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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

“Ésta es mi emergencia”

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Por Minerva Vitti/ Fotos Eva Marie Uzcátegui

Susana Raffalli ha atendido varias emergencias humanitarias alrededor del mundo: desde Guatemala, trabajando con temas de pobreza, hasta Pakistán, en pleno conflicto talibán, esquivando bombas. Pero desde que regresó a Venezuela, en 2011, esta nutricionista y experta en seguridad alimentaria se siente más que nunca comprometida con el movimiento de personas que combaten las distintas desnutriciones -alimentaria y ciudadana- que padece su país.

Susana “Morocha” Raffalli. 53 años. Nutricionista especializada en gestión de la seguridad alimentaria, en emergencias humanitarias y riesgo de desastres. Caracas, Venezuela. @susanaraffalli

“Uno pensaría que el humanitario vive para los demás. Pero lo primero que te tengo que decir es que la primera persona que salva una persona humanitaria es a sí misma. Por eso la primera respuesta que doy, con el corazón en la mano, cuando me preguntan por qué sigo en Venezuela es: por mí misma. Aunque esa no debería ser la razón de una persona que se dedica a lo humanitario.

Para mí sería impensable estar en Venezuela haciendo otra cosa que no sea esto, sabiendo que se están muriendo niños, que hay gente pasándola mal, y que hay gente vulnerada hasta el extremo. No me imagino estar ahora en otro país, trabajando en otra emergencia que no sea ésta, pues sería invivible. Porque ésta es mi emergencia.

Desde que empezó el año he recibido tres ofertas de trabajo y en puestos de coordinación. Yo pudiera regresar con mi propia agencia a trabajar en el puesto que dejé en Oxfam cuando me vine a Venezuela, ser coordinadora de los programas de seguridad alimentaria y nutrición en emergencia para los seis países del sureste asiático.

Pero esta situación me compromete mucho, no solamente por el sufrimiento que estoy viendo, sino porque tengo una sensación -muy mía, muy íntima- de que yo empujé un poco a varios equipos. Empujé un poco el hecho de que Venezuela comienza a ser visibilizada como una emergencia humanitaria. Me atribuyo esa responsabilidad un poquito.

Me gradué de nutricionista hace como 30 años, pero dentro de la misma nutrición tuve tres momentos. Los primeros siete años de nutrición clínica los hice metida en un hospital, casi siempre con niños. Después me dediqué a la parte pública, fuera de hospitales, a nivel de poblaciones, ahí estuve dos años. En los últimos 22 años, dentro de esta parte de nutrición que se hace con poblaciones, me empezó a inquietar la idea del trabajo con emergencias humanitarias y en eso estoy desde hace 20 años: trabajando el tema de lo alimentario y la nutrición en contextos de emergencia humanitaria.

A mí me dicen que yo soy venemalteca porque me formé, y casi toda mi carrera en lo público, fue en Guatemala.

Cuando regresé a Venezuela, y empecé a ver que la situación se estaba convirtiendo en una emergencia parecida a un par de emergencias en las que yo había estado, me preocupé. Me dije que tenía que buscar al actor humanitario en el país con más capacidad de hacer algo. Y cuando haces un paneo te das cuenta de que es Cáritas, por su capacidad de llegar a la gente: existen 465 Cáritas parroquiales en todo el mapa.

Fue milagroso coincidir con la directora de Cáritas, Janeth Márquez, porque me parece que es de las personas en el país con mayor visión humanitaria en sentido real del oficio. Hablamos como si nos conociéramos de toda la vida y coincidimos en lo que teníamos que hacer. Venía la comisión europea en un par de días, los acompañé en la visita, y cuando nos preguntaron ‘¿qué necesitan?, ¿qué quieren?’, Cáritas tuvo la responsabilidad de decir: ‘Queremos información’. El que no sepa de esto lo primero que dice es ‘tú te estás volviendo loca, ¿se están muriendo los niños y tú quieres información?’. Sí, porque en ese momento en el país no se sabía lo que estaba pasado.

Cáritas lanzó un sistema para monitorear la crisis humanitaria en el país, con base a la alimentación, lo hace semana a semana, saca el reporte cada dos meses, está dando cuenta no solo de lo que observa sino de la tendencia. Si eso no se hace, no puedes hacer una planificación humanitaria. Ya Cáritas sabe cuántos niños pudiesen estarse muriendo en diciembre. Sin esos datos no pudiéramos saber qué dinero pedir, para qué cantidad de personas, en dónde ubicamos la mayor cantidad de voluntarios.

Esta es la cinta que uno se lleva a las emergencias naturales. He tenido que caminar con el agua hasta aquí (se toca el cuello), sobre todo en tsunamis, monzones, y en esas lluvias torrenciales ¿cómo vas a llevar un peso? Lo que te llevas es una cinta métrica, para niños, que tiene tres colores para medir la circunferencia del brazo: detectas un mayor grado de desnutrición si al medirle su bracito cae en la flechita amarilla o roja.

Hasta que se armó la primera bulla por Cáritas, no nos dimos cuenta del vacío de información. Cuando vimos nuestro primer informe de la situación humanitaria en el escritorio del Papa Francisco, en las manos de Luis Almagro en la OEA, en los principales portales humanitarios internacionales, me conmoví. El informe que escribo mes a mes, me produce una sensación de compromiso y de responsabilidad.

¿Por qué me quedo? Porque siento que de alguna manera el trabajo que hemos hecho devino en un nuevo momento en la crisis del país. Tenemos que seguir llevando esa misión adelante. Además, estoy montando un proyecto bellísimo para organizaciones pequeñas que están haciendo un trabajo tremendo, entonces no los puedo dejar solos. Ese es mi compromiso ahora.

Siento que soy parte de un movimiento ciudadano del que soy un poquito responsable en términos de sus ganas de hacer cosas. Un movimiento ciudadano al que le debo también seguir en pie. Esto supone una lealtad enorme.

Solamente en estos tres años en Venezuela, he tenido aprendizajes de cosas que yo presentía, pero que aquí me ha tocado que me exploten en la cara, que me den de una forma tan dolorosa: es ver las consecuencias de la emergencia en mi propia gente, en mi propio país. Hay algo que yo no sé qué es. No es lo mismo que a mí me dijeran ‘ayúdame, por favor’ en Haití o Santa Lucía, a que a mí me diga una mujer en San Felipe ‘doctora se me muere el chamo’. Ese chamo para mí tiene un simbolismo y una connotación, es totalmente diferente, es una cosa que cuesta mucho. Pero eso no es un aprendizaje, eso es un lloriqueo en el que estoy.

Hay quizás otro aprendizaje de la humanidad, eso que ahora llaman resiliencia. Pero cuando tú buscas un sinónimo en inglés es la elasticidad. ¡Uy! A mí me asombra tremendamente, porque yo he pasado por emergencias en las que dices ‘esto es desgarrador, ¿cómo te levantas después de eso?’ Y vemos gente volviendo sobre sus propios pies a continuar. Eso me llena de esperanza. Creo que el venezolano tiene una gran madera para volver a tomar su forma y de continuar. No hemos perdido del todo la integridad y ojalá que no la perdamos”.

Fuente: http://revistamarcapasos.com

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