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El humanismo frente a la tiranía

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Foto: Aleteia

Por Mercedes Malabé 

Cuando hablo de humanismo me refiero al único que existe: al que hunde sus raíces en la tradición grecolatina, relanzado por el Renacimiento cristiano. El humanismo ateo existe por la prerrogativa que le confiere la inviolable libertad de vivir un ateísmo sólo en la práctica.

Pues bien, frente a toda tiranía como materialización de la injusticia, de la incomunicación y de la incultura, donde no existe ni es viable el respeto a la persona, ni a las leyes, ni a las libertades humanas, humanistas de todos los tiempos han reaccionado de manera contundente en defensa de la inviolable dignidad de la persona humana.

Nos preguntamos si, dadas las circunstancias devastadoras y abominables que vive Venezuela, es posible crear una fuerza humanista capaz de hacer frente a una dictadura que ha sumido al país en una miseria que tiene múltiples expresiones: desde lo más básico material hasta lo moral. Me lo pregunto seriamente: ¿Cabe en el país un movimiento con la doctrina, las exigencias éticas y la altura política de la democracia cristiana?

El mundo entero reconoce que Venezuela es un estado fallido, vinculado al crimen organizado y a las mafias más poderosas del planeta. Crece entre nosotros –también entre los socialcristianos– la convicción de que sólo una invasión militar, quirúrgica o de permanencia, puede librarnos de la tiranía opresora.

Frente a este enorme desafío que representa el haber perdido la República, se ha generado una discusión supra política, más bien de ámbito moral, de una vehemencia que no se había visto desde hace mucho tiempo.

Por un lado, la legítima defensa de posturas radicales, de espíritu templario, con carácter de cruzado medieval, que intentan revitalizar la actitud guerrera, inquisidora y anatemática frente al error y al mal que, a decir de cierta literatura, mantuvo la Iglesia ligada al poder en los tiempos del monarquismo católico, frente a la amenaza del islam y la pérdida de los valores de la cultura occidental.

Por otra parte, hay quienes mantienen una postura diametralmente opuesta a la anterior, defensora del diálogo, normalización de las relaciones, cooperación mutua, negociación, inspirados en el proceso alemán conocido como la “ostpolitik”, adoptado también por el Vaticano mediante el acercamiento y la firma de acuerdos políticos con los dictadores comunistas de países del bloque soviético.

Postura ideológica de Copei

Los principales líderes y fundadores de Copei extrajeron la línea política de los documentos y mensajes pontificios. Basta leer la biografía del Dr. Aveledo sobre Herrera Campins para convencerse de que, literalmente, así fue.

En 1958, por ejemplo, el expresidente Luis Herrera se hizo fiel ejecutor de la política diplomática vaticana cuando planteó un diálogo con el gobierno dictatorial, es decir con los ofensores: “Suena raro proponer un diálogo insólito en un país donde la política se ha hecho a base de monólogos. Pero yo consideraba y considero que para alcanzar ese camino incruento y digno es necesario desplegar y exhibir reservas de buena fe y de mejor intención nacional”.

Hoy las cosas lucen diametralmente distintas, por eso me pregunto si de veras existe la disposición de mantenernos apegados a la doctrina de la Iglesia y del Papa o si, por el contrario, pareciera que como los tiempos han cambiado y la naturaleza de la tiranía es la confluencia de los males que aquejan a la Humanidad toda, entonces el mensaje y la actitud del Papa Francisco frente al caso venezolano, no sólo es ingenua, “come flor” o insignificante, sino incluso repudiable. Podría citar tantos ejemplos de personas de cuya brillantez, catolicismo y honestidad intelectual nadie duda.

La consolidación y fortalecimiento de un movimiento de humanismo real, requiere de nuestros buenos oficios, ciertamente, pero sobre todo de un ideal o doctrina compartida. De lo contrario, será imposible articularnos alrededor de una estrategia de acción y lucha política que nos permita estar a la altura del compromiso histórico que tenemos.

A veces perdemos más tiempo en descalificaciones y críticas, que en la lectura meditada de los documentos pontificios, por ejemplo, el de la Fraternidad Humana publicado por el Papa Francisco recientemente.

Esto me recuerda la famosa carta del Papa Benedicto XVI a los obispos del mundo, con motivo de la discusión generada a propósito del levantamiento de la excomunión a cuatro obispos de Lefebvre: “Toda la ley se concentra en esta frase: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente».

Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así.

Pero desgraciadamente este “morder y devorar” existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? ¿Que quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor?”

 

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