CEV*
Palabras de Mons. Diego Padrón Sánchez, Presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, en la Apertura de la CVII Asamblea Ordinaria Plenaria.
Sres. Cardenales
Jorge Urosa Savino, Arzobispo de Caracas, y
Baltazar Porras Cardozo, Arzobispo de Mérida, Presidentes de Honor de la CEV
Excmo. Mons. Aldo Giordano, Nuncio Apostólico.
Sres. Arzobispos y Obispos de Venezuela
Rvdo. Padre Francisco José Virtuoso, Rector de la Universidad Católica Andrés Bello
Rvdo. Padre José San José Prisco, Rector del Colegio Español “San José” de Roma, residencia de los sacerdotes venezolanos enviados a estudiar a la Ciudad Eterna
Sres. Representantes de los diversos organismos eclesiales
Sra. Presidente y demás miembros de la Junta Directiva del Consejo Nacional de Laicos (CNL)
Sres. Delegados de los Consejos Diocesanos de Laicos (CODILAI)
Sres. Pbros. Subsecretarios de la CEV
Estimados Religiosos y Religiosas
Sres. Directores de los Departamentos del Secretariado Permanente del Episcopado Venezolano (SPEV)
Sres. Representantes de los Medios de Comunicación Social
Señoras y Señores Invitados
Amigos todos.
SALUDOS
Con esperanza y confianza abrimos la Centésima Séptima Asamblea Ordinaria Plenaria del Episcopado Venezolano en un clima de comunión fraterna, oración común (Cf Hch 2,42) y diálogo franco.
Desde esta sede envío junto con todos los hermanos Obispos un cordial saludo a S.E. Mons. Roberto Lückert León quien por límite de edad termina su ministerio episcopal en Coro. La Iglesia y el pueblo venezolano le agradecen hoy y le agradecerán siempre su intenso trabajo pastoral y su valentía en la defensa de los Derechos Humanos desde la Comisión de Justicia y Paz.
Saludo y felicito a S.E. Mons. Mariano José Parra Sandoval, Arzobispo Electo de Coro, sede primada de Venezuela.
Saludo y felicito a S.E. Mons. Alfredo Torres Rondón, nuevo Obispo de San Fernando de Apure.
Saludo fraternalmente a S.E. Mons. Ubaldo Santana, Arzobispo de Maracaibo, S.E. Mons. William Delgado, Obispo de Cabimas, y a S.E. Georges Kahhale, Obispo del Exarcado Apostólico de los Griegos Melkitas en Venezuela, que han estado enfermos con el deseo, convertido en oración, de su pronta recuperación.
EXORDIO
Siguiendo sus propios Estatutos, la CEV realiza en el año dos asambleas ordinarias plenarias (Enero y Julio) para el encuentro personal, el análisis, la reflexión y toma de decisiones tanto sobre la vida de la misma Conferencia, de sus planes, programas y organismos de ejecución, como de la situación del país.
En esta ocasión, los Obispos venimos, por una parte, a reunirnos después de dos días de estudio del Motu Proprio Mitis Iudex Dominus Iesus (15-08-2015) del Papa Francisco, sobre la atención pastoral a un gran número de católicos que se encuentra en una situación matrimonial imperfecta de hecho y de derecho; es decir, de aquellos católicos que se han divorciado de su legítimo cónyuge y han vuelto a contraer nupcias civilmente, permaneciendo el vínculo de su matrimonio eclesiástico. Esta realidad exige a la Iglesia, según el Motu Proprio, la revisión del proceso de declaración de la nulidad matrimonial, con la finalidad de convertirlo en un proceso más expedito y breve en manos del Obispo diocesano. El primer párrafo del documento pontificio señala claramente el propósito de la intervención directa del Pastor diocesano:
El Obispo, en virtud del canon 383, 1, está obligado a acompañar con ánimo apostólico a los cónyuges separados o divorciados, que por su condición de vida hayan eventualmente abandonado la práctica religiosa. Por lo tanto, comparte con los párrocos (cf. Can. 529,1) la solicitud pastoral hacia estos fieles en dificultad.
Por otra parte, los Obispos dedicaremos dos días de esta Asamblea a un encuentro de estudio y reflexión con los laicos católicos de Venezuela, sean los asociados en movimientos de apostolado seglar o Consejo Nacional de Laicos (CNL), sean los no asociados, pero activos en una pluralidad de tareas. Durante estos días, la Asamblea Episcopal se convertirá en Asamblea Conjunta de Obispos y Laicos. Es la primera vez, después del Concilio Plenario de Venezuela, que los Obispos nos reunimos con ellos, como lo hemos hecho anteriormente con los Religiosos y Religiosas. Este encuentro será de extraordinaria importancia tanto para el cuerpo eclesial como para la sociedad venezolana, más aún en esta hora crítica de la nación, pues los laicos (as) están, o deben estar, como Iglesia, no detrás del clero, sino a la vanguardia de los cambios sociales y políticos.
PANORAMA ECLESIAL
En la Iglesia, el Año Litúrgico recién finalizado se desarrolló bajo el lema evangélico Misericordiosos como el Padre (Lc 6,36). Los fieles cristianos, dispersos en el mundo, movidos por el Espíritu de Dios y convocados por el Papa Francisco, redescubrimos el mensaje central de las Bienaventuranzas: la misericordia, que es la síntesis del Evangelio.
En la Iglesia de Venezuela, a pesar – y tal vez por ello – del contexto de tensiones y violencia nacional, la misericordia ha sido una vivencia muy sentida, que acercó a muchas personas a Dios, a la Iglesia, a los sacramentos y al ejercicio del perdón y la solidaridad. En particular, la predicación kerigmática de la misericordia, unida a sus obras corporales y espirituales, ha traído fortaleza y consuelo al país.
Tal proclamación no es un slogan ni un anuncio publicitario pasajero. Es la revelación central del Evangelio. Por consiguiente, como ha dicho el Papa Francisco, es un mensaje que no se agota en un año, afirmación de Francisco que constituye, precisamente, el punto de partida de su Carta Apostólica más reciente, Misericordia et misera (20-11-16), cuyo tema de fondo gira sobre el encuentro entre Jesús y la mujer adúltera (Jn 8,1-11). Quedaron – comenta San Agustín – solo ellos dos: la miserable y la misericordia. La enseñanza de este episodio indica el camino – continúa el Papa – que estamos llamados a seguir en el futuro. Esta es una carta programática. He aquí su importancia!
En el año 2016, fue manifiesto el apoyo del Papa Francisco al proceso de paz en Colombia, así como sus reiteradas intervenciones a favor del diálogo y reconciliación en nuestra Patria. Algo semejante a lo que antes había realizado de manera sorpresiva, pero muy significativa, por oportuna y prudente, para facilitar el restablecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales entre La Habana y Washington ¡Francisco tiene sangre latinoamericana! Con gran sensibilidad humana comprende y sufre, como cualquier otro latinoamericano atento y sensible, los problemas de injusticia, discriminación, violencia, hambre y enfermedades que padecen nuestros pueblos. En su corazón de Padre Universal de la cristiandad, nuestro continente no ocupa un lugar exclusivo, pero sí de preferencia.
Los trabajos de los Sínodos de 2014 y 2015 se ven enteramente reflejados en la extraordinaria Exhortación Apostólica Amoris Laetitia (La alegría del Amor, 19-03.16), que hace juego con la anterior, La alegría del Evangelio (24-11-2013) y pone de relieve el Evangelio de la Familia, cuyos valores son indispensables para garantizar la convivencia social y fundamentar la inspiración cultural cristiana en el actual cambio de época.
Junto a esta Exhortación, y en el marco del proceso de reforma de la Curia Romana que viene adelantando paulatinamente, el Papa ha puesto particular interés en destacar el protagonismo de los laicos, de la mujer y de la familia en la iglesia y especialmente en la vida pública.
Para promover y difundir los valores evangélicos en la sociedad, el Papa ha creado ad experimentum el nuevo Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, en sustitución de los anteriores Consejos pontificios con finalidad semejante. Del mismo modo, otro Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral compuesto por cuatro Consejos mundialmente conocidos, relativos todos a la justicia y la caridad: Justicia y Paz, “Cor unum”, Emigrantes e Itinerantes y Pastoral de la salud.
Igualmente, una constante del magisterio diario de Francisco es la referencia al papel de la mujer en la vida de Iglesia. A petición de la Asamblea de Superioras Generales de las Congregaciones Religiosas, ha constituido una Comisión de siete teólogos y siete teólogas, todos docentes de reconocidos centros universitarios, presidida por el Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, para iniciar un estudio sobre la posibilidad de restablecer el Diaconado para las mujeres, conforme a las enseñanzas de los Santos Padres. Después de esta investigación quizás se restablezca en la Iglesia el ministerio de las Diaconisas Permanentes, de las cuales hace alguna mención la historia de los primeros siglos cristianos.
En relación con el tema de la mujer, el Papa ha escrito recientemente (22-07-16) una nueva Constitución Apostólica, que lleva por título Vultum Dei quaerere (Buscar el rostro de Dios), en la que muestra su preocupación y afecto por la vida contemplativa femenina que se desarrolla en los monasterios. El contenido central de esta Constitución es la búsqueda de Dios a través de la historia de la humanidad, llamada a un diálogo de amor con el Creador. Es también una exhortación a los monasterios femeninos a cuidar la selección de las candidatas y la formación integral de las monjas, valiosas y valientes mujeres que, teniendo su vida oculta en Dios (Col 3,3), mantienen con el silencio y la oración, la fraternidad y el trabajo, la misión evangelizadora de la Iglesia en salida, en un mundo cada vez más complejo y exigente.
Todas estas iniciativas del Santo Padre marcan un nuevo rumbo a la Iglesia, apuntan a la descentralización clerical e impulsan a los laicos, hombres y mujeres, a tomar en serio su protagonismo en la evangelización de la cultura para la transformación de la sociedad.
Panorama Nacional
En nuestro país, el 2016 ha terminado muy mal, con gran desesperanza. El saldo está “en rojo” en todos los rubros. Casi 29.000 muertes violentas; hambre y falta de comida que solo producen agonías y desnutrición; desabastecimiento de medicinas, que provocan decesos y reaparición de epidemias; más de 120 presos políticos injusta e ilegalmente privados de libertad; la corrupción generalizada, el ataque sistémico a la empresa no oficial y a los Medios de Comunicación independientes, la inconsulta, violenta e inconstitucional ideologización de la educación; los intentos de anular a la Asamblea Nacional; el cierre del camino electoral; la crisis financiera y, últimamente, la improvisación y confusión con el uso y desuso de la moneda de mayor valor que creó gran incertidumbre y angustia en la población, sobre todo en los más pobres.
A este resumen de equivocadas políticas debo añadir, al menos, tres experiencias, diversas en su modalidad, pero convergentes en su potencial de revelar el deterioro de la calidad humana y de la convivencia social y, en consecuencia, su carácter interpelante: la masacre de Barlovento, los saqueos y el vandalismo en Cumaná, Ciudad Bolívar y otros lugares y el asalto al Monasterio Trapense en Mérida, junto con el robo y amedrentamiento a los monjes, empleados y visitantes.
Todo ello ejemplifica una verdad patente, elemental y conclusiva: en la historia venezolana de los últimos cincuenta años – si no más – los ciudadanos no habíamos atravesado una etapa tan dura, incierta e injusta.
No obstante, en el mismo panorama nacional del año, el acontecimiento más positivamente sobresaliente ha sido la elección de Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo para Cardenal de la Iglesia. Esta honrosa designación al actual Arzobispo de Mérida lo convierte en un actor de las decisiones de mayor envergadura en el pontificado romano. Ha pasado a ser oficialmente uno de los consejeros inmediatos del Romano Pontífice. A partir de ahora, sus opiniones y actuaciones tendrán resonancia mundial. Venezuela toda ha salido ganando. El es un atleta del Espíritu, de la dignidad, de la libertad y la verdad. Él es un experimentado defensor del hombre y de sus derechos, en cualquier escenario, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Para la Iglesia venezolana este nombramiento ha sido una designación que nos enorgullece, pues –como dice el apóstol Pablo- en un cuerpo, cuando un miembro sufre, todos los demás sufren, y cuando un miembro es honrado, todos los demás se felicitan (Cf 1 Co 12,26). Ha sido un regalo del Papa Francisco a toda la Iglesia y para toda Venezuela. Por eso los venezolanos le estamos inmensamente agradecidos y rezamos ahora con mayor fervor por él. Ha sido, además, una evidente ratificación de las líneas de acción social evangelizadora de la Conferencia Episcopal Venezolana.
Ha sido también motivo de honda satisfacción para nuestro gentilicio y nuestra Iglesia, la elección del P. Arturo Sosa Abascal s.j., para el cargo de Prepósito General de la Compañía de Jesús y primer sucesor de San Ignacio de Loyola que no proviene del continente europeo.
El Padre Arturo, antiguo Provincial y Rector de la Universidad Católica del Táchira, reputado investigador y docente de la realidad política venezolana, es nuestro amigo y hermano. El cuenta con nuestro afecto, nuestro reconocimiento y nuestra oración. Como broche de oro, su elección ha coincidido con la clausura del Año Centenario de la reinstalación de la presencia de la Compañía de Jesús en nuestra tierra.
Durante los últimos meses del año ocupó la cartelera el tema del llamado “Diálogo”, tras un prologado in crescendo de las tensiones políticas, pero, sobre todo, con un trasfondo de progresiva y dramática realidad socio-económica de carencias, desafueros, improvisaciones y manipulaciones. Sin distinción de ideologías o credos, la población, los líderes políticos, las Iglesias, las universidades, los Medios de Comunicación Social y las más diversas instituciones solicitaban, de modo apremiante, la apertura de un diálogo entre el Gobierno y la Oposición. Parecía que todos, incluso el Gobierno, estábamos de acuerdo en que ése era el camino para encontrar soluciones a los graves problemas del país. Pero después del reciente intento fallido, a muchos les parece que aquella inquietud era más una manifestación del subconsciente colectivo que una solicitud razonada y una puesta en escena diáfana, estructurada y con voluntad efectiva de llegar a acuerdos y cambios visibles a respetar y poner en práctica de inmediato. Por ejemplo, la liberación de todos los presos políticos.
La Mesa de Diálogo, integrada por cuatro Equipos de trabajo, sesionó con altibajos, y, en definitiva, su mecanismo no funcionó. La metodología empleada no condujo a resultados reales evaluables, como se esperaba; predominaron los discursos y las promesas. Pero, sobre todo, el diálogo fracasó, en esta ocasión, por una maligna conjunción de factores: no había entre las partes voluntad sincera de dialogar; no se tomaron las habituales previsiones de definición y organización para disponer medios efectivos en función de fines y objetivos definidos y consensuados, comenzando por el respeto mutuo y el reconocimiento del otro, como muy bien expresó a las partes y a los facilitadores , en carta posterior, el Secretario de Estado Vaticano y anterior Nuncio en Venezuela, Cardenal Pietro Parolin. Su pregunta clave fue y sigue siendo: ¿Dónde están los resultados?
La culpa del fracaso no fue del diálogo en sí, como mecanismo, ni de los facilitadores del proceso, en el que todos tuvieron una cuota, desigual, pero real, de preocupación, trabajo y responsabilidad, en particular, sino de las partes sentadas en la Mesa.
Y es que, en efecto, ambas partes, Gobierno y Oposición, si bien a título diverso, no asumieron el diálogo en función del país, sino que lo consideraron más bien como una simple estrategia política, útil, no para dirimir los grandes conflictos que afectan a todos por igual, sino para fines particulares, incluso subalternos. A la vista de lo ocurrido, me atrevo a concluir que para el Partido oficial y el Gobierno, el diálogo fue más bien un instrumento para ganar tiempo y frenar la presión interna y externa, y en concreto, el Referéndum Revocatorio del mandato del Presidente de la República. Para los sectores opositores, e incluso algunos ex militantes del primer oficialismo y como también simpatizantes de los llamados “ni-ni”, fue ocasión para exhibir las innumerables deficiencias, principalmente del Poder Ejecutivo, pero también de los otros Poderes afines o dependientes de él, en materia de Derechos Humanos, economía, respeto a la autonomía de los Poderes del Estado, en particular del Poder Legislativo, y transparencia en sus ejecutorias.
Algunos políticos y analistas, adversarios o distantes de la Mesa de diálogo, han querido inculpar a la facilitación de la Santa Sede de haberse dejado engañar por el Gobierno y de haber enfriado los ánimos para la protesta en la calle y para proseguir la ruta del Referéndum Revocatorio, en ese momento, a medio camino. Otros han querido descalificar a la Conferencia Episcopal, atribuyéndole también una voluntad de apaciguamiento de las movilizaciones, y otros han ido más allá, pretendiendo descalificar al Facilitador enviado de Roma e incluso al propio Papa Francisco.
Sin descartar que siempre sea posible obrar con mayor oportunidad, resulta fácil, aunque atrevido, hablar a posteriori y desde fuera; pero bordea la irresponsabilidad y hasta la mala fe pasar del juicio de actos a la imputación de intenciones y la condena de personas. Es un caso emblemático de exigencia del examen de la conciencia moral y de una conversión intelectual y espiritual.
Frente a esa falsificación de los hechos, es importante recordar, aunque sea someramente, la verdad histórica: el responsable primero y principal de que no se haya realizado el Referéndum Revocatorio en 2016 es el Gobierno Nacional que, temeroso de someterse al veredicto popular, utilizó alguna indecisión opositora, pero, sobre todo, subterfugios judiciales y la mayoría que tiene en el Directorio del Consejo Nacional Electoral para secuestrar, sin fecha límite, la convocatoria del Referendo , es decir, para denegar de facto el Derecho del Pueblo al voto en ejercicio de su soberanía. Hay cuatro fechas que todo venezolano tiene que tener muy claras: el 20, 22, 24 y 30 de octubre. El 20 el Gobierno negó toda posibilidad al Referendo, el 22 se produjo el asalto violento a la Asamblea Nacional, el 24 llegó al país el representante del Papa, Monseñor Emil Paul Tscherrig, y el 30 se produjo la primera reunión del hasta ahora frustrado Diálogo Nacional. Dicho de otra manera, el “secuestro” del Diálogo se produjo diez días antes de la instalación de la Mesa y sus cuatro Equipos.
Señalar a la Santa Sede o a los Partidos políticos como supuestos responsables de que no se haya favorecido la convocatoria efectiva del Referendo, no sólo no es cierto, sino que le quita el peso de la responsabilidad histórica al único responsable real: las autoridades del Gobierno Nacional y sus operadores electorales y judiciales.
Por otra parte, denigrar del diálogo en sí, como procedimiento de solución de conflictos, es un error político, histórico, sociológico, filosófico, estratégico, pero antes y aún más, es una falta de comprensión de lo que es el ser del hombre, una negación del sentido y valor de la relación humana fundamentada en la palabra compartida, pues los seres humanos somos constituidos humanos por la palabra, y es también una actitud antiética en cuanto representa implícitamente un rechazo a la palabra como vehículo de comunicación y comunión, como instrumento de convicción y verdad, y como paradigma de la expresión de libertad. Estoy convencido de que más temprano que tarde los líderes políticos, para sacar a este país de la crisis que lo está destruyendo, invocando la democracia, tendrán que recurrir, en nombre de la democracia, al diálogo, la negociación y los acuerdos, únicos antídotos frente a la irracionalidad de la fuerza, la corrupción y la violencia, símbolos por excelencia de los peores males de esta sociedad.
En ese marco, por honestidad y deber de justicia, los Jefes de algunos partidos políticos de la Oposición deberían admitir que en los días del Diálogo no se comportaron a la altura de las circunstancias. No quisieron “retratarse” hablando con un gobierno que nunca ha dado garantías reales de cumplir lo que promete. Prefirieron preservar sus candidaturas personales de todo riesgo político-electoral. Pero este comportamiento táctico no los libra de su responsabilidad frente al pueblo.
También a este intento de diálogo ineficaz le faltó, en esa fase al menos, el apoyo decidido y oportuno, de la ciudadanía y, más aún, de la Sociedad Civil organizada. La tentación desgraciadamente recurrente tanto de las instituciones civiles y democráticas como del común de los ciudadanos, es escurrir el bulto, evadir la propia responsabilidad y fomentar la antipolítica, haciendo caer el peso de de todos los errores sobre los partidos políticos, aislados o integrados en alguna organización o alianza e incluso sobre la propia actividad política como instancia de convivencia en sociedad, y realización personal de servicio al Bien Común. Pero, al mismo tiempo, las organizaciones políticas, sus militantes y la ciudadanía en general tienen que reconocer que no pueden alcanzar dichos fines, de modo pacífico, constitucional, democrático y electoral, sin la participación coherente y articulada de las instituciones, incluida la militar, cuyos miembros todos, como integrantes del pueblo soberano, tienen derecho al sufragio electoral, dentro del respeto a las funciones que la norma Constitucional y las leyes les asignan y por las cuales se responsabilizan. ¡En este proceso no se puede excluir a ningún sector!
En nuestra sociedad, concebida como un amplio “bosque”, cada sector, a manera de “árboles”, tiene sus propios planes; es necesario cambiar de metodología de acción. Pasar de la metodología individual o tribal de “conuco” a la de articulación de esfuerzos, modelos y proyectos. Las condiciones de los sujetos llamados a integrar una tal “sinergia institucional” son: honestidad en las actuaciones, promoción y respeto de los Derechos Humanos, defensa de la democracia y búsqueda del bien común.
En este sentido, la Conferencia Episcopal renovará en los próximos días, como ejercicio de servicio subsidiario al pueblo, su exhortación a todos los sectores del país a traducir en programas, acciones y recursos, algunas líneas básicas, positivas, incluyentes y prospectivas, de una propuesta democrática, constitucional y pacífica, para la superación política de la grave crisis que nos agobia.
LA ASAMBLEA CONJUNTA DE OBISPOS Y LAICOS
Como señalé al principio, en la Agenda de esta Centésima Séptima Asamblea ocupará un gran espacio el programa de la Asamblea Conjunta de Obispos y Laicos durante el domingo y lunes próximos, 8 y 9 del presente mes.
A partir del Concilio Vaticano II se ha ido esclareciendo, cada vez más, la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Para la Iglesia en nuestro país ha sido determinante en esta tarea tanto el magisterio conciliar y pontificio como el de los Obispos latinoamericanos y el venezolano, especialmente en el Concilio Plenario de Venezuela, hace ya diez años.
Recientemente (19-03-16) el Papa Francisco escribió una Carta al Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina sobre la importancia del compromiso de los laicos en la vida pública. La Carta, sin embargo, está dirigida a los Pastores, no a los laicos. La introduce el siguiente acápite: Los laicos son los protagonistas de la Iglesia y del mundo, a los que los Pastores están llamados a servir y no a servirse de ellos.
Partiendo del contexto de la relación Pastores y Laicos en su tierra natal, Francisco describe como un cáncer la grave deformación eclesiológica del clericalismo, más preocupado –dice él- por dominar espacios que por generar procesos.
En nuestra Iglesia, la tentación hoy no es tanto el clericalismo explícito de los Pastores como la tendencia sutil de los laicos a buscar refugio en los aleros de los templos. Pero sin duda esta tendencia tiene su origen en cierto estilo pastoral, y, más a fondo, en una eclesiología y teología ya superadas.
El compromiso más enraizado en la mentalidad común de los laicos es la incorporación a un determinado movimiento apostólico o la vivencia de una exclusiva corriente de espiritualidad, más que conciencia de pertenencia a la misma Iglesia y disponibilidad para la misión. El convencimiento general de que la fe es más devoción piadosa que “salida”, riesgo y compromiso, también obstaculiza la comprensión del cristiano como discípulo misionero. De aquí proviene, entre otras causas, la separación entre fe y vida, fe y compromiso, fe y acción.
Sabemos, por otra parte, que para la mayoría de los católicos, la religiosidad popular,(o más técnicamente, la “piedad popular”, que el Papa llama “pastoral popular”) con todas sus riquezas, pero también con todas sus debilidades y deformaciones, es la única vía que los introduce y mantiene dentro del pueblo de Dios y su única instancia de participación en él. Por lo tanto, nuestra tarea de pastores consiste, ante todo, en acompañar al pueblo, educarlo en la fe para el testimonio y la misión, y darle apoyo de orientación moral en sus opciones de servicio al Bien Común.
Los ámbitos propios del testimonio y de la tarea evangelizadora de los laicos son la familia y la vida pública. Su espiritualidad y su compromiso son de diferente cualidad que los de los sacerdotes y religiosos, pues su vocación y misión es fundar la familia y transformar desde dentro la realidad secular. En este sentido, la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia es imprescindible recurso de los laicos y un manual de gran ayuda para su formación personal, meditación y aplicación en su vida de familia y en su apostolado.
El ámbito más desafiante y, por ello, el más temido por los laicos es el de la vida pública, en gran medida porque sus formadores han sido generalmente los sacerdotes. A esto hace referencia en su Carta el Papa, Francisco: “Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo él, en su quehacer cotidiano, en las responsabilidades que tiene, se compromete como cristiano en la vida pública”.
Por su parte, los laicos no ejercen en el campo sociopolítico su misión solamente con espiritualidad, sino con una organización eficaz. Debemos reconocer- añade Francisco- que el laico por su propia identidad, por estar inmenso en el corazón de la vida social, pública y política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencias de nuevas formas de organización y celebración de la fe. Venezuela en las actuales circunstancias necesita, sí, un laicado bien formado tanto religiosa como profesionalmente, pero más aún, sólidamente organizado. Un laicado que, si bien ha de contar con el apoyo moral y la orientación doctrinal de los Pastores, actúa en cristiano bajo su propia responsabilidad. no tenga miedo de intervenir en áreas limítrofes de pensamiento referente a la familia y a la sociedad, y en cuestiones ampliamente discutidas, como la irrupción de la ciencia y la tecnología, como tales y como ideología, en la moral familiar, así como el replanteo de la relación entre la fe y la política en clima de crisis de la democracia liberal y de la sociedad industrial capitalista-financiera y, en nuestro entorno, de una estructuración socio-económico-política que se auto-define como socialista marxista. En este campo político- social más que con su opinión, los laicos participan con su acción. Que no se cumpla lo apuntado por el Papa: es “la hora de los laicos”, pero el reloj se ha parado”.
CONCLUSION
En la historia del país ningún gobierno había hecho sufrir tanto, por acción y omisión, al pueblo como el que ahora administra formalmente las funciones. El desabastecimiento dramático de alimentos y medicinas es la negación palpable de una economía sana. La inseguridad y la violencia incontrolada es la negación de la capacidad de gobernar con justicia y orden. La corrupción y la injusticia sistemática imperantes son la antítesis de la honestidad y la verdad. El control absoluto de las finanzas, del derecho a la libre expresión y la persecución contra la disidencia son la negación de la confianza, la libertad y el diálogo.
Lo anterior, más los intentos por vulnerar la memoria de pertenencia a una comunidad histórica y fundamentalmente una, el irrespeto a la dignidad inalienable de todos y cada uno, así como del derecho y deber de participar en el diseño y concreción de un presente común y de un futuro de esperanzas compartidas, configuran una desfiguración ética y espiritual intolerable.
La Conferencia Episcopal y cada Obispo en su diócesis a lo largo de año 2016 no cesó de ofrecer una visión realista de la situación global que caracteriza al país en el momento. De muchas maneras llamó a los dirigentes sociales y políticos a pensar en el país antes que en parcialidades. Denunció sin ambages todas las formas del mal que dañan a la sociedad. Promovió el diálogo político entre el gobierno y la oposición, y solicitó al Poder Ejecutivo autorización para abrir un canal humanitario. Cáritas Nacional ha ofrecido su infraestructura para coordinar el servicio de distribuir medicinas, servicio que, en pequeña escala, ya viene prestando.
La Conferencia Episcopal respalda al Sr. Card. Jorge Urosa Savino, Arzobispo de Caracas, en su mensaje de alerta al pueblo católico. El mayor desafío de los Obispos es iluminar con la fe en Jesucristo y en su palabra la historia presente y cooperar con el bienestar material y espiritual del pueblo.
Por todo ello, con enorme pesar, pero con realismo, debemos expresar, serena, pero firmemente, que los venezolanos iniciamos el 2017 sumidos en un caos, es decir, vivimos una real tragedia de consecuencias históricas, que afecta a personas, comunidades e instituciones, y no sólo en su modalidades funcionales, sino también en sus raíces más profundas, a la manera de un verdadero daño humano, social, espiritual.
En este 2017 no podemos, sin embargo, dejar que nadie ni nada nos robe la esperanza; este no es momento para alimentar la depresión. La desesperanza no cabe en quien confía en el ser humano, porque él es criatura redimida por Cristo. El es nuestra esperanza radical. No todo está perdido, mientras haya una ciudadanía consciente, con la fe y la esperanza activadas, capaz de diseñar y emprender nuevos y mejores rumbos. Como nos dice el Papa Francisco no tengamos “cara de velorio o cementerio”, sino de fuerza transformadora de la realidad.
El llamado final es a “desarmar los espíritus”, a desplegar una creatividad solidaria, y a mantener la “esperanza contra toda esperanza”, (Rom. 4,18), porque la última palabra le corresponde siempre a la vida y la justicia, la verdad y el amor.
Desde los valores del Evangelio, en especial solidaridad y acompañamiento, presentes en la persona del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37), la Iglesia en Venezuela, con la gracia de Dios, seguirá ofreciéndose como hospital de campaña, abierto a todos, curando y socorriendo a todos.
Que la estrella de Belén, que aún brilla en nuestro cielo, ilumine el camino para construir la Venezuela que soñamos.
Muchas gracias