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Este 19 de marzo la Iglesia celebra el tercer domingo de Cuaresma. El Evangelio del día corresponde a la lectura de Juan 4:5-42, pasaje en el que Jesús señala: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber”.
A continuación puede leer el Evangelio y la homilía del Obispo de Santa María de los Ángeles (Chile), Mons. Felipe Bacarreza Rodríguez:
Evangelio del día (Juan 4:5-42)
5 Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José.
6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.
7 Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.»
8 Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana:
9 «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)
10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.»
11 Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva?
12 ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
13 Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed;
14 pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»
15 Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.»
16 El le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.»
17 Respondió la mujer: «No tengo marido.» Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido,
18 porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad.»
19 Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta.
20 Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.»
21 Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre.
22 Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
23 Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
24 Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.»
25 Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo.»
26 Jesús le dice: «Yo soy, el que te está hablando.»
27 En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?» o «¿Qué hablas con ella?»
28 La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
29 «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?»
30 Salieron de la ciudad e iban donde él.
31 Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: «Rabbí, come.»
32 Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.»
33 Los discípulos se decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?»
34 Les dice Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.
35 ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya
36 el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador.
37 Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador:
38 yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga.»
39 Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho.»
40 Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
41 Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras,
42 y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Homilía de Mons. Bacarreza:
El Evangelio del domingo pasado, el de la Transfiguración de Jesús, tiene su punto culminante en la voz del cielo que nos decía quién es Jesús: “Este es mi Hijo amado, en el cual me complazco”. Esa misma voz nos decía cuál debe ser nuestra actitud ante Jesús: “Escuchadlo” (Mt 17,5). El Evangelio de este domingo, que nos relata el encuentro de Jesús con la samaritana junto al pozo de Sicar, concluye con esta declaración de los samaritanos: “Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”. ¿Cómo llegaron a esta conclusión sorprendente?
En el curso de este Evangelio se va aclarando progresivamente quién es Jesús. Después de la constatación de que es un judío, Jesús dice a la mujer: “Si supieras quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”. La mujer obviamente no sabe quién es Jesús y por eso no le pide esa agua. Continúa el diálogo hasta el punto en que la mujer, para no entrar en discusiones teológicas, zanja la cuestión diciendo a Jesús: “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo revelará todo”. La mujer tiene fe en las promesas de Dios y expresa su certeza de que el Mesías vendrá; además, afirma que a él, cuando venga, hay que escucharlo, porque él nos revelará todo. La respuesta que Jesús le da es la revelación de su identidad: “YO SOY”. Esta respuesta es ya la revelación de todo, pues este es el nombre divino con que Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3,14.15). Aquí está expresado plenamente quién es Jesús. Pero Jesús agrega: “El que te está hablando”. No es un agregado superfluo; lo que quiere decir es que todo lo hablado por Jesús hasta aquí, incluido el nombre divino, la mujer tiene que escucharlo, porque es la revelación de todo, por parte de aquel mismo Mesías que ella esperaba.