Ismael Pérez Vigil
Descartada temporalmente la vía electoral para salir de la dictadura, está no tendrá mayor dificultad en imponerse en unas elecciones amañadas el 20 de mayo y seguramente tratará de imponer después un proceso de adoctrinamiento y “educación” entre otras acciones que ya aplican a una población muy disminuida y debilitada para seguir en el poder; proceso que debemos entender cabalmente para dar las respuestas adecuadas.
No cabe duda que el país ha venido sufriendo un cambio político importante y muy traumático, que algunos califican de revolucionario; pero el término “revolucionario” es muy vago y se presta a muchas interpretaciones. El concepto abarca desde la ruptura violenta de un orden social determinado y su forma de gobierno, como por ejemplo las revoluciones francesa y rusa; hasta una situación más profunda que se caracteriza por un cambio en el orden social, en las instituciones fundamentales, en las relaciones económicas, en las clases sociales y en las formas de organización de la sociedad, como ocurrió con la Revolución Industrial y como posiblemente está ocurriendo con la revolución informática. Eso significa que, a la larga, toda revolución, para que sea tal, debe producir, mediante el adoctrinamiento y la “educación”, una modificación en el conjunto de actitudes, valores y costumbres de la sociedad.
Pero no estoy seguro de que eso es lo que nos está pasando a nosotros y por eso adelanto una reflexión o hipótesis en el sentido de que lo que nos ha ocurrido a nosotros es una dilución debilitamiento y pérdida de algunas instituciones de la sociedad y el estado de derecho como son: los partidos políticos, el Parlamento o Congreso, pérdida de credibilidad en la justicia y en el Poder Judicial, pérdida de autonomía del poder ciudadano, de los poderes locales, etc. Y no por la presencia de nuevos valores sino más bien por la ausencia de ellos.
Sin duda ha cambiado o está cambiando la élite dirigente, los grupos en el poder, algo de la forma en que los actores económicos se relacionan con el poder, ha cambiado también la forma de algunas instituciones, los nombres y los personajes que las conducen. Pero no ha habido un cambio de algunos de los valores, ni de las actitudes, ni de las formas como la gente se relaciona con los demás, con la sociedad, con la economía, con el Estado.
Por ejemplo, la gente sigue esperando un milagro, un Mesías, ganarse la lotería, un aumento mágico de los precios del petróleo para que un estado generoso – ¿demagogo, populista? — continúe dispensando dinero a manos llenas, etc. Y como eso no ocurre, comenzamos a ponernos nerviosos porque sabemos que, como decía J.A.C. Brown [1], allá por los lejanos años 60 del pasado siglo, cuando un pueblo está dispuesto a hacer un movimiento o acción política colectiva, de masas, lo puede hacer en cualquier dirección que considere eficaz y no necesariamente en la dirección que desee o le indique una determinada ideología, doctrina o programa.
Continuaremos con el tema y las enseñanzas de Brown, que vienen muy al caso para analizar las pretensiones totalitarias de toda dictadura de cambiar los valores de esta sociedad.