Por Pedro Castelao | Religión Digital.
“Las mujeres no pueden ejercer de forma estable y reconocida el servicio de proclamar la Palabra de Dios en la eucaristía ni ayudar de manera continua e instituida al celebrante en el resto de la celebración”
“El Motu proprio de Pablo VI sigue manteniendo hoy, en el año 2020, la prohibición explícita de que las mujeres sean lectoras o acólitas. Y ese Motu proprio no ha sido ni revisado ni derogado”
“No se puede hablar de igualdad en la Iglesia cuando incluso en el ejercicio de los ministerios laicales la mujer es excluida expresa y directamente de los mismos. Ya ni hablamos, pues, de ninguna otra reivindicación de acceso a otro tipo de ministerios”
“¿Qué es hoy ser lector o acólito en la Iglesia? Nada. Pues incluso de esa nada están excluidas las mujeres por un decreto que aún hoy permanece en vigor”
Comencemos la obra revisando los cimientos. Reformemos lo más fácil de reformar y vayamos luego planta por planta afrontando las cuestiones de mayor gasto y dificultad. Son ciento sesenta obispos quienes, contra once, consideran, en el nº 102 del Documento Final del Sínodo especial para la Amazonía, que es hora de que se revise el Motu Proprio de Pablo VI, Ministeria Quaedam, por el que, el 15 de agosto de 1972, se reformó la antigua doctrina de las órdenes menores (Ostiariado, Lectorado, Exorcistado y Acolitado). En ese documento se pasó a reconocer únicamente como ministerios laicales al Lectorado y Acolitado y se abolió, entre otras cosas, la necesidad de la tonsura. Hasta aquí nada especial.
Ahora bien, en ese mismo texto de Pablo VI puede leerse: «la institución de Lector y de Acólito, según la venerable tradición de la Iglesia, se reserva a los varones».
Digamos, pues, con meridiana claridad, algo que a los padres sinodales de la región panamazónica no les ha pasado inadvertido: las mujeres que forman parte de la comunidad cristiana, incorporadas a la muerte y a la resurrección de Cristo por el sacramento del bautismo, pese a haber recibido, como los varones, el triple munus sacramental que convierte a todo bautizado en profeta, sacerdote y rey, sin embargo, únicamente por ser mujeres, de forma oficial, han seguido quedando, desde aquella ya lejana fecha, excluidas de poder ser instituidas lectoras o acólitas. Es decir, las mujeres no pueden ejercer de forma estable y reconocida el servicio de proclamar la Palabra de Dios en la eucaristía ni ayudar de manera continua e instituida al celebrante en el resto de la celebración.
Se dirá que se trata de minucias jurídicas del pasado, porque todos vemos en nuestras comunidades que algunas mujeres leen con cierta asiduidad la primera lectura, el salmo o la segunda lectura y algunas otras ayudan con las ofrendas y otros menesteres al celebrante durante de la eucaristía. Incluso hay niñas ejerciendo de monaguillo.
Monaguillas
Es cierto que el sentido común tiende a imponerse y que muy pocas comunidades observan la práctica litúrgica oficial con implacable rigor y sin excepciones. A Dios gracias.
Ahora bien, la importancia de la cuestión no está en los hechos, sino en el ámbito del derecho.
¿Qué diríamos si, por ejemplo, una olvidada directriz del Ministerio de Educación de antaño hubiese establecido que, de acuerdo con una venerable tradición nacional, los cargos representativos de los estudiantes en los órganos colegiados de la Universidad, quedaban reservados únicamente a los varones? ¿Nos serviría de consuelo que tal disposición pudiese ser ignorada en la práctica? ¿No tomaríamos todas las medidas oportunas para que se derogase su injusta y discriminatoria formulación jurídica vigente?
He aquí, pues, lo extraño: el Motu proprio de Pablo VI sigue manteniendo hoy, en el año 2020, la prohibición explícita de que las mujeres sean lectoras o acólitas. Y ese Motu proprio no ha sido ni revisado ni derogado.
A veces pensamos en una rápida reforma de las partes más grandes, visibles y costosas de la casa ignorando que aún no hemos comenzado por lo más básico, urgente y sencillo.
En el caso que nos ocupa creo que es necesario que tal discriminación sea de dominio público, para que se perciba con absoluta claridad, hasta que punto alcanza la necesidad de una reforma seria en la Iglesia en aras de caminar hacia la tan deseada igualdad entre el hombre y la mujer. Porque es lo cierto que no se puede hablar de igualdad en la Iglesia cuando incluso en el ejercicio de los ministerios laicales la mujer es excluida expresa y directamente de los mismos. Ya ni hablamos, pues, de ninguna otra reivindicación de acceso a otro tipo de ministerios.
Se dirá, también, para restar importancia a la cuestión, que estos ministerios laicales son, en la práctica, papel mojado, porque carecen de relevancia alguna en la configuración orgánica de las iglesias locales. Desgraciadamente, así es. En la práctica no son más que ritos preparatorios que únicamente reciben de forma oficial y litúrgica los seminaristas candidatos al sacerdocio.
Sin embargo, adviértase en esto no un proceso casual e insignificante, sino, antes bien, esa deformación igualmente grave, según la cual los ministerios laicales son fagocitados por el camino hacia el ministerio ordenado. No hay derecho a tal clericalización de lo que teológicamente es propio de los laicos, es decir, de todos los bautizados.
Añadamos a esto que lo que no se reconoce institucionalmente acaba siendo irrelevante y termina por desparecer.
¿Irá por aquí ese número 103 de la Exhortación Postsinodal Querida Amazonia del Papa Francisco? En él afirma: «en una Iglesia sinodal las mujeres, que de hecho desempeñan un papel central en las comunidades amazónicas, deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el Orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio. Cabe recordar que estos servicios implican una estabilidad, un reconocimiento público y el envío por parte del obispo. Esto da lugar también a que las mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades, pero sin dejar de hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina».
¿Tendrá el Papa en mente una primera reforma jurídica de un aspecto tan básico, urgente y sencillo que elimine tan absurda y extemporánea discriminación?
Porque la realidad es demoledora: ¿qué es hoy ser lector o acólito en la Iglesia? Nada. Pues incluso de esa nada están excluidas las mujeres por un decreto que aún hoy permanece en vigor. Y es que ser laico significa hoy en día muy poco en la realidad eclesial. Pero ser laica —¡ay!— significa aún menos. Y aquí seguimos, a las puertas de un Congreso de Laicos (14-16 de febrero) arrastrando una inercia estructural más pesada que una rueda de molino.
Se dice que el Papa Francisco está trabajando en la reforma del Código de Derecho Canónico.
Ignoro si es verdad, pero, sea como fuere, se entenderá que me parezca muy conveniente.
Las reformas llevan su tiempo, pero para que no se eternicen, hay que ir dando pasos y la experiencia enseña que ayuda mucho comenzar por lo más básico, urgente y sencillo.
No perdamos la esperanza.
Fuente: https://www.religiondigital.org/opinion/Pedro-Castelao-excluidas-instituidas-Iglesia-religion-mujer-mujeres_0_2204479536.html