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Maritza sigue presa por albergar a unos muchachos: Dios en mi detención

Luisa Pernalete
@LuisaConPaz

corteParece que Dios está en los lugares más insospechados. Hace un año Germán García, colaborador de Fe y Alegría, después de haber estado 11 meses encerrado, secuestrado, escribió, “Dios en mi secuestro”, hermoso testimonio de lo que puede hacer la fe en esos casos en los que otros se desesperan y dejan de verle sentido a la vida. Para esta columna semanal, que pretende promover la convivencia pacífica, parafraseo el título que Germán le dio a su libro, y les cuento de cómo una mujer, que lleva un mes detenida ha hecho de su celda un espacio de oración.

La historia es real, sólo cambio su nombre, digamos que se llama Maritza. Tiene más de 40 años, dos hijas grandes, vive en una zona popular, asiste semanalmente a un curso de manualidades, de esos que Fe y Alegría ofrece para jóvenes y mujeres que quieran crecer como personas y aprender o mejorar habilidades. Las participantes suelen convertir esos cursos en una especie de grupo de apoyo mutuo, pues conversan, se toman su cafecito -cuando consiguen- celebran sus cumpleaños, entre bordado y bordado. Maritza es “alumna” de uno de esos espacios de vida.

El mes pasado, en esa semana de la juventud que llenó de manifestaciones muchas avenidas de las principales ciudades del país, Maritza se encontraba pasando unos días en casa de una de sus hijas, la cual vive en otra parte de la ciudad, en un edificio cercano a los escenarios de protestas. El apartamento de su hija se había llenado de humo por las bombas lacrimógenas y la señora abrió puertas y ventanas para airearlo. Hubo estudiantes que pidieron ayuda, algunos estaban heridos, y Maritza les dejó pasar y les auxilió, como cualquier madre solidaria. Más tarde llegaron los uniformados tocando la puerta y ella, que no creía haber hecho nada malo, también les abrió la puerta y, después de un intercambio de palabras y acusaciones, Maritza fue detenida con otra docena de personas. Algunos ya salieron, otras siguen privadas de libertad. Ha sido acusada de terrorista y otros delitos.

Hasta aquí podríamos decir que es película repetida no sé cuántas veces en este último mes, pero lo que sigue en esta historia es lo que me interesa resaltar. Maritza, cristiana evangélica, comenzó a orar en su celda, donde está encerrada con algunas de las estudiantes que manifestaban aquella noche de febrero, y otras mujeres acusadas de delitos comunes. En ese espacio, ella ha creado una especie de lugar de oración, de consuelo, predica la palabra, alienta a las otras, protege a las más jóvenes… “Dios en mi detención”, ¿no creen que está bien puesto el título? Su familia y su comunidad de fe, compañeras de estudio, la visitan y la animan, le mandan bendiciones por mensaje de texto y confían en que Maritza saldrá libre pronto.

Creo que en esta coyuntura difícil es casi que una obligación difundir testimonios como el de Maritza. No se trata de una postura pasiva, ella insiste en que es inocente de lo que la acusan, pero ha transformado su rabia, su impotencia, su dolor en vida en abundancia. Ella saldrá fortalecida y seguramente cuando le corresponda volver a extender su mano a alguien más, lo hará de nuevo. “Bienaventurados los que trabajan por la paz”, dice el Evangelio. Dios bendiga a Maritza y a todas las madres venezolanas que hacen de cada joven su hijo. La paz sea con todas ellas.

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