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Volvió el tirano

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Foto. Archivo Web

Por Noel Álvarez            

En días recientes llegó a mis manos uno de esos libros que, al analizarlo, se siente un interés y una pasión por cualquier debate relacionado con los límites del humor, sobre todo, en tiempos de incertidumbre política y económica, ya que resulta muy curioso que cohabite la dictadura de lo políticamente correcto, “esa que hace que prácticamente cualquier broma que se salga un poco de tono ofenda a alguien”, con situaciones tan curiosas como que Hitler sea el protagonista de infinidad de memes desarrollados en Alemania, luego que el escritor Timur Vermes escribiera un libro, publicado en 2013, con más de dos millones de ejemplares vendidos.

La obra fue llevada al cine alemán en una comedia con mucho éxito y que parte de una cuestión sencilla: ¿qué pasaría si Hitler regresara a la Alemania actual? El Führer resucita en un país en el que ya no hay cañonazos de guerra, Ángela Merkel lleva el timón de una próspera nación, donde conviven diferentes razas en una sociedad multicultural afianzada. Todo parece distinto a como lo dejó… “¿Todo?”, se pregunta el director alemán David Wnendt en esta comedia.

Hace tan solo unos años nadie habría podido pensar que los alemanes eran capaces de reírse de su pasado más traumático con semejantes dosis de acidez y humor negro. De nuevo está Hitler en los cines, pero esta vez no encarna al propio tirano y sanguinario sino a una caricatura política trasnochada que otorga al espectador una patada ética por cada carcajada. “Hay un ambiente de ira que me recuerda a 1933, solo que entonces no existía una palabra para expresar el desencanto con los políticos”, dice el dictador en un momento de la película.

“Ha vuelto”, es el nombre de la obra del periodista alemán y ha sido todo un éxito editorial. Es la primavera de 2011, Hitler se despierta en mitad de un descampado del centro de Berlín, junto al lugar donde se situaba su búnker. “¿Una pausa en los combates?”, se pregunta.  No recuerda cómo ha llegado allí, pero le llama la atención el silencio: no hay bombardeos, no siente el olor a gas del bueno, ni el ajetreo propio de los últimos días de la II Guerra Mundial.

No hay símbolos nazis, reina la paz, las calles están invadidas por extranjeros, y Alemania está gobernada por una mujer. Tiempo después de su caída, el resucitado Hitler triunfa en la televisión como perfecto imitador del Führer, un cómico genial. Para no perder la costumbre mata a un perro suscitando el repudio de los alemanes. ¿Qué mal podría hacer hoy Hitler? Esta disparatada historia está contada por él mismo, un hombre que analiza tenazmente su entorno.

Vestido aun de uniforme, el dictador comienza a pasear por una ciudad que él no reconoce pero que sí lo reconoce a él. Amparado por un vendedor de periódicos que lo encuentra como un pordiosero, Hitler comienza una vida digna hasta que es fichado por un joven productor que lo convierte en una estrella de la televisión. La crítica especializada señala que “Timur Vermes ha logrado algo inimaginable con esta sátira feroz, y es que nos riamos no ya de Hitler, sino con él”. ¿Es posible algo así? ¿Está permitido por el dictador?

En las primeras de cambio, el Führer debe atender a su propia supervivencia: sin documentación, busca a su amada Eva Braun y no la consigue, tampoco tiene un lugar de residencia y, sobre todo, vestido de uniforme militar del Tercer Reich, lo que todos toman por un disfraz. Pronto comienza a sentirse cómodo en su nuevo empleo y dispara los índices de audiencia con sus intervenciones. El dictador aprovecha el primer momento para articular un mensaje populista que no suena tan lejano en Latinoamérica.

Al final la sociedad acaba tomándole cariño a este dictador fantoche que sostiene en todo momento, sin éxito, que él es el verdadero Hitler.  En la película se encuentran escenas reales de las reacciones de la gente cuando se encuentra en persona con el Führer, y hay de todo: caras de sorpresa, bromas, turistas a su alrededor para hacerse un selfie, y hasta alemanes que no tienen reparos en saludarlo con el brazo en alto. Los hay peores, como cuando una vendedora de salchichas comparte sus opiniones racistas con el dictador. Según ella, si hay extranjeros en Alemania es porque el país aún carga con la mala conciencia de la II Guerra Mundial. “Hace falta más mano dura”, le espeta un joven al dictador.

Fuente: Movimiento Político GENTE

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