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Una patria llamada Rafael Cadenas

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Fotografía de Daniel Bourdon

Karina Sainz Borgo

Habla poco. Casi murmura. Queda y desganada al oído, la voz de Rafael Cadenas, la que resuena en sus poemas, es la más potente de la literatura venezolana. Nació en 1930. Hoy tiene 87 años, casi un siglo. Ha visto gobernar —y morir— a tres de los grandes dictadores venezolanos: Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez Frías. Conoce de cerca la demolición. Por eso, acaso, sus versos retumban. Nacen de un poso de silencio. De la larga noche venezolana. Ese espacio vacío que dejan los países en trance de morir. Ese es Rafael Cadenas, el autor de una redención.

Candidato al Premio Cervantes y reconocido con el Premio Internacional de Poesía García Lorca 2016, este poeta, ensayista y traductor tiene como su obra más conocida Derrota (1963), un poema que hizo las veces de retrato de su generación: la de los años 50 y 60 en Venezuela, ésa que creyó en la lucha armada como territorio propicio para la utopía. La misma que ahora contempla aquellos deseos como un esperpento. Una pesadilla resucitada en la Revolución Bolivariana que gobierna el país desde hace casi veinte años.

Pero en aquel entonces, por allá… en 1963, ellos -Cadenas y los de su generación- creían en aquellas cosas. Creían. “Yo que no he tenido nunca un oficio / que ante todo competidor me he sentido débil (…) que todo el día tapo mi rebelión/ que no me he ido a las guerrillas/ que no he hecho nada por mi pueblo / que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas (…)”, decían aquellos versos. A Cadenas ya no le gusta ese poema, ni siquiera le parece lo suficientemente bueno. “Tiene su propia vida, se ha vuelto independiente. Ya yo no tengo nada que ver con él. No corresponde a lo que pienso hoy”, afirma.

En los años cincuenta del siglo XX venezolano, Rafael Cadenas fue militante comunista. Estuvo encarcelado y debió marcharse a Trinidad, perseguido por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, a la que combatió y resistió. En 1957 regresó a Venezuela y publicó el que se convertiría en un libro clave dentro de su obra: Los cuadernos del destierro (1960), una premonición. “Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor”, escribió en las páginas de aquel poemario. Cada verso de ese libro es un clavo en el ataúd de una nación fallida.

La obra de Rafael Cadenas se sostiene sobre el mecanismo de la poesía que reflexiona al mismo tiempo que se escribe.  Hoy, el silencio y la lentitud de la escritura de Cadenas colocan las piedras de una casa. Se ha convertido en una patria para los que ya no la tienen. Un país que acoge a quienes han sido –y siguen siendo- expulsados del suyo. Los apartados, los obviados, los borrados. Hombres y mujeres extranjeros –exilados sin pan, ley ni cordura- en su propia tierra.

La lectura de su obra revela el corpus de su reflexión filosófica y literaria, depositada por completo en el lenguaje como forma de existencia. “Las palabras no llevan a lo que dicen. Hay que volver a definirlas hasta donde sea posible. Siempre menciono la idea de Confucio sobre la rectificación de los nombres, que era lo que él decía cuando las palabras no correspondían a la realidad que trataban de expresar. Las palabras principales, esas son las que hay que volver a significar en Venezuela: democracia, justicia, independencia, constitución”, dice, parco. La poesía y la prosa de Rafael Cadenas están recogidas en Obra entera, publicada primero por el Fondo de Cultura Económica de México y, más tarde, por la editorial española Pre-Textos.

Su voz física es apenas un murmullo. La otra, la que alimenta sus poemarios, enuncia una larga reflexión en la que verdad y palabra se corresponden: Una isla, Los cuadernos del destierro, Falsas maniobras, Memorial, Intemperie, Gestiones y Amante. Su prosa poética y ensayística, representada en los libros Realidad y Literatura, En torno al lenguaje, Anotaciones, Dichos o Apuntes sobre San Juan de la Cruz aportan pensamiento a ese lugar en el que lo literario y lo vital se funden. Por eso habla poco el poeta: todo está dicho en sus libros.

Desde hace unos años, Rafael Cadenas escribe una serie de textos —ingeniosos y brevísimos aforismos— que él llama Contestaciones y que han sido publicadas recientemente en un volumen homónimo. Se trata de réplicas, observaciones o reparos que el poeta elabora a partir de las palabras de otros: poetas y escritores algunos, como Dante, Borges, Ajmátova o Evtuchenko; asesinos los otros… como Mao Zedong o el Che Guevara. Un experimento que ya anticipó en sus Conversaciones con Walt Whitman (1994). El Cadenas más agudo, irónico y crítico se manifiesta en estos artefactos. Él asegura que pertenecen a una tierra de nadie. Se equivoca el poeta. Él ya no controla los confines de su obra. No sospecha Rafael Cadenas cuántos se han mudado a vivir a la patria que forman, todos juntos, sus versos.

¿Qué suponen las Contestaciones dentro de su relación con la escritura?

Con ellas uso palabras que no son mías para contestarlas. Es una manera de expresar lo que pienso, diferente a la usual. Es como si conversara con alguien, pues se trata de dos voces, y se pueden leer así entre dos personas. Ya lo he hecho con Óscar Marcano. He escrito más contestaciones, que están sin publicarse. Además, en ellas doy a conocer citas muy importantes.

¿Cuándo comienza a ser consciente Rafael Cadenas del lugar que ocupa el silencio y la lentitud en su poesía?

Lo que escribo está lleno de silencio. El lector tiene que descifrar lo que se halla en el poema, lo que sugiere, las alusiones, en suma, lo no dicho. Esto lo asocio con Rilke y con poetas modernos en los que se nota ese rasgo. En cuanto a la lentitud en la vida, se trata de algo personal, que no es moderno.

¿Qué une la voz poética de una obra con su voz cívica?

El hecho de ser un ciudadano a quien preocupa lo que pasa en el mundo y sobre todo en su país, pero la prosa se presta más que la poesía para manifestar lo que uno piensa políticamente. En mi caso, cada vez que puedo defiendo el sistema democrático (que no es el de Venezuela), porque permite la expresión libre de todas las ideas, incluso las antidemocráticas. El totalitarismo es su negación, como se ve claramente en los países comunistas o en los que aspiran a imponerlo. Por supuesto, la democracia hoy requiere reformas, o sea, más democracia.

Usted ha reflexionado sobre la naturaleza del lenguaje. ¿Cómo se habita un mundo donde las palabras se vacían de contenido y se llenan con otro?

Eso lo ves en la novela de George Orwell, 1984, en la cual la dictadura utiliza el procedimiento que señalas. Debemos observar qué hace el régimen en Venezuela con el lenguaje. En tal sentido, recomiendo el libro La neolengua del poder en Venezuela, de la editorial Episteme.  Allí varios profesores denuncian precisamente qué palabras fundamentales del ámbito político no significan lo que designan. Habría que plantear lo que Confucio llamó “rectificación de los nombres”, es decir, adecuación entre palabra y contenido, pero este régimen se vale de lo contrario en su propaganda.

Derrota ya no le pertenece. No se reconoce en esos versos, ha dicho. ¿En qué se reconoce Rafael Cadenas?

Ese poema fue escrito cuando yo tenía poco más de treinta años. Hubo cambios, como es natural, y en cuanto a la alusión política que contiene, hoy pienso que la lucha debe ser pacífica. Las guerrillas fracasan, y si triunfan imponen una dictadura.

Permítame preguntarle, citando a Vicente Gerbasi: Venimos de la noche y hacia la noche vamos. ¿Se vuelve de la noche?

Esta pregunta cae en el terreno de las creencias, y yo allí no entro.

Fotografía de Daniel Bourdon

Fuente: https://www.zendalibros.com/una-patria-llamada-rafael-cadenas/

 

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