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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

A la Señora

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Por Rogelio Suárez | @rogeliosuarez

Foto archivo WEB

¿Cuántos sábados? ¿Cuántas mises? ¿Cuántas galas? Muchos. Muchas. Todo eso está en una parte del “CPU” de mi memoria. Se nos caerá la cédula y a lo mejor hasta cursi me pondré. Tomaré esos riesgos propios de quien se expone, habla o escribe. Lo otro es el silencio pasivo. No necesitó ponerse “buenota”, tipo 90-60-90, tenía algo mejor: elegancia, personalidad, seguridad y, sobre todo, elocuencia. Así fue esa Señora que a cada rato se metía en mi vida. Claro, no existía “cable”, ni televisión por satélite. Solo los 4 canales de rigor.

Los sábados no había escapatoria. Si los panas no pasaban por mí a jugar metras, trompo, petacas, emboque, muñecas (yo jugaba… tengo 3 hermanas) solo había un camino: Venevisión. El canal con mejor nitidez y un sábado lleno de música, magia y artistas. Ahí estaba ella con su esplendor. Esa inolvidable voz con un “carrasposo” seductor.

Ni hablar de aquella cosa que paralizaba al país. El miss Venezuela. Su simpatía y dominio de escena opacaba aquellos diminutos trajes de baño o los vistosos trajes. El “one – two” que hacía con el maracucho Gilberto Correa nos entretenía y nos disponía a disfrutar de un espectáculo de alta factura. Nada que envidiar a alguno en el Madison Square Garden o el Carnigie Hall en los Estados Unidos.

Una televisión quizá un poco “acartonada” pero definitivamente muy lejos de la chabacanería por un lado y la propaganda política por el otro, que hoy padecemos los que solo contamos con señal abierta. No por falta de plata para pagar lo poco por un servicio de televisión privada, sino por la deficiencia tecnológica en general a la que está sometida el país.

Una Venezuela que quedó atrapada en el siglo XX y que se niega a dar el salto hacia los nuevos tiempos de un mundo globalizado. Unos televidentes que claman por contenidos de calidad. Que dejen algo en el “CPU” de la memoria y se traduzca en acciones propias de una ciudadanía éticamente responsable.

Un abrazo en la eternidad. Permítame con todo respeto un beso, señora Carmen Victoria.

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