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La opción por los pobres en Venezuela

Pedro Trigo sj*
Revista SIC 751

La opción por los pobres de los seguidores de Jesús los convierte en pobres evangélicos. Son los que están en manos de Dios, no en sus propias manos ni en las del orden establecido

Barrios de Caracas

Creemos que en la conciencia cristiana ambiental la opción preferencial por los pobres es un tema conscientemente orillado, aunque se lo siga profesando casi como un saludo a la bandera; a diferencia de lo que sucedió en las décadas de los sesenta a ochenta del siglo pasado, en las que relució la centralidad de este tema y su alcance motivador para nuestro cristianismo.

Por eso nos parece crucial reproponerlo para que nuestro cristianismo recobre su aliento profético y, más aún, propositivo, evangelizador, y su capacidad de actuar como levadura en nuestro país.

Pertenece al núcleo del mensaje cristiano

En primer lugar tenemos que asentar que la opción por los pobres no es uno de los temas de la ética social, que es una de las partes de la ética. Así se trataba en Europa cuando la teología latinoamericana lo colocó en el centro del mensaje cristiano. Quienes, instalados en su ideología o en su bienestar, no se quisieron abrir a esta perspectiva que exigía una reubicación social, con unos costos personales elevadísimos, sobre todo, un cambio de solidaridades y de estilo de vida, arguyeron que se estaba operando una extrapolación ya que a un tema específico y particular se le estaba dando el rango de un contenido sistemático.

Pues bien, ese rango es el que ha sido reconocido con toda la claridad deseable, tanto por las conferencias generales del Episcopado Latinoamericano como por los sumos pontífices, como por la academia.

La opción por los pobres es un eje trasversal de toda la teología porque pertenece al núcleo del mensaje evangélico. Es lo que vamos a desarrollar sucintamente.

Eje trasversal del mensaje cristiano

Opción por los pobres del Dios de Jesús

Nos referimos al Dios judeocristiano revelado escatológicamente por su Hijo. En efecto, Dios se revela por su nombre en el Éxodo, en el proceso de liberación de grupos oprimidos de manos del imperio opresor, un proceso que comprende tanto la salida de su zona de influencia como la constitución de un pueblo liberado, es decir, creyente y fraterno, en el esfuerzo de crear vida y de crearse como entidad social donde no había condiciones para vivir, en el desierto. En ese proceso de liberación Dios se revela a los oprimidos como el que está con ellos dándoles consistencia, que eso significa Yahvéh.

Cuando el pueblo se sedentariza, Yahvéh se revela como el Dios del extranjero, el huérfano y la viuda, que son los que no tienen piso para asentarse: Dios les da consistencia. En ese trance Dios se revela, a través de la palabra de los profetas, como un Dios incompatible con la opresión, que exige que se haga justicia a los oprimidos y que no se explote a los débiles. Al no cumplir los reyes este papel de campeones de los pobres respecto de los ricos y poderosos, Yahvéh se manifestó en esa parte del pueblo pobre que no podía vivir de su justicia, pero que fue capaz de vivir de la fe en ese Dios que era su roca firme, que lo acompañaba. Ese pueblo pobre y esperanzado fue llamado por los profetas, precisamente por eso, los pobres de Yahvéh.

Dios fue el que eligió a los pobres de Yahvéh como hábitat de su Hijo: así aparecen en el evangelio de Lucas María y José, los pastores, Simeón y Ana.

Esta revelación de Dios como el que llama a la existencia a lo que carece de vida y resucita a los muertos, que comienza al dar a Abraham y Sara la fuerza para engendrar, de la que ellos carecían, culmina en el crucificado Jesús, a quien resucitó de entre los muertos. Así pues, el Dios judeocristiano no es el dios de los dioses y el señor de los señores, el que culmina y trasciende las jerarquías sociales, que es mera proyección de la fuerza de los poderosos y de los anhelos de los débiles, sino el que está con los de abajo dándoles la consistencia de que carecen, dándoles, en definitiva, su misma consistencia, como se reveló en su Hijo Jesús.

Opción de Jesús por los pobres

Consistió en que sus padres al rescatarlo solo pudieron pagar la ofrenda de los pobres porque, como dice Puebla, “nació y vivió pobre en medio de su pueblo” (190) y en que no se promovió y salió de su ambiente dándoles la espalda sino que asumió solidariamente su condición. Cuando Dios lo llamó a la misión dejó su casa, su oficio y su familia, se hizo absolutamente pobre, de tal manera que pudo decir de sí que no tenía dónde reclinar la cabeza, de tal manera que, si se entregó completamente a los demás, también tuvo que pedir diariamente la comida y el techo porque no tenía nada. Por eso vivió en los espacios públicos donde viven quienes no tienen casa ni familia. Pero además les dio a los pobres derechos sobre su persona, los respetó, se entregó a ellos. Por eso cuando las traducciones dicen que seguían a Jesús multitudes, la mayoría de las veces el griego utiliza la palabra ojlos, que significa los absolutamente desposeídos, los que para los de arriba son la chusma, como para Bolívar, que expresaba, por eso, su horror a la ojlocracia, es decir, a que esa masa sin cualificación tuviera poder, y que este no estuviera reservado a los que sabían leer y escribir y tenían casa, oficio y medios abundantes y reconocidos, de vida. Por eso Jesús, a diferencia de Pablo, no fue ciudadano. Por eso lo crucificaron.

Pero tan relevante o más que su condición de pobre es que ha querido quedarse realmente en los pobres, que son así su primer sacramento, del que depende la suerte eterna de cada ser humano, independiente de la conciencia que se tenga al respecto, es decir, de que se sepa que el servicio a los pobres o su falta de servicio es servicio o no servicio al propio Jesús (Mt 25,31-46). El servicio al pobre es la puerta a los demás sacramentos, por eso Pablo dice a los corintios que no celebran la Cena del Señor porque los discriminaban (1Cor 11.20-21).

Correlación entre los pobres y el Reino de Dios

Eso que vivió Jesús, también fue el núcleo de su proclamación, de su buena nueva. El evangelio del Reino es para ellos (Lc 4,18, 7,22): Dios se les entrega incondicionalmente, reinando en sus corazones, y les otorga el Reino; por eso los pobres son dichosos (Lc 6,20). Ahora bien, esto no es un hecho meramente objetivo sino una relación interpersonal que incluye la revelación de los misterios del Reino; una revelación negada a los sabios y entendidos (Lc 10,21).

Respuesta de muchos pobres: pobres con espíritu

La denominación es de Ellacuría que los caracteriza por la obediencia primordial al Espíritu, para lo que se ayudan de la fe en Dios y la religión popular.

Vamos a seguir su razonamiento porque nos parece muy claro. Ante todo asienta sin ambages: “El pueblo no se basta a sí mismo. Por muy fuerte y poco popular que pueda parecer esta afirmación, es difícil contradecirla. El conjunto de los oprimidos, si no es más que eso, no es lugar adecuado ni de salvación cristiana ni de liberación humana”. “Pues bien, este pueblo, que para desarrollar su misión política necesita una determinada concientización y organización, para constituirse en Iglesia necesita nacer del Espíritu”. “No puede negarse que en el Nuevo Testamento (…) esta unción del Espíritu hace que Jesús sea y actúe de un modo determinado, de modo que ese ser y actuación sean como el sello mismo del Espíritu, su presencia encarnada y vivificante. Es claro entonces que es ese Espíritu de Jesús el que se necesita para que el pueblo (…) se convierta en instrumento de salvación y, consecuentemente, en instrumento de liberación. A su vez, este pueblo así espiritualizado es quien mejor puede representar la presencia del Espíritu en el mundo”. “Dos direcciones fundamentales de este espíritu: el escándalo de las bienaventuranzas y la lucha por la justicia (…) Precisamente el espíritu y la carne de las bienaventuranzas, por su preferencia escandalosa a favor de los pobres y de los oprimidos, supone [que existe] una contradicción permanente y efectiva contra los pobres de este mundo; consiguientemente, una lucha por la justicia y una persecución inevitable”[1].

Solo explicitaríamos, por nuestra parte, que para que lo político no degenere en una lucha por el poder ni en un mesianismo anticristiano, la obediencia primordial al Espíritu debe realizarse, ante todo, en la cotidianidad: para mantenerse en vida y para que esa vida sea cualitativamente humana. Incluso en la lucha política debe mantenerse la primacía de la cotidianidad sobre la organización y la lucha. Si los pobres con espíritu son los pobres de las bienaventuranzas, son necesariamente pobres que aman la paz y la construyen; no obviamente la paz de la sumisión resignada; pero tampoco la lucha del militante que se define por ella y por la organización que la sustenta.

El empeño por la salvación de los pobres trae la salvación al mundo

En esto estriba la relación de los pobres con la salvación del mundo y sin ese empeño, no hay salvación. Esta tesis vale tanto respecto de los mismos pobres como de los no pobres. La razón es que así lo ha dispuesto Dios. Tratando de encontrar congruencia al por qué esta preferencia, diríamos que los pobres son el único lugar de universalidad concreta. Solo cuando les vaya bien a los pobres nos irá bien a todos. Bien, en todos los aspectos, desde la primacía de la humanidad cualitativa.

Así como no hay salvación acosmística, solipsista, desencarnada, porque la lógica de la salvación cristiana es la encarnación, así la encarnación cristiana es encarnación kenótica, es decir, por abajo. Así fue la de Jesús y eso no constituye una mera eventualidad sino el único camino que conduce a la vida.

Pobres evangélicos

La opción por los pobres de los seguidores de Jesús los convierte en pobres evangélicos. Son los que están en manos de Dios, no en sus propias manos ni en las del orden establecido; y por eso, porque descansan realmente en Dios y en él se apoyan como roca firme, tienen la libertad de renunciar a sus bienes para convertirse en servidores de los pobres desde el horizonte del Reino.

Siempre ha habido en la Iglesia estos pobres voluntarios, que no lo son, insistimos, por sacrificio ascético sino por la alegría de haber descubierto el evangelio de Jesús como un tesoro y para servir a Cristo en los pobres y porque, sirviéndolos, han descubierto el espíritu del Señor en muchos de ellos y han recibido de ellos mucho más de lo que les dan.

Iglesia de los pobres

No consiste solamente, aunque esto sea mucho, en que la Iglesia esté volcada en los pobres sino, antes que eso, en que los pobres, y más específicamente, los pobres con espíritu hayan llegado a ser el corazón de la Iglesia, su jerarquía espiritual (que no sustituye obviamente a la institucional), que se expresa en que los no pobres nos ponemos en el discipulado de los pobres con espíritu que son, como dice el título de un libro de González Faus, recogido de la tradición patrística, los más auténticos vicarios de Cristo (que no sustituyen, ni tienen ningún deseo de hacerlo, al obispo de Roma).

El que se reconozca en la práctica la jerarquía espiritual de los pobres con espíritu y nos pongamos en su discipulado es signo fehaciente de ser la Iglesia de Jesús y único camino de universalidad real.

Naturalmente que esto no puede llevarse a cabo con proclamas sino solo a través de nuestra participación en comunidades eclesiales de base, como miembros y no como inspectores ni alimentadores desde fuera, porque eso impide que haya comunidades (son los grupos del cura o del agente pastoral) y que sean de base, cosa que solo acontece cuando transcurren en su ambiente, en su lenguaje, en su ritmo y bajo su control, allí también entra, como participante cualificado, el agente pastoral.

Relevancia en nuestra situación

Si Dios es el Dios de los pobres y su estar con ellos es para darles consistencia, de manera que no solo puedan vivir sino que puedan hacerlo como seres humanos cualitativos, si lo que hace Dios con ellos es capacitarlos para que lleguen a ser sujetos plenos, nadie puede llamarse creyente en él, si no ve y valora lo que hace Dios en ellos y si no hace lo mismo.

Esto juzga drásticamente la calidad de nuestro cristianismo. En grandes números ¿puede decirse que los cristianos venezolanos reconozcamos la consistencia que Dios da a los pobres y que estemos con ellos recibiéndola de ellos y dándosela? ¿A eso se dedica la institución eclesiástica como tarea central? Gracias a Dios, no puede negarse que hay cristianos y grupos así; pero tenemos que admitir que muchos otros andan por las ramas. Y que ese andar por las ramas en devociones y grupos desconectados de esta opción, está bien visto por la institución y se promueve.

Si en Jesús se nos ha revelado que la salvación solo acontece en la encarnación kenótica, es decir, por abajo, como Jesús y con él, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, eso significa que no somos cristianos si nuestra vida no tiene esa misma dirección: no salvarnos del país, que va al desastre, sino echar nuestra suerte con el país, desde echarla con los de abajo. Echarla con el país, es echarla con la Venezuela concreta y, por eso, no equivale a echarla con la nación o con la patria, que son construcciones institucionales e ideológicas.

Aquí la pregunta es más radical, ya que no es solo si vamos en la dirección de ese compromiso radical con el país desde el compromiso con su pueblo, sino, antes que eso, si al menos se propone ese compromiso como una expresión fundamental del seguimiento a Jesús de Nazaret, en que consiste el ser cristiano. ¿No es verdad que tenemos que confesar que nos andamos por las ramas, que inventamos propuestas y operativos, para no encarnarnos desde abajo, cono nos pide el Señor? Al menos existe el asomarse a ese mundo a través del voluntariado y propuestas afines que, a veces, dan lugar a compromisos más permanentes y, más todavía, a ver ya todo desde la perspectiva de los de abajo. También sigue existiendo inserción solidaria en medios populares. Pero es cierto que nos tenemos que proponer no distraernos sino medir nuestra fidelidad al Señor Jesús por ese seguimiento que entraña verdadera encarnación: “con los pobres de la Tierra quiero yo mi suerte echar” (Martí). Si no, no somos cristianos.

El punto más relevante es el de los pobres con espíritu: son la riqueza de nuestra Iglesia y la reserva de humanidad de nuestro país. Pero ¿lo reconocemos así? En alguna medida, sí: raro es el que no conozca a algunos y confiese que son muy cristianos y humanos y que son una bendición de Dios para su medio. Todo eso está bien y es un punto de partida, pero ¿somos discípulos de ellos? ¿Alimentan y enriquecen nuestra fe? Tenemos que confesar que no, porque apenas existen comunidades eclesiales de base, que es donde se manifiestan como verdaderos sujetos y no solo como participantes de cosas organizadas por otros, ordinariamente por el agente pastoral.

En esta coyuntura política, la encarnación entre los pobres y la vida cristiana desde los pobres con espíritu ¿no tendría que ser la contribución cristiana para que el pueblo fuera realmente sujeto y no mero colaborador de lo que propone la presidencia? ¿No podría salir de esta praxis una verdadera alternativa a lo que cada día más toma la forma de estatismo populista?

*Miembro del Consejo de Redacción de SIC.

Notas:

[1] Conversión de la Iglesia al reino de Dios. ST, Santander. 1984. Pp. 70, 71, 73, 74-75.

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