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Editorial SIC 782: Llamada a la conversión

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Revista SIC 782 

Marzo 2016

 

Llamada a la conversión

Conviértanse a la buena nueva

El lema que preside la cuaresma es la llamada a la conversión. A eso queremos llamar a nuestros lectores y a todos nuestros conciudadanos, en nombre de Jesús de Nazaret, el Hijo único de Dios, que nos hace hijos, y el Hermano universal, que nos hace hermanos de todos, incluso de los enemigos, desde el privilegio de los pobres.

Antes de Jesús había venido el Bautista. Él pensaba que dentro de muy poco iba a venir alguien de la órbita de Dios para hacer el juicio definitivo a su pueblo. Como no quería condenar a nadie, Dios lo envió a él por delante para que el pueblo, aleccionado por su prédica, se convirtiera de su mala vida. Muchos de todos los estratos sociales, entre ellos recaudadores de impuestos y guardias, pero sobre todo gente popular, acudieron al Jordán a recibir el bautismo de penitencia. Se colocaban en fila, cuando les tocaba el turno se adelantaban al centro del río donde estaba Juan, confesaban sus pecados, Juan los agarraba por la cabeza y los sumergía, luego los alzaba del agua. El símbolo es que moría el pecador y resucitaba el dispuesto a vivir como Dios quiere.

Jesús fue uno de los que respondió a su llamada y se puso en la fila. Cuando le tocó el turno se confesó en primera persona con más dolor que todos los pecadores juntos de la historia. No pudo decir: “Padre, perdóname”; pero sí pudo decir y dijo: “Padre, perdónanos”. Se confesó así porque no se definió por su condición individual, sino por su condición fraterna. Nos llevó a todos realmente en su corazón, en su amor. Y en el mismo corazón estaba su Padre y los que no vivimos como creaturas suyas. Por eso pidió perdón con su corazón desgarrado.

Al subir del río, vio que el cielo se rasgó. Supo que su Padre nos había perdonado. Por eso en adelante se dedicó a lograr que respondiéramos con nuestro sí al sí definitivo de Dios. Porque la salvación tiene la forma de la alianza y para que se dé nuestra alianza con Dios no basta su sí, es indispensable también el nuestro. Por eso, a diferencia de la llamada de Juan, la de Jesús no es una llamada a la conversión del pecado a la virtud, sino la conversión, desde donde estemos, a la buena nueva de que en su Hijo Jesús, que se ha hecho nuestro Hermano, Dios nos ha dicho que sí; es decir, se ha hecho nuestro Padre. El que como Creador nos había dado nuestro ser, como Padre nos da el suyo. La diferencia entre, que como Creador nos dé nuestro ser, a que como Padre nos dé el suyo, es la diferencia entre nuestro ser y el de Dios: una diferencia infinita.

Por eso Jesús nos pide convertirnos a esa buena nueva que aconteció gracias a su bautismo. Convertirnos a vivir la existencia de hijos que él nos da, es no querer vivir como individuos: desde nosotros, en nosotros y para nosotros, sino vivir confiados en él, que nos da su vida para que vivamos de ella, y que nos da a cada ser humano como hermana o hermano nuestro para que actuemos con ellos fraternalmente.

¿Qué implica esta conversión en Venezuela hoy?

Cambiar no equivale a claudicar

Ante todo Dios nos dice que cambiar no equivale a claudicar. Si nos definíamos como individuos, por nuestros intereses o afinidades o complacencias, llegar a definirnos como personas, es decir, por nuestras relaciones horizontales y simbióticas con todos los seres humanos, ya que si excluimos a algunos no nos definimos ya como humanos, no es ceder nuestra dignidad sino afirmarla coherentemente. Si aspirábamos a nacer de nosotros y vivir para nosotros, cambiar para llegar a vivir nuestra condición regalada de hijos de Dios y hermanos de todos no es no ser consecuentes sino, por el contrario, sacar las consecuencias de la relación de Jesús con nosotros. Si nos definíamos como miembros de una institución, una clase, un partido o una nación, llegar a definirnos como hijos del Padre de todos y por tanto como hermanos de todos, incluso a quienes están fuera de esa institución o partido por el que me definía, no es traicionar nada, sino asumir una perspectiva más complexiva, más radicalmente humana. Si tratábamos de ser coherentes con nuestra condición absolutizada de individuos o miembros de una institución o partido y ahora buscamos denodadamente ser coherentes con la realidad, no hemos caído sino, al contrario, nos hemos elevado a lo que tiene más valor.

Si el Presidente deja de actuar ideológicamente y se abre por fin a la realidad y cambia de política y deja de insultar y de obrar como si fuera un señor de horca y cuchillo, y se aviene, como quiere más del noventa por ciento de la ciudadanía, a componerse con la empresa privada, reconociéndola lealmente sus derechos y exigiendo que cumpla su responsabilidad social, no es un entreguista sino que, por el contrario, se ha convertido, por fin, en un estadista.

Si llega a reconocer lealmente a la oposición y deja de insultarla y es capaz de llegar a acuerdos para salvar al país de la violencia impune y de la falta de todo, impulsando la paz con justicia en un gobierno de concertación nacional en el que quepan los intereses legítimos de los diversos integrantes del país, y se excluyan los intereses de grupos a costa del interés general, y se coloque al pueblo en el centro de todo, como sujeto y no como ahijado, si llega a tanta grandeza de espíritu no es un traidor a la patria sino un verdadero gobernante que se deja guiar por el bien del país.

Si la oposición no se centra en derrocar a Maduro para que llegue por fin su turno, sino que se eleva a dejarse medir por el tamaño del reto de la hora que son los problemas urgentísimos y estructurales del país, que son la violencia, la falta de producción y productividad, la opacidad del Estado y la carencia de institucionalidad, no está traicionando nada, sino que se está convirtiendo a lo que es la auténtica política.

Si la oposición no se centra en sus maquinarias, en darles un puesto en el que haya, sino que llega por fin a ser auténtica representante del pueblo venezolano, representante, pues, de sus necesidades y de sus potencialidades, ambas desatendidas, no está perdiendo la ocasión de su vida, sino está ganando su razón de ser.

Si cada funcionario, desde el Tribunal Supremo de Justicia hasta la Guardia Nacional, pasando por las Fuerzas Armadas hasta los funcionarios de cada ministerio, dejan de ser la voz de su amo y se dedican por fin a ser lo que dice la Constitución, no traicionan a los suyos, sino que dejan de ser una mentira viviente y reviven el Estado muerto y lo resucitan para el servicio responsable a los ciudadanos de cualquier color político.

Si cada ciudadano deja de aprovecharse de esta situación anómica de absoluta impunidad y no piensa solo en salvarse a sí mismo de la debacle, sino que se aplica a vivir con dignidad y con toda la productividad posible, y a exigir al Estado y a los partidos que cumplan su papel y no actúen como dueños y señores del país, y se aplica a crear una opinión pública clara y rotunda al respecto, no está perdiendo la ocasión y metiéndose en lo que no le importa, sino ejercitando su responsabilidad ciudadana y obrando como persona digna.

¿Qué pide la conversión a la condición de hijos y hermanos?

¿Qué pide específicamente la conversión a la condición regalada de hijas e hijos de Dios y de hermanas y hermanos de todos?

Ante todo, no morirnos de angustia por la situación. Si estamos en manos de Papadios y él es la vida de nuestra vida, nada podrá separarnos de ese amor, ni siquiera la violencia criminal. No estamos solos, no estamos abandonados. Dios está conmigo queriéndome con todo su amor de Padre con entrañas de madre. Puedo estar pasando hambre, puedo estar enfermo sin adecuada atención, puedo estar matándome a trabajar en bien de los demás y sin recibir un salario que me cubra lo mínimo, puedo haber sido asaltado varias veces; pero la relación de Dios conmigo no cesa y está en cada trance dándome vida, energías, paz y amor. Dios no es una póliza de seguros ni un chaleco antibalas; pero su compañía da vida y humanidad. Ante todo Dios me invita a vivir como hija o hijo suyo y me da fuerza para vivir siempre en su compañía. Esa es la conversión radical a la que Jesús me invita. Me posibilita ser hijo de su Padre, llevándome siempre en su corazón y constituyéndome así en hijo en el Hijo.

Esta compañía pacificadora se puede decir que es imprescindible en la Venezuela actual, si queremos vivir en paz en esta guerra que nos tienen montada el hampa y el Gobierno.

El segundo elemento de la conversión que se nos pide en cuaresma es, podemos decirlo, la conchita de mango de la condición de hijo que se nos regala. Porque si somos hijos del Padre común, somos hermanos de todos y no podemos excluir a nadie, ni siquiera a uno solo. Esto es lo más difícil, pero también lo más liberador en esta Venezuela polarizada. Solemos decir que Dios odia al pecado pero ama al pecador. Lo mismo tenemos que hacer nosotros. Nos podrá parecer pésimo lo que hace alguien, pero si lo asumimos como hermano trataremos no que desaparezca, sino que se componga. Buscaremos lealmente su bien. Los cambios que le exijamos serán para que se rehabilite, no simplemente para que pague todo el mal que ha hecho. Lo mismo podemos decir si es de nuestra tolda o nuestro socio. No le pasaremos todo porque es de los nuestros y no hay que dar armas al enemigo. Como queremos su bien, le reclamaremos y le pediremos cuentas, incluso ante tribunales. Porque queremos su bien verdadero y no buscamos la conchupancia con él. Lo mismo podemos decir si es un desconocido, uno que no es de nuestro mundo, de nuestra clase, de nuestra institución. No lo dejaremos de lado porque es nuestro hermano desconocido. Lo tendremos en cuenta en nuestros planes.

Papadios nos ayude a ver esta conversión que nos pide y nos posibilita, a través de su Hijo Jesús, como algo buenísimo para nosotros, como lo más positivo que podemos hacer, como nuestra salvación como personas, como instituciones y como país. Así llegaremos a saborear la Pascual: el paso a la vida plena y definitiva.

 

 

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