Identidad visual y forma narrativa en el drama cinematográfico de Almodóvar, de Pedro Poyato Sánchez, Madrid, Síntesis, 2015, 170 pp.
Redacción de Cine para leer
A partir de un momento dado, Pedro Almodóvar abandona la comedia de tintes domésticos y provocadores sobre el desamor que venía trabajando en sus filmes, y se alía con el drama pasional, un drama manifiestamente corporal y vertebrado en torno al deseo, el dolor, la pérdida y la muerte. Este cambio conllevó a su vez la revisión de determinados elementos de escritura que, pasado el tiempo, han acabado conformando la rúbrica esencial del cine almodovariano, en palabras de Mavin D´Lugo[1], quien sitúa en La flor de mi secreto (1995) los orígenes de esta importante mutación en la obra del cineasta manchego.
Entre esos elementos los hay pertenecientes tanto al nivel narrativo, así la ordenación en el relato de los diversos acontecimientos de la historia y el despliegue de voces que los narran, como al visual, así la búsqueda constante y agregación de referencias iconográficas para las imágenes y la conjunción de estas en programas iconográficos propios, y al textual, sobre todo por lo que se refiere a la incorporación de intertextos, bien ajenos al filme, bien construidos para la ocasión por el propio filme, según una variedad de categorías intertextuales sin parangón en la historia del cine.
A partir de La flor de mi secreto cada película se convierte en un reto para Almodóvar, tanto por lo que se refiere a la construcción de la forma narrativa, como a la anexión de nuevos intertextos, así sean literarios, fotográficos, pictóricos, teatrales, arquitectónicos, cinematográficos, dibujos, esculturas, spots publicitarios, e incluso espectáculos de danza, y las funciones por ellos a desempeñar, con su incorporación al nuevo texto. Y esto es así hasta el punto de poder afirmar que cada filme de Almodóvar se constituye en un verdadero ejercicio de investigación teórico-práctico con las imágenes y su formalización en el filme.
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