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La imperturbable certeza de Roraima

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Foto: David Silva G.

Por David Silva Gasch

Roraima nació hace 17 años en Uripá Merú, frente a tepuyes de los cuales el más imponente le dio su nombre. Viendo la ausencia de futuro en ese campo minero donde su familia se instaló para ganarse el sustento, Roraima decidió buscar un ambiente con más oportunidades, aunque eso suponga vivir entre la esperanza por el futuro y la angustia de esperar noticias que pueden no ser buenas.

Foto: David Silva G.

Roraima cumplió años el jueves, pero fue el sábado cuando recibió el mayor de los regalos. Tenía casi cinco meses sin saber de su familia, así que, al asomarse por la ventana y ver las caras sonrientes de su padre y su hermano menor, sintió que el hogar había vuelto a ella.

—¡Por eso te llamó mi hermana Gleidys! —le reclamó a su padrino con el tono de picardía de quien descubre un secreto.

Desde hace dos años y medio Roraima vive con sus padrinos en las afueras de San Antonio del Morichal, una comunidad pemón fonteriza con Brasil. Para llegar allí se debe pasar por Santa Elena de Uairén y dirigirse hacia La Línea, nombre con el que es conocido Pacaraima, el primer pueblo brasileño de la frontera con Venezuela. Estudia en Manak-krü, donde se encuentra la única escuela técnica indígena de Fe y Alegría en el estado Bolívar, en la cual los alumnos obtienen el título de técnicos medios en Ciencias Agrícolas.

Separarse de la familia ha sido una de las decisiones más duras que ha tomado en su corta vida. Dejar a su madre diabética y a su padre con más de 50 años viéndose obligado a trabajar en una mina de oro, a casi 500 kilómetros de distancia, puso a prueba su temple. De allí que su sorpresa fuera aún mayor cuando vio acercarse un carro.

—¡Vinieron todos! —gritó, palmeando con entusiasmo, al tiempo que el carro alquilado abría las puertas frente al porche, y sus lágrimas contagiaron de emoción a todos.

Su madre y el resto de sus hermanos habían venido también a celebrar su cumpleaños.

Foto: David Silva G.

La segunda de los hijos de Argelia nació 17 años atrás, en Uripá Merú, donde una caída de agua está justo en frente de los tepuyes orientales de la Gran Sabana, al sur de Bolívar. De allí su nombre, Roraima, como se llama el más grande de estos tepuyes, que abarca la frontera de tres naciones: Venezuela, Brasil y Guyana.

Su carácter se forjó en el silencio, el contacto profundo con la naturaleza y sus fuerzas, las horas de contemplación, las historias contadas a la luz de la hoguera, la vida sencilla y familiar del indígena pemón en Uripá Merú. Las estrecheces económicas, la lejanía de centros urbanos como Santa Elena de Uairén, las continuas mudanzas que se sucedieron durante sus primeros años de vida y sus respectivos reinicios también anidaron en su personalidad.

Mudarse a Kavanayén, la comunidad indígena de Argelia ubicada en los linderos del Parque Nacional Canaima, fue el primer intento para mejorar la calidad de vida familiar. Allí Roraima cursó desde el 1ro hasta el 4to grado de educación primaria. Luego, en busca de mejoras económicas, la familia decidió irse a trabajar a un fundo en Morichal Largo, en los alrededores de Maturín. Los padres se encargaban del cuidado de los animales y del mantenimiento de la casa, mientras Roraima estudiaba 5to grado.

Pero con la expectativa de la bonanza económica, y siguiendo el espejismo del oro, un nuevo cambio llegó: la familia se trasladó a San Antonio de Roscio, una comunidad pemón a 33 kilómetros de El Dorado, capital del municipio Sifontes. Un hermano de Argelia los entusiasmó para que se quedaran allí, aunque la promesa de prosperidad económica no se ha cumplido todavía. Allí han tenido que soportar más miserias que fortuna.

Las continuas historias de amistades y familiares que han sucumbido a la dura realidad de esas comunidades indígenas donde abundan el oro y los diamantes, motivó a Roraima a pedirles ayuda a sus padrinos. No quería ser una de esas niñas obligadas a ser mujeres desde muy temprano. Sabía de los tantos niños que jugaban a ser “hombres” por tener un arma en las manos, de la tentación de caer en el círculo del dinero fácil, de ese submundo violento, donde buenos y malos conviven con el peligro de las circunstancias. Todo eso fue lo que quiso dejar atrás.

La esperanza de apartarse de los continuos peligros que acechan la existencia en un lugar donde todo tiene precio, la llenaron del coraje para afrontar la despedida.

Foto: David Silva G.

En un principio, a Roraima le costó mucho adaptarse a su nueva realidad. Todo era diferente: los amigos, los horarios, el idioma castellano predominante en Manak-krü y el nuevo hogar con sus padrinos y las dos hijas de estos. Demasiadas cosas para una muchacha que entonces tenía solo 15 años.

Argelia, o su hermana Gleidys, llaman cada vez que pueden, aunque con menos frecuencia de lo que desean. Lo hacen desde un teléfono que les presta una vecina. Para lograr comunicarse tienen que subir a una colina en donde, con algo de paciencia, llega la señal. También lo hacen cuando van a El Dorado o a Las Claritas a comprar víveres. El único teléfono con el que contaba la familia se dañó y les ha resultado imposible comprar otro.

Al sonar el teléfono de la casa de sus padrinos, y luego del respectivo “Rori, es tu mamá”, o “Rori, es tu hermana”, ocurre la transformación de la suave brisa de quien siempre habla bajito, en un huracán de palabras. Roraima se expresa con fluidez en taurepán, arekuna y kamaracoto, las tres variantes dialectales del idioma pemón existentes en Venezuela. En su familia se habla arekuna, el dialecto de su mamá, que es de Kavanayén, y taurepán, el de su papá, originario de Vista Alegre de Kamá. También se habla el kamaracoto de San Antonio de Roscio, donde terminaron instalándose. Sus palabras salen rapidísimo, con la urgencia del que quiere contar lo más que pueda antes de que la señal se interrumpa.

Aún así, el fantasma de llevar una vida sosegada en casa de los padrinos no ha dejado de perseguirla.

Mientras ella duerme en una habitación cómoda, su familia se las arregla en una de las casas más pobres de San Antonio de Roscio. La seguridad en San Antonio del Morichal contrasta con la creciente violencia que se ha generado en el llamado “Arco Minero”, en donde su familia se encuentra inmersa. Mientras que en el ambiente escolar de su nueva escuela se promueven valores humano-cristianos, en su antigua escuela se respira la tensión que produce el negocio del oro y los metales preciosos. Vivir entre esas dos realidades tan opuestas le produce sentimientos encontrados. Por un lado, su deseo de superación y, por el otro, vivir en angustia por la realidad de los suyos. Una llamada telefónica es el único vínculo en la distancia. Una llamada que puede ser la portadora de noticias. De noticias que pueden ser buenas o malas.

Foto: David Silva G.

El recrudecimiento de la violencia en la comunidad donde vive su familia alcanzó niveles insospechados a mediados de 2017. Varios asesinatos en la zona de El Dorado, junto a las acciones de venganza de parte de algunos jóvenes de San Antonio de Roscio, puso en riesgo la vida de todos por igual. Los denominados “Sindicatos”, que no son más que grupos que ejercen el poder de facto en la zona que se extiende entre Guasipati y Las Claritas, así como en la cuenca del río Caura, amenazaron de muerte a cualquier habitante de San Antonio de Roscio que osara pisar El Dorado. Todos saben de la existencia de estos grupos armados, pero nadie dice nada. Es una guerra silente de David contra Goliat, donde unos pocos generan los conflictos, pero las mayorías sufren las consecuencias.

Estando de vacaciones con su familia, y preparándose para un nuevo año escolar, Roraima vivió el asedio de la comunidad por parte de decenas de motorizados armados. No permitían ni la salida ni la entrada de ninguno de sus miembros. Fue a finales de septiembre e inicios de octubre de 2017, por lo que Roraima llegó a Manak-krü con dos semanas de retraso y con el peso de una angustia más en el pecho.

Meses después, cerca de las navidades, su madre aprovechó la oportunidad de viajar con una señora que iba a Santa Elena, y buscó a Roraima para que pasara esos días con ellos. Una inesperada y rápida despedida dejó un vacío luctuoso en el hogar de los padrinos, que solo se llenó en la tercera semana de enero de 2018, cuando José, su padre, la trajo de vuelta. Y, al igual que al inicio del año escolar, Roraima empezó el nuevo lapso con retraso.

La visita de José duró muy poco. Los asuntos por casa, dijo, no iban muy bien. Eran muchas las dificultades económicas.

—Las cosas se están poniendo feas. Ir de compras se hace cada vez más difícil. El dinero no alcanza, uno tiene dinero y no tiene nada…

El adiós, una vez más, culminó con un “pórtate bien” de parte del papá, y un inná, que significa “sí” en pemón, como corta respuesta de Roraima.

Callada, más bien silenciosa, pequeña de tamaño, pausada en sus maneras y meticulosa en su actuar, en el interior de Roraima late una fuerza ancestral. Las últimas palabras de su padre se quedaron resonando en su cabeza durante los casi cinco meses que tuvo sin tener noticias de su familia. Aunque sus pensamientos estaban con los suyos, en los estudios logró una notable mejoría. Siempre al día en la entrega de evaluaciones y el cumplimiento de actividades, el primer lapso de su 5to año coronó con un incremento en todas sus calificaciones.

Por eso este sábado, después de brindar con unas cervezas en honor a la cumpleañera, la madrina dijo en tono solemne:

—Hay que felicitar doblemente a Roraima. Además de su cumpleaños, es la primera de su salón; ella es la que obtuvo las mejores notas de todo su grupo.

Roraima había recibido su cumpleaños 17 un poco triste por no estar junto a sus padres y hermanos, pero unos días más tarde, en su compañía, se saldaron todas las cuentas pendientes. Ese día almorzaron tumá, plato típico de la gastronomía pemón, como lo eran todos los presentes en esa mesa, salvo el padrino, que es caraqueño.

José y Argelia evocaron al momento las historias ocultas tras aquel logro de su hija, frente a las miradas de orgullo de los hermanos. Aunque la echaran de menos, todos en aquella mesa estaban convencidos de que Roraima estaba en el sitio correcto. Ella, por su parte, aunque la visite la nostalgia, hace lo que siente que debe hacer. Esa certeza, silenciosa e imperturbable como la montaña que le da su nombre, representa el orgullo y la esperanza de su familia.

Fuente: La Vida de Nos 

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