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Hacia la búsqueda de un modelo de transición democrática latinoamericano

transicion-democratica

Este artículo tiene como objetivo determinar si existe o no un modelo integral sobre los procesos de transiciones hacia la democracia en Latinoamérica, con el fin de comprender el qué, por qué y para qué del sentido de dichas transiciones democráticas en la región. Para ello tomamos como punto de referencia la última ola democratizadora[1] surgida en la región en la década de los 70 y 80. Por lo tanto, nuestro análisis es un punto de partida sobre el cual seguiremos profundizando en próximas entregas.

Transiciones políticas y transiciones democráticas: definiciones, teoría, características

La transición, como el intérvalo que se extiende entre un régimen político y otro, es en otras palabras, el producto de un proceso complejo de crisis política que acontece a lo interno del régimen imperante. Este salir de la crisis, como lo señala Medellín Torres, implica cambiar la forma y el fondo del orden constituido. Desde esa perspectiva, deben revisarse con seriedad la inviabilidad: primero, del proyecto político; segundo, del orden político; tercero, del régimen político, como los tres momentos claves sobre los cuales se expresa la crisis política[2]

Estos tres momentos cruciales de la crisis denotan conflictos y alteraciones en el sistema. En el primer momento, emerge una fractura del proyecto político, bien sea porque las organizaciones, actores públicos y privados de la sociedad y el Estado entran en conflicto de intereses e imposibilitan cualquier diálogo y solución del problema. En el segundo momento, el orden político asume la responsabilidad de dar respuesta a la crisis política bajo los parámetros y protocolos establecidos en la ley y la Constitución, lo cual no implica que los poderes entre sí implosionen, no logran acordar medidas racionales que den solución al conflicto debido a que siguen predominando los intereses particulares sobre el interés colectivo. En el tercer momento, el régimen político se cuestiona la conducción política de la nación y, por ello, abre canales amplios para incorporar a todos los sectores de la vida nacional.

En todo caso, las crisis políticas, que se expresan en los tres momentos mencionados, se caracterizan fundamentalmente por el desorden generalizado del ordenamiento político establecido, provocado por la poca capacidad de respuesta del régimen a las demandas populares. Ahora bien, hay que ser enfático en la idea de que las crisis, como bien lo señala Medellín Torres, no son un momento de ruptura sino de producción, en pocas palabras, reproducción y regulación de los individuos que se desarrollan en determinado régimen. De tal modo, lo que acontece en el momento de la crisis política es absolutamente nuevo, cabe decir, diferenciado del orden establecido y el orden existente.

Aunado a ello, varios estudiosos en la materia[3], coinciden en afirmar que en la crisis política coinciden cuatro elementos importantes, a saber: 1. Presencia de una crisis general de legitimidad que supone carencia de respaldo popular; 2. Una fractura de la coalición gobernante, que puede estar motivada por la muerte del líder gobernante, por el quiebre de los acuerdos internos entre los actos políticos del gobierno y también por el desmembramiento de los partidos y organizaciones sociales que respaldan al gobierno y que, por cuestiones de intereses, deciden deslindarse del régimen; 3. La existencia de una organizada coalición opositora que ha tenido tiempo para prepararse, competir electoralmente y ganar terreno del régimen que se desvanece; 4. El factor internacional juega un papel interesante a nivel externo y que ayuda a que el régimen reconozca el conflicto político, y que además pone todos los medios a su disposición para materializar un diálogo entre las dos partes opuestas.

Las transiciones políticas no siempre son hacia la democracia

Las transiciones políticas[4] no necesariamente producen transiciones democráticas dado que su naturaleza es la creación de un nuevo orden político con características adversas al régimen que agoniza. Por ello, una transición política fácilmente se puede dar desde un régimen democrático hacia uno autoritario, o bien, desde un régimen autoritario hacia una dictadura o régimen que pulverice los canales democráticos y agudice su poder político ya demarcado en el régimen autoritario. En tal sentido, las transiciones se caracterizan más por su carácter incierto que por las seguridades o certezas políticas que tanto desean los actores que las promueven.

Ahora bien, hablamos de transición democrática cuando se origina desde un gobierno autoritario hacia una democracia política, en otras palabras, un régimen que garantiza la aplicación del principio de ciudadanía a las instituciones del gobierno.[5] Por ello, este tipo de transición debe estar permeada por los procesos de liberalización y democratización. El primero busca abrir y ampliar los derechos de los individuos para protegerlos de los actos arbitrarios e ilegales cometidos por el Estado; el segundo, busca diseñar e instaurar los procedimientos mínimos para el desarrollo de una democracia política, que supone privilegiar el principio de la ciudadanía materializado en las normas y procedimientos que permiten a los ciudadanos canalizar sus demandas ante el órgano correspondiente, por un lado y, por el otro, garantizar los espacios y canales de participación ciudadana como parte del poder político del Estado.

En palabras de O’Donnell: “Lo característico de la transición es que en su transcurso las reglas del juego político no están definidas.”[6]  En ese orden, las reglas se gestan en la dinámica misma de la transición, que pone de relieve el clima político y la actitud de disposición de los actores con relación a la construcción de acuerdos que beneficien a las partes que desean iniciar un periodo transicional.

Según O’Donnell, el sistema autoritario cuenta con dos actores esenciales: actores duros y actores blandos.[7] Para los primeros es necesario un régimen autoritario, ya que consideran a la democracia como un sistema que promueve el caos y el desorden. Por consiguiente, los actores duros usan los medios e instrumentos coercitivos que están a su disposición para doblegar la voluntad de sus oponentes. En cambio, los actores blandos, aunque están dispuestos a recurrir también a la represión, se diferencian por la importancia que le dan a la legitimación electoral; de ese modo, el régimen autoritario obtiene un grado mínimo de democracia. Los procesos transicionales se gestan a partir de la iniciativa y el diálogo de los últimos con la coalición contendora. En consecuencia, abren la posibilidad a discernir su salida del poder a través de elecciones abiertas y observables. Antes, durante y posterior al evento electoral transcurren espacios de encuentro, negociación y acuerdos preliminares para la coexistencia de los actores políticos que están dispuestos a negociar una posible salida del poder por una vía pacífica.

Casos de estudio

El mundo, y sin lugar a duda, Latinoamérica, sufrió a partir de los años 70 y 80 una fuerte ola democratizadora que, en palabras de Huntington, se define:

Como un conjunto de transiciones de un régimen no democrático a otro democrático, que ocurren en un determinado período de tiempo y que superan significativamente a las transiciones en dirección opuesta durante ese mismo período. Una ola implica habitualmente la liberalización o la democratización parcial en sistemas políticos que no se convierten por completo en democracias.[8]

Los procesos de liberalización y democratización definidos en el apartado anterior, ahora los observamos en los casos de estudio que a continuación presentamos: Ecuador (1976-1979), Uruguay (1985) y Brasil (1985). Estos países vivieron dictaduras cívico-militares que se terminaron decantando en la consolidación de regímenes autoritarios caracterizados por limitar las libertades individuales de los ciudadanos y el desarrollo democrático de la sociedad, prohibiendo la gestación y consolidación de los partidos políticos y las organizaciones de reivindicación social, así como también la necesaria separación de los poderes del Estado y la preponderancia de una justicia imparcial que condenara las acciones políticas que provocaban una anormalidad en el funcionamiento del sistema político.

Tal es el caso de Brasil, gobernada por los militares entre los años 1964-1985, que, aludiendo a la seguridad nacional y estabilización de la economía, dieron un golpe de Estado al presidente Goulart y establecieron un régimen autoritario de corte electoral, es decir, con elecciones controladas y condicionadas por la cúpula militar. La transición se inicia cuando surge una fisura dentro del régimen militar y el general Ernesto Geisel, como un nuevo actor moderado, relaja el régimen autoritario en 1974 dando paso a la oposición a participar desde dentro del sistema.

 Por consiguiente, el movimiento opositor debía sortear los condicionamientos determinados por el poder para participar en las elecciones que fueran convocadas.[9] En 1974 la oposición aumentó considerablemente su presencia en las cámaras alta y baja del Parlamento nacional, este hecho confirmó que la vía de la transición debía ser electoral, que no es otra cosa que participar en las instancias democráticas dispuestas por el régimen autoritario. Finalmente, la transición se confirma con el traspaso del poder de los militares a los civiles representados en José Sarney, vicepresidente electo, pero que asume la presidencia de la república tras la muerte de Tancredo Neves, quien había ganado popularmente en el año 1985.

En el caso del Uruguay, tras el golpe de Estado de 1973, los militares implementaron un sistema sobre el cual la presidencia seguía ocupada por un civil, pero el verdadero poder se encontraba en la Junta de Oficiales Generales. El verdadero poder estaba entonces en el Consejo de Estado, órgano creado una vez disuelto el Parlamento uruguayo y cuyo tutelaje yacía en el régimen militar. En ese sentido, se instaura en el Uruguay una dictadura cívico-militar que iniciará con la presidencia de Juan María Bordaberry y terminará con el mandato de Gregorio Álvarez.

 Lo interesante de este proceso es el rol que jugaron los partidos tradicionales ya que, aunque la dictadura proscribió a muchos de sus líderes políticos, nunca dejaron de participar en la arena politico-electoral. La transición formalmente iniciará con el plebiscito de 1980, y cuyo objetivo era reformar la Constitución, interés claro de los militares; sin embargo, el proyecto fue rechazado abiertamente por la población. En 1982, dadas las tensiones provocadas por el plebiscito, el Consejo de Estado diseña un Estatuto sobre los partidos, esto abre el camino a unas elecciones competitivas donde la opción de la derrota ya estaba en la mesa de los militares. Como resultado, la redemocratización del Uruguay se inicia en 1985 con la elección popular de Sanguinetti como presidente de la República.

En el Ecuador, José Marina Velasco, quien gobernó el país de modo dictatorial, recibió un golpe de Estado del general Rodríguez Lara a causa de la crisis económica que vivió el país para el momento; en tal sentido, Ecuador pasó de una dictadura civil a una militar. Pero el gobierno de Rodríguez Lara no se prolongó ya que en 1975 fue destituido del gobierno por el alto mando militar a causa del auge de un autoritarismo represivo que estaba caracterizando su gobierno porque no escatimaba esfuerzos para silenciar los movimientos populares.

   En ese momento, año 1975, nace un triunvirato (la Marina, el Ejército y la Fuerza Aérea) denominado Consejo Supremo de Gobierno. En palabras de José Alberto Olivar: “Los nuevos personeros gubernamentales expresaron su intención de transitar hacia la Democracia, cuestión que de acuerdo a sus cálculos debía materializarse no antes de 1978, al estar dadas las condiciones para la celebración de elecciones generales.”[10]

Conclusiones

Si hay algo en común en estos modelos de transición latinoamericana es que el proceso de apertura a la liberalización y democratización del sistema acontece desde arriba hacia abajo. Es decir, parte de una disposición de la cúpula de poder a interactuar-dialogar-negociar con los movimientos y actores políticos de oposición. Eso sí, garantizando que, según O’Donnell: “Es probable que los titulares del régimen saliente conserven un poder suficiente como para obtener diversas garantías para sí mismos, para las fuerzas armadas y para sus propias bases sociales.”[11]

Otro elemento importante a resaltar en los tres casos propuestos es el rol jugado por los actores de oposición al régimen. Es decir, aunque el régimen autoritario dispuso de todos los medios e instrumentos para asfixiar y eliminar del juego político a la oposición, ellos, por el contrario, se mantuvieron en la arena electoral y participaron de todas las consultas y elecciones promovidas por el régimen, esto acompañado de la presión popular manifestada en huelgas, reclamos, concentraciones y demandas provenientes de la sociedad civil.

Las transiciones de Uruguay, Ecuador y Brasil se caracterizaron por terminar en la reforma de la Constitución, o bien, rediseño de una nueva Constitución que demarcara muy bien las garantías de vida política de todos los actores de la vida nacional. Incluyendo, además, la inclusión de los derechos laborales y las demandas sociales de la población en general.

En todo caso, concluimos que en las transiciones latinoamericanas convergen cuatros momentos claves que interactúan entre sí y posibilitan, sin ningún orden en específico, las condiciones para la gestación de una transición de un régimen autoritario a uno democrático. Estos momentos los llamaremos: momento social (sociedad civil, organizaciones reivindicativas, ONG,); momento politico (líderes, partidos políticos, gobierno); momento económico (empresariado, índices económicos, recursos nacionales); y, por último, el más determinante de los anteriores, el momento militar (hablamos de los tres componentes del alto mando militar). Entonces, las transiciones son el resultado de una amplísima gama de tensiones que hace que pasemos de una situación crítica a una crisis política que detona el sistema en sí y plantea la necesidad de reconfigurar el juego político, y con ello, el Estado, las instituciones y los canales políticos sobre los cuales se cimenta el sistema democrático que ha implosionado.

*Jesuita venezolano. Politólogo (ULA). Magíster en Filosofía (USB). Profesor y Coordinador Pastoral de la Universidad Católica del Táchira. Profesor de filosofía del Instituto Universitario Santo Tomás de Aquino, Palmira, edo. Táchira. Miembro del Observatorio de Democracia de la Asociación de Universidades Jesuitas de América Latina (Ausjal).

  • Erven Manuel Amaya Gauna, S.J. Politólogo y Filósofo

Notas:

1 Véase la obra de Samuel Huntington. La Tercera Ola. La democratización a finales del siglo XX.  (OJO: esta sería la nota de pie número 1)

2 Véase la obra de Pedro Medellín Torres. Entre el poder sin política y la política sin poder. Elementos de teoría y método para comprender las crisis políticas en América Latina.

3 Tenemos presente a los siguientes autores: Norberto Bobbio, Giovanni Sartori, Guillermo O’Donnell, Salvador Martí i Puig, entre otros.

4 Desde la perspectiva del profesor Eladio Hernández en Transiciones hacia la democracia, se entiende por transición política “Un proceso político racionalmente consensuado durante el cual un régimen politico, determinado por valores y creencias específicas y predominantes sobre el ordenamiento institucional establecido y sus ciudadanos, comienzan a transformarse en otro distinto, en donde nuevos principios y actitudes políticas logran prevalecer y dominar en el individuo, los grupos y las instituciones sociales.” P. 90.

5 Cf. Guillermo O’Donnell y Philippe Smitter. Transiciones desde un gobierno autoritario.

6 Ibid., pag. 18.

7Idem.

8 Samuel Huntington.Ob. cit., pag. 26.

9  Bitar Sergio y Lowenthal Abraham (Eds.). Transiciones democráticas. Enseñanzas de líderes políticos. Barcelona: Galaxia Gutenberg, S.L., 2016.

10 Olivar José Alberto y Martínez Meucci Miguel Ángel (Coordinadores). Transiciones políticas en América Latina. Desafíos y experiencias. Pag. 306.

11 Guillermo O’Donnell y Philippe Smitter. Ob. cit., pag. 30.

Referencias

BITAR, Sergio y LOWENTHAL Abraham (Eds.) (2016): Transiciones democráticas. Enseñanzas de líderes políticos. Barcelona: Galaxia Gutenberg, S.L.

HERNÁNDEZ MUÑOZ, Eladio (2006): Transición en democracia (Venezuela, 1935-1999). Caracas: Universidad Central de Venezuela.

HUNTINGTON, Samuel (1994): La tercera ola. La democratización a finales del siglo XX. Buenos Aires: Editorial Paidós Ibérica.

MEDELLÍN TORRES, Pedro (2022): Entre el poder sin política y la política sin poder. Elementos de teoría y método para comprender las crisis políticas en América Latina. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.

O’DONNELL, Guillermo; SCHMITTER, Philippe; WHITEHEAD, Laurence (comp.) (1988): Transiciones desde un gobierno autoritario. 2. América Latina. Buenos Aires: Editorial Paidós.

OLIVAR, José Alberto y MARTÍNEZ MEUCCI, Miguel Ángel (Coordinadores) (2020): Transiciones políticas en América Latina. Desafíos y experiencias. Caracas: Universidad Metropolitana.


Leer también: ¿Qué pasa con el dolar?

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