada uno. A eso es a lo que convocamos a cada uno de nuestros conciudadanos.

Cultivar relaciones trascendentes

Lo trascendente que hay en nosotros son relaciones: tanto el amor que Dios pone constantemente en nuestros corazones, como el que han puesto nuestros papás incluso antes de que naciéramos y el que han derramado tantos otros generosamente. Cuando correspondemos a ese amor dando lo mejor de nosotros mismos en relaciones horizontales y abiertas, nos trascendemos y liberamos nuestra libertad. Esa entrega se expresa como convivialidad en dos direcciones complementarias: la comunidad y la sociedad.

En la comunidad, en la que hemos nacido, en la familia y en las demás que vamos construyendo formamos un nosotros, primera persona de plural en donde se conservan los yos trascendidos, pero donde cada uno está con rostro y nombre propio.

En la sociedad, en cambio, lo que ponemos en común son nuestros haberes, pero inhibiendo el rostro y nombre para que así lo puesto en común sea de todos y de nadie en particular. Este segundo modo es el que necesitamos desarrollar para que llegue a darse una política alternativa, no sólo de la actual sino de la que se desarrolló en las dos últimas décadas del siglo pasado. Necesitamos fomentar muchísimo la sociabilidad humana, que está tan adelgazada, de manera que la ciudadanía cobre cuerpo, en el sentido más literal de la palabra, para lo cual es preciso, como hemos dicho, poner en común nuestros haberes.

Respectividad positiva

El haber más elemental es estar abiertos a los demás, tener una respectividad positiva con todos. No prescindir de los demás, mientras no los necesite.

En la calle o en un recinto donde hay muchas personas, no voy a saludar a cada una, pero sí puedo pasar o estar con ellas, sabiéndome y queriéndome uno de ellas, o puede hacerlo como yo, como un mero individuo, negando esa respectividad, que, sin embargo, es real, aunque me empeñe en negarla.

Por eso nos tenemos que preguntar: ¿yo soy un venezolano, me acepto como tal o no quiero saber nada con mi país, restringiéndome a los que considero los míos? No puede haber política si la mayoría no nos consideramos realmente venezolanos con la responsabilidad que eso entraña, pero, más elemental que eso, con la aceptación cordial de que quiero formar parte de este colectivo. Creo que es tiempo de que nos elijamos concretamente en este país, que está en crisis, pero que es el nuestro y que lo elegimos como tal, sin que nos quede nada por dentro.

Propiciar convocatorias para hablar, escuchar, dialogar, llegar a acuerdos

Desde esta aceptación tan primaria, necesitamos, como segundo paso, encontrarnos, necesitamos hablar libremente. No, repetir consignas ni sólo quejarnos. Necesitamos ex -ponernos: sacar fuera lo que tenemos dentro. Compartir como un acto de lealtad y responsabilidad social. Como mi aporte insustituible a la constitución del cuerpo social. Por esta misma razón necesitamos también escuchar con atención, descentrándonos, haciéndonos cargo del punto de vista del que habla, abriéndonos a lo que nos va diciendo. No juzgándolo desde nuestro punto de vista sino tratando de ponernos en el suyo y de abrirnos a esas otras experiencias vitales. Necesitamos dialogar: preguntar lo que no entendemos, hacer nuestras observaciones y ante todo expresar lo que nos enriquece lo oído. Desde ese puente tendido, decir también aquello en lo que disentimos, como muestra de confianza en el que lo dijo. Tratando no que prevalezca nuestra opinión sino de llegar a posturas más complexivas.

Para esto es menester propiciar convocatorias abiertas, es decir, no para meramente informar de lo que ha decidido un grupo ni, menos aún, para adoctrinar, sino para escucharse y dialogar; para aportar elementos que lleguen a ser patrimonio común, opinión pública. De lo que se trata es de la ciudadanía cobre cuerpo.

En los primeros años Chávez convocó. Daba que pensar a la gente y, en efecto, la gente empezó a echarle cabeza a la situación. Eso fue muy positivo. Pero en seguida se vio que más que dar que pensar le daba qué pensar; en definitiva pensaba por la gente y la gente absorbía su pensamiento. Muy probablemente él no se dio cuenta de que su poder de unimismar a la gente entrañaba que les quitaba su subjetividad ya que en definitiva todos eran uno, todos eran Chávez. El encantamiento impedía ver, tanto al encantador como a los encantados, que ese unimismamiento en torno al conductor entrañaba un terrible empobrecimiento humano. Entrañaba que le habían entregado su libertad. Él pretendía llevar al pueblo a “la máxima felicidad”, pero en el supuesto de que sólo él la conocía y conocía el camino para llegar a ella. Todos tenían que seguirlo. En el fondo no había deliberación, que es el alma de la democracia. Se hacía lo que decía y quería el líder. El encanto se deshizo cuando a pesar de perder el plebiscito de reforma de la constitución, comenzó a aplicar lo que el pueblo le había negado.

En este nuevo comienzo no se trata, pues, de que alguien nos dé qué pensar, nos marque la línea, sino que nos dé que pensar, que estimule nuestro pensamiento para que sea, no un mero desahogo o mera expresión de preconceptos nuestros o del ambiente, sino un pensar analítico y crítico, un pensar la realidad, que es dinámica, para que dé de sí.

Los cabildos son un buen punto de partida. Hay que entenderlos así: como abrir un espacio. Si en seis meses se van dando en el país quinientos cabildos y muchísimas otras convocatorias más concretas, de diversas instituciones sociales, con menos gente, con el método de exposición, grupos y plenaria, se habrá constituido la base de ese cuerpo social.

Si se va socializado lo que va quedando de poso compartido, de convicciones profundas, tanto de los haberes que tenemos en común, como de los horizontes que compartimos, como de lo que vemos que tenemos que superar, tanto en nosotros, como en las diversas estructuras e instituciones, como, finalmente en el Estado, se va dando la sustancia de lo que los políticos tienen que incluir en sus programas y en sus estructuras organizativas y en sus métodos.

En ese quehacer, en ese modo de producción, tan alejado a lo que se ha venido haciendo en el país en estos últimos cuarenta años, se irá fraguando un modo alternativo de hacer política y unos contenidos alternativos.

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