Pedro Trigo SJ
La tesis es que en Venezuela hemos pasado de un régimen totalitario a una vulgar dictadura decimonónica, o, si preferimos llamarlo así, a una tiranía.
Quisiera comenzar diciendo que escribo con mucho dolor, con más dolor que indignación. Ante todo, porque lo que está pasando es muy malo para el país y el país somos todos y por eso nos afecta muy profundamente; pero además porque también son mis hermanos los causantes de esta tragedia y quiero que caigan en cuenta del mal que están causando y vuelvan sobre sí[1].
Las dos raíces del totalitarismo chavista
Este régimen comienza siendo totalitario, sobre todo por dos motivos. El primero, que Chávez, el caudillo, tomó la presidencia de la república con una ideología militar según la cual, el Presidente de la República, era para él como el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, en el sentido preciso de que tenía que ser obedecido de modo no deliberante. Esta manera de entender la conducción del país, asimilándola a la de las Fuerzas Armadas, es absolutamente incompatible con la democracia.
Entró a gobernar con esta concepción, pero no la pudo aplicar con toda consecuencia sino a medida que tuvo el control de todos los poderes y, sobre todo, de la opinión. Fue tan obvio para todos que el presidente ejercía la Presidencia de la República como Comandante en Jefe, es decir, que ése era su talante, que lo empezaron a llamar comandante, hasta que en la última década todos los suyos, tanto los funcionarios como la gente popular, terminaron llamándolo así. Y, obviamente, no era un insulto sino un reconocimiento y él lo recibía de ese modo.
Es el bonapartismo, que es el modo como el estudioso de nuestra política, Juan Carlos Rey, caracteriza al régimen chavista [2]. Por eso todo lo que planteó fueron misiones, campañas, batallas. Como el enemigo principal era interno, aunque las ganara todas, siempre perdían venezolanos, en definitiva, siempre perdía Venezuela. Ésta es la tragedia, que él no tuvo en cuenta, porque en una guerra lo imperativo para el que la vive como contendiente es vencer. Pero gobernar no es hacer la guerra ya que el gobernante es mandatario de todos los venezolanos, es decir su representante, que por eso tiene que responder ante ellos, incluso administrativa y penalmente, no el que está sobre ellos mandando no deliberantemente.
Hay que señalar, y es importante hacerlo en esta coyuntura, que esta ideología militarista no viene determinada por ser militar de carrera ya que durante toda la democracia y aun antes ha habido militares que han distinguido el modo de relaciones característico de las Fuerzas Armadas del de la sociedad civil, donde está ubicada la política y en concreto la estructura democrática. También se puede señalar el caso de políticos que se relacionan dentro de su organización de modo caudillista, dificultando o impidiendo la verdadera democracia, aunque subsistan las formas[3].
Decíamos que Chávez fue obrando cautelosamente hasta lograr el control de la opinión. Ese control lo obtuvo por hegemonía, pero no en el sentido democrático sino al modo del líder carismático. Hegemonía significa, en el sentido original aristotélico, que los dirigidos perciban que sus intereses están representados en el interés del que gobierna porque en definitiva es parte de ellos[4]. Además, el modo como hace ver esta coincidencia de fondo y que legitima la representación es el diálogo: la propuesta limpia de lo que propone y actúa, y el examen por parte de los representados y la discusión abierta y franca, orientados todos por la honradez con la realidad. Ésa es la hegemonía democrática.
En cambio el líder carismático, según la concepción clásica de Max Weber[5], encanta a las masas de tal manera que en su entusiasmo siguen al líder, abandonándose a él. Así, inconscientemente para ambos [6], el líder se los traga, de manera que él es la patria y que todos son él. Así fue el liderazgo de Chávez. Por eso pudo decir y dijo que él era la patria y por eso cundió el slogan “yo soy Chávez”, “todos somos Chávez”. Realmente tuvo una capacidad de encantamiento de dimensiones desconocidas en nuestro país y que apenas tendrá paralelos en la historia republicana de Nuestra América[7].
La segunda fuente del totalitarismo fue la adopción del modelo revolucionario cubano. Puede discutirse si ya estaba en su mente desde el comienzo, por sus encuentros sistemáticos con la parte más ortodoxa del Partido Comunista, con la que se reunía sistemáticamente durante la década que duró la conspiración, que incluyó dos intentos de golpe de Estado y que acabaría llevándolo al poder electoralmente, o si fue arrastrado a ese modelo tras el paro patronal, el golpe de Estado y la huelga petrolera. De todos modos, hay que reconocer la responsabilidad de los dueños de los principales medios de comunicación y de los grandes empresarios, obviamente que no todos, en ese corrimiento de la política de Chávez. Aunque en definitiva la última responsabilidad la tuvo él.
Lo cierto es que él llegó a creerse el hijo, el sucesor, de Fidel, en el sentido preciso del que ocuparía su lugar en América Latina[8]. Y también lo es que Fidel alentó esa percepción con la finalidad o al menos con el resultado del apoyo masivo del gobierno chavista al gobierno cubano y de la cubanización del gobierno venezolano.
Toda revolución, al pretender que todo lo anterior había sido negativo y que con ella comienza la positividad política[9], es totalitaria. Y esa percepción negativa de nuestra historia, incluida la democracia, la inculcó Chávez sistemáticamente. En efecto, ese corte con la historia y ese nuevo comienzo, que distorsiona completamente la realidad y en concreto que distorsionó nuestra historia republicana, sobre todo, la de la democracia[10], trae como consecuencia que los revolucionarios son el verdadero sujeto político y que los demás ciudadanos son o adherentes que tienen que ser moldeados por la revolución para que se conviertan en sujetos de ella y por tanto, según su percepción, en personas positivas, o personas neutras que tienen que ser reeducadas por el Estado porque ellas son incapaces de ver lo que les conviene y de ponerlo en práctica, o enemigos porque por su obcecación o por defender sus intereses, que en el fondo para ellos es lo mismo, se oponen a la revolución.
Esta manera de entender la historia y la política trae como consecuencia que, bajo cualquier fachada política, el Estado no sea democrático. Ante todo, porque no es responsable: si con él empieza todo, no tiene sentido la rendición de cuentas[11]. Si, como en el caso venezolano a causa de la hegemonía carismática del líder, eso se puede llevar a cabo con elecciones y parlamento, mejor. Pero lo fundamental no es la forma sino la conducción revolucionaria, que no es deliberativa. Por eso no es democrático. Las deliberaciones quedan, en el mejor de los casos, para el comité central del partido, aunque, si hay carisma, como es el caso venezolano, el jefe lo resuelve todo[12]. Por eso Chávez tuvo claro que tenía que copar el parlamento para asegurarse el control de todos los poderes. Y eso fue lo que hizo. Una vez logrado, todo se hacía con fachada democrática, pero el parlamento no era ningún foro de discusión abierta sino el modo de bajar la línea del jefe y de elegir los cargos para los demás organismos del Estado, no a personas aptas, moralmente solventes e independientes, según el mandato constitucional, sino peones del jefe[13].
El momento en que se evidenció que las elecciones eran pura fachada y absolutamente nada más, fue cuando Chávez propuso el referéndum para la reforma de la Constitución en el sentido de Cuba. Chávez perdió el referéndum (2007). Pero, como no era demócrata, implementó, mediante decretos presidenciales, todo lo que le había sido negado en el plebiscito. Con esto quedaba probado que su contacto con el pueblo era sólo para convencerlo: para bajar la línea, según la jerga marxista. Se probó que no era una interlocución abierta en la que él pudiera rectificar obedeciendo su parecer. Él, como comandante en jefe y como líder de la revolución, tenía la primera y la última palabra. Al pueblo le correspondía entrar por su camino. No había más camino. Totalitarismo puro y duro.
Totalitarismo: imponer un modelo total
Así pues, lo fundamental del totalitarismo es imponer un modelo no sólo político sino económico e ideológico, un modelo total que moldee a las personas y a las instituciones y a toda la fisonomía del país. “El totalitarismo es un sistema en el cual el liderazgo centralizado de un movimiento de élite esgrime sin limitación los instrumentos tecnológicamente avanzados del poder político, con el fin de promover una revolución social de carácter total, incluido el condicionamiento del hombre, sobre la base de ciertos supuestos ideológicos arbitrarios proclamados por el liderazgo, en una atmósfera de unanimidad impuesta a toda la población”[14]. Descriptivamente Friedrich propone los siguientes elementos: “una ideología oficial, un partido único de masas, un monopolio casi total y condicionado tecnológicamente de todos los medios de combate armado eficaz y de comunicación masiva eficaz, y un sistema de control policial terrorista”[15]. Un programa característico de un régimen totalitario que cumplió Chávez a cabalidad es el que pone Juan Carlos Rey, citando a Neuman: “además contar con el monopolio de la coerción y con el respaldo popular, como ocurre en el bonapartista, necesita además “controlar la educación, los medios de comunicación y las instituciones económicas y engranar así el conjunto de la sociedad y de la vida privada del ciudadano con el sistema de dominación política” (Neumann [1968]: 221)” (oc).
Para Aron, lo fundamental es también el partido único con los mismos propósitos que los anteriores: “el monopolio de la política reservada a un partido, la voluntad de imprimir la marca de la ideología oficial en el conjunto de la colectividad, y, en fin, el esfuerzo por renovar radicalmente la sociedad que tiene como culminación la unidad y fusión definitiva de la sociedad y el Estado”[16]. Es claro que hacia eso nos quiso llevar Chávez. Pero, como hemos indicado, la diferencia es que él personalmente comandaba a las Fuerzas Armadas, él era el poder y no ellas, como cuerpo, ni la policía; ni tampoco el partido[17], que no era más que correa de trasmisión de sus dictados. Esta soledad del hombre fuerte al frente de todo es para Arendt la marca de los totalitarismos. Chávez podía exclamar como Hitler: “El destino del Reich depende solamente de mí”[18]. Madueño cita una expresión muy significativa de Chávez: “Ustedes guiarán el gobierno que no será el gobierno de Chávez, porque Chávez es el pueblo. Será el gobierno del pueblo” (En Ramos, oc 60). Así lo dice también Guerrero: “de esta realidad móvil, no simple, lo que ha resultado es una concentración y centralización del ejercicio del poder real y del poder simbólico en una sola persona. Al Presidente Chávez le ha tocado ese rol, por ser la personalidad relevante en el proceso desde 1992”[19].
Para Arendt la aquiescencia de las masas es absolutamente imprescindible para que haya totalitarismo porque no es cierto que el régimen se sostiene sólo por el copamiento de todos los poderes y por tanto por la imposibilidad física de arbitrar una alternativa. Estamos de acuerdo con esta apreciación; pero no en la caracterización de esta masa como el populacho carente de toda calidad[20]. Creemos que esta dejación de la propia responsabilidad y esa ebriedad del poder, al seguirlo como un solo hombre siguiendo al líder, acontece en personas de cualquier clase social. Estamos de acuerdo en que cuando se da, el hecho “demuestra que la transformación de las clases en masas y la concomitante eliminación de cualquier solidaridad de grupo eran la condición sine qua non de toda dominación total”[21]. En el caso de nuestro país, al comienzo la conducción de Chávez no creo que masificó sino que por el contrario, politizó, en el sentido preciso de llegar el pueblo a tomar entre manos las cuestiones del país y en concreto la gestión del Estado, deliberando sobre ella y evaluándola. Después de la crisis del 2002 y a medida que se afianzaban las misiones, la conducción se fue tornando más ideologizada y más monolítica hasta llegar a la implementación del referendum que perdió, con lo que se puso al descubierto que su política sobre el país no era democrática y que su tiranía iba en la dirección totalitaria.
Una característica del conductor totalitario que pone de relieve Arendt ha seguido impertérrita en el régimen chavista hasta hoy: “La calificación principal de un líder de masas ha llegado a ser una interminable infalibilidad; jamás puede reconocer un error”[22]. En el chavismo el problema viene siempre de la guerra del imperialismo y el fascismo y de los vendepatrias criollos; nunca proviene de ellos.
En el totalitarismo, la Constitución y las leyes tienen dos fases distintas: en la primera parece arribarse a una nueva legalidad, pero poco a poco se echa de ver que las leyes no son importantes. En la Alemania nazi se respetó la constitución de Weimar y en Rusia se hizo una nueva constitución, como en nuestro país, donde se dio un proceso constituyente realmente participativo y muy cualificado, aunque en último término todo lo rehízo Chávez a su regreso de China; pero de hecho lo que funcionó fueron los dictados del Jefe. La constitución, dice Arendt, “fue completamente marginada, pero jamás abolida”[23].
Hay otro paralelismo de la Alemania nazi, con nuestra situación: la duplicación de organismos, en nuestro caso cuando el puesto está en manos de un opositor[24]. Y otra mayor: el que la administración fuera líquida, para usar el término de Baum: en nuestro caso los ministros y otros funcionarios relevantes están constantemente rotando y apenas duran en su cargo, por lo que no pueden hacerse cargo y encaminar solventemente su ministerio. De este modo no se llega a un nuevo establecimiento sino que se mantiene el “movimiento”[25].
A este “movimiento” contribuye también el arte de la mentira, tanto para mantener a los simpatizantes y aquietar a la opinión pública internacional, como para asegurar la supremacía en el uso del poder[26]. Arendt habla de “una permanente y consecuente discrepancia entre las palabras tranquilizadoras y la realidad de la dominación, desarrollando conscientemente un método de hacer siempre lo opuesto de lo que dicen”[27].
Al movimiento perteneció, como una dimensión constitutiva, la lucha mundial contra el imperialismo y la expansión del movimiento a toda la América Latina. Chávez nunca estuvo confinado a Venezuela[28].
Las formas democráticas (separación formal de poderes, algún canal de opinión libre, algún tipo de protesta) pueden mantenerse en tanto sean buenas conductoras de ese modelo (como en los totalitarismos mesiánicos) o en tanto se las pueda obligar a servirlo en último término, ya que es más factible mantener esa dirección, en definitiva, ese modelo, de manera que haya varios canales que si el canal es único. Ya que en este último caso se evidencia más su carácter totalitario y provoca más resistencias. Por eso en general los totalitarismos han conservado las formas democráticas, es decir los distintos organismos de gobierno (poder ejecutivo, legislativo y judicial), pero carentes totalmente de independencia.
Para que se comprenda mejor lo que decimos, tomemos otro caso de totalitarismo: el de la dirección dominante de esta figura histórica globalizada[29]. Esta dirección es comandada por las corporaciones globalizadas y, en el fondo, el capital financiero. Es una dirección totalitaria porque todo lo enfocan a su modelo y a su propuesta, que no es mera propuesta sino imposición no deliberativa y con todas las consecuencias, incluidas las vidas humanas sacrificadas masivamente. Y se sirven de todas las instituciones para logarlo, mediatizándolas y por tanto vaciando la democracia. Lo fundamental para ellos es que rija sin contrapeso el esquema de la seducción de las mercancías y la imposición del sistema mercantil, que tendencialmente se equipara al mundo ya que se extiende progresivamente a todo: todo se oferta, no sólo cosas sino el éxito, la salud, los amigos, la paz, hasta Dios y el amor y la posibilidad de orbitar la tierra y la posibilidad de supervivencia cuando se vea cómo revertir la muerte. Pero el mercado no es libre: es oligopólico. Ahora bien, cada vez más la primacía no la tienen las corporaciones globalizadas, digamos los fabricantes, sino los grandes financistas y ellos en definitiva dominan por el miedo que causa la amenaza de no invertir o de que baje estrepitosamente la bolsa y todo se hunda. Ante esta amenaza de que “los mercados han perdido la confianza” (en realidad los grandes inversores, muy pocos, en definitiva), los políticos ceden a todas sus exigencias: bajan los impuestos directos y desregulan el mercado de trabajo y acaban con los restos de la seguridad social. Estamos, pues, ante un sistema totalitario, más aún, fetichista, ya que vive de víctimas: millones de víctimas, y no para instaurarse sino permanentemente[30]. Es inflexible en lo que tiene que ver con el modelo; pero extraordinariamente versátil en todo lo demás, para que no se polarice la opinión en torno a lo férreo de su imposición y las consecuencias, no sólo deshumanizadoras sino atentatorias contra la vida.
Ahora bien, respeto de este último punto tenemos que confesar que la postura personal de Chávez chocaba frontalmente contra el atentado directo contra vidas humanas, característica masiva de los totalitarismos históricos, como el de Stalin y el de Hitler[31]. La razón es que él empezó a insurgir contra el régimen a la vista del caracazo. El que el ejército fuera usado en gran escala para reprimir a la población a sangre y fuego lo llevó a la determinación de planear otro orden de cosas en que eso no volviera a suceder. Sus sucesores se han visto implicados en casos de asesinatos, sobre todo por parte de colectivos y, más todavía, de las OLP, y, sobre todo, de detenciones sin juicio ni crimen en condiciones inhumanas y atentatorias contra la salud mental y la vida. Aunque lo que logró el terror en los regímenes totalitarios lo está logrando en éste de Venezuela, el hambre y la falta de medicinas, la falta de trabajo productivo y de dinero y la inseguridad impune, ya que somos el país más violento del mundo.
La incapacidad minó el proyecto alternativo
En nuestro caso venezolano quiero asumir la advertencia de Hannah Arendt en el prólogo a la tercera parte, de la tercera edición de su obra Los orígenes del totalitarismo, que tiene por título Totalitarismo[32]: “Lo que en nuestro contexto resulta decisivo es que el Gobierno totalitario resulta diferente de las dictaduras y tiranías; la capacidad de advertir esta diferencia no es en manera alguna una cuestión académica que pueda abandonarse confiadamente a los ‘teóricos’, porque la dominación total es la única forma de gobierno con la que no es posible la coexistencia. Por ello tenemos todas las razones posibles para emplear escasa y prudentemente la palabra ‘totalitarismo’”[33].
Desde esta sana advertencia tenemos que reconocer que, aunque la pretensión de Chávez era totalitaria, no llegó a serlo de hecho. Mientras se mantuvo la bonanza petrolera y el carisma del líder, la propuesta totalitaria fue ganando terreno a la medida de su capacidad para configurar lo que decretaban. El problema fue que esa capacidad brilló por su ausencia[34]. En los primeros lustros de su existencia, la revolución cubana pudo alardear de sus éxitos en salud, educación, seguridad y atletismo y con ello contrapesaban las acusaciones que les hacían de encuadrar tan férreamente a la población. Sin embargo, la revolución de Venezuela no conoce más éxito que el de la propaganda y el de la capacidad de destruir el aparato productivo, la institucionalidad y la cohesión social[35]. El primero, pura imagen que enmascaraba la realidad, y el segundo, un éxito miserable ya que el contenido es destruir, no construir. Aunque también subraya Arendt respecto de la URSS que “el resultado de la deskulakización, la colectivización y la Gran Purga no fue ni el progreso ni la industrialización rápida, sino el hambre, las caóticas condiciones en la producción de alimentos y la despoblación (…) los métodos de dominación de Stalin lograron destruir toda medida y capacidad técnica que el país hubiese adquirido”[36].
Esa incapacidad ha sido tan notoria, que lo único que han sabido hacer es ocupar espacios, no desarrollar procesos productivos y humanizadores[37]. Pero espacios vacíos, sin vida, sin convivencia, sin producción. El caso más significativo son las manifestaciones. Me he cruzado cientos de veces con los funcionarios que van a la marcha porque les toman lista, obligados, y por eso van sin hablar, sin mirarse, sin marchar, sin ningún entusiasmo, sin ninguna causa. Sólo van, y en cuanto pueden se van. Se ocupa la calle, pero no sucede nada. Una vez sentí tanta pena ajena que estuve por meterme en el exiguo grupo que en Miraflores estaba debajo de la tarima del Presidente Maduro, que hablaba. Era notorio que no escuchaban. La mitad de la plaza de Miraflores, hacia la salida, estaba ya medio libre por los que se iban yendo, en la Urdaneta la gente se iba hacia la Baralt o la Sucre o conversaban o algún grupo bailaba. Entre tanto el Presidente seguía hablando en la avenida a través de unas pantallas gigantes y no lo escuchaba nadie. Es el símbolo de todo lo del gobierno: ocupan todo el espacio, impiden que otros lo ocupen; pero no pasa nada, no hacen nada, no hay ninguna alternativa; ni siquiera indoctrinación.
El resultado de esta ocupación, no sólo de espacios físicos sino, sobre todo, de todos los poderes, no sólo los pautados por la constitución sino fuerzas de choque fascistas[38], es el desánimo de la gente, que se puede confundir con pasividad, pero que es impotencia. Dice Arendt respecto de la URSS: “Un interesante informe de la OGPU, que data de 1931, subraya esta nueva ‘completa pasividad’, esa horrible apatía que produjo el indiscriminado terror contra personas inocentes”[39]. Insistimos en que en nuestro caso no es apatía sino impotencia, aunque también perplejidad, por lo que resulta decisivo ayudar a los conciudadanos a que tomen conciencia clara y distinta de lo que pasa y de las verdaderas alternativas y no menos del camino hacia ellas, que pasa por la no resignación, aunque también por no meterse en la misma vía del gobierno de actuar por la fuerza sino ir agrupándose a diversos niveles para tomar la vida en sus manos.
En la dictadura no hay proyecto, sólo poder para dominar y enriquecerse
Pero como el vacío no se sostiene, el espacio se va ocupando, no ya en nada alternativo sino en pescar cada quien, en esas aguas revueltas, es decir en la discrecionalidad, opacidad e impunidad absolutas. En primer lugar queremos insistir que la diferencia entre la dictadura y el totalitarismo consiste en que aquélla trata de congelar lo existente para mantenerse en el poder, mientras que éste trata de subvertirlo todo: “A diferencia de la mayoría de las dictaduras antiguas y actuales, los movimientos totalitarios que detentan el poder no pretenden congelar a la sociedad en el status quo; por el contrario, su objetivo es institucionalizar una revolución en la cual la amplitud y a menudo la intensidad crecen a medida que el régimen se estabiliza en el poder”. “El objetivo de las dictaduras es impedir que la historia marche a la par de los tiempos”[40]. Es claro que Chávez se propuso cambiarlo todo y reconfigurar a las personas de tal modo que se llegara a instaurar una nueva Venezuela: “la patria bonita”. Estas consignas son cascarones vacíos. No sólo no han construido nada nuevo, sino que han llevado a los venezolanos a un grado de postración inédito en la Venezuela moderna: no hay alimentos ni medicinas ni dinero ni seguridad ni cohesión social ni esperanza.
Como no ha funcionado ningún proyecto, lo que se propone sirve únicamente para repartirse el presupuesto. Se dice no al comercio; las alternativas, desde las distintas cadenas de distribución, todas bolivarianas, hasta los Claps sirven para lucrarse los encargados, para dar a los suyos y para someter a los demás. Las horas perdidas en las colas son incalculables; pero como para una mayoría creciente no hay nada más que hacer, se les obliga a mendigar al gobierno. No hay pasaportes. Por tanto, se lo damos por quinientos dólares. Así pasa con cada vez más cosas. La Guardia Nacional se ocupa de requisar a los que circulan con algo o de cobrar a los agricultores para que no les roben la cosecha. Todo esto es tristísimo, pero lo que ya parece demencial es entregar cada día más parcelas del territorio nacional a bandas, que ocupan el territorio, desplazando al Estado o en complicidad con él, e imponen su ley, cobrando un impuesto mensual a vecinos, a los que no les alcanza para comer. La incapacidad del gobierno lleva a que todo se haya anarquizado y en primer lugar el propio Estado, en cuyas dependencias cada vez funcionan más las cosas por los caminos verdes, es decir pagando al funcionario, y con cuenta gotas. Las cárceles son el espejo de esta inversión total: los que mandan son los presos, obviamente que los más peligrosos, se organizan como bandas, que son la autoridad efectiva y cobran por imponer su orden y desde ellas, con una seguridad absoluta, realizan todo tipo de extorsiones. Y todo, con la anuencia de las autoridades centrales, que increíblemente exhiben internacionalmente este infierno como un tremendo logro, y la complicidad de los funcionarios. Este estado de cosas lo plasma Sanz con estos términos: “La desideologización y despolitización del proceso global de organización de la población, que ha dado origen a prácticas chantajistas y aberrantes, profundamente deformadoras de la participación política del pueblo. A esto debe agregarse una tendencia a la desmoralización ante el fracaso recurrente de organizaciones que nacen y desaparecen sin explicación de ningún tipo, casi como un proceso natural que nadie controla, explica o evalúa”[41].
Así pues, ya se ha abandonado cualquier proyecto alternativo. De la revolución no existe ni la sombra. Pero subiste el copamiento del espacio por parte del “proceso” para lucrarse, es decir, mafiosamente. Si no hay ya ninguna pretensión alternativa, no hay totalitarismo. Pero si la anarquización está copada por el gobierno, que se lucra de ella e impide cualquier vía alternativa, y sobre todo que funcionen los mecanismos institucionales, que son los canales de la democracia, ante todo las elecciones, pero también la Asamblea Nacional, es que estamos en una dictadura.
Podemos calificarla así porque, aunque a nivel formal existen las instituciones, pero están copadas por el gobierno y las que no controla, las neutraliza por argucias, en contra de la Constitución. Lo típico de la dictadura es ponerlo todo en función, no de un proyecto comprehensivo, como el totalitarismo, sino del poder, del poder desnudo con el que dominan y se enriquecen. Como controla el espacio, no hay manifestaciones. Como la gente está hambrienta y enferma y amenazada siempre por la inseguridad impune ¿cómo se va a oponer al gobierno? Por eso la inmensa mayoría de la gente está en contra de él; pero él sigue controlando todos los espacios y desplaza sin contemplaciones a quien pretende ocuparlos. Es una dictadura.
En lo que esta dictadura es una vulgar dictadura decimonónica, algo, pues, muy inferior, muchísimo peor, a las que hemos tenido en el siglo XX, es en que éstas tenían una pretensión de echar adelante al país, al menos a nivel económico y con predominio indiscutido de los propietarios. Por eso ponían orden, controlaban drásticamente el crimen, con lo que se podía invertir con seguridad. Ésta se basa, por el contrario, en que la inmensa mayoría está contra el suelo y es exprimida sin piedad por los funcionarios y los aliados del gobierno. Su fortaleza se basa en que han debilitado hasta el extremo a la mayoría de los ciudadanos. Una dictadura miserable, abyecta, inhumana. En este sentido, peor que las del siglo XIX, que ya es decir.
Queremos recordar, porque nos falla la memora histórica, que en todas las dictaduras, menos en la de Castro León y la de Páez, han persistido las formas democráticas. Por eso ninguna se ha considerado dictadura. Pero nadie se ha engañado y sí las consideramos como tales. En todos los libros de historia se habla, por ejemplo, de la dictadura de Gómez. Y, sin embargo, había parlamento y elecciones y poder judicial. Así pues, el gobierno no puede esgrimir que existen esos poderes para decir que estamos en una democracia. Esos poderes están secuestrados y no creemos que se vayan a permitir unas elecciones limpias con la concurrencia de candidatos realmente de oposición, no capciosamente inhabilitados.
¿Qué podemos hacer?
Ante ese estado ¿qué podemos hacer? Ante todo, no plegarnos a esta anarquía, ante esta propensión a aprovecharnos de la situación, ante el mecanismo excluyente. Tenemos que conservar nuestra propia humanidad. Para nosotros no tiene que valer todo. No podemos aceptar entrar en esa guerra sin cuartel para acabar con el enemigo. No podemos vernos como el enemigo, como nos ve el gobierno. Tenemos que conservar, a costa de lo que sea, nuestra dignidad y tratar a todos con dignidad, hagan ellos lo que hagan.
Frente al “con la revolución todo y sin la revolución nada”, tenemos que colocar la polifonía de la vida, no reductible a esos esquemas simplistas. Tenemos que valorar cada nivel de la realidad y cultivarlo. Tenemos que seguir cultivando la convivialidad y tenemos que convidar a ella a todos, sin etiquetas. Tenemos que seguir cualificándonos y trabajar por hacer las cosas bien; tenemos que trabajar no sólo como medio de vida sino, más todavía, como modo de vida: de habitarnos a nosotros mismos, de poner a funcionar nuestras cualidades y de ayudar a los demás y prestar un servicio a la sociedad. En la familia tenemos que suplir con cariño lo que falta de pan. Y tenemos que hacer del grupo de trabajo una comunidad de solidaridad. Todo esto lo podemos hacer, a pesar del mal ambiente. Y gracias a Dios, no pocos lo hacen.
Aunque nos resulte muy cuesta arriba, tenemos que hacer verdad que “no sólo de pan vive el hombre”, aunque todos sintamos en esta hora que el pan es muy necesario porque tenemos hambre. Tenemos que probarnos a nosotros mismos que se pueden hacer muchas cosas sin dinero, o con poco, es decir que se pueden hacer más allá del mercado. Todo esto tiene que configurar una vida alternativa.
Si esto no se da, si no empleamos energías sustanciales en esta reconfiguración del sujeto y de la cotidianidad, no habrá ninguna posibilidad de una solución alternativa. Hay que decir que, gracias a Dios, esta subjetualidad y esta cotidianidad no se ha destruido del todo. Ni mucho menos. Impacta mucho a quienes nos visitan observar manifestaciones como las que hemos expresado. Son nuestro capital humano y tenemos que consolidarlo[42].
Pero no basta. Sobre esta base tenemos que volver a ocuparnos de las comunidades de base, de las de referencia y de las de solidaridad. Las primeras son las más difíciles porque, como dijimos, el chavismo tiene copado el terreno. Pero ya es hora de intentarlo, porque cada vez es más patente que están secuestradas y en gran medida rutinizadas, es decir que no existen como verdaderas comunidades. Y además mucha gente está muy quemada. Las que todavía existen van viendo que lo del gobierno es ya sólo rapiña, que en la realidad no hay ninguna propuesta alternativa, ningún plan verdadero, que casi no queda ya ni la fachada. Y que ellas no pueden seguir asociadas a ese megalatrocinio en que ha venido a parar una propuesta en la que creyeron y que los movilizó.
No se puede entrar con propuestas específicamente políticas porque eso es lo que está gastado y es muy pronto para intentar un recambio. Hay que entrar por la vida para salvaguardarla, tanto la vida física como su integridad humana y la convivencia destruida. Eso es lo que hay que rehacer. Desde lo que está a su alcance hasta soluciones más estructurales, haciendo ver que lo que propone el gobierno es en cada caso una versión más infeliz de lo que nunca ha funcionado. Y que sólo sirve para corromperlos.
Esto mismo hay que intentarlo en grupos de referencia y solidaridad a nivel de clase media. El objetivo es recrear la vida, tan disminuida, amenazada y escarnecida.
Desde ahí es que hay que formar el ambiente para que todos nos aboquemos a que haya alimentos y poder adquisitivo para adquirirlos y producción en el país con alta productividad, porque en cualquier otro caso nunca alcanzarán las divisas. Nos tenemos que poner de acuerdo para que eso se dé. Esto mismo respecto de las medicinas. Y respecto de la seguridad. Todo esto es tan decisivo que todo lo demás tiene que ser aparcado hasta después que se resuelva esto. En primer lugar, tiene que ser aparcada la política partidista. Si no entienden esto los partidos políticos, carecen de legitimidad, porque por su ceguera forman parte del problema y no de la solución. La política es legítima, pero ésta no es su hora. Ésta es la hora de lo que solemos llamar política con mayúsculas. En concreto, abocarnos todos a resolver estructuralmente, no mediante operativos que lo que hacen es correr la arruga, esos tres grandes problemas.
Para eso es necesario lograr un acuerdo nacional. Es importante insistir a los chavistas que el país los necesita y que para eso tienen que deslindarse de los ladrones ideologizados e ineficientes que están en el poder. En caso contrario, al uncir su destino al de ellos, caerán con el gobierno.
También es importante insistir públicamente a los militares que no se han corrompido ni ideologizado, que tienen que velar porque se respete la Constitución. Que eso no es un golpe de Estado, que el golpe de Estado lo viene dando sistemáticamente el gobierno. Es únicamente obligar al gobierno a que cumpla la constitución.
Los partidos tienen que atenerse a acompañar y, si es posible, liderar a la ciudadanía a lograr esos tres objetivos interconectados y a lograrlos, repetimos, estructuralmente, no mediante operativos que no resuelven nada. Cuando eso se logre, volverá la política partidista. Antes no tiene lugar. Ahora bien, los partidos tienen que tener muy claro que su legitimidad futura dependerá de su desempeño en este objetivo irreemplazable.
Notas:
[1] Para el discernimiento histórico de la situación venezolana desde la perspectiva cristiana, ver Trigo, ¿Cómo vivimos los venezolanos nuestra situación? Aportes para la acción social desde una perspectiva cristiana. Caracas: Centro Gumilla 2015. Un análisis de un historiador desde la perspectiva política, Urbaneja, La política venezolana desde 1958 hasta nuestros días. Temas de Formación Sociopolítica. Fundación Centro Gumilla/ Universidad Católica Andrés bello, Caracas 2015,110-163
[2] “5. El caudillismo carismático bonapartista como refuerzo del militarismo” En Militarismo y Caudillismo: Pilares del Régimen y de la República Bolivariana (publicado en la Revista Electrónica Investigación y Asesoría Jurídica, de la Asamblea Nacional de la República de Venezuela, publica en su 7ª edición, correspondiente a Enero de 2017: http://www.estudiosconstitucionales.com/REDIAJ/25-85.pdf). También Gurrero se hace eco de esta apreciación y concede que tiene visos de realidad, pero piensa que puede ser sólo una fase del proceso y señala cinco elementos de los que depende su superación o consolidación; el autor sí ve peligro (12 Dilemas de la Revolución Bolivariana. El perro y la rana. Caracas 2010,311-330)
[3] De eso se acusó a los fundadores de los partidos de la democracia, sobre todo a Rafael Caldera y Jóvito Villalba, aunque no tanto a Rómulo Betancourt, que sí dio paso a la siguiente generación
[4] Aristóteles, después de establecer que “gobernar a hombres libres es más noble y se aviene mejor con la virtud que gobernar despóticamente”, insiste que no tiene sentido que un pueblo vaya a la guerra para dominar despóticamente sobre otros: “El fin adecuado de las prácticas de entrenamiento militar no es que los hombres puedan esclavizar a los que no merecen la esclavitud, sino, en primer lugar, que ellos mismos puedan evitar ser esclavizados por otros; y luego para que puedan lograr una hegemonía en beneficio del pueblo sometido, pero no en orden a conseguir el dominio despótico de todo el mundo; y en tercer lugar para ejercer un domino despótico sólo sobre aquellos que merezcan ser esclavos” (Política, libro IX, cap, 14. Obras. Aguilar, Madrid 1982,963)
[5] Economía y sociedad. FCE, México 1964, I 193-197,214-217,356-364; II 847-856
[6] La manera como creemos que entendió Chávez su hegemonía es la que describe Aristóteles a propósito del rey. Es obvio que en la realidad no fue así, pero nuestra hipótesis es que él pretendió únicamente servir a sus súbditos y pretendió también que conocía su bien mejor que ellos: “El tirano no mira más que a su interés personal, mientras que el rey mira al de sus súbditos. El rey es, por definición, un ser completamente independiente y que excede a los demás hombres en toda clase de bienes. Un hombre así dotado no tiene necesidad de nada más; no podrá, pues, interesarse por lo que personalmente pueda serle útil, sino solamente por lo que pueda servir a sus súbditos. Sin esto no sería más que un rey designado por suerte. La tiranía es algo completamente distinto; el tirano no busca más que su propio bien. Está, pues, fuera de duda que la tiranía es la peor de las formas de gobierno” (Ética a Nicómaco, VIII,10).
[7] Ramos analiza en el contexto latinoamericano el liderazgo popular mesiánico de Chávez (La transición venezolana. Centro de Investigaciones de Política Comparada. Mérida 2002,20-30). Dice Guerrero, desde dentro del chavismo, “casi el único comunicador nacional creíble es Chávez en persona. Este hecho habla bien de Chávez, pero resulta un desastre político”. Cita la afirmación de Sader: “el único intelectual político de Venezuela es Chávez” y comenta: “Es una exageración, sin duda, pero sirve para aproximarse a nuestra realidad” (Oc ,281). Ver en el mismo libro el artículo de Madueño, El populismo quiliástico en Venezuela, 47-76
[8] Así lo dice fervorosamente él mismo (Elizalde/Báez, Chávez nuestro, Casa Editora Abril, La Habana, sin fecha, 365-3669)
[9] Para Ramos la figura de Chávez como “presidente personal”, se presenta desde el comienzo como “un nuevo poder que es asumido en el imaginario colectivo bajo las características de un poder innovador, popular mesiánico y revolucionario. De aquí que el mismo se presente primero, como liderazgo desarticulador del pasado político y articulador de un ‘nuevo comienzo’. Luego, como liderazgo popular mesiánico se encarna en el carisma de su titular, en la medida en que éste dice expresar -y encuentra un público cautivo que lo considera poseedor de ‘dotes excepcionales’- la soberanía del pueblo que sigue a su jefe, particularmente bajo la forma de séquito weberiano. Y, en fin, como liderazgo revolucionario, el mismo se presenta como el legítimo regime builder, que se pone a la cabeza de una proclamada ‘nueva’ república obedeciendo así a las aspiraciones políticas y sociales de cambio” (oc, 16-17). El rechazo del pasado y el nuevo comienzo lo desarrolla en las páginas17 a 20
[10] Para un balance de la democracia ver: Trigo, Cincuenta años de democracia: balance. ITER Humanitas 9 (2008)61-81
[11] Ramos, oc 335-37
[12] También Arendt, refiriéndose al régimen de la Rusia de Stalin señala “que su estructura grotescamente amorfa era conservada unida por el mismo principio del führer -el llamado ‘culto de la personalidad’” (Los orígenes del totalitarismo. Taurus, Madrid 1974,36)
[13] Es interesante para hacernos cargo de la coyuntura en la que nos encontramos que, por primera vez, una funcionaria de alto rango, elegida a dedo por el jefe, se ha atrevido a discrepar pública y frontalmente de él. En efecto, Luisa Ortega, Fiscal General, acaba de declarar que la sentencia de la Sala Constitucional que otorga al Presidente todos los poderes para subsanar el vacío de poder por la ausencia del poder de la Asamblea por desacato a la Corte, rompe el hilo constitucional
[14] Brzezinski, Ideología y poder en la política soviética. Paidós, Buenos Aires 1967,37. Belda, Modelo de sociedad. En Vidal, Conceptos fundamentales de ética teológica. Trotta 1992,685-687
[15] Id.
[16] Démocratie et totalitarisme. Gallimard, Paris 1965,92-93
[17] Juan Carlos Rey subraya esta ausencia del partido como aparato disciplinado y eficaz: “En el caso de Venezuela, el rasgo más importante que ha faltado ha sido la existencia de un partido de masas totalitario, con una adecuada ideología, y la estructura y organización propia de una partido de masas, pues es evidente que el MVR fue un partido típicamente electoral y personalista, sin una ideología ni una estructura adecuadas[17]. El nuevo PSUV, de acuerdo a los planes de Chávez, pretendería a responder a esa necesidad, pero no está clara cuál sería su ideología y su organización, y si en definitiva respondería al modelo de un partido del tipo totalitario” (oc).
[18] Oc 500
[19] Oc 308
[20] Oc 385-408
[21] Oc 36
[22]Oc 433
[23] Oc 486
[24] Oc 487-488
[25] Oc 486-498, 501; No hay derecho. SIC 792(mar 2017)50-51.
[26] La última fue antier, domingo, 2 de abril: “Como cualquier país, Venezuela tiene sus problemas y los resuelve en paz y constitucionalmente (…). Tenemos poderes públicos autónomos e independientes que no responden a los intereses del imperio. La única manera de solucionar los problemas del país es de forma soberana” (Ultimas Noticias, lunes 3 de abril, pg. 8)
[27] Oc 507
[28] Para Urbaneja ésta es “la razón de la revolución” (0c 117-118). Para Arendt es un aspecto infaltable en los totalitarismos: oc 503-504. Como confirmación de la pertinencia de la lucha antiimperialista y de sus efectos, ver Golinger, El código Chávez. Ed. Ciencias Sociales, La Habana 2005, que contiene multitud de documentos desclasificados de la agencia de inteligencia de USA
[29] Este totalitarismo, desenmascarado y fustigado sin cesar por el papa Francisco, había sido denunciado ya el año 1987 por Hinkelammert, Democracia y totalitarismo. DEI, Costa Rica 19902,187-209.
[30] Es la realización de la advertencia que lanza Arendt a nuestro mundo que vive el fin de la historia en el capitalismo salvaje y la democracia liberal: “el peligro de la fábricas de cadáveres y de los pozos del olvido es que hoy, con el aumento de la población y de los desarraigados, constantemente se tornan superfluas masas de personas, si seguimos pensando en nuestro mundo en términos utilitarios (…) Las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de los regímenes totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones, que surgirán allí donde parezca imposible aliviar la miseria política, social o económica en una forma valiosa para el hombre” (oc 557, última frase del libro)
[31] Arendt 512-580
[32] Taurus, Madrid 1974
[33] Oc, 32
[34] Rodolfo Sanz reconoce que “las fuerzas de la Revolución Bolivariana somos hoy fuerzas dominantes, pero no fuerzas hegemónicas”. Por eso asienta que lograr la hegemonía supone que “el conjunto social perciba y acepte como viable el discurso ideológico, ético y cultural de las fuerzas socialistas dominantes. Pero además, que logren asociar coherentemente las realizaciones económico-sociales de la acción de Estado y Gobierno con la naturaleza ético-cultural del discurso político y teórico” (Hugo Chávez y el desafío socialista. Ed. Nuevo Pensamiento Crítico, Los Teques, 2007,165,166). Es claro que esas realizaciones no se dieron ni siquiera en el tiempo de máxima bonanza de recursos. Y sin embargo, él tiene claro que “la existencia del Estado socialista es precondición para el advenimiento real de una sociedad socialista” (oc 169). Este Estado, vivo, articulado y productivo brilló por su ausencia. Por eso se pregunta: ¿O será que la imposibilidad de construcción de un poder popular estable es una de las más visibles debilidades de la Revolución Bolivariana?” (oc 172)
[35] Por esto la calificación del régimen chavista que hace J.C. Rey: “la categoría de totalitarismo fallidos (failed totalitarisms), como aquellos regímenes políticos que imitan a los totalitarios, y que son obra de “líderes políticos que tienen la ambición necesaria pero a los que les falta una verdadera vocación y capacidad para la política totalitaria”, de tal manera que “el resultado es alguna forma de tiranía chapada a la antigua, pero disfrazada con un ropaje fascista o comunista y, si acaso, imitando alguno de los aspectos de la ideología fascista o de la comunista” (Walzer 1984: 191). Me inclino creer que el caso de Chávez es de este último, pero esto no pasa de ser una conjetura cuya confirmación va a depender de la suerte del PSUV” (oc).
[36] Oc, 38
[37] Esta contraposición es un tema favorito del papa Francisco. Dice, por ejemplo, a los movimientos sociales: “Ustedes son sembradores de cambio. Aquí en Bolivia he escuchado una frase que me gusta mucho: ‘proceso de cambio’. El cambio concebido no como algo que un día llegará porque se impuso tal o cual opción política o porque se instauró tal o cual estructura social. Dolorosamente sabemos que un cambio de estructuras que no viene acompañado de una sincera conversión de las actitudes y del corazón termina a la larga o a la corta por burocratizarse, corromperse y sucumbir. Hay que cambiar el corazón. Por eso me gusta tanto la imagen del proceso, los procesos, donde la pasión por sembrar, por regar serenamente lo que otros verán florecer, remplaza la ansiedad por ocupar todos los espacios de poder disponibles y ver resultados inmediatos. La opción es por generar procesos y no por ocupar espacios. Cada uno de nosotros no es más que parte de un todo complejo y diverso interactuando en el tiempo: pueblos que luchan por una significación, por un destino, por vivir con dignidad, por “vivir bien”, dignamente, en ese sentido” (Participación en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares, Santa Cruz de la Sierra 9 de julio de 2015). “Un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios (cf. Evangelii gaudium, 222-223)” (Visita al congreso de los Estados Unidos de América, Washington 24 de septiembre de 2015). “No hay que dar preferencia a los espacios de poder frente a los tiempos, a veces largos, de los procesos. Lo nuestro es poner en marcha procesos, más que ocupar espacios. Dios se manifiesta en el tiempo y está presente en los procesos de la historia” (Entrevista al director de la Civiltá Cattolica 19/8/2013)
[38] Esto mismo recalca Arendt respecto de Alemania nazi: las formaciones paramilitares “estaban organizadas según el modelo de las bandas de delincuentes y eran empleadas para el crimen organizado” (Oc 459-460). Hay que reconocer que esto es más verdad en tiempos de Maduro que en los de Chávez
[39] Oc 37, nota 20
[40] Brzezinnski, oc 34,35
[41] Oc 172
[42] No me resisto a copiar parte de lo que escribió como despedida el peruano Daniel Pardo de la BBC Mundo, ya que expresa que quienes conviven con nosotros de modo abierto son capaces de percibir esta humanidad en medio del desastre: “A veces no me queda claro si Venezuela es un lugar feliz o infeliz. Porque parece ambas cosas. Más allá de las penurias que sufre el país, y por muy pesimista que esté, el venezolano anda por la vida regalando gestos fraternales. / La gente más alegre del mundo puede encontrarse en una cola kilométrica en el supermercado o en un hospital quebrado y sin insumos. Y ese no-sé-qué que puede transformar desgracias en un festín de risas es lo que más voy a extrañar de Venezuela./ Temo que pronto vaya a suscribir lo que decía Gabriel García Márquez, quien en su “Memoria feliz de Caracas” (1982) escribió que “una de las hermosas frustraciones de mi vida es no haberme quedado a vivir para siempre en esa ciudad infernal”. Hasta Gabriel García Márquez se enamoró de Caracas. / En Venezuela, donde estuve tres años como corresponsal de BBC Mundo, encontré el reto más grande de mi vida. En este tiempo la crisis pasó de grave a alarmante, la calidad de vida cayó en forma estrepitosa y la inflación se disparó. Entre otros ejemplos, el litro de jugo de naranja subió 4.600%, los cigarrillos aumentaron 3.900%, y legalizar documentos en consulados un 12.000%. Vi tres cadáveres, viví 11 apagones y la policía me detuvo dos veces. Me salieron tres canas y me dio alopecia en dos oportunidades./ Pero el recuerdo que me llevo es más feliz que infeliz./ Incluso en las kilométricas colas es posible encontrar sonrisas y gestos fraternales./ Porque en la esencia del venezolano, en ese limbo entre felicidad e infelicidad, encontré enseñanzas para el resto de mi vida, aquellas en la raíz de instituciones como “poco a poco se llega lejos”, “esto es lo que hay” y “al mal tiempo, buena cara” (5 set. 2016).
Fuente: http://www.teologiahoy.com/secciones/mirada-global/venezuela-del-totalitarismo-a-la-dictadura